El programa Sálvame está aireando ya, sin pudor y en prime time infantil, los supuestos correos calientes que Iñaki Urdangarín enviaba a sus enamoradas, queridas o mancebas (aún no sabemos qué título otorgarle a ellas, depende de si había derecho de pernada o no). Hete aquí algunos reveladores ejemplos de esos mensajes hot: "Jugamos al escondite, y si te pillo, te frunjo"; o bien: "Dime cómo estás el viernes por la tarde para comer o cenar y para luego frungir. Porque de frungir no te libra nadie". Los directores de este erróneo programa de televisión que nadie ve pero que rompe las audiencias cada tarde, han estado acertados esta vez al sustituir la palabra fuerte y gruesa que todos tenemos en mente por la de frungir, mucho más simpática, suave y amable pero de similar carga sucia. Van aprendiendo las Karmele y los Matamoros. De modo que, por lo que vamos viendo, en la realeza española de lo que se trataba era de tenerlo todo arreglado el fin de semana, de dejar los papeles del pelotazo atados y bien atados, para irse cuanto antes a frungir. Frungir y cifrar, cifrar y frungir, era toda una misma empresa, dos caras de una misma moneda, una monea que por un lado mostraba la efigie de Juan Carlos, de perfil, y por otra a Iñaki frungiendo en escorzo cual cosaco fuera de sí. Frungir era una acción consustancial a llevárselo crudo, una cosa conducía a la otra, de tal manera que por lo visto aquí no había negocio sin catre ni catre sin negocio. Queda claro que Iñaki se llevaba trabajo a la cama (quizás a un discreto picadero de soltero, nunca en Zarzuela, que en palacio no hay quien se aclare con tanta habitación) y allí frungía y frungía hasta el amanecer, tarantinianamente, hasta que el sol enrojecido de lujuria se levantaba al alba como un gran cero más que añadir a su cuenta corriente. Iñaki era un "pofesional" que se lo hacía en plan guay, frungir hasta el morir, y no paraba hasta ponerle el sello real a sus conquistas financieras, aquí o allende las fronteras. Lo malo es que de tanto frungir aventureramente, de tanto frungir a pijo sacao, como dicen en mi querida Murcia, siempre le acaban pillando a uno. Frungir es lo que tiene y Cristina ya está en Suiza con los niños (cuidado con Suiza que tiene mucho peligro) y él de Rodríguez forzoso en su choza de Pedralbes. Para mí que los vejetes de la RAE deberían reaccionar ya, adelantándose al juez Castro, e incluir en su diccionario esta palabra que sin duda terminará pasando a la Historia de España, frungir, que describe a la perfección la forma en que se lo montaba el señor duque, el trajín de vida que se llevaba entre manos. Porque Iñaki no fornifollaba, ni trincaba, ni jincaba; Iñaki frungía (frungir es de ricos) o sea que se daba al dinero de la carne con vicio, a lo bestia, gigolamente, puercamente, como el chulazo de Mickey Rourke en las calles humeantes de semen, Nueve semanas y media, ay Kim, siempre Kim. Woody Allen decía que el sexo solo es sucio cuando se hace bien. Pues este atleta sexual se lo hacía requetebién, frungiendo a tope, mátalas callando, duque de día, puto de noche (perdón, error tipográfico, quería decir punto, cogerle el punto a la noche). Carlos II era el Hechizado; Felipe IV el Rey Pasmado; y a mí me da que nuestro galán de oro pasará no como Iñaki El Empalmado, no, sino como Iñaki El Bien Frungido. Pena de monarquía, pena de reino, pena de patria. Tanto trabajo bien hecho para terminar tirándolo a la basura del peor Sálvame, el de Paz Padilla. Esa petarda.
Imagen: chistesderisa.org
La escena es la siguiente: el periodista, su mujer y su perro pasan un tranquilo día de verano en el yacimiento arqueológico de la Campa Torres, Gijón. Estamos sobre un hermoso acantilado, el mar inmenso se abre a nuestros pies y se confunde con el cielo teñido de un azul claro y despejado. Al este la bella ciudad gijonesa, pequeña como una maqueta, y el gran puerto de mercancías, que ruge a lo lejos. Al oeste las bellas calas asturianas, con las olas batiendo sobre las rocas y los rompientes. Sobre el prado verde, que rezuma calidez y silencio, dos cabañas apenas separadas por un par de metros: un castro astur/cilúrnigo y una casa romana. La fuerza salvaje y animista de los nativos frente a la arquitectura matemática y civilizada de los romanos. No hay turistas, todo es apacible, un apacible día de verano, ya digo. Hasta que en un momento dado, entre las ruinas del yacimiento, pisando la yerba como un grueso mariscal de campo, marcando el paso, el tiempo y el espacio, emerge la figura histórica de un hombre. Una figura totémica, omnipresente, poderosa. ¿Es él? Sí. Es él. Francisco. Álvarez. Cascos. Va veraniego. Camisa remangada, pantalones de color granate y gafas de sol. Pasea con su familia, como cualquier otro paisano que turistea por ahí para alejarse de los problemas, de los avatares, de la vida.
—¿Qué tal, don Francisco?
—Muy bien, disfrutando del día. Muchos gijoneses ni siquiera saben que tienen esta maravilla a pocos metros de su ciudad.
—Mejor, así no se llena esto de turistas.
—¿Y de dónde es usted si puede saberse?
—De Valencia. Soy periodista, pero me cogió el ERE.
—Mala suerte.
Su voz de artillería grave y profunda estalla como un obús en medio del prado enmudecido. Cascos, manos atrás, camina sobre el césped, mira al horizonte tras las gafas de sol oscuras, sonríe tímidamente. El tigre que ríe. Quizás piense que es mejor andarse con cuidado. Un periodista siempre es un periodista, aunque esté en el dique seco, y no es cosa de soltarse la viscosilla. Además, no es un buen día para él. El juez Ruz, allá en la despiadada Madrid, acaba de ordenar que declare como testigo en el caso Bárcenas. Le acompañarán Javier y Dolores. Maldición de tesorero, ha montado un terremoto de padre y muy señor mío. Pero hoy no es momento de hablar de sobresueldos, ni de pleitos, ni de grandes escándalos. La quincalla política, las traiciones, la maldad de los hombres y las cuestiones de Estado, quedan atrás por un día. Su hijo se abraza a él como al tronco de un árbol centenario y robusto. "Papá, vámonos a casa". Ya no veo al fiero dóberman del que hablaban los periódicos, allá por los tiempos convulsos del felipismo. Ya no veo al tipo duro de las oscuras conspiraciones y las intrigas palaciegas. Ahora veo más bien al viejo Rey León cansado, curtido, ojeroso, el Rey León retirado con sus vástagos en su terruño, en su atalaya fuerte asturiana (me pregunto si piensa aquello de "algún día todo esto será tuyo, hijo"). Sin duda estoy ante el animal político que se ha lamido las heridas lejos de la batalla y que achucha a su cachorro y se asoma con inquietud al acantilado de la vida, al acantilado negro del futuro. Parece que el tiempo se ha detenido por un momento allá arriba, parece que la Historia de los hombres comunes se disuelve y se hace pequeña allá arriba, en las ruinas milenarias de la Campa Torres de las que habló Plinio. El estadista revuelve el pelo de su pequeño, mira a lo lejos, al mar, un mar que en cualquier momento se desata y conjura peligrosos vendavales. Es hora de volver a casa.
—Que le vaya bien, señor periodista.
—Hasta la próxima.
Imagen: lne.es
No sé si se han fijado ustedes pero a mí me parece que detrás de ese aspecto de vendedor de paños de Tarrasa, detrás de esa pinta burguesa y gris de viajante de comercio de la Barceloneta profunda, se esconde alguien que se cree un paladín de la causa catalana, un caballero artúrico del Camelot de Canaletas, un superhéroe de capa roja, espada al viento y leotardos paqueteros. Artur, Mas, Supermás. Solo con echarle un ojo a ese mentón prominente, varonil, machazo, ese mentón griego, qué digo griego, homérico, apolíneo, olímpico, podemos concluir que estamos sin duda ante un político que va de iluminado por los vientos de la Historia. La pasada semana, mientras España entera lloraba a los muertos del accidente ferroviario, mientras una lluvia de tristeza abatía la noble y milenaria ciudad de Santiago, Supermás aprovechaba para colar en Moncloa, subterráneamente, subrepticiamente, su temida carta sobre la consulta soberanista. Fue, además de un gesto de escasa dimensión humana y una vergonzosa declaración de intenciones, un tremendo error político. Fue como si al pie de la carta, debajo de la rúbrica del honorable, en lugar del consabido "afectuosamente se despide" o "un saludo Mariano", Supermás hubiera querido escribir en realidad: "España, te voy a dar por do más te duele". Cruel, lastimoso. El proceso soberanista, el derecho a elegir de los catalanes, no se habría resentido un ápice aplazando esa epístola extemporánea, inoportuna, siquiera unos días, hasta que los muertos hubieran sido enterrados. Un país que se construye con los cimientos del resentimiento nace ya maldito, eso debería saberlo el líder convergente. De modo que Mas, Supermás, el político que para mantenerse en el poder tiene que travestirse de cabina en cabina (dependiendo de si la cabina es de CiU, de Esquerra o del PSC) ha demostrado por fin su verdadera talla política y humana, muy lejos de la que dio el gran Yoda Pujol. A Goethe le dijo Napoleón: "Vos sois un hombre". De Mas solo podemos decir que se cree un superhombre que va a salvar a la patria pero que empieza mal. Lo malo es que al otro lado del puente Madrid-Barcelona, al otro lado de la Historia, estaba el peor destinatario posible, otro iluminado nacionalista y camastrón que también es para mear y no echar gota. Seguro que al sacar la misiva del buzón de Moncloa, Rajoy (este tiene menos mentón, pero cara, lo que se dice cara, tampoco le falta al premier) debió decirse a sí mismo: "Otro sobre, carallo, no gano para sustos". Uno cree que esa carta independentista era inevitable, habría llegado a Madrid más tarde o más temprano porque, tras siglos de desencuentros y afrentas, Cataluña está tan harta de España como España está harta de Cataluña. Pero no hay que perder de vista que en el momento que vivimos todo se debe interpretar en clave de crisis económica. Como ya no hay pesetes en el tesoro del Estado, porque el tesoro está más pelado que la calva de Paquirrín tras la orgía Gurtel y los ochomiles del escalador Bárcenas en Suiza, pues no se puede tapar, como hasta ahora se venía tapando, las bocas nacionalistas y voraces. Y de ahí viene este ultimátum urgente y acelerado de los fueros. El dinero del Estado está ahora, en negro o en B., en la media de lana del corrupto del momento, como decía Zola en su premonitoria El vientre de París. Supermás quiere sacar a Cataluña del vientre de España pero aún está por ver que Supermás sea algo más que un cómic aburrido que ya hemos visto antes (Ibarretxe/Míster Spock, un suponer) algo más que una caricatura que pretende forjar el sueño febril de la Gran Catalonia con los paísos unidos que jamás serán vencidos, la paella con butifarra, la ensaimada mallorquina, los bazares de Andorra, lo que buenamente se pueda pillar de Francia, más los mañicos que hablan lapao y sardana, sardana hasta aburrir en los teatros de Broadway. Atentos (como diría el maestro Miguel Ángel Aguilar) a esta movida de la consulta soberanista, porque entre Marianico y Supermás, entre héroes y villanos, anda el juego. Y entre el hambre y las ganas de comer, pueden descoñarnos a todos.
