domingo, 25 de febrero de 2024

EL MUNDO INDEPE DE SÁNCHEZ

(Publicado en Diario16 el 30 de diciembre de 2023)

A un día de la constitución de la Mesa del Congreso, tras unas elecciones generales en las que no hubo un claro ganador, Pedro Sánchez convocó a sus diputados y senadores tras la Ejecutiva Federal. En aquel encuentro cara a cara con los representantes socialistas elegidos para la XV Legislatura, celebrado en la sala Ernest Lluch de la Cámara Baja, Sánchez aprovechó para blindarse, dar moral a la tropa y de paso lanzar un guiño a Junts y al resto de formaciones nacionalistas al anunciar el impulso de las lenguas cooficiales en las instituciones europeas. “España habla en castellano, pero España también habla en catalán, en euskera, en gallego. Nuestro deber es consolidar espacios de representación, de uso y de conocimiento de las lenguas de España”, reivindicó el premier mientras apostó por “impulsar” ante las instituciones comunitarias europeas el uso de otros idiomas reconocidos en la Constitución. Fue el pistoletazo de salida a la nueva estrategia política del PSOE: lograr un acercamiento con las fuerzas nacionalistas, con todas las fuerzas nacionalistas del país, para ahormar un Gobierno de coalición.

Esa hoja de ruta fue tachada de inmediato por el PP de Feijóo de pacto con bilduetarras y separatistas, pero Sánchez ya había tomado una decisión y no había marcha atrás. Los diferentes partidos, uno tras otro, fueron aceptando la oferta. ERC, Bildu, BNG, PNV y hasta la siempre voluble y conservadora Coalición Canaria, además de Junts, dieron el sí quiero. ¿Qué otra cosa podían hacer? La alternativa, Abascal de vicepresidente del Gobierno y Ortega Smith de ministro del Interior para demoler el Estado de las autonomías, no les seducía lo más mínimo. Y aunque Carles Puigdemont, el que puso mayor reparos, reclamó “hechos comprobables” antes de “comprometer ningún voto” de investidura, se vio claro que el frente estaba más que configurado.

Sánchez sabía que, ante el bloqueo permanente y sistemático del PP, no le quedaba otra que cruzar ese Rubicón e ir de la mano hasta el final con los partidos nacionalistas y soberanistas. A fin de cuentas, no hacía nada nuevo ni original. En doce de las catorce legislaturas registradas hasta el momento, PSOE y PP han necesitado ceder para gobernar, especialmente con los nacionalistas. A principios de los años 90, Felipe González tuvo que tirar de apoyos externos tras una década de mayorías absolutas. Le daban los números solo con Izquierda Unida, pero prefirió mirar a catalanes y vascos. Y más tarde Aznar firmó con Jordi Pujol el famoso Pacto del Majestic, que otorgaba amplias transferencias y fondos a Cataluña. ¿Qué miedo he de tener a pactar con partidos legalmente constituidos?, debió pensar Pedro Sánchez. Y dio el paso crucial asumiendo que iba a quedar como el Anticristo de la patria.

Hoy, el presidente del Gobierno ya no tiene complejo alguno a la hora de firmar con unos y con otros. Incluso con el que fue el brazo político del terrorismo etarra hace apenas una década. Ha rubricado la amnistía a cientos de catalanes encausados por el procés, ha ofrecido al PNV apoyos para un amplio autogobierno en el caso de que los peneuvistas ganen las elecciones y ha entregado el ayuntamiento de Pamplona a la izquierda abertzale. ¿Quién da más? Y todo lo ha hecho sin que le tiemble el pulso ante las acusaciones de traidor y felón que le llegan de las derechas ibéricas. No le importa que las fuerzas reaccionarias se hayan propuesto que pase a la historia como el hombre que vendió España a los soberanistas. Tiene una idea fija en la cabeza: afianzar un Consejo de Ministros solvente y fiable para su segundo mandato, avanzando en la España plurinacional, y no mirar hacia atrás.

A esta hora, Sánchez el estratega ha logrado armar una mayoría sólida de gobierno. Tiene un amplio abanico de opciones que van desde el PNV hasta Bildu, desde Esquerra hasta Junts, pasando por el BNG y Coalición Canaria. Ha llevado el concepto de “gobernabilidad variable” a sus máximos extremos. Una estrategia que deja desarbolado y aislado al Partido Popular, condenado a pactar con la extrema derecha de Vox si quiere alcanzar el poder algún día. Una jugada maestra. Ingeniería política de última generación. ¿Estamos ante un gobernante oportunista que practica el pragmatismo a ultranza? Podría ser. En cualquier caso, nadie puede negarle su habilidad para la política, su inteligencia a la hora de leer la coyuntura del momento y su atrevimiento (casi osadía) para cruzar puentes que hasta ahora parecían prohibidos. En el PP todavía no han salido de su asombro, casi estupefacción. Están noqueados, paralizados, ante un estadista camaleónico y transformista que mueve las piezas sobre el tablero como un avezado ajedrecista. No saben cómo reaccionar ante sus movimientos de alfiles, ante su juego de torres y caballos, ante sus movimientos relámpagos, casi suicidas, que le llevan a sacrificar peones para lograr la victoria por sorpresa.

Calmada Cataluña (Puigdemont no está tan loco como para poner en marcha un procés 2), apaciguado el País Vasco (que tras el final de ETA parece haber encontrado, de momento, un encaje cómodo en el Estado español) y a las puertas de unas elecciones gallegas inciertas donde Feijóo no las tiene todas consigo, Sánchez puede aplicarse ahora a una nueva tarea: apagar el incendio en el Poder Judicial, última bomba de relojería que le puede estallar en la cara impidiéndole tener una segunda legislatura tranquila. Y ahí es donde entra la Unión Europea, que ya está presionando al PP para que pacte cuanto antes una renovación de cargos del Consejo General del Poder Judicial. El comisario de Justicia, Didier Reynders, está deseando que sus compañeros de la derecha española entren en razón y se sienten a negociar cuanto antes un organismo cuyos vocales llevan cinco años con el mandato caducado. También esa batalla la tiene ganada Sánchez, que en un acto de magnanimidad (casi de sobradez), aceptó mantener una reunión con Feijóo donde él quisiera, en terreno neutral fuera de Moncloa si era necesario (el ya célebre “para usted la perra gorda”). Fue una concesión al derrotado que vino a visibilizar la debilidad del líder del PP.

Aplastado Podemos y con la izquierda real trabajando full time para el inquilino monclovita (Sumar ejerce de valiosa muleta del sanchismo), el jefe del Ejecutivo, ya controlado el patio del país, encara un año 2024 que quizá no sea tan negro ni funesto como parecía hace solo unas semanas, cuando las hordas neonazis soltaban su aliento fétido a las puertas de Ferraz. Sin duda, empieza otro partido.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA SUPERLIGA

(Publicado en Diario16 el 22 de diciembre de 2023)

Si Ayuso está a favor de algo, ese algo no puede ser bueno para la humanidad. Aunque estemos hablando de fútbol. “Quisiera aprovechar la oportunidad para felicitar al Real Madrid, puesto que hoy ha tenido un gran éxito al ver la luz verde por parte de la Justicia europea a la Superliga. Y quiero felicitar a Florentino Pérez por el trabajo que ha realizado también en estos años por este nuevo éxito”, aseguró la presidenta madrileña minutos después de conocerse la histórica decisión del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE).

¿Sabe Ayuso de fútbol? Probablemente ni papa. ¿Está al tanto de los entresijos que rodean a un deporte convertido en espectáculo a escala mundial? Seguramente tampoco. Debe controlar más bien poco sobre el fair play financiero, los derechos de los clubes y los complejos contratos publicitarios de imagen. Pero ella ya ha felicitado a Florentino por su victoria en los tribunales. Y no lo hace porque esté convencida de que la sentencia del TJUE es lo mejor para el deporte, que eso ni le va ni le viene. Lo hace porque sabe que con el gran magnate de la construcción de este país hay que estar a buenas. Ahí sí que demuestra ser astuta la muchacha, para qué vamos a engañarnos.

Lo más probable es que la noche anterior de conocerse la resolución judicial que ha puesto patas arriba el mundo del fútbol, antes de irse a dormir, la presidenta diera un telefonazo a MAR y le preguntara: “Oyes, Miguel Ángel, ¿eso de la Superliga, qué demonios es? ¿La UEFA es una señora mayor?” Le pediría cuatro pinceladas rápidas al gurú de la comunicación de Génova, para salir airosa del canutazo mañanero con los periodistas, y a otra cosa. Bastante tiene ya con ponerse al día sobre las nuevas teorías de la libertad (que ella confunde con la acracia anarcocapitalista), sobre la Constitución, la configuración del Poder Judicial, la amnistía, las bondades de la fruta y algo de historia de ETA que siempre viene bien (ya se sabe que su señoría cree que la banda sigue viva, de modo que nunca está de más leer algo sobre el tema para afearle a Sánchez su separatismo traidor y felón). La lideresa sabe de inventar infundios y bulos trumpistas contra el presidente del Gobierno, de redactar tuits incendiarios, de poner en su sitio a Feijóo (de eso va sobrada). Pero del negocio del fútbol internacional, saber, lo que se dice saber, poco o nada. Una negada.

Ayuso tendría que dedicarse a lo suyo, a resolver los problemas de la Sanidad madrileña (que a este paso pronto no habrá un solo médico en la pública para atender a los enfermos), a arreglar los socavones de la M30 y a darle una solución a los pobres vecinos de San Fernando que se han quedado sin casa por las obras del Metro. Pero no. No le bastó con declarar su satisfacción con la sentencia del TJUE, sino que corrió a Twitter, ahora X, para teclear: “La libre competencia fue siempre mejor que los monopolios. Esta nueva competición revolucionará el fútbol. El tiempo le dará la razón”. Una idea que vino a completar su convencimiento de que la Superliga “va a redundar en grandes beneficios” para la Comunidad de Madrid. Siendo sinceros, no entendemos de qué manera los madrileños van a ganar con el pifostio futbolístico que se ha montado, en todo caso ganarán Florentino y el Real Madrid (esperemos que algún día nos lo explique).

