(Publicado en Newsweek en Español el 20 de diciembre de 2016)
"Debemos asumir que se trató de un
ataque terrorista", ha dicho la canciller alemana Angela Merkel sobre la
embestida del camión en Berlín que ha dejado al menos 12 personas
muertas y cerca de medio centenar de heridos, 18 de ellos de gravedad.
El tráiler irrumpió en la noche del lunes en un mercado navideño de la
capital de Alemania próximo a la majestuosa Iglesia Memorial Kaiser
Wilhelm, sin que por el momento se tengan demasiados datos. Testigos que
vieron cómo el vehículo se les echaba encima aseguran que el escenario
después de que el camión arrollara a las víctimas fue "horrible y
caótico". Muertos, personas mutiladas y decenas de heridos cuyas vidas
se verán truncadas para siempre. Según las autoridades germanas, entre
los fallecidos hay un hombre que fue hallado dentro del vehículo, en el
asiento del copiloto. Todo indica que esta persona, de nacionalidad
polaca, era el conductor, a quien el asesino mató para poder robarle el
camión.
También se ha descartado que el
sospechoso de origen paquistaní arrestado en el lugar del suceso sea el
autor del atentado. Tras las pesquisas realizadas por la Policía no se
encontraron suficientes evidencias que lo relacionaran con el caso, así
que ha quedado en libertad. Por tanto, se sospecha que el ejecutor de la
matanza puede haberse dado a la fuga, mientras las fuerzas de seguridad
alemanas trabajan para localizarlo. A esta hora se desconoce si el
homicida actuó solo (como lobo solitario) o si lo hizo acompañado de
otras personas con las que supuestamente formaría parte de una célula
durmiente. De modo que tampoco se sabe si es un ciudadano alemán, un
refugiado (como se ha dicho por algunos medios locales) o un retornado
que regresó de la guerra de Siria o Irak para cometer la masacre.
En principio, Daesh ha reivindicado la
autoría del atentado, según ha informado este martes la agencia de
noticias Amaq, vinculada a la organización terrorista. El grupo que
dirige Abu Bakr al Baghdadi ha asegurado que el conductor del camión que
se empotró contra el mercado navideño era "un soldado del califato". No
obstante, esta reivindicación debe cogerse con las máximas reservas, ya
que se sabe por experiencia que el activista islámico no actúa mediante
órdenes jerárquicas, sino que suele radicalizarse de forma aislada, por
internet, en su propia casa, sin necesidad de recurrir a instrucciones
de superiores. Parece claro que esta nueva barbaridad ha seguido el
mismo patrón que la masacre perpetrada en Niza el 14 de julio de 2016,
cuando Mohamed Lahouaiej Bouhlel, un residente tunecino en Francia,
lanzó deliberadamente un camión de carga de 19 toneladas contra una
multitud que estaba celebrando el Día Nacional de Francia, en el Paseo
de los Ingleses, matando a 85 personas e hiriendo a 303. En aquella
ocasión, el Estado Islámico aseguró que Bouhlel "ejecutó la operación en
respuesta a las llamadas orientadas a los ciudadanos de países de la
coalición que luchan contra el Estado Islámico". Sin embargo, las
investigaciones revelaron que el terrorista era un perturbado y un
reprimido sexual, que podría haber cometido su acción arrastrado por una
crisis mental. Resulta complicado en estos casos saber dónde termina la
locura de un trastornado y dónde empieza el martirio religioso de un
soldado de Alá.
Si finalmente se comprueba que el brutal
atentado lleva el sello de Daesh, los yihadistas habrían buscado varios
objetivos: dar un golpe de efecto tras las últimas derrotas del
Califato en Siria e Irak; movilizar a su gente en Europa; y
desestabilizar la situación política en Alemania, donde la extrema
derecha amenaza con un fuerte ascenso de cara a las próximas elecciones.
Todo resulta más que simbólico: el lugar escogido para la matanza
(junto a la Iglesia de Kaiser Wilhelm, que durante la Segunda Guerra
Mundial fue bombardeada y que, con su torre emblemática, es un gran
símbolo de los horrores de la guerra para los berlineses); el momento
elegido –las fiestas navideñas por la connotación de guerra de
religiones, de guerra santa, que pretenden dar los yihadistas a todas
sus acciones letales–; y el país señalado como objetivo: Alemania, el
motor de la UE, el lugar soñado por todo refugiado que huye de la guerra
con la esperanza de hallar un futuro mejor.
