miércoles, 2 de noviembre de 2016

DÍA UNO DEL NUEVO CALENDARIO MARIANO

(Publicado en Revista Gurb el 30 de octubre de 2016)

Habrá un antes y un después tras la histórica sesión parlamentaria que se vivió ayer en el Congreso de los Diputados y que terminó con la investidura de Mariano Rajoy, por segunda vez y con la colaboración inestimable del PSOE, como presidente del Gobierno de España. A partir de ahora se abre un nuevo ciclo marcado por un Ejecutivo débil que gobernará en minoría y que tendrá que dialogar y pactar con otras fuerzas políticas si pretende sacar adelante su programa de leyes y decretos. Se acabó la mayoría absoluta, se terminó el rodillo con el que ha gobernado la derecha. El Rajoy algo pasota con los problemas del país y por momentos soberbio que hemos conocido en la última legislatura poco o nada tendrá que ver con el Rajoy que veremos a partir de ahora, sin duda mucho más apaciguado, condescendiente y obligado a trabajar para tejer alianzas políticas, algo a lo que no estaba acostumbrado. El reelegido presidente sabe que la de ayer fue una victoria pírrica y que sigue en la Moncloa de prestado, sin escaños suficientes para gobernar. A estas alturas ni siquiera sabe si podrá contar con apoyos para sacar adelante los presupuestos generales del Estado para el año próximo, pieza clave de toda gobernación, ya que sin aprobación presupuestaria un Gobierno no puede gobernar. Por si fuera poco, Bruselas ya tiene preparado un nuevo paquete de recortes en las cuentas públicas españolas por valor de 7.000 millones de euros que dejarían todavía más mermados los servicios públicos básicos como la Sanidad, la Educación y el Transporte. Con estos condicionantes, a los que se sumarán una dura oposición de los partidos adversarios –sobre todo de Podemos y de los nacionalistas–, más una fuerte resistencia ciudadana en la calle que podría derivar en una huelga general, tendrá que lidiar Rajoy en los próximos meses.
Hoy, cuando aún no se han cumplido 24 horas desde la sesión de investidura, resulta difícil aventurar si vamos hacia una legislatura larga de cuatro años o corta con elecciones anticipadas. Lo que sí sabemos es que Rajoy puede considerarse un hombre con suerte. Nadie daba un duro por él y se ha llevado el gato al agua. Tras el rosario de escándalos que se han ido destapando en los últimos tiempos en el seno del PP y que han manchado gravemente la imagen del partido, tras el ascenso de fuerzas emergentes que han erosionado el bipartidismo, tras dos elecciones fallidas y casi un año de bloqueo institucional en el que el presidente no ha conseguido formar un Gobierno porque ninguna fuerza política quería darle su confianza ni pactar con el hombre que había dado todo su apoyo al corrupto tesorero Luis Bárcenas, así como a otros implicados en corruptelas varias, su destino lógico era arrojar la toalla. En cualquier país occidental serio Rajoy hubiera sido carne de dimisión, no solo por los numerosos escándalos que le han perseguido, sino por sus políticas de austeridad que tanto sufrimiento han ocasionado a los ciudadanos (de hecho es el único presidente europeo de la zona sur de la UE que va a repetir mandato, ya que el portugués Passos Coelho, el griego Samaras y el italiano Mario Monti han caído por los efectos de la crisis). Pero España sigue siendo diferente y el mandatario gallego, lejos de abandonar, ha hecho valer su mayor virtud como político profesional: una capacidad de aguante ilimitada ante las adversidades. Y así, aferrándose al poder, negándose a claudicar, dejando que el tiempo transcurriera y las cosas se enfriaran es como Rajoy, al igual que un boxeador noqueado a un paso de desplomarse sobre la lona, ha esperado el milagro hasta el último minuto, un milagro que finalmente le ha llegado en forma de inesperada abstención del PSOE y que le ha otorgado la victoria a los puntos, contra todo pronóstico y sobre la bocina.
Si Rajoy es hoy presidente del Gobierno es porque así lo ha querido el PSOE. Punto y final. O habría que decir más bien porque así lo ha querido una parte del PSOE, el sector más conservador de los socialistas. Ningún otro factor, más que la decisión de Ferraz, más que el inesperado giro de última hora del Comité Federal desde el “no” rotundo y sin paliativos hasta la abstención en la sesión de investidura, ha resultado tan decisivo a la hora de alzar al registrador de la propiedad a la jefatura del Ejecutivo. El extraño y apresurado golpe de mano perpetrado por los barones contra Pedro Sánchez (máximo adalid del “no es no” a Rajoy) la usurpación del partido por una gestora urgente que prefirió cortar por la sano antes que debatir la sucesión en un Congreso Extraordinario, todo el atropellado, enloquecido y vertiginoso proceso de descomposición que ha vivido el PSOE en las últimas semanas, no ha sido fruto de la casualidad, ni de la fortuna o el azar. Más bien todo parece calculado, orquestado, perfectamente medido. Ya hay quien quiere ver una operación planeada a tres bandas –la famosa ‘Triple Alianza’ que denuncia Pablo Iglesias–, entre el Partido Popular, Ciudadanos y el ala neoliberal de los socialistas encabezada por Felipe González, Susana Díaz y otros barones, a la que se sumarían los grandes poderes económicos y financieros interesados en una “gran coalición” para frenar el ascenso meteórico de Podemos, el partido de los indignados y de las clases sociales castigadas por la crisis que amenaza con destruir el sistema bipartidista instaurado en 1978.
El bochornoso espectáculo que ha dado el PSOE en las últimas semanas ha concluido con la investidura de Rajoy y con las lágrimas de un Pedro Sánchez que poco antes de la histórica sesión, y forzado ante una más que probable expulsión del partido si insistía en votar “no” a Rajoy, se vio obligado a entregar su acta de diputado, anunciando que a partir de ahora se consagrará a preparar las primarias para recuperar la Secretaría General del PSOE y devolver el partido a la militancia de base. La vergüenza que para el PSOE ha supuesto entregar el poder a la derecha es una mancha indeleble que perdurará por muchos años en ese partido de tradición ejemplar en la lucha por los valores democráticos y los derechos de los trabajadores. Quizá sea por esa misma vergüenza, todavía no asumida, por lo que algunos diputados del partido del puño y la rosa reaccionaron ayer tan airadamente contra el discurso del diputado de Esquerra Republicana de Catalunya, Gabriel Rufián, quien lanzó una dura diatriba contra la bancada roja, acuñando el término “PSOE Iscariote” y calificando de "traidores a la izquierda" a cuantos socialistas tenían previsto abstenerse para que Rajoy pudiera formar Gobierno. "Los fundadores del PSOE se revuelven en sus tumbas, nunca más vuelvan a decirse socialistas, nunca más vuelvan a decirse obreros; traidores es el único nombre que merecen", espetó Rufián desde la tribuna en uno de los episodios parlamentarios más polémicos que se recuerdan y que provocó una airada protesta entre los socialistas. El único problema es que, más allá de que Rufián empleara palabras acertadas o inapropiadas, más allá de que todo cuanto salga de su boca sea repudiado por el odio que despierta su militancia independentista, en el fondo no estaba diciendo nada que no fuera cierto. ¿O acaso no es verdad que el PSOE ha dilapidado 137 años de historia de socialismo en una sola tarde al optar por abstenerse para que gobierne la derecha que mutila sin piedad los derechos de los trabajadores? ¿Acaso no es cierto que en el PSOE hace tiempo ya que se ha instalado una elite de políticos profesionales que medran en los consejos de administración de las grandes multinacionales que cotizan en Bolsa? Y en última instancia, ¿acaso no es una certeza más que objetiva y contrastada que muchos dirigentes del PSOE han hecho fortunas millonarias con la política, olvidándose de que el partido que mal dirigen nació para defender, no sus propios intereses económicos, sino los intereses de la clase obrera, esa misma clase trabajadora que, viéndose abandonada por su partido de toda la vida, ha tenido que recurrir a fuerzas emergentes como Podemos? No se rasguen tanto las vestiduras, señores del PSOE. Ustedes han hecho presidente al hombre que aprobó la infame reforma laboral que están pagando con sangre, sudor y lágrimas, y a veces con sus propias vidas, las personas de las clases humildes condenadas al paro, a la pobreza energética, a los salarios miserables y la desigualdad. Y eso no lo olvida un votante de izquierdas. De izquierdas de verdad.

Viñeta: Becs

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