Lógicamente, la presidenta se había metido en un charco, y de inmediato recibió contestación del propio Javier Tebas, presidente de la Liga de Fútbol Profesional, un escandalizado con el proyecto de Florentino que, según él, puede acabar con los valores esenciales del deporte. “Estimada presidente Díaz Ayuso. Me parece que clubes de la Comunidad de Madrid como Atleti, Rayo Vallecano, Getafe CF, CD Leganés y Alcorcón no están muy de acuerdo con esta felicitación, ni tampoco La Liga que presido”. Un zasca en toda regla que acompañó con dos emojis elocuentes: dos caritas de estupor. Pasemos palabra.

De alguna manera, es lógico que Ayuso se haya posicionado de lado de la Superliga. A fin de cuentas, ella es una supremacista, una insigne representante de las élites castizas, y el torneo que prepara Florentino es una especie de selecto club de ricos donde no tiene cabida el pobre, el club modesto, el débil que lucha por abrirse paso a codazos entre las dinastías aristocráticas del fútbol. Así que, por una vez, y sin que sirva de precedente, está siendo coherente con sus principios económicos y políticos y con su forma ultraliberal de entender la vida y el mundo.  

Afortunadamente, hay otros dirigentes más concienciados con la justicia social y la igualdad bien entendida. Es el caso del vicepresidente de la Comisión Europea, el griego Margaritis Schinas, quien trasladó su apoyo al modelo actual de fútbol a través de un post publicado en la misma red social de Elon Musk. “El principio fundamental de Europa es la solidaridad. Nuestro apoyo constante a un modelo deportivo europeo basado en valores no es negociable”, puntualizó. Y no lo está diciendo un peligroso comunista bolivariano, sino un destacado miembro del partido Nueva Democracia, o sea el centroderecha europeo de toda la vida, algo muy alejado ya del conservadurismo falangizante de Ayuso, que de tanto alternar con Vox cualquier día saca la motosierra como Milei y no deja ni una consejería abierta ni un árbol en El Retiro.

Aquí, lo que ha pasado es que Lady Libertad oyó decir a los magistrados belgas que la UEFA y la FIFA forman un monopolio y enseguida pensó: tate, monopolio, control del mercado, estalinismo. Ya lo tengo. Aquí hay filón para seguir arreándole a Sánchez. No sabe ná la niña.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

ESPAÑA MALTA

(Publicado en Diario16 el 21 de diciembre de 2023)

Poli Rincón corriendo con el balón bajo el brazo para anotar un tanto más, Juan Señor consumando el milagro de un seco zapatazo en el minuto 85, el gallo de José Ángel de la Casa, el delirio en el Villamarín, el éxtasis en todo el país, lo nunca visto en el mundo del fútbol. El 12-1 de España a Malta.

Hoy se cumplen cuarenta años de aquella gesta histórica que marcó a toda una generación de españoles. Los que entonces éramos niños todavía recordamos aquel 21 de diciembre de 1983, un día que quedó grabado en nuestra memoria para siempre. El país estaba en shock por la tragedia del incendio en la discoteca Alcalá 20, en la que murieron 82 personas. Había un ambiente de pesimismo (aumentado por el reciente desastre del Mundial 82) y solo los locos creían que la Selección Nacional podía ser capaz de marcarle una docena de goles a los malteses para certificar el pase a la Eurocopa de Francia. Eran los tiempos en que no ganábamos nada, nos lastraba una especie de complejo de inferioridad respecto a las demás potencias futbolísticas y nos echaban de cada torneo en los cruces de cuartos. Pero entonces el milagro se hizo realidad.

Aquel día mágico había llovido a cántaros en Sevilla. Entre el aguacero y lo imposible de la hazaña, el estadio apenas registró media entrada. Miguel Muñoz planteó un partido kamikaze plagado de delanteros y de jugadores ofensivos. Había que meter once para lograr el pasaporte a la fase final. Quitando a Paco Buyo en la potería, a Maceda y Goiko como pareja de centrales y al pulmón Víctor Muñoz, lo demás era un grupo salvaje de obsesos del gol. Juan Señor, un mediocentro creativo, dos laterales que se creían extremos (Camacho y Gordillo), y cuatro especialistas perforadores de la meta contraria como el Lobo Carrasco, Santillana, Manu Sarabia y Poli Rincón. Desde la prehistoria del fútbol, cuando se jugaba sin defensas, no se había visto nada igual.

Santillana abrió el marcador en el 15 gracias a un certero remate de cabeza, pero después de un cuarto de hora de partido ni los sevillanos más alegres y vitalistas daban un duro por nuestra selección. Y mucho menos después de que el maltés Demanuele probara suerte con un tiro tonto desde fuera del área que rebotó en Maceda, se desvió de la trayectoria y se coló en nuestra portería ante un atónito Buyo. El 1-1 fue como un jarro de agua de fría que vino a romper las escasas esperanzas que aún quedaban. Pero entonces una especie de duende, algo extraño y febril, una locura maravillosa, se apoderó del Villamarín. Santillana hizo dos más, completando un hat trick, y con 3-1 se llegó al descanso. ¿Nueve goles en tres cuartos de hora? ¿Un tanto cada cinco minutos? Ni de coña. Nadie lo había hecho nunca y menos en un partido de alta competición. Por muy pardillos que fuesen los malteses (eran todos amateurs), la gesta se antojaba cada vez más lejana y quimérica. El equipo iba a palmar sin remedio. Otra vez la leyenda negra española.

Si el hombre vive es porque cree en algo, decía Tolstoi. Y eso, creer, fue exactamente lo que hicieron los muchachos de Muñoz, que insufló el ánimo necesario en los vestuarios para seguir confiando en la misión. Poli marcó el cuarto y el quinto; un Maceda reconvertido en delantero centro hizo los dos siguientes; y Rincón volvió a mojar en el octavo. Quedaban solo cuatro dianas por lograr. Se empezó a confiar en el milagro. Santillana repitió en el 76 y el desencadenado Poli, un diablo rojo que estaba en todas partes, hizo el décimo dos minutos después. Manu Sarabia, que no se había estrenado, se sumó a la fiesta y entonces ya toda España vio que aquello estaba hecho. Quedaban diez minutos, no habíamos nadado tanto para morir tan cerca de la playa. El partido se ganaba por lo civil, por lo criminal o como fuese. Los rivales se defendían como si les fuese la vida en ello (¿había maletines holandeses?, nunca lo sabremos) y en esas fallamos hasta cuatro ocasiones claras de gol, un tanto de oro que se resistía poniéndonos de nuevo ante esa fatalidad española que siempre, inevitablemente, se cruzaba en nuestro camino en los momentos trascendentales.

¿Estábamos persiguiendo, una vez más, un falso El Dorado? ¿Naufragaríamos de nuevo en una gesta inútil? ¿Volveríamos a quedar como aquellos europeos del sur siempre empeñados en ser demasiado, según dijo el filósofo? Por momentos temimos que tendríamos que quedarnos con el manido jugamos como nunca y perdimos como siempre. Esa barrera infranqueable de la historia que nos separaba una y otra vez del éxito, que nos lastraba desde un pasado tan negro como injusto –impidiéndonos dar el salto a la modernidad, a la vanguardia deportiva, a la Europa democrática–, parecía cerrarse de nuevo ante nuestras narices. No salimos del Spain is different, pensaron muchos aficionados. ¿Papá, por qué somos, no ya del Atleti, sino españoles?, le preguntaban algunos niños a sus padres.

Y en eso llegó el disparo certero y liberador de Señor para la historia. Aquel partido fue un acto de fe como sociedad, una catarsis que nos marcó profundamente a los que hoy, ya algo menos jóvenes, llevamos con dignidad la etiqueta de boomers. Un chute de euforia para un país necesitado de éxitos y alegrías. Poco importa que un desgraciado error de Arconada nos privara después de la Copa de Europa en aquella extraña final contra Francia del Parque de los Príncipes. El 12 a 1 nos supo a gloria, a título.

A la juventud de hoy probablemente la batallita que estamos contando aquí les quede tan lejos como la guerra de Cuba, pero para nosotros fue el gran salto adelante, el punto de inflexión que nos permitió dejar atrás el maldito complejo de losers. Puede que en los anales del fútbol la goleada contra Malta no tenga tanta importancia como el “iniestazo” que nos daría el Mundial de Sudáfrica veintisiete años después. Pero para aquella generación supuso mucho más que un enloquecido y estupefaciente partido de fútbol. Soñamos que a partir de ese momento los españoles podíamos superar casi cualquier reto que nos propusiéramos. La entrada en la Comunidad Económica Europea, las Olimpíadas de Barcelona, la derrota de ETA, último residuo de la dictadura. Y el milagro se hizo.

CUATRO TÍOS EN CALZONCILLOS

(Publicado en Diario16 el 20 de diciembre de 2023)

El ayuntamiento toledano de Quintanar de la Orden, en manos del bifachito PP/Vox, ha retirado de la cartelera el espectáculo Qué difícil es porque aparecen “actores en ropa interior” que “podrían escandalizar al público”. Una vez más, nos encontramos ante un caso flagrante de censura franquista. O sea, la nueva ola de puritanismo gazmoño que nos invade.

Las productoras del show se han quedado a cuadros cuando les han comunicado la suspensión, no se explican lo ocurrido, sobre todo porque más allá de unos personajes en paños menores, que es algo accesorio, se están denunciando temas de tan candente actualidad como el bullying, el suicidio o la diversidad sexual. La acción transcurre en un camerino, donde los protagonistas se están preparando para la representación. Cuatro actores, cuatro espejos. A partir de un suceso inesperado, todos ellos viven un torbellino de emociones, recuerdos y confesiones hasta desnudar sus almas, sus miedos, fobias e ilusiones de pobres mortales. En definitiva, la historia habla del papel que a todos nos toca representar en la vida, la vida como camerino, no como escenario, la vida como espacio íntimo, detrás del telón, donde ocurre todo lo importante.

