lunes, 29 de julio de 2013

SUPERMÁS


No sé si se han fijado ustedes pero a mí me parece que detrás de ese aspecto de vendedor de paños de Tarrasa, detrás de esa pinta burguesa y gris de viajante de comercio de la Barceloneta profunda, se esconde alguien que se cree un paladín de la causa catalana, un caballero artúrico del Camelot de Canaletas, un superhéroe de capa roja, espada al viento y leotardos paqueteros. Artur, Mas, Supermás. Solo con echarle un ojo a ese mentón prominente, varonil, machazo, ese mentón griego, qué digo griego, homérico, apolíneo, olímpico, podemos concluir que estamos sin duda ante un político que va de iluminado por los vientos de la Historia. La pasada semana, mientras España entera lloraba a los muertos del accidente ferroviario, mientras una lluvia de tristeza abatía la noble y milenaria ciudad de Santiago, Supermás aprovechaba para colar en Moncloa, subterráneamente, subrepticiamente, su temida carta sobre la consulta soberanista. Fue, además de un gesto de escasa dimensión humana y una vergonzosa declaración de intenciones, un tremendo error político. Fue como si al pie de la carta, debajo de la rúbrica del honorable, en lugar del consabido "afectuosamente se despide" o "un saludo Mariano", Supermás hubiera querido escribir en realidad: "España, te voy a dar por do más te duele". Cruel, lastimoso. El proceso soberanista, el derecho a elegir de los catalanes, no se habría resentido un ápice aplazando esa epístola extemporánea, inoportuna, siquiera unos días, hasta que los muertos hubieran sido enterrados. Un país que se construye con los cimientos del resentimiento nace ya maldito, eso debería saberlo el líder convergente. De modo que Mas, Supermás, el político que para mantenerse en el poder tiene que travestirse de cabina en cabina (dependiendo de si la cabina es de CiU, de Esquerra o del PSC)  ha demostrado por fin su verdadera talla política y humana, muy lejos de la que dio el gran Yoda Pujol. A Goethe le dijo Napoleón: "Vos sois un hombre". De Mas solo podemos decir que se cree un superhombre que va a salvar a la patria pero que empieza mal. Lo malo es que al otro lado del puente Madrid-Barcelona, al otro lado de la Historia, estaba el peor destinatario posible, otro iluminado nacionalista y camastrón que también es para mear y no echar gota. Seguro que al sacar la misiva del buzón de Moncloa, Rajoy (este tiene menos mentón, pero cara, lo que se dice cara, tampoco le falta al premier) debió decirse a sí mismo: "Otro sobre, carallo, no gano para sustos". Uno cree que esa carta independentista era inevitable, habría llegado a Madrid más tarde o más temprano porque, tras siglos de desencuentros y afrentas, Cataluña está tan harta de España como España está harta de Cataluña. Pero no hay que perder de vista que en el momento que vivimos todo se debe interpretar en clave de crisis económica. Como ya no hay pesetes en el tesoro del Estado, porque el tesoro está más pelado que la calva de Paquirrín tras la orgía Gurtel y los ochomiles del escalador Bárcenas en Suiza, pues no se puede tapar, como hasta ahora se venía tapando, las bocas nacionalistas y voraces. Y de ahí viene este ultimátum urgente y acelerado de los fueros. El dinero del Estado está ahora, en negro o en B., en la media de lana del corrupto del momento, como decía Zola en su premonitoria El vientre de París. Supermás quiere sacar a Cataluña del vientre de España pero aún está por ver que Supermás sea algo más que un cómic aburrido que ya hemos visto antes (Ibarretxe/Míster Spock, un suponer) algo más que una caricatura que pretende forjar el sueño febril de la Gran Catalonia con los paísos unidos que jamás serán vencidos, la paella con butifarra, la ensaimada mallorquina, los bazares de Andorra, lo que buenamente se pueda pillar de Francia, más los mañicos que hablan lapao y sardana, sardana hasta aburrir en los teatros de Broadway. Atentos (como diría el maestro Miguel Ángel Aguilar) a esta movida de la consulta soberanista, porque entre Marianico y Supermás, entre héroes y villanos, anda el juego. Y entre el hambre y las ganas de comer, pueden descoñarnos a todos.

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