miércoles, 24 de julio de 2013

EL COCHINILLO


Sus anónimas señorías de la diputación de Ávila acaban de saltar a la fama tras descubrirse que han tenido la osadía de celebrar un pleno extraordinario de apenas doce minutos retribuido con cuatrocientos euros de vellón por barba y un cochinillo de propina (más entrantes variados y buen caldo) en el mejor restaurante castellano. Además, y por si fuera poco (parece que los gachós no se quedaron a gusto) acordaron repetir otros dos plenos extraordinarios más al año e irse de rutas gastronómicas por las anchas Castillas. Toma moreno, toma castaña. Estos hijos de la gran diputación sí que saben lo que es correrse una juerga por la patilla. Ni crisis, ni hostias. Son unos fieras, unos fenómenos, unos cracks. Ese cochinillo que se han metido entre pecho y espalda los señores diputativos de Ávila, ese lechón infame y furtivo que se han tragado de un bocado esos pícaros gubernativos, es la mejor alegoría de lo que está pasando hoy en España. Uno cree que la Fiscalía Anticorrupción debería desplegar toda su poderosa maquinaria indagatoria para seguir el rastro jugoso de ese cochinillo culpable, de esos hermanos Dalton de la política, porque donde hay gula hay codicia y donde hay codicia hay robo garantizado, eso seguro. Ese cochinillo sería perfectamente ético y legal de no ser por el pequeño detalle de que es un cochinillo que pertenece legítimamente al pueblo. Y por ahí no pasamos. Lo que ocurre en este país es que unos pocos privilegiados se comen el cochinillo y al resto nos engañan como a cochinchinos. Lo que pasa es que nos gobierna una panda de golfos apandadores amantes del buen pillar que no respeta el luto pobre y austero de un país en la ruina, una mesnada de vividores que se dan a los placeres de la noche toledana sin ningún tipo de rubor ni de pudor. Ese cochinillo que está siendo felizmente engullido por los rapaces de la democracia, ese cochinillo engordado con el pienso de la vergüenza para el disfrute del poderoso, es un insulto al ciudadano desempleado, famélico, carpantiano. Habría que colocar en una balanza a sus señorías de la diputación de Ávila y pesarlos gramo por gramo, kilo por kilo (de peso y de pasta) para que devolvieran al pueblo cada arroba de cochinillo que le han robado. Azaña estaba gordo pero era honrado. Churchill era gordo pero valiente. Luego llegó Suárez, nuestro Abraham Lincoln hispánico, impuso el look delgado y ético y se las llevó a todas de calle. Pero parece que hoy se impone otra vez el falangista gordo y orondo de posguerra, el político desahogado que se limpia el hocico con la manga, el político rollizo, fatuo, comilón. Da pena imaginarse a esa cuadrilla de sanchas panzas dándole a la manduca en los Cándidos mesones de Castilla; produce asco imaginarse a esa recua de Cascanueces/tragaldabas poniéndose hasta las cachas con el cochinillo hurtado al pueblo; indigna imaginarse a esa pandilla de budas de grandes lorzas y barriga triple zampándose el cochinillo necesario del ciudadano. Blesa se fue de rositas y con el cochinillo bajo el brazo; Jaume Matas se acaba de ir con el cochinillo del Supremo; Bárcenas mucho nos tememos que se pirará a Suiza con el consiguiente cochinillo (éste montará mesón propio en los Alpes porque hay mucho dinero que lavar: El cochino de Bárcenas SA, mayormente); hasta el presidente del Constitucional se arrima ya al cochinillo fácil y con carné del PP. Hoy, el país se reduce a dos clases sociales: el españolisto de la política que se pone ciego de cochinillo y el españotonto de a pie que agoniza en un verano de secarral, basura y hambre. Que devuelvan el cochinillo de una vez, coño.   
         

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