La obra (no entraremos en su calidad artística, eso lo dejamos para la crítica teatral) se ha representado ya ante más de 3.000 espectadores y hasta ahora ninguno se había quejado ni escandalizado. Solo los censores mojigatos de Quintanar se han sentido ofendiditos, abriendo un auto de fe inquisitorial o caza de brujas más propio de la Edad Media que de una sociedad avanzada del siglo XXI. En Qué difícil es no hay nada obsceno ni guarro. No hay pornografía ni ningún tipo de imágenes irreverentes, ofensivas, desagradables o blasfemas. La suciedad está, una vez más, en la mente enferma de quien mira. Lo que hay en esta comedia de nuestro tiempo no es ni más ni menos que cuatro señores estupendos en bañador, cuatro mazaos de cuerpos bien tallados que ni salidos del cincel de Fidias, cuatro Apolos escultóricos trabajados en el gimnasio, que es donde la juventud de hoy socializa. Y quizá sea ahí donde esté la clave de todo este escabroso asunto, ya que los correctores de la moral sin duda han debido mirarse en el espejo, contemplándose el cuerpo escombro que Dios les ha dado, y han sentido algo de envidia insana.

Entre los que han tomado la decisión de dar por clausurada la función seguro que hay más de un infeliz o frustrado y más de una señora bien (como la gran Piluchi de El Intermedio interpretada por Cristina Gallego) que vive una sexualidad tumultuosa pero reprimida, de rosario y alcoba con crucifijo en la pared, en un silencio monástico de rancio alcanfor. El moralizador ultra nace siempre de un complejo freudiano no resuelto, de un trauma infantil soterrado. Unos no han salido del armario cuando llevan toda la vida deseando hacerlo, otros tienen miedo al sexo que nadie les explicó y la mayoría se ven como inferiores, poca cosa o acomplejados. Con el tiempo, esa psique disfuncional se va pudriendo por dentro, como las aguas de un pantano cenagoso, y emerge el trastorno, casi siempre en forma de odio al diferente.

Si cada vez que aparece un actor desnudo en escena hay que prohibir el espectáculo (y no es el caso, ya que los cuatro personajes de la polémica obra censurada van en bañador, o sea vestidos en lo esencial), el arte, máxima expresión de la inteligencia y la sensibilidad humanas, está condenado a su desaparición. Habrá que ponerle una hoja de parra o taparrabos al David de Miguel Ángel, como quiere hacer Ron DeSantis, el duro gobernador de Miami, y nos cargaremos siglos de Renacimiento. Habrá que vestir a la libertina Maja de Goya, símbolo de una mujer emancipada en una época oscura de represión absolutista; y habrá que cubrirle el culo al Aquiles de Brad Pitt en Troya, un trasero glorioso, hercúleo y mítico que en sí mismo ya es una pieza digna del Museo de Atenas porque está al alcance de muy pocos hombres. No olvidemos que para los atletas de la Grecia Clásica, tener un cuerpazo era motivo de orgullo y síntoma de buena salud.

El arte es, ante todo, sinceridad, y si una obra teatral, para denunciar una situación social determinada, exige la presencia en el escenario de unos señores en slip ocean, en tanga leopardesco o en gayumbos, porque así lo exige el guion, pues hágase. Detrás de un desnudo hay toda una retórica que pone al descubierto los valores sociales, estéticos y morales de una época. El desnudo es simplemente una cuestión cultural e histórica, el resultado de siglos de imposición religiosa, y ahí están las tribus de los dani, en Papúa, que siguen completamente en pelotas, como dios los trajo al mundo y sin ninguna vergüenza. Eso sí que es libertad, y no la milonga que vende Ayuso.

Los cuatro actores de esta gala cancelada por PP/Vox aparecen en calzoncillos porque así es la vida, y el teatro, como el arte en general, no es más que una representación del mundo. Si fuesen médicos irían con bata blanca. Si fuesen jueces, con la toga. Y si fuesen toreros, vestidos de luces. Para “pocas luces”, las que han tenido los censores franquistas a la hora de prohibir algo que ni siquiera han visto, tal como denuncian las productoras del espectáculo. Aunque bien mirado, y teniendo en cuenta el estrecho volumen del cerebro de estos individuos, ver la función no les habría servido de mucho. Seguramente no la habrían entendido. Qué difícil es aguantar a esta gente.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LIQUIDAR LOS SINDICATOS

(Publicado en Diario16 el 20 de diciembre de 2023)

Prosigue la lenta pero imparable liquidación del Estado de bienestar llevada a cabo por las derechas, que es tanto como hablar de la demolición de todas las conquistas sociales realizadas por la izquierda en el último siglo. Ya han suprimido fondos contra la violencia de género, borrado murales feministas, cerrado carriles bici y censuradas obras de arte. Y en esa batalla cultural, en la que no solo anda enfrascado Vox, sino también el PP (el partido de Feijóo está metido hasta las cachas en el siniestro proyecto de involución), ahora le ha tocado el turno a los sindicatos.

Ayer se supo que los populares han tenido que ceder ante Vox en Baleares para poder sacar adelante los Presupuestos. El acuerdo entre ambos partidos contempla la adjudicación de veinte millones de euros para la libre elección de la lengua en la escuela pública, la eliminación del impuesto del patrimonio para todos aquellos contribuyentes que posean un capital de menos de tres millones de euros, una partida de cinco millones para la lucha contra la eutanasia y la retirada del cien por cien de las ayudas a sindicatos y patronales. En esa panoplia de medidas reaccionarias llama poderosamente la atención que se destinen fondos a evitar que las personas desahuciadas por padecer alguna enfermedad puedan elegir una muerte digna, que ya hay que ser sádico y cruel. Así de esotéricas son las imposiciones de la extrema derecha española, que en algún que otro ayuntamiento donde gobierna en coalición con el PP ha llegado a exigir cosas como que se destinen partidas del erario público a garantizar la unidad de España. Dinero para prestaciones y ayudas sociales no tienen (están en contra de lo que consideran la paguita para vagos y maleantes de los chiringuitos socialcomunistas), pero para pijadas patrioteras lo que haga falta.

Volviendo a las Baleares, que es el tema que nos ocupa, espeluzna la facilidad con la que esta gente pretende acabar con los sindicatos a fuerza de asfixiarlos económicamente. PP y Vox aducen que no hay ninguna motivación ideológica oculta tras una medida que, según ellos, se ha aplicado únicamente por criterios de contabilidad presupuestaria. Y además se escudan en que el recorte va a afectar también a la patronal, que al igual que las organizaciones sindicales se queda sin ayudas oficiales. Esto es un brindis al sol, ya que todo el mundo sabe que los empresarios tienen parné por castigo y no necesitan las migajas del Estado para formar un lobby o club privado que defienda sus intereses. Aquí los que salen realmente malparados son los trabajadores, que a corto plazo verán cómo se merman sus derechos laborales. Comisiones Obreras y UGT ya han calificado el tijeretazo como un intento de “criminalización” de los agentes sociales y lamentan que el PP haya cedido al chantaje de Vox.

Es evidente que Feijóo, al consentir este atropello a la clase obrera, está siendo cómplice del intento de Abascal por acabar con el movimiento sindical, tal como ocurrió durante la dictadura franquista. Y no se trata tanto del valor económico de la subvención suprimida, que también (cuanto menos dinero para el sindicato menos poder de influencia), sino de la fuerte carga simbólica de la medida, un mensaje directo con la intención de amedrentar a lo poco que queda ya de socialismo/comunismo. Lo que le está diciendo el líder voxista a Unai Sordo y Pepe Álvarez es que en este país no hay lugar para ellos, ya que él tiene sus propios planes. Planes como Solidaridad, el sindicato constituido por Vox en 2020. Este engendro con apariencia sindical se presentó como un ente “apartidista y apolítico”, una definición que provoca ataques de risa. Nadie en España es tan ingenuo como para tragarse la trola de que un partido de clara inspiración fascista como Vox no está deseando tener bajo control a la masa obrera. Solidaridad es una reedición de aquel viejo Sindicato Vertical con el que el Régimen mantuvo a raya la revolución y la lucha de los trabajadores por sus derechos laborales. Obreros de la Unión Naval de Levante escribieron, ya en democracia, sobre lo que vivieron: “El Sindicato Vertical no valía para nada, tenías que ser tú mismo (…) era mentira todo (…) ni vertical, ni horizontal, nada”. O sea, una gran patraña. Solo cuando el PCE logró infiltrarse en esa macroestructura franquista, a finales de los 60 y gracias a un hombre inteligente como el gran Marcelino Camacho, empezó a tambalearse todo el tinglado de la dictadura.

Ahogar económicamente a UGT y Comisiones no es ni más ni menos que el primer paso para instaurar el sindicato único, de modo que todos, obreros y empresarios agrupados, vuelvan a ser sumisos “productores” al servicio del Estado. Tras el final de la Guerra Civil (y hasta la muerte de Franco, cuando Adolfo Suárez disolvió el Sindicato Vertical), UGT y CNT fueron declaradas proscritas y enviadas a la clandestinidad. El dictador pudo consumar así uno de los grandes objetivos del Estado totalitario: un país de esclavos subyugados por la ley del miedo que lo daban todo por la patria sin exigir nada a cambio. Sin sindicatos ya no había disidencia y el paternalismo del cacique volvía a imponer su ley como en la época feudal. Abascal, como buen nostálgico que es, también tiene ese sueño húmedo del nacionalsindicalismo.

No se trata por tanto de una cuestión de equilibrar los presupuestos de una comunidad autónoma como Baleares. Aquí se está jugando un modelo de Estado: o social y democrático de derecho o autoritario. Muertos y enterrados los sindicatos de clase, no habrá negociación colectiva, la huelga será una quimera, los salarios serán cada vez más bajos (según se fije en la circular del ministro del ramo de turno, franquista por supuesto) y la mayor aspiración laboral del trabajador será que el patrón le envíe a casa una cesta por Navidad y una participación de la Lotería Nacional que nunca toca. Tal cual como en el cuarentañismo.

A menudo criticamos, y con razón, la mansedumbre y docilidad de nuestros sindicatos, pero lo cierto es que si no existieran habría que inventarlos. Siguen siendo la única y última barrera que separa la vida medianamente digna de un obrero de la ley de la jungla, que es donde quiere llegar finalmente Abascal. Dice la indocumentada Pepa Millán, portavoz de Vox en el Congreso de los Diputados, que el dinero de los españoles y sus impuestos “debe ir a lo verdaderamente importante”. Los sindicatos no les parece algo primordial precisamente porque el patrón siempre sintió pavor ante una clase obrera concienciada, formada y organizada. Volvemos al Fuero del Trabajo y al modelo fascista italiano. Que alguien pare ya esta maldita distopía.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL GRINCH

(Publicado en Diario16 el 19 de diciembre de 2023)

Sigue negándose Feijóo a mantener cualquier tipo de entrevista o reunión con Pedro Sánchez. En la tradición política española, la Navidad siempre ha sido tiempo de diálogo, de consensos y acuerdos entre los dos principales partidos de la Restauración monárquica. Tradicionalmente, desde la Transición y aquello, se ha creído que el mágico clima de paz y amor que se supone inunda las calles de nuestras ciudades y pueblos en estas fechas tan entrañables, como diría el emérito, es propicio para cerrar grandes pactos de Estado sobre terrorismo, economía, mercado laboral y asuntos exteriores, entre otras materias. Sin embargo, Feijóo rompe con el cuento navideño del 78 y opta por desempeñar el papel o rol del Grinch, ese personaje antipático y molesto que viene a destruir la armonía de las fiestas.

Por refrescar la memoria del lector, el Grinch –creado en 1957 por el escritor y caricaturista infantil norteamericano Theodor Seuss, Doctor Seuss para los niños– es un ser verde viscoso, ácido o chillón preocupado solo por sí mismo. Un monstruito peludo y gruñón, egoísta y huraño, que vive alejado de la humanidad, de las buenas costumbres, de las personas normales y decentes, en definitiva, de la ordenada civilización. En el corazón del Grinch (“de dos tallas menos”, tal es su mezquindad) anida el odio, el rencor, y por eso vive recluido en una sórdida y fría cueva a tres mil pies de altitud donde no llega ni Dios. Pero el Grinch, envidioso de los vecinos de Villa Quién que gozan alegremente de la Navidad, no puede quedarse quieto en su misantropía y decide bajar al pueblo para robarle a los lugareños sus regalos, sus comilonas y adornos luminosos, aguándoles la fiesta. Cree que sustrayendo lo material podrá destruir el espíritu navideño, pero cuál es su sorpresa cuando cae en la cuenta de que la Navidad es mucho más que el consumismo y lo superfluo (ahí entra la moraleja del Doctor Seuss) y que los habitantes de Villa Quién siguen celebrando los días felices y alegres como si nada. Entonces el cascarrabias de la caverna ve la luz y devuelve todo lo que ha sisado, aumentando su corazón de tamaño e integrándose como uno más en la comunidad. Feijóo se parece bastante a este complejo personaje.

Sánchez sería el alcalde de Villa Quién que llama constantemente a la concordia y al acuerdo, a la renovación del Poder Judicial y a los nuevos pactos de Estado, pero el Grinch pepero, huraño como él solo, radicalizado en sus creencias, se resiste siempre. Al líder del Partido Popular se le está poniendo la piel de un verde voxizado, casi marciano, que tira para atrás, y cuando habla ya parece uno más de la troupe circense que este fin de semana montó la gran cumbre ultraderechista de Roma patrocinada por Giorgia Meloni. Aquello estaba lleno de grinchs, seres mitológicos de otro tiempo, de otra época, puro odio fascista rebosante de admiración a Mussolini.

Pero hay otros síntomas alarmantes de la conversión de Feijóo en ese odioso y cargante animalillo de cuento de hadas. Por ejemplo, por momentos da la sensación de que el líder del PP, al igual que el Grinch, se hubiese ido a vivir a una lejana cueva, a la nostálgica caverna franquista (política y mediática), y ya no quisiera salir de allí. Es como si una fuerza extraña (quizá aquella Fuerza Nueva de Blas Piñar) se estuviese apoderando de él, secuestrándolo y bunkerizándolo en las apartadas grutas del monte. Sin duda, de tanto tratar con los grinchs de las montañas, o sea la feroz tribu Vox empeñada en asaltar el castillo de Ferraz, se ha olvidado de la vida en democracia, de la vida en sociedad, de la Navidad.

Toda esa rabia, toda esa violenta verborrea, todo ese desagradable tono guerracivilista que le sale de dentro y que se gasta estos días el bueno de Alberto a cuenta de los pactos del PSOE con Bildu y de la moción de censura contra UPN en Pamplona, solo puede tener una explicación: el espíritu del Grinch se le ha metido hasta el tuétano y ya no quiere saber nada de la amistad y la fraternidad con los demás. Mientras los españoles se aproximan a la Nochebuena, fecha para la reconciliación y la paz, su corazón dos tallas más pequeño sigue instalado en el rencor que le inspira Abascal, el Gran Jefe Grinch que, desde lo alto de la cordillera ultra, le va enviando las pertinentes señales de humo y de guerra. Antes de su dramática metamorfosis, Feijóo era un democristiano moderado y entendía eso tan bíblico del perdón, pero ya no. El alma del Grinch se ha apoderado de él y no lo suelta.

Está claro que Feijóo, ya convertido en el ente verdoso salido de la prodigiosa imaginación del Doctor Seuss, se ha propuesto robarle la Navidad a los españoles (si pudiera nos quitaba hasta los regalos de Reyes y aguinaldos en forma de subsidios acordados hoy por Calviño y Díaz), convirtiéndonos a todos en pequeños y mezquinos grinchs azuzados y enfrentados unos contra otros. Con el pavo humeante en el horno y el cava enfriándose en el frigorífico, era el momento perfecto para que el dirigente popular se hubiese bajado de su oscura cueva, dándose una vuelta por Moncloa y estrechándole la mano al alcalde del Villa Quién ibérico, pero no lo ha hecho. Está totalmente poseído por la inquina y el resentimiento, y en lugar de compatriotas y vecinos ya solo ve corruptos y traidores socialistas que quieren romper España. Es lo que tiene el espíritu del Grinch. Que cuando se le mete a uno en el cuerpo se lo come por dentro.

LA MOTOSIERRA DE MILEI

(Publicado en Diario16 el 19 de diciembre de 2023)

La motosierra del ultraderechista Milei ya ha empezado a cortar cabezas en forma de duros ajustes económicos. Y, tal como cabía esperar, los primeros decapitados están siendo los argentinos de las clases más humildes, una tragedia nacional si tenemos en cuenta que la mitad del país vive en el umbral de la pobreza. Paradójicamente, muchos de los afectados por la criba votaron de buena fe (y con algo de ingenuidad, todo hay que decirlo) por el político ultra. Gente desclasada y decepcionada con la izquierda que optó por pegarse un tiro en el pie.

Por lo visto, el anarcocapitalista que se impuso al candidato de Unión por la Patria, Sergio Massa, tenía prisa por meterle caña a la motosierra (para algo la ha comprado) y ya ha empezado a aplicar su durísimo programa de cierre de ministerios, supresión de subsidios y privatizaciones a calzón quitado. Llama la atención que durante la campaña electoral hablara poco o nada del plan que llevaba entre manos, un proyecto más propio de una economía feudal que de una sociedad avanzada del siglo XXI. Prometió, eso sí, un país próspero y avanzado, riqueza para todos y una lujosa quinta en La Pampa para cada familia. Todo era optimismo, alegría y jolgorio. Jijí jajá.

Sin embargo, no habían pasado ni dos días desde que asumiera el cargo cuando el discurso del loco Milei cambió radicalmente, dejando ver su verdadero rostro. Y el panorama ya no era tan idílico. “No hay alternativa posible al ajuste, no hay plata”, dijo con el rictus serio y severo, y se puso a recortar en gasto público y a devaluar moneda como si no hubiera un mañana. Además, anunció la paralización de grandes obras públicas; el despido masivo de funcionarios recién contratados; la reducción de prestaciones, subsidios y bonos energéticos y de transporte; la suspensión de pagos a 23 provincias; y el adelgazamiento a la mitad del número de ministerios federales, concretamente de dieciocho a nueve.

¿Pero es que nadie en Argentina vio la trampa, el ardid, el inmenso engaño que se estaba gestando? ¿Cómo pudo ser que millones de votantes dispuestos a bailarse un último tango con el Diablo decidieran inmolarse como sociedad? Vale que el argentino es alguien muy dado a adorar mitos y leyendas, ya se vio cuando miles de ellos se entregaron como fieles adeptos a la Iglesia Maradoniana. Pero, ¿dejarse estafar por un tipo despeinado, con chupa de cuero y pinta de telepredicador o vendedor de enciclopedias? No se entiende.  

Milei es el mayor embaucador/charlatán que ha pisado la hermosa faz de la tierra sudamericana. Un formidable cuentista experto en un nuevo y extraño realismo mágico capaz de embelesar a las masas. “Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez”, dijo Borges, bonaerense universal que ya en su día vio venir cómo millones de tontos acabarían engatusados por un trilero con patillas y mucha cara dura. “Efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez”, advirtió el autor de las Ficciones. Con el nuevo hombre fuerte del país asentado en el poder, Argentina pasa de la ficción a la cruda realidad, de los sueños a la pesadilla, de las bibliotecas borgianas a la ignorancia, tal es el recortazo en Educación que prepara el nuevo presidente ácrata-libertario. Al compadrito Milei le ha bastado un eslogan facilón (“Viva la libertad, carajo”) y una verborrea sorprendente para seducir a millones de desesperados, protagonizando un fenómeno sectario o de abducción colectiva digno de estudio.

A esta hora, 46 millones de argentinos espantados por lo que les reserva el futuro empiezan a asumir que vienen tiempos difíciles y que van a tener que hacer frente a una etapa de austeridad nunca antes vista. Esto sí que es un cambiazo pelotudo y no lo del corralito financiero, cuando las pasaron canutas viendo cómo la banca se quedaba con sus pesos y ahorros. Milei les ha prometido menos impuestos, pero lo que se atisba en el horizonte es un ajuste fiscal de padre y señor mío y días de escasez a la soviética, ese régimen que tanto dicen odiar. Lógicamente, esta nueva crisis no la pagarán los ricos ni los bancos –que han llevado en volandas al clown hasta la Casa Rosada–, sino los de caerse muertos.

Pero la farsa continúa y los tertulianos palmeros del loco Milei blanquean al trumpista en prime time, preparando el terreno de lo que está por venir. Eduardo Serenellini, presentador de La Nación, una televisión progubernamental (y ya mileiurista), justificó ayer que, como vienen días de ajustarse el cinturón, el argentino medio tendrá que hacer sacrificios como quitarse de Netflix, dejarse el coche en casa o incluso comer una vez al día, todo ello en función del “nivel” adquisitivo de cada cual. Y no es broma, es tal cual como lo oyen. Casi al mismo tiempo, otra presentadora pija de las de “te lo juro por Snoopy, o sea”, explicaba que si ella era capaz de despedir a la criada y de cambiar a sus hijos a un colegio más modesto (eso sí, siempre privado), cualquier patriota puede soportar irse a la cama sin cenar. Ni en las distopías literarias más disparatadas.

No había que ser muy listo para entender que un tipo armado con una sierra mecánica, en plan killer salido de la matanza de Texas, no podía traer nada bueno a los argentinos. Algunos economistas de prestigio, ya en campaña electoral, advirtieron de lo que podría pasar de ganar este hombre las elecciones. Detrás de la fiesta, el confeti y el rock and roll que Milei ofrecía en sus mítines había un siniestro programa oculto que no haría sino aumentar la inflación, acabar con los ingresos estatales, frenar la producción, disparar el empleo y aumentar la pobreza. La fiebre de odio contra el marxismo silenció, por comunistas, a quienes osaban levantar la voz. Ahora, cuando ya es demasiado tarde, los sindicatos anuncian huelga general, una protesta a la desesperada que el megalómano Milei piensa reprimir quitándole el jornal de ese día a todo el que ose secundar la movilización. Después de las falsas promesas del fascismo siempre llega un guardia con una porra.

De momento, las cosas por aquellas latitudes solo le van bien a Karina Milei, la hermanísima del autócrata elevada a los altares del poder como jefa en la sombra del nuevo de Gobierno. El nepotismo, un clásico en todo régimen autoritario. No llores por mí Argentina. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy

ELON MUSK

(Publicado en Dairio16 el 18 de diciembre de 2023)

A finales del siglo XIX, Taylor impuso la “organización científica del trabajo”, un magnífico eufemismo con el que explotar al obrero condenándolo a la alienación, a los bajos salarios y a los abusos del patrono, que se llenaba el bolsillo con las plusvalías. Más tarde, ya en el XX, Henry Ford inventó la siniestra cadena de montaje o producción en serie para reducir costes de fabricación, convirtiendo al trabajador en un autómata sometido a jornadas de labores rutinarias, repetitivas, obsesivas hasta la locura (Chaplin inmortalizó el fenómeno en Tiempos modernos, una gran alegoría de las miserias del capitalismo que está más de actualidad que nunca). Hoy, superado el taylorismo y el fordismo, el totalitarismo económico y financiero adopta nuevas formas, como el tecnofascismo, cuyo máximo exponente es Elon Musk, que este fin de semana ha participado como invitado de honor en la gran convención ultraderechista de Atreju en Roma. Odio y dinero, un cóctel como para echarse a temblar.

El congreso anual organizado por el partido de Giorgia Meloni, Fratelli d’Italia, se ha convertido en la gran cita ineludible de la extrema derecha globalizante. Hasta allá se ha ido toda la troupe del circo fascista internacional, entre ellos Santiago Abascal, que ha protagonizado una bajada de pantalones de dimensiones planetarias al asegurar que no desea que cuelguen a nadie por los pies, “por muy corrupto y traidor que sea”. Esa ha sido su manera de recular después de haber señalado a Pedro Sánchez como candidato a colgar de una soga, tal como hicieron los partisanos con Mussolini al final de la Segunda Guerra Mundial. Patética la forma de envainársela del dirigente voxista.

A fuerza de retorcer la historia para adaptarla a su rancia ideología, Abascal ha quedado atrapado en su propia tela de araña. Y no se aclara. Como unas veces va de nuevo caudillo franquista y otras de defensor de la libertad, eso le lleva a incurrir en extrañas contradicciones o marcianadas. Cuando está en Madrid, el líder de Vox se viene arriba y se comporta como un libertador dispuesto a librar a España del yugo del dictador sanchista. Pero cuando se planta en Italia, delante de los escuadristas camisas negras, cae en la cuenta de que Mussolini, el auténtico sátrapa, sigue siendo venerado en aquellas tierras y se ve obligado a recoger cable para que no le tiren huevos y tomates a la cara. No se puede ir a Roma diciendo que quieres colgar a alguien por los pies, tal como hicieron en su día con el Duce, porque entonces te echas a media Italia encima, convirtiendo a Sánchez, por identificación, en el mártir. O sea, un porro.

Esas cosas cómicas, sin pies ni cabeza, son las que le ocurren al ágrafo histórico Abascal, un dirigente que hace política a salto de mata, improvisando sobre la marcha, como pollo sin cabeza, nunca mejor dicho. En España tiene muy engañado al personal embriagado con los libros revisionistas de los Moa y puede decir cualquier barbaridad, que se la comprarán sin problema. Así, puede acudir a un mitin en Colón proclamando aquello de viva el rey, viva la monarquía constitucional, y al minuto siguiente estar, codo con codo, con los falangistas que asaltan Ferraz al grito de “borbones a los tiburones” y la “Constitución destruye la nación”. Sin embargo, cuando sale por ahí fuera, a foguearse por la Europa nazi de verdad, tropieza constantemente con la historia que no conoce y se ve en la necesidad de situarse, de definirse, de ponerle algo de coherencia a su discurso del todo vale. O mussoliniano clásico o trumpista posmoderno. O supremacista de toda la vida o defensor de la libertad frente a la tiranía sanchista. Pero ambas cosas a la vez no porque luego tienes que pasar por Italia, terminan viéndote como un peligroso aliadófilo, partisano o bolchevique enemigo del arquitecto del fascismo italiano y corres el riesgo de ser tú al que cuelguen por los pies.

Con todo, no fue el jefe del esotérico partido ultra español el gran protagonista de la convención de Atreju. La gran estrella fue, sin duda, el susodicho Elon Musk, otro que ha leído poco o nada más allá de los aburridos manuales de instrucciones del sistema operativo Windows. El aprendiz de astronauta que anda por el espacio con sus locos cacharros Tesla, como un kamikaze de la M30, fue recibido en olor de multitudes. A Musk ya se le considera el gran dios del ultraliberalismo económico, que a fin de cuentas es de lo que va esta inmensa estafa del nuevo fascismo internacional. El ejecutivo de la red social X, antes Twitter, odia todo lo que huela a público (el Estado nos roba, dice) y sueña con privatizarlo todo. Hasta Milei, el tronado argentino de la motosierra que parece que ha inventado la rueda, le copia sin pudor el modelo económico anarcoliberal.

Musk es un señor feudal de la globalización que está por encima del bien y del mal. Tiene más poder que cualquier Estado democrático, más pasta que cualquier ejército empeñado en ganar una guerra, más fondos que la NASA para impulsar su propia carrera espacial. Es el paradigma de magnate que, a través de su corporación multinacional, mueve los hilos del mundo. Nadie debería fiarse de un señor que va al trabajo con su propio lavabo a cuestas. Pero lo peor de Musk no es que esté logrando imponer un nuevo modelo económico basado en el trabajo esclavo donde el Estado ha sido liquidado y se impone su moral reaccionaria. La gran amenaza para el mundo está en que ha sabido camuflar el fascismo detrás de un mundo de fantasía, de marcianitos verdes, de estúpidos emojis, hadas y unicornios rosa.

Este fin de semana, durante la convención facha de Roma, Míster X ha invitado a los europeos a “tener hijos” para mantener la civilización occidental y a defender un ecologismo que no reste “esperanzas en el futuro”. O sea, xenofobia y negacionismo del cambio climático todo en uno. Un tío de esta guisa propagando su nauseabunda ideología ultra, en forma de bulos, a través de su red social convertida en el nuevo Gran Hermano, puede terminar organizando un Armagedón que ni el meteorito ese que acabó con los dinosaurios. Musk, el maquiavélico flautista de Hamelín que anestesia a millones de incautos con sus tuits infantiles y sus mundos distópicos y futuristas, es más peligroso que cien Mussolinis. Por cierto, Atreju viene de Atreyu, uno de los protagonistas del relato fantástico La historia interminable, de Michael Ende. Por algo será.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

KAMIKAZE SÁNCHEZ

(Publicado en Dairio16 el 15 de diciembre de 2023)

El acuerdo entre el Partido Socialista de Navarra y EH Bildu para desbancar del Ayuntamiento de Pamplona a UPN estaba recogido, sin duda, en el pacto de investidura de Pedro Sánchez. Hay que ser muy ingenuo, o muy sanchista, o ambas cosas a la vez, para no querer reconocerlo. Mediante esta alianza, que hasta el día de ayer se ha llevado con el máximo secreto, el PSOE daba la alcaldía a los abertzales y a cambio estos le prestaban los apoyos necesarios para mantener la Moncloa. Una jugada perfecta. Y, tal como era de prever, las derechas han montado otro pollo.

