martes, 9 de julio de 2013

EGIPTO, POBRE EGIPTO


Un día navegué por las aguas mansas del Nilo, entre bueyes raquíticos que se bañaban en la orilla, comidos por las moscas, y barcazas llenas de niños que pedían limosna. Tenía entonces 33 años, un empleo fijo como periodista que me reportaba algo de calderilla y mucha ilusión por recorrer el mundo. Hoy ya no tengo 33 tacos, ni empleo fijo, y la ilusión se ha transformado en ácido descreimiento. Pero en aquellos años disponía de algo de dinero, ya digo, y decidí embarcarme en uno de esos cruceros para occidentales ignorantes y aburridos que recorre el país desde el lago Nasser hasta el delta del Nilo. Viajaba solo, con mi Minolta X300 (analógica, por supuesto, entonces esa peste de lo digital aún no lo había devorado todo) y una mochila con un poco de ropa. También llevaba un libro, "No digas que fue un sueño", de Terenci Moix, pero no pasé de la página quince, tengo que confesarlo. Y no es porque el libro fuera malo, al contrario. Es solo que Egipto me ofrecía tanto a cada instante que no era cuestión de desperdiciar ni un solo minuto de mi tiempo en lecturas. Así que por el día me subía a un autocar destartalado para visitar el país y por la noche llegaba al barco tan cansado y lleno de polvo que me iba a la cama sin cenar. Ni siquiera el bullicio y la música de las absurdas verbenas que se montaban en cubierta hasta altas horas de la noche conseguían despertarme. Es más, odiaba aquellos falsos festivales en los que los turistas se emborrachaban de vulgaridad mientras los pobres camareros egipcios, reventados por horas de trabajo, aguardaban bostezando el momento de irse a casa con sus familias. No voy a incurrir aquí en el error pedante de hablar del bosque de columnas del templo de Karnak, ni de la maravilla de Hatshepsut o el Valle de los Reyes, ni siquiera de las enigmáticas pirámides de Gizeh, que las tuvieron que construir los marcianos, no cabe la menor duda. Para eso están los libros de Historia del Arte. Solo diré que en aquellas dos semanas de viaje apasionante y frenético, Egipto me cambió la vida para siempre, porque Egipto es mucho más que sus ruinas eternas y su pasado histórico glorioso. Egipto es una curva en el tiempo que altera la trayectoria vital de los pobres mortales que recalan allí. Egipto es un panteón de espíritus, momias y dioses fantasmales que flotan en el aire y te poseen sin remedio. Algo misterioso e hipnótico que te seduce flota en el ambiente de aquel país ardiente y voluptuoso. Dejarse ir en faluca por el Nilo mientras el dios Ra te tuesta la piel y el tac tac obsesivo de los motores de los barcos te adormece los sentidos; meterte en un café nocturno de El Cairo y compartir una amistosa pipa de agua con un sufrido cairota amargado por seculares gobiernos corruptos y la falta de futuro; escuchar una leyenda egipcia (aunque falsa) contada por un camellero locuaz que mataría por una triste propina de un dólar; abrazar las piedras gigantescas de la escalera hacia el cielo; subir las dunas nebulosas del desierto que se levantan a ambos márgenes del río-monstruo y besar con miedo a una mujer desconocida. Todo eso es impagable y daría un brazo y parte del otro por volver a sentir de nuevo todo aquello. Pero ya digo que hace tiempo que dejé de tener 33 primaveras. Ahora probablemente me asfixiaría como un pez fuera del agua subiendo aquellas colinas de arena pesada que se tragan tus piernas hasta las rodillas. Por todos esos recuerdos que ya no volverán estoy triste estos días de ira y muerte. A veces miro la televisión con pena y se me acelera el pulso y se me enrojecen los ojos. El país está al borde de la guerra civil. Una guerra civil entre hermanos musulmanes. La encrucijada es tan obvia como nefasta: o los militares vendidos a Estados Unidos o los fanáticos dispuestos a rebanar cuellos por Alá. Pobre Egipto. Tan rico en pasado y tan pobre en futuro. Egipto, no digas que fue un sueño.

Posdata: Me siento un hombre afortunado, escribo mientras abrazo a la mujer desconocida que besé en aquella montaña de arena. 

Imagen: scapha.co

4 comentarios: