miércoles, 3 de julio de 2013

KAFKA

Hoy, justo hoy, se cumplen 130 años del nacimiento de Kafka y lo mejor que podemos decir del genial escritor checo es que acertó de pleno con sus narraciones de un absurdo simbólico. No hay más que echar un vistazo al patio político español para concluir que todo es Kafka. El señor Bárcenas echándose un pitillote en la piscina de Soto del Real, recostado en la chaise longue con su camiseta a rayas gondolieras, moda verano, es Kafka (una imagen potente que ni el mismo escritor judío hubiera imaginado). Todo el PP de acá para allá, chapoteando por los pasillos enfangados de Génova, toda la cúpula de los nervios, con el culo apretado, sin saber qué hacer con el gachó, es Kafka sin duda. Y ese Javier Arenas comiéndose hasta las cortinas vienesas del Palace y bebiéndose las cañerías del hotel es Kafka duro también. Por no hablar de esa diputada que no daba un palo al agua y se forraba con las fincas que le endosaba la mafia. En el PP hay miedo porque muchas cuentas no cuadran y muchos cuentos que se han contado a los españoles ya no encajan. Y él, el kafkiano Bárcenas, el Gregorio Samsa que una noche se acostó hombre y a la mañana siguiente se levantó cucaracha depredadora de dineros, está tan tranquilo y solazado en la piscina, tan engominado y ufano como siempre, esperando el momento justo para tirar de la frazadita, aguardando el segundo exacto para barajar los papeles sucios de la carpetilla, esos papeles que son la memoria podrida de un partido podrido. "Hoy los alemanes han invadido Polonia, yo me he ido a la piscina", escribió el genio de Praga. Pues en el PP ha estallado otra guerra no menos importante (los que están pringados contra los que no quieren comerse el marrón, véase Esperanza Aguirre y Gallardón), mientras un ciudadano K. se remoja en la piscina del talego y se broncea ese pecho alpinista henchido de codicia, mentiras y venganza. Kafka describió como nadie la soledad del hombre atrapado en la burocracia del Estado, Bárcenas se ha visto atrapado por la burocracia de la corrupción, el sinsentido laberíntico de la corrupción, que allí todos trilaban y pillaban sueldos, sobresueldos y requetesueldos ciegamente, a manos llenas, un robar por robar, por pura inercia. Ninguno de los que ponía el cazo se paró a pensar un momento si aquello era ético. Trincaban kafkianamente y a otra cosa. En el papelamen del tesorero está toda la Historia negra reciente de este país. El dossier de Bárcenas es una agenda caliente plagada de nombres culpables, de datos terribles, de biografías inconfensables. En esas cuartillas manchadas de café que tan celosamente guarda el tesorero está la ruina de muchos y la gloria de otros. Kafka escribió la historia del hombre anónimo y unidimensional del siglo XX, la historia del hombre sin nombre, el ciudadano K.; Bárcenas era el hombre en B., en la oscura sombra, e iba anotando sin saberlo la historia de un cataclismo nacional. El genio checo se sentía siempre culpable de algo, el tesorero es un personaje kafkiano que se siente inocente de todo, inocente de haberse hecho rico, inocente de que el partido le haya dado la espalda, inocente de las carreras políticas que se va a llevar por delante. Una cosa es cierta: Bárcenas es inocente en cuanto que se está comiendo la culpa de otros que mandan por encima de él. Era el tesorero Midas al que todos visitaban en su despacho de oro y ahora es el juguete roto, el trapo sucio, la bolsa de basura humeante que nadie quiere tocar. El éxito tiene muchos padres pero el fracaso es huérfano, decía JFK. Lo kafkiano de Bárcenas es que ha terminado odiado por los poderosos e idolatrado por los presos, que lo ven como un "héroe" y un "hombre majísimo". Hasta juegan al mus con él. Pues que se anden con cuidado, que el tío es un as de las trampas.  

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