Tras conocerse el terremoto pamplonica, los conservadores de UPN y del PP han sufrido las primeras convulsiones histéricas y están diciendo cosas de lo más gruesas. Feijóo cree que nos encontramos ante la primera consecuencia de un “pacto encapuchado” (aludiendo a los etarras), Esparza habla de “escoria” socialista/indepe y en toda Navarra se convocan manifestaciones por tierra, mar y aire como las que monta la derecha madrileña cada domingo. “Este es el pacto más miserable de todos los que ha suscrito el señor Sánchez en su carrera política”, remata Feijóo.

Bien mirado, el acuerdo estaba más que cantado. El presidente no podía revalidar el cargo sin los avales de Junts y de Esquerra, como tampoco podía serlo sin el partido independentista vasco. La siguiente estación parece más que clara. Si Bildu necesita los escaños del Partido Socialista de Euskadi para gobernar el País Vasco, los tendrá. Eso sí, habrá que ver cómo se toma el PNV esta componenda y si sufre un ataque de cuernos. No parece que a Aitor Esteban y los suyos les haga mucha gracia esta historia, y seguramente apuntarán la afrenta en la lista negra del Euzkadi Buru Batzar para vengarse cuando a PP y Vox les salgan las cuentas a la hora de presentar una moción de censura contra Sánchez. Porque, no lo olvidemos, los populares se rasgan las vestiduras cuando es el PSOE quien pacta con los nacionalistas (tachándolo de “traidor a España”), pero asume la maniobra como parte del legítimo juego democrático cuando son ellos los que firman con los indepes. Ya se demostró cuando lo del Pacto del Majestic, una alianza firmada tras las elecciones generales de 1996 entre el PP y Convergència i Unió (hoy Junts), según la cual el partido de Jordi Pujol prestaba sus apoyos a la investidura de José María Aznar a cambio de que el amigo de Bush transfiriera más competencias a Cataluña. Eran los tiempos en que, mientras los cayetanos gritaban frente al balcón de Génova aquello de “Pujol enano habla castellano”, Aznar se expresaba en catalán en la intimidad. También los años en que la Guardia Civil de Tráfico salía de aquella comunidad autónoma levantisca por la puerta de atrás y sin hacer ruido. Pero esa es otra historia.

En los últimos días, Sánchez está tomando decisiones más que arriesgadas, casi suicidas podría decirse. Una de ellas ha sido dar la orden de pactar lo que haya que pactar con los de Otegi. Lo que le faltaba al premier socialista. Primero separatista catalán, luego terrorista de Hamás y ahora batasuno de los de txapela y Nueve Parabellum. Menudo mes nos está dando este hombre. Todo ello mientras Óscar Puente se esfuerza por blanquear a un partido como Bildu que, si bien es verdad hoy trata de homologarse como una fuerza democrática más, rompiendo con su pasado, no hace tanto era el brazo político de la banda que asesinó a casi un millar de personas. “Yo digo sin complejos que no tengo ningún problema en que un partido progresista democrático se haga con una alcaldía en España. Ninguno”, asegura el ministro de Transportes. Al bueno de Puente solo le ha faltado pedir el Nobel de la Paz para Otegi. No se entregue tanto, hombre, que no es necesario. Deje pasar algo más de tiempo hasta ver si esta gente ha superado su adicción al Titadine.

Sánchez está completando su mes más loco desde que llegó a la Moncloa hace ya cinco años. Si lo que hizo César fue atravesar el Rubicón, lo que está haciendo el jefe del Ejecutivo español es saltar un océano tan gigantesco como el Atlántico. El premier ha debido decirle a Santos Cerdán aquello de “para cuatro días que nos quedan en el convento” y se ha liado la manta a la cabeza. El problema es que quizá no sean cuatro días, sino dos telediarios los que le quedan en la residencia monclovita. Tiene a todos los poderes fácticos encabronados, a la gresca y permanentemente movilizados. Los jueces, las fuerzas de seguridad, la patronal, el gran capital financiero, la Iglesia y ahora el Ejército. Ha sido escuchar lo del pacto en Navarra y los generales en la reserva se han puesto a escribir, como locos, panfletos golpistas para revistas fachas. Nadie puede mantenerse en el poder con tantos enemigos, ni siquiera Sánchez.

Es cierto que, en los últimos tiempos, Bildu ha mejorado en sus test de homologación democrática. Pero a los de Otegi les falta todavía un largo camino por recorrer en la condena de los crímenes etarras y en su relación con las víctimas. Nadie sabe si están rehabilitados de lo suyo. A día de hoy, se siguen celebrando los polémicos ongi etorri cada vez que un preso sale de la cárcel y es recibido en su pueblo como un héroe. Este tipo de cosas hacen que Sánchez se mueva en arenas movedizas en su desquiciante relación de conveniencia con la izquierda abertzale. Trata con ellos, pero no se deja retratar junto a ellos, algo parecido a lo que pasó esta semana en el Parlamento Europeo, donde le hizo la cobra a Puigdemont para no contaminarse demasiado dándole la mano al apestado prófugo de la Justicia.

Las fintas, quiebros y amagos del presidente no van a servirle para quitarse de encima la etiqueta de bilduetarra separatista que le colgaron hace tiempo, así que él se lo toma con filosofía y retranca: “Yo veo mi agenda y lo que tengo es una reunión con Aragonès”, dijo ante los periodistas negando su próxima entrevista con Puigdemont. Solo el tiempo dirá si sus contactos con el mundo indepe ayudan a construir una España más plurinacional, más federal, como dice él, o solo nos traerán nuevos focos de conflicto y convulsión social. Confiemos, una vez más, en su famosa flor. Por el bien de todos.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LOS INDEPES DEL PP

(Publicado en Diario16 el 14 de diciembre de 2023)

Baja la inflación, suben las pensiones, crece la economía y sin embargo da la sensación de que España puede reventar en cualquier momento. Las derechas, con su política distópica solo apta para mentes conspiranoicas, están consiguiendo instaurar la ficción de que este país es una dictadura bolivariana controlada por un dictador peligroso y psicópata. El último episodio de esa realidad alternativa ultrarreaccionaria fue el ridículo monumental que populares y voxistas hicieron ayer en el Parlamento Europeo, un foro que Feijóo y Abascal tratan de convertir en otro Senado español para debatir asuntos nacionales que a la mayoría de los europeos les interesan poco o nada. Cualquier día llevan a la Eurocámara una moción para organizar corridas de toros en Estrasburgo y se quedan tan anchos.

España, capital Bruselas. Esa consigna, la internacionalización del conflicto catalán y la amnistía, es la que se impone estos días en Génova 13. Ni en sus sueños más húmedos hubiese pensado Carles Puigdemont que lo que no pudo conseguir él –que la UE le hiciera caso para que se hablara de su proyecto de republiqueta–, lo está logrando la derechona ibérica de toda la vida. Lo mejor que le podría ocurrir a este país sería superar por fin el cansino y tedioso procés, llegar a acuerdos con el mundo indepe para reconducir la cuestión hacia la vía política/pacífica y pasar página de una vez por todas. Sin embargo, PP y Vox se han empeñado en que sigamos anclados en 2017 y le están haciendo una propaganda en el extranjero a los soberanistas que ni cien procesos unilaterales de independencia.

El eje central del procés puesto en marcha por Artur Mas, Torra y Puigdemont consistía en sacar el conflicto de España, internacionalizarlo, colocarlo en las instituciones europeas con la esperanza de convencer a los jerarcas de Bruselas de que España es un país opresor que trata a los catalanes peor que Israel a los gazatíes. El objetivo último era lograr el reconocimiento de Cataluña como Estado soberano independiente, pero aquella estrategia devino en un rotundo fracaso y salvo Abjasia, Osetia del Sur y el iluminado de Nicolás Maduro ninguna nación apoyó la creación de la República de Cataluña (un dislate que duró solo 8 segundos, el tiempo justo que tardó Puigdemont en proclamarla, suspenderla y largarse a Waterloo en el maletero de un coche).

Hoy la situación en aquellas tierras levantiscas está bastante más apaciguada que en tiempos de Mariano Rajoy (los indultos, los recientes acuerdos PSOE/Esquerra/Junts y la previsible amnistía a los encausados por los disturbios y tumultos han contribuido en buena medida a desinflamar el tumor), pero ahora es el Partido Popular, en un alarde de loca y ciega irresponsabilidad, el que ha tomado el relevo de la famosa “internacionalización del conflicto” para que el asunto siga vivo. Los populares saben que el problema catalán no le dará votos en Barcelona, pero en Madrid la polémica es un filón. Y en esas anda metido el principal partido de la oposición, en mantener crepitante la llama de la discordia (jugando con el fuego) hasta las próximas elecciones generales, si es preciso.

Lo de ayer en Estrasburgo fue un esperpento de difícil digestión. Ver a Dolors Montserrat, la rapsoda oficial del partido, recitando odas, romances y soflamas nacionalistas sobre la gloriosa patria española, al más puro estilo de la superada poesía romántica y decimonónica de Espronceda (con algunos toques de Pemán), resultó algo patético. Solo le faltó decir que Sánchez es un pirata y que los patriotas españoles van a dar hasta la última gota de su sangre para hacerle frente con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela y un velero bergantín genovés… Por cursilería que no quede, le cedemos la idea a la poetisa Dolors, por si quiere utilizarla para su próximo sainetillo en la Eurocámara. Y sin cobrarle derechos, para que vea que somos generosos.