Los tres objetivos militares trazados
por Daesh parecen haberse cumplido con una precisión matemática, ya que
mientras la investigación policial avanza lentamente, los partidos
ultranacionalistas alemanes (también los demás europeos) se han
apresurado a lanzar sus primeras soflamas contra la canciller Angela
Merkel, a la que acusan de ser la responsable, por omisión, de este
nuevo atentado. Algunos, incluso han llegado a decir que los muertos de
Berlín son los muertos de Merkel. El partido antiinmigración y eurófobo
Alternativa para Alemania (AfD) ha escrito en su cuenta de Twitter: "El
terror en Berlín no es un caso aislado y está directamente relacionado
con la política de asilo de Merkel". Por su parte, la presidenta del
Frente Nacional francés, Marine Le Pen, ha asegurado que “nuestro deber
es actuar rápido y fuerte” y proceder a cerrar las fronteras nacionales a
la inmigración. "¿Cuántas masacres y muertos harán falta para que
nuestros gobiernos dejen de hacer entrar a nuestros países desprovistos
de fronteras un número considerable de migrantes, cuando sabemos
perfectamente que se han mezclado terroristas islamistas?". En parecidos
términos se ha pronunciado el líder del británico UKIP, Nigel Farage
–quien ha aseverado que el ataque no es una sorpresa y que "acontecimientos como este serán el legado de Merkel"–. Otras
declaraciones más o menos chirriantes se han escuchado también en países
como Bélgica, Holanda y Austria. De modo que Europa se encuentra no
solo ante la terrible amenaza yihadista, que puede actuar en cualquier
momento y en cualquier lugar, sino ante la emergencia de partidos
xenófobos y nazis que pretenden aprovechar cada masacre de Daesh para
lanzar sus panfletos nacionalistas y enervar así a las masas. Lo tienen
fácil los líderes ultraxenófobos europeos: cada vez que a un loco le dé
por empotrar un camión contra la población civil, el responsable directo
será el líder del partido democrático que esté en el Gobierno, ya sea
Inglaterra, Francia o Bélgica. El mensaje ultra está más que definido y
resulta tan maquiavélico como efectivo para millones de europeos: el
culpable directo de que haya terroristas es la UE con sus políticas de
integración del inmigrante y de ayuda al refugiado. De tal manera que
para estos personajes siniestros del neofascismo rampante, la solución
es que Europa vuelva cuanto antes a las viejas fronteras anteriores a la
Segunda Guerra Mundial, lo cual sería un inmenso error de consecuencias
históricas impredecibles. Blindar el viejo continente, como si un muro o
una valla pudiera detener la locura de un fanático empeñado en
inmolarse y de llevarse consigo a decenas de inocentes.
La UE debe defenderse ante la amenaza
yihadista en suelo Occidental mediante el refuerzo de los medios
policiales y de los servicios de inteligencia y también mediante el
envío de ayuda económica y militar a los grupos y partidos políticos,
Ejércitos y guerrillas que en estos momentos están peleando en Oriente
Medio, sobre el terreno, para acabar con la lacra del Califato de Daesh.
Pero Europa debe defenderse también contra la serpiente del fascismo
que anida en su interior y que a partir de ahora crecerá
exponencialmente, alimentada por el terror de la población europea a los
atentados y el odio al extranjero. Tenemos la triste experiencia de los
años treinta del siglo XX, cuando la debilidad de las democracias
occidentales fue aprovechada por Hitler y Mussolini para llegar al
poder. No podemos permitirnos el lujo de cometer el mismo error. La
lucha contra el yihadismo debe ir paralela a la ilegalización de
partidos políticos de corte totalitario que amenazan con destruir la
Europa que hemos conocido desde 1945 y que ha gozado del mayor periodo
de paz, prosperidad y avances sociales en derechos humanos de toda su
historia. Es cierto que la UE no atraviesa por su mejor momento, y eso
lo saben sus enemigos fascistas en todos los países de la Unión, que se
mantienen prestos a lanzar el último zarpazo para volver a alcanzar el
poder, tal como hicieron hace casi un siglo. No debemos tolerarlo.
Europa tiene que ser capaz de movilizar todos sus recursos legales y
políticos para ilegalizar esos movimientos que promueven el racismo, la
discriminación, la falta de libertades y el terror como ideario para
imponer su fanática ideología. El enemigo es Daesh y contra él hay que
luchar. Pero el otro gran enemigo, quizá más peligroso todavía, anida en
las entrañas mismas de Europa. Y se llama fascismo.