Veinticinco años sin Freddie. Un cuarto de siglo ya. Voz hercúlea y
vigorosa que abarcaba todo el rango musical, desde el gruñido de un oso
hasta el canto de un ángel. Hombre de cuero y terciopelo, pasó por todos
los excesos, desde los leotardos de licra a la capa de reinona, desde
las plataformas imposibles al traje elegante y dandi. Bohemio rapsoda,
transformista maravilloso, maruja de pelo en pecho y sobacos floridos,
vecindona con aspiradora y bigote macho que cant
aba
aquello de quiero ser libre. Con esa canción, que fue todo un himno,
hizo más por la liberación de la mujer que cualquier feminista y sacó a
más gente del armario que el día del orgullo gay. Fue un bravucón con
camiseta de tirantes y la más loca de la fiesta. Fue un duro y un
sensible, un heavy y un melódico. Galán engominado con dientes de
conejo, bailarín de músculo templado. Mil generaciones soñaron con sus
baladas de ópera rock. Logró lo que parecía imposible: hacerle sombra a
la académica Caballé sobre un escenario. Orfeo injustamente devorado por
el sida, espíritu libre, genio de nuestro tiempo, voz de neón del siglo
XX que tanto añoramos. Nadie sabe dónde reposan sus cenizas. Dios salve
a la reina, God save the Queen. Y que siga el espectáculo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario