jueves, 25 de julio de 2013

EL TREN


Hierros enroscados como crustáceos gigantes, humo de sangre, carne de fuego, ángeles que salvan a ángeles del infierno, silencio de acero sobre la hierba blanca, gritos de muertos, gritos ahogados en los vagones traidores, lluvia triste y gallega, miña terra galega. Galicia, otra vez Galicia. Santiago andaba de fiesta. ¿Dónde estabas patrón, dónde estabas cuando aulló la muerte? Un tren fulminante sacudió la noche como un rayo. Verano de horror, corrupción y miseria. Verano de mierda. Llueve muerte a chorros sobre esta España maldita, una España en fiestas que baila su ruina. Llueve tragedia sobre este pueblo codicioso y perdedor. Hoguera de horror sobre las vías, equinoccio de pesadilla. ¿Qué pecado hemos cometido? Las diez plagas riegan España la seca; la España de ficción se derrumba como esos vagones de un dominó enloquecido. No había riqueza, no había progreso, no había trenes bala cortando el aire sino una mentira tras otra, una estafa tras otra, un pecado tras otro. Nos habían vendido la gallofa de la España moderna, invulnerable, japonesa, avanzada, una España que ahora descarrila y se desangra y estrella sus trenes suicidas. Es el hombre quien construye su propia muerte. Siempre hay que ir más rápido, más alto, más fuerte. Locura de velocidad, locura de siglo. Un maquinista se volvió loco, un maquinista que quiso ser Dios, pero nada puede viajar más rápido que la luz. Jugar a Dios siempre es perder la partida. Malditas noticias de trenes que me hieren y me hacen daño. No puedo olvidar la rabia y la pena del 11M, ni aquella noche en que, como periodista, viajé al corazón de las tinieblas para contar el choque de trenes en Chinchilla. Pero ésa es otra historia. Yo adoro el tren. El tren es un buen amigo que a veces me atormenta con malas noticias. Mi padre era ferroviario. Hombre prudente, fiel guardián de sus viajeros. Meticuloso hasta la obsesión, responsable hasta la extenuación. Llegaba a casa con el remordimiento erróneo de haber cometido algún fallo. Pensaba que nunca hacía el trabajo perfecto. Siempre había un mal freno, una mala curva, un posible despiste, una cabezada a destiempo. Tomaba litros de café para no dormirse, cabalgaba sobre la lengua de acero con el peso de la tragedia a sus espaldas. La muerte era su copiloto. Se fue de esta vida pobre pero íntegro, sin un mal accidente. Supongo que en cierta forma fue un ganador. Conecto la radio. Doce muertos, quince, treinta, el desastre. Pedro Blanco alivia mis nervios. Su voz es cálida, segura, humana. "¿Pero qué ha hecho este hombre?", implora un viajero herido que blasfema contra el maquinista. Noche de sábanas muertas. Noche de crueles verdades, la verdad de la vida que se impone sobre nuestros vicios humanos y nuestros juegos absurdos. Pongo la tele. Películas malas, realitys, fútbol veraniego. Me parece imposible y maldigo entre dientes. Apagón informativo en pleno siglo XXI, como en los días oscuros del franquismo. Siento escalofríos, el miedo, el terror, la extraña intuición de lo horrible desconocido. Dios mío, ¿cuántas veces habré viajado yo en uno de esos trenes que iban hacia el Norte?
  
Imagen: publico.es             

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias amigo Gil-Manuel, hice lo que pude con un tema sobre el que era necesario escribir pero que es el más difícil tema del mundo. Cuando hay tragedia por medio te mueves en terreno peligroso. Un abrazo.

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