Hierros enroscados como crustáceos gigantes, humo de sangre, carne de fuego, ángeles que salvan a ángeles del infierno, silencio de acero sobre la hierba blanca, gritos de muertos, gritos ahogados en los vagones traidores, lluvia triste y gallega, miña terra galega. Galicia, otra vez Galicia. Santiago andaba de fiesta. ¿Dónde estabas patrón, dónde estabas cuando aulló la muerte? Un tren fulminante sacudió la noche como un rayo. Verano de horror, corrupción y miseria. Verano de mierda. Llueve muerte a chorros sobre esta España maldita, una España en fiestas que baila su ruina. Llueve tragedia sobre este pueblo codicioso y perdedor. Hoguera de horror sobre las vías, equinoccio de pesadilla. ¿Qué pecado hemos cometido? Las diez plagas riegan España la seca; la España de ficción se derrumba como esos vagones de un dominó enloquecido. No había riqueza, no había progreso, no había trenes bala cortando el aire sino una mentira tras otra, una estafa tras otra, un pecado tras otro. Nos habían vendido la gallofa de la España moderna, invulnerable, japonesa, avanzada, una España que ahora descarrila y se desangra y estrella sus trenes suicidas. Es el hombre quien construye su propia muerte. Siempre hay que ir más rápido, más alto, más fuerte. Locura de velocidad, locura de siglo. Un maquinista se volvió loco, un maquinista que quiso ser Dios, pero nada puede viajar más rápido que la luz. Jugar a Dios siempre es perder la partida. Malditas noticias de trenes que me hieren y me hacen daño. No puedo olvidar la rabia y la pena del 11M, ni aquella noche en que, como periodista, viajé al corazón de las tinieblas para contar el choque de trenes en Chinchilla. Pero ésa es otra historia. Yo adoro el tren. El tren es un buen amigo que a veces me atormenta con malas noticias. Mi padre era ferroviario. Hombre prudente, fiel guardián de sus viajeros. Meticuloso hasta la obsesión, responsable hasta la extenuación. Llegaba a casa con el remordimiento erróneo de haber cometido algún fallo. Pensaba que nunca hacía el trabajo perfecto. Siempre había un mal freno, una mala curva, un posible despiste, una cabezada a destiempo. Tomaba litros de café para no dormirse, cabalgaba sobre la lengua de acero con el peso de la tragedia a sus espaldas. La muerte era su copiloto. Se fue de esta vida pobre pero íntegro, sin un mal accidente. Supongo que en cierta forma fue un ganador. Conecto la radio. Doce muertos, quince, treinta, el desastre. Pedro Blanco alivia mis nervios. Su voz es cálida, segura, humana. "¿Pero qué ha hecho este hombre?", implora un viajero herido que blasfema contra el maquinista. Noche de sábanas muertas. Noche de crueles verdades, la verdad de la vida que se impone sobre nuestros vicios humanos y nuestros juegos absurdos. Pongo la tele. Películas malas, realitys, fútbol veraniego. Me parece imposible y maldigo entre dientes. Apagón informativo en pleno siglo XXI, como en los días oscuros del franquismo. Siento escalofríos, el miedo, el terror, la extraña intuición de lo horrible desconocido. Dios mío, ¿cuántas veces habré viajado yo en uno de esos trenes que iban hacia el Norte?
Imagen: publico.es
Sus anónimas señorías de la diputación de Ávila acaban de saltar a la fama tras descubrirse que han tenido la osadía de celebrar un pleno extraordinario de apenas doce minutos retribuido con cuatrocientos euros de vellón por barba y un cochinillo de propina (más entrantes variados y buen caldo) en el mejor restaurante castellano. Además, y por si fuera poco (parece que los gachós no se quedaron a gusto) acordaron repetir otros dos plenos extraordinarios más al año e irse de rutas gastronómicas por las anchas Castillas. Toma moreno, toma castaña. Estos hijos de la gran diputación sí que saben lo que es correrse una juerga por la patilla. Ni crisis, ni hostias. Son unos fieras, unos fenómenos, unos cracks. Ese cochinillo que se han metido entre pecho y espalda los señores diputativos de Ávila, ese lechón infame y furtivo que se han tragado de un bocado esos pícaros gubernativos, es la mejor alegoría de lo que está pasando hoy en España. Uno cree que la Fiscalía Anticorrupción debería desplegar toda su poderosa maquinaria indagatoria para seguir el rastro jugoso de ese cochinillo culpable, de esos hermanos Dalton de la política, porque donde hay gula hay codicia y donde hay codicia hay robo garantizado, eso seguro. Ese cochinillo sería perfectamente ético y legal de no ser por el pequeño detalle de que es un cochinillo que pertenece legítimamente al pueblo. Y por ahí no pasamos. Lo que ocurre en este país es que unos pocos privilegiados se comen el cochinillo y al resto nos engañan como a cochinchinos. Lo que pasa es que nos gobierna una panda de golfos apandadores amantes del buen pillar que no respeta el luto pobre y austero de un país en la ruina, una mesnada de vividores que se dan a los placeres de la noche toledana sin ningún tipo de rubor ni de pudor. Ese cochinillo que está siendo felizmente engullido por los rapaces de la democracia, ese cochinillo engordado con el pienso de la vergüenza para el disfrute del poderoso, es un insulto al ciudadano desempleado, famélico, carpantiano. Habría que colocar en una balanza a sus señorías de la diputación de Ávila y pesarlos gramo por gramo, kilo por kilo (de peso y de pasta) para que devolvieran al pueblo cada arroba de cochinillo que le han robado. Azaña estaba gordo pero era honrado. Churchill era gordo pero valiente. Luego llegó Suárez, nuestro Abraham Lincoln hispánico, impuso el look delgado y ético y se las llevó a todas de calle. Pero parece que hoy se impone otra vez el falangista gordo y orondo de posguerra, el político desahogado que se limpia el hocico con la manga, el político rollizo, fatuo, comilón. Da pena imaginarse a esa cuadrilla de sanchas panzas dándole a la manduca en los Cándidos mesones de Castilla; produce asco imaginarse a esa recua de Cascanueces/tragaldabas poniéndose hasta las cachas con el cochinillo hurtado al pueblo; indigna imaginarse a esa pandilla de budas de grandes lorzas y barriga triple zampándose el cochinillo necesario del ciudadano. Blesa se fue de rositas y con el cochinillo bajo el brazo; Jaume Matas se acaba de ir con el cochinillo del Supremo; Bárcenas mucho nos tememos que se pirará a Suiza con el consiguiente cochinillo (éste montará mesón propio en los Alpes porque hay mucho dinero que lavar: El cochino de Bárcenas SA, mayormente); hasta el presidente del Constitucional se arrima ya al cochinillo fácil y con carné del PP. Hoy, el país se reduce a dos clases sociales: el españolisto de la política que se pone ciego de cochinillo y el españotonto de a pie que agoniza en un verano de secarral, basura y hambre. Que devuelvan el cochinillo de una vez, coño.