Probablemente, la exministra de Sanidad y sus compañeros de grupo parlamentario están convencidos de que con esta performance bien dramatizada convencerán hasta al último europeo del más recóndito rincón del viejo continente de que España es lo más grande, que está en peligro y que es preciso defenderla en una nueva cruzada nacional. El problema es que, aunque para ellos esto de la amnistía es el apocalipsis y el final de los tiempos, a un checo, a un polaco, a un estonio o a un letón le importa un bledo lo que pase de Pirineos para abajo, tal como se vio en la sesión de ayer. Muchos diputados se quejaron amargamente a la Presidencia de la mesa de que ya está bien de zarzuelas españolas en la Eurocámara, que allí se va a hablar de las cosas importantes, de la inflación, de la crisis energética, del cambio climático, de las matanzas de Putin y Netanyahu. Sin embargo, PP y Vox siguen erre que erre con la matraca de la amnistía, pese a que hasta el comisario Didier Reynders les ha dicho que es “un problema interno de España” y que lo dejen estar. Ya han desvirtuado las instituciones españolas hasta el punto de ensuciar con su trumpismo faltón el significado auténtico de la democracia, que ni les gusta ni la entienden, y van camino de cargarse también la UE con su euroescepticismo de nuevo cuño. Son como una plaga.

De la bochornosa sesión de ayer –en la que se evidenció el retorno del triste complejo del español cateto y tercermundista que parecía felizmente superado, aquel Vente a Alemania, Pepe del landismo de boina de pana y gallina (en este caso en su versión Vente para Bélgica, Alberto)– quedan varias cosas. Queda una imagen terrible para la marca España (que dejó saciado y henchido de placer a Puigdemont); queda una señora cursi gritando “España no se rinde” entre gestos y aspavientos de diva desafinada de opereta mala; y queda un Pedro Sánchez que supo estar a la altura poniendo el toque del buen demócrata y del estadista de altura al dirigirse a Manfred Weber, portavoz de los populares europeos, para decirle: “¿Devolverían ustedes las calles dedicadas al Tercer Reich como hace Vox con los franquistas?” Touché.  

Viñeta: Iñaki y Frenchy

NEURONA

(Publicado en Diario16 el 14 de diciembre de 2023)

¿Se acuerda el fiel lector de esta columna del caso Neurona? Sí hombre, aquella denuncia que acusaba a Podemos de valerse de una tapadera en forma de consultora mexicana para desviar fondos electorales al partido. Pues bien, se ha archivado. Tres años después, el juez Escalonilla da carpetazo al asunto y libera de cualquier responsabilidad penal a los dirigentes morados, entre ellos Juan Carlos Monedero, que sale absuelto. Ni apropiación indebida, ni financiación ilegal, ni facturas, ni caja B, ni nada de nada. ¿Y qué cara se nos queda ahora?

Más allá de la responsabilidad de los dirigentes políticos en el descalabro del proyecto que nació al albur del movimiento 15M y de las movilizaciones de los indignados, ya solo cabe decir una cosa: a Podemos se lo ha cargado el establishment, el bipartidismo, el sistema. Para que luego digan que no hay lawfare o guerra sucia judicial en este bendito país. Años después, cuando el daño ya está hecho y la reputación de los procesados destruida, veremos cómo todos aquellos líderes de la derechona que en su día hicieron de este montaje el escándalo del siglo callan como frutas, por utilizar el lenguaje ayusista. Y también podremos comprobar cómo algunos medios de comunicación que se subieron alegremente a la caza y linchamiento del rojo piden disculpas ahora por no haber cumplido con la debida diligencia profesional en el tratamiento de la noticia. Poco importa ya. El montaje consiguió lo que se proponía: desplegar una cortina de humo sobre los múltiples casos de corrupción que asolaban al PP (caja B del tesorero Bárcenas incluida), arruinar unas cuantas carreras de prometedores jóvenes de izquierdas que llegaban con ganas de cambiar las cosas y frenar el auge imparable de Podemos.

Hoy el partido fundado por Pablo Iglesias no es más que chatarra inservible, un juguete roto (o eficazmente dinamitado), un proyecto fracasado por la maldad de unos (los enemigos externos de siempre) y la incompetencia de otros (los internos que han dirigido los destinos del partido con escasa pericia y visión teniendo en cuenta que esa fuerza política ha pasado de 71 diputados a solo 5 en apenas una legislatura). No verán ustedes estos días ni grandes titulares sobre el archivo de la causa, ni extensos análisis sobre el asunto, ni encendidos editoriales pidiendo cabezas y un treinta y seis para frenar el comunismo bolivariano. Algunos, allá por el año 2020, ya advertimos de que todo esto del caso Neurona despedía un fuerte hedor a complot, a cloaca judicial o lawfare (entonces pocos sabían lo que significaba ese palabro que en la actualidad anda en boca de todos) y así lo denunciamos en Diario16. Entonces nos llamaron podemitas, vendidos a Maduro, amigos de corruptos, panfletarios, abducidos por la secta y no se sabe cuántas cosas más. En realidad, no hacía falta ser Bob Woodward ni ningún aguerrido reportero de investigación del Washington Post para sospechar que aquel Watergate de poca monta, en medio del vendaval de mugre que se cernía sobre Génova por sus múltiples casos de corrupción, era un bluf y al final quedaría en nada. Así ha sido.

En nuestra serie de informaciones sobre Neurona nos bastó con atar unos cuantos cabos para concluir que blanco y en botella leche. Cualquier periodista que ha husmeado alguna vez en los informes anuales del Tribunal Cuentas sabe perfectamente que el cúmulo de defectos, irregularidades, chapuzas y basura que nuestros partidos políticos han ido acumulando con el paso del tiempo da un material suficiente como para abrir cien causas judiciales. Facturas que no encajan, donaciones de particulares y empresas que no se justifican, libros de contabilidad que no cuadran y dinero que sobra o que falta, han estado presentes, a la orden del día, desde prácticamente los albores de la democracia. Esto fue así durante décadas y si la Justicia se hubiese puesto manos a la obra y seria con la financiación hoy estarían, desde el primero hasta el último, todos los partidos clausurados.

Sorprendentemente, nadie en el peculiar mundo de la Justicia española se olió la tostada de la trama Gürtel (un gigantesco caso de corrupción a nivel estatal con cientos de millones en comisiones y mordidas por el que el PP fue finalmente condenado), pero supo detectar el rastro de unos contratillos con unas migajas poco claras en la casa del pobre, o sea en Podemos. Hicieron la vista gorda a la hora de ver la viga del grande, pero pusieron la lupa de máximo aumento en la paja del pequeño. No era necesario ser un lince para entender que aquello apestaba a operación orquestada para desacreditar a una fuerza emergente ante la que la derecha y la mayoría judicial conservadora sentían auténtico pánico porque venía a regenerar la política, a meter a unos cuantos de la casta entre rejas y de paso a repartir un poco mejor la riqueza del país. Para las élites reaccionarias, Pablo Iglesias era el gran Lucifer de la izquierda española, el personaje a destrozar como fuese y a toda costa. Podemos molestaba porque venía a terminar con el Régimen del 78, con el libre mercado, con la propiedad privada, con los privilegios de los ricos y con unas cuantas cosas más. Fue simplemente eso. Y luego nos tenemos que tragar que Sánchez quiebra el Estado de derecho. Demasiadas neuronas trabajando para el mal. Ese es el gran cáncer de nuestra maltrecha democracia.
 
Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA TUMBA CATALANA DE SÁNCHEZ

(Publicado en Diario16 el 13 de diciembre de 2023)

Lejos de amedrentarse ante el matonismo retórico de Abascal, Sánchez aprieta el acelerador. En las últimas horas, mientras la ley de amnistía se tramitaba en el Congreso de los Diputados, el presidente del Gobierno daba la orden a los socialistas navarros de pactar con Bildu para arrebatarle la alcaldía de Pamplona a UPN, socio preferente del PP. De inmediato, Feijóo calificaba el acuerdo de “pacto encapuchado”, volviendo a colgarle el cartel de bilduetarra al jefe del Ejecutivo. “Además de que nos han vuelto a mentir, es indignante que el PSOE entregue la alcaldía de Pamplona a un partido que lleva a asesinos en sus listas electorales. Este bochorno no se lo merece nadie”, arremetía el jefe de la oposición a su llegada al Parlamento. De modo que ya tenemos otro jaleo a la vista.

Esto es lo que nos espera a lo largo de la legislatura. Un presidente desatado que se defiende a dentelladas del zarpazo ultraderechista y un Partido Popular constantemente movilizado y sin conceder ni un solo momento de respiro al Gobierno de coalición. Crispación, ambiente de guerracivilismo permanente, el pollo y la trifulca como pan nuestro de cada día. ¿Cuánto tiempo más podrá resistir un país envuelto en llamas sin que ocurra algo de lo que tengamos que arrepentirnos? Y lo peor de todo es que no parece que ninguno de los actores en liza esté dispuesto a ceder, al menos en el corto plazo.

Sánchez, como ese animal acorralado, ha decidido morir matando, y en las próximas semanas vamos a ver su lado más duro y radical. Un presidente bunkerizado entre los más leales y con Óscar Puente marcando el territorio en plan dóberman de Moncloa. Un presidente intratable, huraño, torvo. Podemizado en las formas, que no en el fondo, ya que sigue siendo un socialdemócrata comedido y sin pasarse.

