LAS NINFAS DE SAN FERMÍN
Parece que a nuestro Gobierno no le han gustado esas instantáneas de jóvenes guiris ebrias, destetadas, manoseadas y adoradas como diosas por una muchedumbre de mozos en San Fermín. El gabinete Rajoy, en un nuevo alarde de hipocresía y pacatismo que ya no sorprende a nadie, ha instado a no permitir imágenes "deplorables" de acoso a mujeres durante los fastos en honor al patrón navarrico. Ya será menos. Ni las chicas estaban siendo acosadas por nadie (más bien se lo estaban montando a lo grande) ni es posible prohibir nada porque nada de eso es delito. Pero así son los boys de esta derecha victoriana y mercenaria que cobra en negro, bajo manga, mientras se permite dar lecciones de moralidad a la ciudadanía. No sabemos si lo que no ha gustado a nuestro ejecutivo es que las chicas extranjeras se despendolen en sanfermines o que los medios de comunicación difundan las imágenes subiditas de tono por todo el mundo (imágenes que no son muy distintas a los concursos de miss camiseta mojada de cualquier discoteca ibicenca). No vamos a entrar aquí en lo decoroso o indecoroso del comportamiento de esas ninfas alocadas que aprovechan para desmadrarse en las calles beodas de Pamplona y hacer lo que no pueden hacer en Minnesota, Londres o París. Allá cada cual con su cuerpo serrano y allá cada país con la juventud reprimida y neurótica que está incubando. Pero lo que chirría enormemente, lo que choca considerablemente, es que nuestro Gobierno haya promocionado durante años unas fiestas de San Fermín que en realidad son una bacanal de maltrato animal, calimocho y kale borroka y ahora se ponga exquisito porque unas señoritas de la USA profunda decidan entregar su cuerpo embriagado al canibalismo de la multitud enfervorecida, como en El Perfume, aquella novela de Suskind. Como espectáculo, es cierto que es una cosa vulgar, zafia, poco fina. Pero es lo que hay, es el reclamo turístico que hemos vendido en el extranjero para traer divisa y el Gobierno no puede pretender tapar ahora la enlodada imagen de la marca España (un tecnicismo que emplean los burócratas y que queda muy bien, pero que viene a definir el turismo de siempre, el turismo barato de suecas, sol, playa, alcohol y follisqueo fácil). Es sencillo: el que no quiera ver herida su sensibilidad que no vaya a San Fermín, un San Fermín que en cuestión de desmadre juvenil no es muy diferente a las Fallas valencianas, la Feria de Abril o al Carnaval de Tenerife. Precisamente el otro día vi un excelente reportaje en la Sexta sobre los chicos británicos que toman Salou para ponerse morapios de alcohol y juerga con el pretexto de que vienen a hacer deporte. Todo el mundo sabe que el único deporte que practican es el levantamiento de jarra en barra mientras las ambulancias van que vuelan de un coma etílico a otro hasta altas horas de la madrugada. O sea, otro fiestón made in Spain que a nadie en el Gobierno se la ha ocurrido criticar ni prohibir. Claro, eso sería tanto como ponerse en contra a los hosteleros catalanes que aún votan PP y que se forran alcoholizando cachorros británicos con el pretexto de que eso es industria y crea puestos de trabajo. A uno, que odia el genocidio de los toros y la suciedad urbana que dejan las fiestas (todas sin distinción), lo único que le atrae de los sanfermines es la leyenda de Hemingway. Está bien que el Gobierno se preocupe por la higiene moral de sus ciudadanos, pero hay otras imágenes mucho más deplorables y perjudiciales para la decencia y el decoro de una sociedad, como Bárcenas trilando nuestro dinero y poniéndolo a buen recaudo en Suiza; como Rajoy callado como una tumba ante el saqueo indecente de España; como los barones del PP apuñalándose entre sí para evitar la sombra de la cárcel. Eso sí que es indecencia. Y no las tetillas pálidas de una yanqui rebotando entre mozallones bajo el cielo rojo, explosivo y etílico de San Fermín.
Imagen: Kedin
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