Rajoy ha anunciado, esta vez sí, que irá al Congreso a dar la cara, aunque lo ha hecho con uno de sus habituales ejercicios de cinismo político al aclarar que comparecerá, faltaría más, para hablar de la situación que vive el país "tanto desde el punto de vista económico como desde el punto de vista político". Pues si es para eso, mejor que se ahorre la visita a San Jerónimo, porque el personal ya sabe, de buena tinta, cómo está España en ambas facetas. Por si aún no se ha enterado, aquí estamos nosotros para recordarle, desde este humilde blog, cómo está el país. En lo económico, el país está hecho unos zorros, señor Rajoy, con la famélica legión de parados comiendo el mendrugo de la pensión de la abuela, estudiantes cum laude haciendo el máster de camarero en la hamburguesería de la esquina y miles de desahuciados de alma y cuerpo agarrándose a lo único que les queda en la vida: la camiseta verde de Ada Colau. Y en lo político, qué vamos a decir de lo político, señor presidente, si el gobierno que usted preside está en manos de un preso de luxe que se aloja en Soto del Real. De lo que tiene que hablarnos el premier de una vez por todas, sin más rodeos, ni zarandajas, ni gracietas gallegas, es del tema, de lo que hay, de la pomada, de la movida, del clan Bárcenas, de los alegres eurillos que correteaban por la banca Zúrich como pollos sin cabeza. Ese escándalo bíblico descomunal es el que tiene que explicar el presidente, por mucho que Pedro Jota le haya echado hoy un capotazo con una balsámica encuesta de intención de voto. El titular estomagante que nos ha vendido El Mundo ("el PP con peor resultado de su historia aún ganaría a Rubalcaba") no va a reparar la imagen mancillada del presidente, una imagen que está por los suelos, putrefaccionada, podrida de mentiras y ridículos. Su imagen es como ese retrato de Dorian Gray que se ve sano por fuera pero que por dentro se degenera poco a poco. Hasta ahora Rajoy ha sido el presidente-invisible, el gobernante que hablaba al pueblo a través del televisor de plasma. Un presidente plasma y plasta, una aparición ectoplasmática, mariana, que de cuando en cuando preparaba a dos lacayos periodistas del ABC o La Razón para que le lavaran la cara y le preguntaran, delante del primer ministro polaco, por el tiempo o por el sexo de los ángeles. Todas esas patrañas, todos esos teatrillos de guiñoles, todos esos montajes baratos, se han acabado ya. Es hora de pasar por el confesonario recio de la democracia. Es hora de explicar punto por punto, número a número, sobre a sobre, cada tocomocho, cada mordida, cada ejercicio de trilerismo y palanquismo, si es que lo hubo. Ya no es momento de sacar a la pista circense a Doña Rogelia Cospedal para que se trabuque la lengua con sus ventrilocuismos disparatados. Ya no es tiempo de saltar a la arena decente del Congreso para contar cuentos falsos sobre lo bien que va el empleo precario/veraniego, la inflación o la prima de riesgo. Va a dar la cara en el Parlamento, en el solemne Parlamento, señor Rajoy. Y le aconsejamos que diga la verdad, porque el político que miente en la casa del pueblo, con luz y taquígrafos, está condenado para siempre. Solo con que explique cómo salían tantos conejos de la chistera del Houdini Bárcenas vamos todos claros.
Imagen: vivirdebuenagana.com
Preocupado e inquieto, leo el siguiente titular en el digital de El Mundo: "José María Aznar, como un roble en Marbella". Y el diario de Pedro Jota ilustra la llamativa noticia con una foto de José Mari haciendo footing bajo el sol y trabajándose la tableta de chocolate, esa falange de abdominales que mete más miedo que Mario Vaquerizo con resaca. Además, y quizá eso sea lo peor, el subtítulo de la información añade: "Recorre más de ocho kilómetros al día". O sea, que el caudillo de la derechona españista está en plena forma y presto para empuñar el timón del Estado cuando sea necesario, cuando el busto efímero y frágil de Rajoy se tambalee como un junco en medio de la tempestad. En esos discretos ecos de sociedad que nos ofrece El Mundo cada día, en esas noticias desenfadadas, breves y veraniegas del rotativo madrileño, se encierran a veces las grandes tramas que están por venir, las grandes claves de lo que está sucediendo. Resulta curioso que Pedro Jota se pase la semana soltando folletines sangrientos contra el Gobierno, por capítulos, y el sábado se dedique a cubrir el entrenamiento feliz y al galope de su relajado pura sangre, que no es otro que Aznar. En el PP ha caído ya hasta el bedel, pero Ansar sigue trotando confiado y fuerte hacia la meta monclovita, arreado y espoleado por el pequeño jockey de solideo jesuítico, por el rey Midas de la exclusiva periodística. Pedro Jota, como se cree un Hearst a la logroñesa, siempre ha hecho de la política y la democracia españolas un juego de azar, su juego favorito, como aquella gran película de Hawks. Para el director de El Mundo, enfant travieso y diablillo, España es como una eterna carrera de caballos con apuestas, un derby con obstáculos en el que muchos sementales van cayendo, uno tras otro, en el fango negro de las vallas, mientras él hace caja con el espectáculo. El felipismo se lo cargaron entre Pedro Jota y otros oscuros aliados: Garzón, Amedo, el dóberman asturiano y Anson, mayormente. Ahora, varias décadas y gales y roldanes después, Pedro Jota lanza una nueva exclusiva, los papeles del escándalo, cinco horas con Bárcenas (mal homenaje a Delibes) que no es sino una nueva conspiración contra un presidente que no es de su cuerda, una conspiración algo más cutre que aquellas filípicas felipistas, porque esta vez el complot no se ha urdido en la frontera con Francia, ni en Laos, ni entre peligrosos espías o terroristas, sino que se ha cocinado en el piso de arriba de una vecina que es amiga de Espe Aguirre. Menuda exclusiva. Pedro Jota se ha propuesto acabar con Rajoy porque le cae mal, porque ya no le invita a puros, qué se yo (el problema de los hombres con poder es que se aburren fácilmente) y de paso con Arenas, Trillo, Cascos y Rato, entre otros beneficiarios de los sobres podridos de mierda (mierda serán, más mierda enamorada). El tesorero ha cantado ante el juez, el tesorero ha disparado contra todo bicho viviente (solo le ha faltado echar una paletada de estiércol sobre la tumba del patriarca Fraga). Contra todos menos contra Aznar. Del supuesto sobre que iba dirigido a un tal "J.M.", del envoltorio lacado con kilito y medio de vellón, el dúo dinámico Pedro Jota/Bárcenas no dice ni mu, rien de rien, res de res, qué de qué, manzanas traigo. El tesorero entrullado que no lo recuerda y el magnate de la prensa que no sabe, no contesta. Mucho nos tememos que J.M. no es un whisky español de garrafón, sino un corredor de fondo de bigote sin depilar, un maratoniano de la política que se entrena para su última carrera entre sobre y sobre. Ya sabemos quién es el nuevo señor X de nuestra estuprada democracia. Pero a ése ni tocarlo, que es caballo ganador. El caballo del señor Pedro.