Feijóo, por su parte, continúa enfrascado en su competición con Vox para ver quién es más patriota y quién suelta la burrada más grande. En ese juego, el gallego tiene todas las de perder. Nunca podrá decir barbaridades como que los españoles terminarán “colgando por los pies” a Sánchez, tal como hicieron los partisanos con Mussolini, así que por ahí tiene perdido su mano a mano con Abascal. Lo lógico sería que el PP rompiera de una vez con la extrema derecha y virara hacia posiciones más moderadas, diferenciando su producto y su marca, pero nada cabe esperar de un hombre que ha colocado a los más pendencieros y ultras en la primera línea de combate, véase los Tellado, Cayetana, Rafa Hernando y otros. Con semejante alineación de leñadores seducidos por la motosierra de Milei la distensión se antoja poco menos que una utopía.

La cosa está cada vez más caliente. Los jueces han roto todo tipo de relaciones con el Gobierno y Carles Puigdemont amenaza con levantarse de la mesa de negociación de Ginebra para echarse otra vez el monte de la DUI. No le ha gustado nada al exhonorable que se haya dado marcha atrás a la hora de incluir el catalán como lengua oficial de la Unión Europea, así que las conversaciones PSOE/Junts pueden saltar por los aires en cualquier momento. En el partido soberanista empiezan a sospechar que un trilero muy habilidoso les prometió el oro y el moro y ahora si te he visto no me acuerdo. Sánchez se ha revelado como un buen jugador de mus ayudado de una pareja también ducha como Santos Cerdán. Ese enfado indepe explica en buena medida que ayer, en el Congreso, la portavoz de Junts, Miriam Nogueras, amenazara con llevar a comisiones de investigación, e incluso a los tribunales, a las llamadas “bestias negras” del independentismo catalán. En esa lista negra de los que supuestamente habrían practicado el lawfare judicial contra el mundo separatista estarían los jueces Manuel Marchena, Pablo Llarena, Carlos Lesmes o Concepción Espejel, a los que Junts califica como ”togados franquistas”; políticos y cargos policiales como el exministro Jorge Fernández Díaz, el exdirector del CNP Ignacio Cosidó o el coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos, responsables del operativo contra el referéndum de autodeterminación en Cataluña; y un ramillete de periodistas entre los que se encuentran Ana Rosa Quintana, Mauricio Casals y Antonio Ferreras. Nogueras los considera a todos ellos colaboracionistas del Estado español en un plan para acabar con Cataluña, de modo que exige purgas y caza de brujas.  

Es evidente que Puigdemont está empeorando de lo suyo. Muy loco tendría que estar Sánchez para darle al expresident lo que pide. Sentar en el banquillo a los poderes fácticos de este país sería tanto como firmar su propia sentencia condenatoria. Hoy mismo, los jueces conservadores ya le han enviado una carta más que amenazante. “Nos quieren poner el brazalete con las estrellas”, se quejan los magistrados más duros comparándose con los judíos víctimas del holocausto nazi. Últimamente a la derecha política y judicial de este país se le está yendo la mano con las metáforas. Todo vale en el burdo intento de retratar a Sánchez como el nuevo Hitler de nuestro tiempo. El histrionismo de la cúpula judicial no se sostiene, pero mal haría el presidente del Gobierno en hacer oídos sordos al ruido de sables en los juzgados y tribunales. Una gran conspiración se cierne sobre las espaldas del inquilino monclovita, que empieza a entender que no se puede gobernar con todo el clan del mazo y la campanilla haciéndole la puñeta. Quizá por eso está empezando a recoger cable en sus negociaciones con Junts. Sánchez sospecha que quizá haya ido demasiado lejos al concedérselo todo a Puigdemont, la amnistía, el lawfare, los 15.000 millones condonados, las comisiones de investigación sobre la Operación Cataluña, sobre la gestión del CNI en los atentados de Barcelona, sobre el espionaje Pegasus y dos huevos duros. Puede que Puigdemont sea un cadáver político, pero él no está dispuesto a terminar fiambre.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA BURBUJA DE LA AMNISTÍA

(Publicado en Diario16 el 12 de diciembre de 2023)

Patxi López ha defendido la amnistía en el Congreso de los Diputados como mejor ha podido, tirando de vergüenza torera y poniéndole un entusiasmo que por momentos sonó algo sobreactuado. A estas alturas de la película a nadie se le escapa que el perdón general a los cientos de encausados por las algaradas callejeras del procés ha causado un profundo desgarro en el PSOE y lo mejor que podía ocurrir era que el trance pasara para ir olvidándolo cuanto antes.

Esta vez Pedro Sánchez no estaba en su escaño. De manera que el honrado alegato del portavoz socialista perdió algo de fuerza. ¿Cómo defender que la amnistía es buena para el país si el presidente del Gobierno de España ni siquiera está presente en la toma en consideración de la ley? Un marrón más para Patxi.

López recurrió a lo que pudo para defender el texto legal más polémico desde la transición a la democracia. El portavoz vasco sabía que tan lícitos son los argumentos jurídicos a favor como en contra de la norma, así que tuvo que hacer filigranas retóricas y recurrir a la poética para tratar de quedar bien con los suyos (algo difícil si tenemos en cuenta que casi dos millones de votantes del PSOE están muy cabreados con la medida de gracia). En esa línea se entiende que el bueno de López haya tenido que recurrir a ideas manidas, como que la derecha juega a “meter miedo” al pueblo mientras que los socialistas buscan “integrar, comprender y sumar” para dar “esperanza” a la ciudadanía. Puro lirismo. Más allá de eso, su discurso fue un poco lo de siempre: la hipocresía, la mala educación, los tics antidemocráticos, la ley del embudo de la derechona… Cosas que se pueden decir en un debate sobre la amnistía o sobre la aprobación del subsidio agrario.

Feijóo, por su parte, fue a lo fácil. Al patadón y tentetieso. Lleva semanas instalado en el patrioterismo hooligan, así que no era el momento ahora de salirse del guion. Ha comprado el discurso ultra de pe a pa y ni siquiera ha tenido arrestos ni coraje suficiente para repudiar sin ambages los gritos y actos vandálicos de los grupos neonazis ante la sede de Ferraz. Así que el líder del PP subió a la tribuna de oradores a vender su libro, abriendo su intervención con una frase lapidaria: “La amnistía es una vergüenza nacional y un bochorno internacional […] Corrupción política” (y eso lo dice el líder del partido condenado por infinitas trapacerías y corruptelas). Superado el ruidoso trallazo del inicio, ni un solo argumento jurídico, ni un solo análisis de alguien que se supone va para estadista de talla. Sí, es cierto que habló de ruptura de la separación de poderes, de atentado al principio de igualdad, de quiebra del Estado de derecho. Todos esos titulares que valdrán para abrir la portada de OK Diario, pero que sonaron tan vacíos como abstractos, ya que en ningún momento entró a detallar cómo va a producirse todo ese apocalipsis o hundimiento del ordenamiento jurídico vigente. Hasta donde sabemos, la amnistía está a punto de aprobarse y la maquinaria de nuestra democracia sigue funcionando intacta y tal como siempre. Los jueces juzgan y hacen ejecutar lo juzgado, los fiscales acusan, los abogados defienden a sus clientes, el Tribunal Supremo conoce de los recursos que le van llegando y el Constitucional interpreta nuestra Carta Magna.

Nada ha cambiado ni va a cambiar tras la entrada en vigor de la polémica ley. Eso sí, a falta de argumentos jurídicos (que Feijóo no los tiene porque, para qué vamos a engañarnos, el líder popular tampoco es que sea un brillante experto en Derecho), aprovechó la sesión –envuelta en una atmósfera de modorra de sobremesa y de cierto desinterés porque el tema que ha incendiado España en las últimas semanas empieza a perder fuelle–, para soltar unos cuantos chascarrillos más o menos ingeniosos (efectivo ese momento en que le recordó a López, con mala baba, cuando en plenas primarias del PSOE humilló a quien hoy es su jefe con aquella famosa boutade: “Vamos a ver Pedro, ¿sabes lo que es una nación? ¿Sí? ¿Qué es?”). De cualquier forma, en ningún momento respondió a la pregunta del millón de por qué la amnistía rompe España. Y no lo explicará por dos motivos: porque repite la idea como un papagayo neofranquista, sin pararse a reflexionar lo que está diciendo, y porque cree que no sumarse alegremente a esa cantinela supone perder terreno respecto a Vox.

En todo momento se echó de menos un debate parlamentario de más alto calado, un intercambio de juicios jurídicos con aportación de legislación, doctrina, jurisprudencia y derecho comparado sobre el tema del que trataba la sesión. Hubiese sido interesante saber qué opina tal o cual constitucionalista, qué dicen los convenios internacionales al respecto, qué escribió ese experto jurista en aquel libro célebre. A fin de cuentas, para eso está el Parlamento, para aportar toda la información que reclama el ciudadano lego en la materia. Lamentablemente, ni a López, ni por supuesto a Feijóo, les interesaba entrar a profundizar en el fondo del asunto y, una vez más, al españolito de a pie se le hurtó el legítimo derecho a un debate serio, riguroso y sosegado lejos del ruido y la furia.

En resumen, la toma en consideración de la ley de amnistía no pasará a la historia como la “sesión más triste y decadente desde el 23F”, tal como la ha definido Feijóo. En todo caso como una de las más decepcionantes, tediosas y rutinarias que se recuerdan pese a que, paradójicamente, el asunto que se debatía había generado ríos de tinta, multitudinarias manifestaciones patrioteras y hasta asaltos a las casas del pueblo. Al final, el que iba a ser el gran tema llamado a derrocar el sanchismo se ha despachado con más pena que gloria. A Abascal le ha dado para cuatro minutos de odio y pare usted de contar (ya ni Feijóo le hace caso en el hemiciclo). Seguramente, y por falta de gancho, el debate no lo habrán visto ni el Capitán América falangista ni el soldado de los Tercios de Flandes, dos habituales de los aquelarres fachas de estos días. Cuando el Parlamento sustituye a la calle se impone la razón y el orden se restituye. Queda claro que la burbuja bien hinchada por las derechas empieza a desinflarse. Ya están buscando otro montaje en vista de que este no da para más.  

Viñeta: Iñaki y Frenchy