martes, 16 de julio de 2013

EL PEN DRIVE


A mí ese pen drive que Bárcenas ha entregado al juez Ruz me da mucho miedito, lo confieso, no lo niego. Los espías y mangantes de antaño, los honrados malos de Le Carré y Graham Greene, guardaban sus secretos en simples carpetillas manchadas de tinta o de café, lo cual garantizaba un límite de asuntos turbios, un máximo de papelamen negro, un tope de mierda. Pero en un pen drive, en ese chip prodigioso que es como cosa de marcianitos, en ese diminuto universo que cabría en una cáscara de nuez, como decía el científico aquel, se puede almacenar un material radiactivo, destructivo, infinito. En ese pen drive, que es como un arma de destrucción masiva para España, está toda la corrupción histórica y purulenta acumulada por el PP desde que Aznar metió la momia de Franco en el armario (para parecer menos heavy) hasta que el percebe de Rajoy llegó a la Moncloa con sus Prestiges zozobrados, sus habanos, sus chuches y sus ditirámbicas explicaciones de presidente grouchesco y loquitonto. En ese pen drive están los constructores imperiales que levantaban rascacielos de deshonra y compraban voluntades a golpe de maletín, los rockefeller de la banca hispano/suiza que donaban parné para los mitines electorales, para las victorias aplastantes, para el Moet Chandon de los balcones de Génova y las verbenas de Leticia Sabater. En ese pequeño artilugio informático se hallan sin duda los grandes caciques y barones trincones que han levantado un aeropuerto en cada pueblo, un AVE en cada barrio. Dentro de ese aparatito va ingente información, información que no quiero verla, como diría Federico (el poeta, no el periodista plasta). Uno no es capaz de imaginar cuando el juez Ruz se decida a descorchar finalmente ese pen drive, dando rienda suelta a una diarrea de dinero, de nombres, de infamias. Va a salir tanta porquería y excreción de ese chivato minúsculo y electrónico, va a escupir tanto escándalo ese pitorrín cibernético, que a partir de ahora los señores togados tendrán que circular con piragua por los pasillos de la Audiencia Nacional. En el pen drive barceniano van los trajes de Camps, los bolsos de Rita, los modelitos frescos de la fresca Rosalía, la pasta de dientes (y la otra) con la que sonríe de Cospedal, los hotelacos cinco stars del señorito Arenas, las maniobras orquestales en la oscuridad de la Espe, los pasatiempos financieros de Rato (Sam, tócamela un rato) los paraísos fiscales, el tocomocho que le montaban a Hacienda, los amasijos de Urdangarín, las filtraciones de Snowden a la CIA, los braguetazos de Amador Mohedano, los del Rey y el toro que mató a Manolete. Media España contiene el aliento porque media España sabe que está contenida sin remedio en ese pen drive inquietante, implacable, demoledor. Aquí se ha vivido décadas de la cultura de la corrupción, porque la corrupción es una forma de cultura, no lo olvidemos, y en ese pen drive del tesorero más famoso del mundo está el supuesto dinero negro con el que Trillo compró a los forenses del Jak 42, los cuerpos mutilados y abandonados a su suerte de los soldados a los que hicieron volar en una tartana con alas, los cadáveres mezclados por las prisas y los negocios, el dolor de unos padres que esperaban recibir el cuerpo de su hijo y le dieron otra cosa que ni se sabe, la vergüenza inmensa de un exministro que ahora va de gentleman inglés, de embajador de los michirones cartageneros en Londres (Rajoy debió haberlo enviado aún más lejos, con fuerte viento de Levante, coño). Todo eso y mucho más puede salir de ese pequeño artefacto infernal del diablo que viste de Prada. Esto va a ser peor que un terremoto, peor que un vendaval, peor que una guerra. Y qué quiere que le diga. Uno, que ya va siendo viejo y cobarde, tiene mucho miedo.

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