Imagen: elpaís.com
A la escritora Lucía Etxebarria se le ha ido definitivamente la pinza y se ha metido en "Campamento de verano", uno de esos realitys cutres y zafios de la cuadra Telecinco. Desde que Lord Byron se largó a la guerra con los griegos, desde que Larra se pegó un tiro salvador, no se conoce un caso igual de suicidio literario. Dice Lucía que lo hace por la pasta, porque Hacienda le pisa los talones, aunque antes de inmolarse televisiva y literariamente ha pedido perdón a la parroquia por participar en tan sórdido espectáculo. Un gesto de dignidad. El gran Cipriano Torres, en su "Maldeojos" imprescindible de cada día, ya ha dicho con su pluma quirúrgica todo lo que se tenía que decir al respecto del nuevo programita frankensteniano. No es preciso añadir ni una coma más. Pero uno, que es sensible a las desgracias ajenas de compañeros de letras, no puede por menos que decirle a Lucía, como le diría a cualquier suicida a punto de tirarse desde un puente: "¡No lo hagas, no lo hagas, por favor!". Ciertamente, ya es demasiado tarde, no hay vuelta atrás, porque Lucía se ha metido hasta las trancas en el enlodado circo telecinqueño, embarrando su brillante trayectoria literaria y poniendo su nombre a la altura del betún (por betún se entiende el semen de Amador Mohedano, las lubricidades de Olvido Hormigos, más algún que otro friki que se lo lleva muy exclusivamente a costa de las neuronas despobladas de millones de abúlicos televidentes). Triste, muy triste, Lucía. Que te prostituyas por unas perrillas para dar esquinazo a los inspectores de Hacienda, que entregues tu alma y tu cuerpo al infierno mundo Telecinco, nos parece lo peor de lo peor. Antes cualquier cosa. Antes montarte una panadería, echarte al taxi, suplicar un sobre de los suyos a Bárcenas, yo qué se. Lucía es de esas escritoras de la Generación Chanel que tuvieron su momento, es una de esas autoras que cabalgan en la frontera de la polémica y que un día escriben un libro sesudo sobre la insoportable levedad del ser y al otro se queda en tetas públicamente o se ve envuelta en un oscuro plagio (a Pérez Reverte también lo han condenado por copiota, pero Arturo está fuera de toda sospecha porque tiene muchos novelones propios y porque me cae bien pese a su carné de académico, qué pasa). El problema de Lucía no es Lucía, sino el mercado literario que la codicia y la cotiza, el mercado que es ese monstruo que escupe escritores como churros y luego los malvende, devora y olvida cruelmente. La literatura contemporánea se ha convertido en algo sucio, asqueroso, mercantil, en una parte importante del neoliberalismo cultural tan de actualidad. La literatura de hoy es tan falsa como Urdangarín haciéndose el digno en el paseíllo del juzgado, como ese presidente del Constitucional afiliado al PP, como las sonrisas afectadas de la Cospedal. La literatura actual se ha convertido en una sociedad anónima monstruosa, una bolsa de valores que invierte parné en agentes literarios, editores, promociones, cenas fatuas, ferias de las vanidades, premios-tongo y ganadores del Planeta que se bajan los pantalones en platós televisivos y gritan como locas climatéricas. Todo eso, toda esa basura, es la vida literaria, como dijo el gran Marsé. Pero la moda pasa, los gustos cambian y ahora Lucía y sus historias para feministas encorsetadas se han quedado demodé. Ya nadie la compra, ya nadie la busca en la feria del libro. Lo malo de escribir para el mercado es que el mercado falsea la verdad de tu prosa. Lucía, Lucía y el sexo, Lucía y el prozac, Lucía y sus cuerpos celestes, Lucía y su look gótico pasado de moda y su aire de fumada indi es una historia vieja ya conocida. Nos ha salido una Marilyn de la vana literatura que nos hacen tragar, un juguete roto, una promesa incumplida de las letras que ahora se ahoga en una pesadilla de realismo sucio, de deudas, de fama efímera, de flores de un día. Se sabe que antes de irse de campamentos su mamá le ha dicho: "No te acuestes con nadie ni te desnudes". Madre mía, ya la veo de portada en Interviú.
A mí ese pen drive que Bárcenas ha entregado al juez Ruz me da mucho miedito, lo confieso, no lo niego. Los espías y mangantes de antaño, los honrados malos de Le Carré y Graham Greene, guardaban sus secretos en simples carpetillas manchadas de tinta o de café, lo cual garantizaba un límite de asuntos turbios, un máximo de papelamen negro, un tope de mierda. Pero en un pen drive, en ese chip prodigioso que es como cosa de marcianitos, en ese diminuto universo que cabría en una cáscara de nuez, como decía el científico aquel, se puede almacenar un material radiactivo, destructivo, infinito. En ese pen drive, que es como un arma de destrucción masiva para España, está toda la corrupción histórica y purulenta acumulada por el PP desde que Aznar metió la momia de Franco en el armario (para parecer menos heavy) hasta que el percebe de Rajoy llegó a la Moncloa con sus Prestiges zozobrados, sus habanos, sus chuches y sus ditirámbicas explicaciones de presidente grouchesco y loquitonto. En ese pen drive están los constructores imperiales que levantaban rascacielos de deshonra y compraban voluntades a golpe de maletín, los rockefeller de la banca hispano/suiza que donaban parné para los mitines electorales, para las victorias aplastantes, para el Moet Chandon de los balcones de Génova y las verbenas de Leticia Sabater. En ese pequeño artilugio informático se hallan sin duda los grandes caciques y barones trincones que han levantado un aeropuerto en cada pueblo, un AVE en cada barrio. Dentro de ese aparatito va ingente información, información que no quiero verla, como diría Federico (el poeta, no el periodista plasta). Uno no es capaz de imaginar cuando el juez Ruz se decida a descorchar finalmente ese pen drive, dando rienda suelta a una diarrea de dinero, de nombres, de infamias. Va a salir tanta porquería y excreción de ese chivato minúsculo y electrónico, va a escupir tanto escándalo ese pitorrín cibernético, que a partir de ahora los señores togados tendrán que circular con piragua por los pasillos de la Audiencia Nacional. En el pen drive barceniano van los trajes de Camps, los bolsos de Rita, los modelitos frescos de la fresca Rosalía, la pasta de dientes (y la otra) con la que sonríe de Cospedal, los hotelacos cinco stars del señorito Arenas, las maniobras orquestales en la oscuridad de la Espe, los pasatiempos financieros de Rato (Sam, tócamela un rato) los paraísos fiscales, el tocomocho que le montaban a Hacienda, los amasijos de Urdangarín, las filtraciones de Snowden a la CIA, los braguetazos de Amador Mohedano, los del Rey y el toro que mató a Manolete. Media España contiene el aliento porque media España sabe que está contenida sin remedio en ese pen drive inquietante, implacable, demoledor. Aquí se ha vivido décadas de la cultura de la corrupción, porque la corrupción es una forma de cultura, no lo olvidemos, y en ese pen drive del tesorero más famoso del mundo está el supuesto dinero negro con el que Trillo compró a los forenses del Jak 42, los cuerpos mutilados y abandonados a su suerte de los soldados a los que hicieron volar en una tartana con alas, los cadáveres mezclados por las prisas y los negocios, el dolor de unos padres que esperaban recibir el cuerpo de su hijo y le dieron otra cosa que ni se sabe, la vergüenza inmensa de un exministro que ahora va de gentleman inglés, de embajador de los michirones cartageneros en Londres (Rajoy debió haberlo enviado aún más lejos, con fuerte viento de Levante, coño). Todo eso y mucho más puede salir de ese pequeño artefacto infernal del diablo que viste de Prada. Esto va a ser peor que un terremoto, peor que un vendaval, peor que una guerra. Y qué quiere que le diga. Uno, que ya va siendo viejo y cobarde, tiene mucho miedo.
El país se hunde en una escombrera de parados y miseria y aquí todos pendientes del culebrón Bárcenas, ese fulano que tiene agarrado por los cataplines a un país y a un Gobierno. En el mundo de hoy, todo es espectáculo, desde los desahuciados que se tiran por la ventana hasta el Saturno de las Quemadillas que devora a sus hijos, pasando por la declaración judicial de un menda engominado con el pachuli malo de la codicia. Nada de lo que diga hoy el tesorero ante el juez Ruz cambiará el devenir de la Historia a corto plazo. Nada será más importante que los índices de audiencia televisivos, la gloria de Pedro Jota y la ballestería inútil de declaraciones de los pocos políticos que aún no se hayan ido de veraneo. El chorizo trajeado de moda saldrá de la Audiencia tras escupir su vómito de ignominia y deshonra, entre flashes y periodistas, Rubalcaba y Cayo Lara soltarán algún exabrupto en plan quedar bien y al final todos se irán al mar de tintorro, para olvidar. Cambiarán el chiringuito de las Cortes por el chiringuito playero, que es lo que toca. No habrá dimisiones, no habrá elecciones anticipadas, no habrá ningún acontecimiento extraordinario que cambie el curso de este verano corrupto, podrido, hediondo. Una ola de calor y ruina, de vergüenza y desgracia, arrasa la piel de toro desde Finisterre hasta el cabo de Gata. Mozos y toros se aplastan en San Fermín formando un curioso Gernika posmoderno de cuernos, sangre y muerte; las guiris ninfómanas de Pamplona se desnudan en la calle para ser devoradas por bestias salvajes. La orgía decadente es lo que queda cuando la razón y la ética se han perdido para siempre. Pedro Jota le ha dado el descabello a Rajoy al publicar el chantaje del PP a su tesorero entrullado: "Si hablas, tu mujer irá a prisión; si callas caerá Gallardón". El Hearst de Logroño le ha echado las cruces al presidente, que ya puede ir buscándose otra plaza de registrador de la propiedad. ¿Por qué no se explica Rajoy? ¿Por qué sigue mudo y ciego ante los escándalos que va publicando El Mundo día tras día? Quizás porque ya no hay nada que explicar, nada que justificar, nada que aclarar. Todo es claro y diáfano. Esos correos electrónicos que el premier gallego enviaba a su hombre en B. demuestran que estaba en el ajo, que era cómplice en el saqueo de España, que colaboraba fuertemente y a conciencia en la construcción del paraíso suizo. Porque éste es un Gobierno de patriotas, sí, pero de patriotas de la Suiza bancaria y fraudulenta. Esos correos ocultos que ahora aflora El Mundo ponen en evidencia el lenguaje mafioso de un Ejecutivo trufado de palanqueros, de sicilianos, de calabreses. De tanto tratar con Correas y Bigotes, de tanto alternar con la gente del dinero gurtel, de tanto sobre y sueldo y comisiones y pelotazos y suites en el Ritz y contratos ilegales es que les ha cambiado hasta la forma de hablar. Ya emplean giros verbales propios del sindicato de camioneros, ya se expresan como los del lumpen del crimen. Cualquier día Pedro Jota va y airea el último correo electrónico del PP sobre Bárcenas: "Que parezca un accidente". Eso sí será todo un notición.
Imagen: terra.es
Parece que a nuestro Gobierno no le han gustado esas instantáneas de jóvenes guiris ebrias, destetadas, manoseadas y adoradas como diosas por una muchedumbre de mozos en San Fermín. El gabinete Rajoy, en un nuevo alarde de hipocresía y pacatismo que ya no sorprende a nadie, ha instado a no permitir imágenes "deplorables" de acoso a mujeres durante los fastos en honor al patrón navarrico. Ya será menos. Ni las chicas estaban siendo acosadas por nadie (más bien se lo estaban montando a lo grande) ni es posible prohibir nada porque nada de eso es delito. Pero así son los boys de esta derecha victoriana y mercenaria que cobra en negro, bajo manga, mientras se permite dar lecciones de moralidad a la ciudadanía. No sabemos si lo que no ha gustado a nuestro ejecutivo es que las chicas extranjeras se despendolen en sanfermines o que los medios de comunicación difundan las imágenes subiditas de tono por todo el mundo (imágenes que no son muy distintas a los concursos de miss camiseta mojada de cualquier discoteca ibicenca). No vamos a entrar aquí en lo decoroso o indecoroso del comportamiento de esas ninfas alocadas que aprovechan para desmadrarse en las calles beodas de Pamplona y hacer lo que no pueden hacer en Minnesota, Londres o París. Allá cada cual con su cuerpo serrano y allá cada país con la juventud reprimida y neurótica que está incubando. Pero lo que chirría enormemente, lo que choca considerablemente, es que nuestro Gobierno haya promocionado durante años unas fiestas de San Fermín que en realidad son una bacanal de maltrato animal, calimocho y kale borroka y ahora se ponga exquisito porque unas señoritas de la USA profunda decidan entregar su cuerpo embriagado al canibalismo de la multitud enfervorecida, como en El Perfume, aquella novela de Suskind. Como espectáculo, es cierto que es una cosa vulgar, zafia, poco fina. Pero es lo que hay, es el reclamo turístico que hemos vendido en el extranjero para traer divisa y el Gobierno no puede pretender tapar ahora la enlodada imagen de la marca España (un tecnicismo que emplean los burócratas y que queda muy bien, pero que viene a definir el turismo de siempre, el turismo barato de suecas, sol, playa, alcohol y follisqueo fácil). Es sencillo: el que no quiera ver herida su sensibilidad que no vaya a San Fermín, un San Fermín que en cuestión de desmadre juvenil no es muy diferente a las Fallas valencianas, la Feria de Abril o al Carnaval de Tenerife. Precisamente el otro día vi un excelente reportaje en la Sexta sobre los chicos británicos que toman Salou para ponerse morapios de alcohol y juerga con el pretexto de que vienen a hacer deporte. Todo el mundo sabe que el único deporte que practican es el levantamiento de jarra en barra mientras las ambulancias van que vuelan de un coma etílico a otro hasta altas horas de la madrugada. O sea, otro fiestón made in Spain que a nadie en el Gobierno se la ha ocurrido criticar ni prohibir. Claro, eso sería tanto como ponerse en contra a los hosteleros catalanes que aún votan PP y que se forran alcoholizando cachorros británicos con el pretexto de que eso es industria y crea puestos de trabajo. A uno, que odia el genocidio de los toros y la suciedad urbana que dejan las fiestas (todas sin distinción), lo único que le atrae de los sanfermines es la leyenda de Hemingway. Está bien que el Gobierno se preocupe por la higiene moral de sus ciudadanos, pero hay otras imágenes mucho más deplorables y perjudiciales para la decencia y el decoro de una sociedad, como Bárcenas trilando nuestro dinero y poniéndolo a buen recaudo en Suiza; como Rajoy callado como una tumba ante el saqueo indecente de España; como los barones del PP apuñalándose entre sí para evitar la sombra de la cárcel. Eso sí que es indecencia. Y no las tetillas pálidas de una yanqui rebotando entre mozallones bajo el cielo rojo, explosivo y etílico de San Fermín.
Imagen: Kedin
Hay que ver cómo está el patio de Génova por culpa de los originales papeles de Bárcenas. Dicen los peperólogos de las tertulias televisivas que en aquellos pasillos se están dando de navajazos hasta en el carné de identidad. Vamos, que hay más tarascadas, mordiscos y hachazos traperos que en un capítulo de The Walking Dead. Como la mafia calabresa o mucho peor. Uno podría decir, para quedar políticamente correcto, que se trata de un espectáculo poco edificante para nuestra democracia. Pero qué demonios, he de reconocer que aunque soy de normal pacífico estoy disfrutando como un enano de esta sesión de ultraviolencia gratuita (véase La Naranja Mecánica) ofrecida por la derecha españolera. A veces hasta me dan ganas de comprar palomitas y reservar la fila 7. Desde lo de Roldán, el filesa, la descomposición del felipismo y todo aquello no veíamos una cosa tan violenta, tan sucia, tan enmerdeus. Esperanza Aguirre (qué sibilina es la tía) ha saltado ya del barco, no vaya a ser que zozobre como el Costa Concordia, y ha dejado claro que urge limpiar el partido para recuperar la confianza, incluso antes de que el juez Ruz aplique el necesario fumigador. Ahora va de única la lideresa, de salvapatrias, como una Juana de Arco limpia de sobres y sueldos, como si estuviera segura de que tiene el as definitivo en la manga que le puede llevar a la Moncloa (Gallardón mediante). Los políticos oportunistas hacen carrera gloriosa en tiempos de cataclismos. Y eso es lo que se ha montado en Génova: un cataclismo de padre y muy señor mío, un pollo imperial, un lío muy liado que amenaza con destruir los cimientos del Estado de Derecho. ¿Y dónde está, mientras se cuece el volcán, el presidente del Gobierno? ¿Dónde está Rajoy mientras Espe le come la tostada y Bárcenas va sacando cajas y cajas llenas de humus de las cloacas del partido? Missing, evaporado, callado como puta. El premier está taciturno, sombrío, inaccesible a los amigos, como se decía de aquel Napoleón III que era más simple que una ameba. Rajoy está ambiguo, tibio, sordo a los buenos consejos de la calle, que le pide que hable, que se explique, que dimita como varón lo que no ha sabido defender como lo que sea. Trémulo ante el cante de su tesorero, débil ante las guerrillas levantiscas que se despiertan por doquier en su partido, lastimoso por inactivo, por cobarde, por incapaz. Ya no nos valen sus titubeos, sus no me consta, sus gracietas gallegas para despistar. Esto va en serio y el juez Ruz ha sacado el trasquilador. Señor Rajoy, usted ya no gobierna, gobiernan alalimón un fulano lujosamente alojado en la cárcel versallesca de Soto del Real y un periodista con tirantes especializado en construir y derribar gobiernos a placer. ¡Qué mentira de Gobierno! No hace mucho el presidente nos pedía a los españoles paciencia, paciencia mientras él se lo llevaba a conciencia. ¿Y qué explicación dan del saqueo del Estado los Arenas, los Cascos, los Rato, los Orejas mayores, toda la pata negra de una cabaña podrida, todas esas familias que ahora practican la omertà? Nunca debimos fiarnos de unos rufianescos genoveses. Más que buenos políticos, siempre fueron piratas, expertos comerciantes. De los papeles del Mar Muerto hemos pasado a los muertos de los papeles. Son cadáveres políticos, lo más digno que pueden hacer es jubilarse, irse, dejarnos en paz y disfrutar de sus sobres de oro negro. En Benidorm o en la sucia Suiza, me la trae al fresco.
Imagen: periodistadigital
Un día navegué por las aguas mansas del Nilo, entre bueyes raquíticos que se bañaban en la orilla, comidos por las moscas, y barcazas llenas de niños que pedían limosna. Tenía entonces 33 años, un empleo fijo como periodista que me reportaba algo de calderilla y mucha ilusión por recorrer el mundo. Hoy ya no tengo 33 tacos, ni empleo fijo, y la ilusión se ha transformado en ácido descreimiento. Pero en aquellos años disponía de algo de dinero, ya digo, y decidí embarcarme en uno de esos cruceros para occidentales ignorantes y aburridos que recorre el país desde el lago Nasser hasta el delta del Nilo. Viajaba solo, con mi Minolta X300 (analógica, por supuesto, entonces esa peste de lo digital aún no lo había devorado todo) y una mochila con un poco de ropa. También llevaba un libro, "No digas que fue un sueño", de Terenci Moix, pero no pasé de la página quince, tengo que confesarlo. Y no es porque el libro fuera malo, al contrario. Es solo que Egipto me ofrecía tanto a cada instante que no era cuestión de desperdiciar ni un solo minuto de mi tiempo en lecturas. Así que por el día me subía a un autocar destartalado para visitar el país y por la noche llegaba al barco tan cansado y lleno de polvo que me iba a la cama sin cenar. Ni siquiera el bullicio y la música de las absurdas verbenas que se montaban en cubierta hasta altas horas de la noche conseguían despertarme. Es más, odiaba aquellos falsos festivales en los que los turistas se emborrachaban de vulgaridad mientras los pobres camareros egipcios, reventados por horas de trabajo, aguardaban bostezando el momento de irse a casa con sus familias. No voy a incurrir aquí en el error pedante de hablar del bosque de columnas del templo de Karnak, ni de la maravilla de Hatshepsut o el Valle de los Reyes, ni siquiera de las enigmáticas pirámides de Gizeh, que las tuvieron que construir los marcianos, no cabe la menor duda. Para eso están los libros de Historia del Arte. Solo diré que en aquellas dos semanas de viaje apasionante y frenético, Egipto me cambió la vida para siempre, porque Egipto es mucho más que sus ruinas eternas y su pasado histórico glorioso. Egipto es una curva en el tiempo que altera la trayectoria vital de los pobres mortales que recalan allí. Egipto es un panteón de espíritus, momias y dioses fantasmales que flotan en el aire y te poseen sin remedio. Algo misterioso e hipnótico que te seduce flota en el ambiente de aquel país ardiente y voluptuoso. Dejarse ir en faluca por el Nilo mientras el dios Ra te tuesta la piel y el tac tac obsesivo de los motores de los barcos te adormece los sentidos; meterte en un café nocturno de El Cairo y compartir una amistosa pipa de agua con un sufrido cairota amargado por seculares gobiernos corruptos y la falta de futuro; escuchar una leyenda egipcia (aunque falsa) contada por un camellero locuaz que mataría por una triste propina de un dólar; abrazar las piedras gigantescas de la escalera hacia el cielo; subir las dunas nebulosas del desierto que se levantan a ambos márgenes del río-monstruo y besar con miedo a una mujer desconocida. Todo eso es impagable y daría un brazo y parte del otro por volver a sentir de nuevo todo aquello. Pero ya digo que hace tiempo que dejé de tener 33 primaveras. Ahora probablemente me asfixiaría como un pez fuera del agua subiendo aquellas colinas de arena pesada que se tragan tus piernas hasta las rodillas. Por todos esos recuerdos que ya no volverán estoy triste estos días de ira y muerte. A veces miro la televisión con pena y se me acelera el pulso y se me enrojecen los ojos. El país está al borde de la guerra civil. Una guerra civil entre hermanos musulmanes. La encrucijada es tan obvia como nefasta: o los militares vendidos a Estados Unidos o los fanáticos dispuestos a rebanar cuellos por Alá. Pobre Egipto. Tan rico en pasado y tan pobre en futuro. Egipto, no digas que fue un sueño.
Posdata: Me siento un hombre afortunado, escribo mientras abrazo a la mujer desconocida que besé en aquella montaña de arena.
Imagen: scapha.co
Hoy, justo hoy, se cumplen 130 años del nacimiento de Kafka y lo mejor que podemos decir del genial escritor checo es que acertó de pleno con sus narraciones de un absurdo simbólico. No hay más que echar un vistazo al patio político español para concluir que todo es Kafka. El señor Bárcenas echándose un pitillote en la piscina de Soto del Real, recostado en la chaise longue con su camiseta a rayas gondolieras, moda verano, es Kafka (una imagen potente que ni el mismo escritor judío hubiera imaginado). Todo el PP de acá para allá, chapoteando por los pasillos enfangados de Génova, toda la cúpula de los nervios, con el culo apretado, sin saber qué hacer con el gachó, es Kafka sin duda. Y ese Javier Arenas comiéndose hasta las cortinas vienesas del Palace y bebiéndose las cañerías del hotel es Kafka duro también. Por no hablar de esa diputada que no daba un palo al agua y se forraba con las fincas que le endosaba la mafia. En el PP hay miedo porque muchas cuentas no cuadran y muchos cuentos que se han contado a los españoles ya no encajan. Y él, el kafkiano Bárcenas, el Gregorio Samsa que una noche se acostó hombre y a la mañana siguiente se levantó cucaracha depredadora de dineros, está tan tranquilo y solazado en la piscina, tan engominado y ufano como siempre, esperando el momento justo para tirar de la frazadita, aguardando el segundo exacto para barajar los papeles sucios de la carpetilla, esos papeles que son la memoria podrida de un partido podrido. "Hoy los alemanes han invadido Polonia, yo me he ido a la piscina", escribió el genio de Praga. Pues en el PP ha estallado otra guerra no menos importante (los que están pringados contra los que no quieren comerse el marrón, véase Esperanza Aguirre y Gallardón), mientras un ciudadano K. se remoja en la piscina del talego y se broncea ese pecho alpinista henchido de codicia, mentiras y venganza. Kafka describió como nadie la soledad del hombre atrapado en la burocracia del Estado, Bárcenas se ha visto atrapado por la burocracia de la corrupción, el sinsentido laberíntico de la corrupción, que allí todos trilaban y pillaban sueldos, sobresueldos y requetesueldos ciegamente, a manos llenas, un robar por robar, por pura inercia. Ninguno de los que ponía el cazo se paró a pensar un momento si aquello era ético. Trincaban kafkianamente y a otra cosa. En el papelamen del tesorero está toda la Historia negra reciente de este país. El dossier de Bárcenas es una agenda caliente plagada de nombres culpables, de datos terribles, de biografías inconfensables. En esas cuartillas manchadas de café que tan celosamente guarda el tesorero está la ruina de muchos y la gloria de otros. Kafka escribió la historia del hombre anónimo y unidimensional del siglo XX, la historia del hombre sin nombre, el ciudadano K.; Bárcenas era el hombre en B., en la oscura sombra, e iba anotando sin saberlo la historia de un cataclismo nacional. El genio checo se sentía siempre culpable de algo, el tesorero es un personaje kafkiano que se siente inocente de todo, inocente de haberse hecho rico, inocente de que el partido le haya dado la espalda, inocente de las carreras políticas que se va a llevar por delante. Una cosa es cierta: Bárcenas es inocente en cuanto que se está comiendo la culpa de otros que mandan por encima de él. Era el tesorero Midas al que todos visitaban en su despacho de oro y ahora es el juguete roto, el trapo sucio, la bolsa de basura humeante que nadie quiere tocar. El éxito tiene muchos padres pero el fracaso es huérfano, decía JFK. Lo kafkiano de Bárcenas es que ha terminado odiado por los poderosos e idolatrado por los presos, que lo ven como un "héroe" y un "hombre majísimo". Hasta juegan al mus con él. Pues que se anden con cuidado, que el tío es un as de las trampas.