(Publicado en Revista Gurb el 30 de octubre de 2016)
Habrá un antes y un después tras la
histórica sesión parlamentaria que se vivió ayer en el Congreso de los
Diputados y que terminó con la investidura de Mariano Rajoy, por segunda
vez y con la colaboración inestimable del PSOE, como presidente del
Gobierno de España. A partir de ahora se abre un nuevo ciclo marcado por
un Ejecutivo débil que gobernará en minoría y que tendrá que dialogar y
pactar con otras fuerzas políticas si pretende sacar adelante su
programa de leyes y decretos. Se acabó la mayoría absoluta, se terminó
el rodillo con el que ha gobernado la derecha. El Rajoy algo pasota con
los problemas del país y por momentos soberbio que hemos conocido en la
última legislatura poco o nada tendrá que ver con el Rajoy que veremos a
partir de ahora, sin duda mucho más apaciguado, condescendiente y
obligado a trabajar para tejer alianzas políticas, algo a lo que no
estaba acostumbrado. El reelegido presidente sabe que la de ayer fue una
victoria pírrica y que sigue en la Moncloa de prestado, sin escaños
suficientes para gobernar. A estas alturas ni siquiera sabe si podrá
contar con apoyos para sacar adelante los presupuestos generales del
Estado para el año próximo, pieza clave de toda gobernación, ya que sin
aprobación presupuestaria un Gobierno no puede gobernar. Por si fuera
poco, Bruselas ya tiene preparado un nuevo paquete de recortes en las
cuentas públicas españolas por valor de 7.000 millones de euros que
dejarían todavía más mermados los servicios públicos básicos como la
Sanidad, la Educación y el Transporte. Con estos condicionantes, a los
que se sumarán una dura oposición de los partidos adversarios –sobre
todo de Podemos y de los nacionalistas–, más una fuerte resistencia
ciudadana en la calle que podría derivar en una huelga general, tendrá
que lidiar Rajoy en los próximos meses.
Hoy, cuando aún no se han cumplido 24
horas desde la sesión de investidura, resulta difícil aventurar si vamos
hacia una legislatura larga de cuatro años o corta con elecciones
anticipadas. Lo que sí sabemos es que Rajoy puede considerarse un hombre
con suerte. Nadie daba un duro por él y se ha llevado el gato al agua.
Tras el rosario de escándalos que se han ido destapando en los últimos
tiempos en el seno del PP y que han manchado gravemente la imagen del
partido, tras el ascenso de fuerzas emergentes que han erosionado el
bipartidismo, tras dos elecciones fallidas y casi un año de bloqueo
institucional en el que el presidente no ha conseguido formar un
Gobierno porque ninguna fuerza política quería darle su confianza ni
pactar con el hombre que había dado todo su apoyo al corrupto tesorero
Luis Bárcenas, así como a otros implicados en corruptelas varias, su
destino lógico era arrojar la toalla. En cualquier país occidental serio
Rajoy hubiera sido carne de dimisión, no solo por los numerosos
escándalos que le han perseguido, sino por sus políticas de austeridad
que tanto sufrimiento han ocasionado a los ciudadanos (de hecho es el
único presidente europeo de la zona sur de la UE que va a repetir
mandato, ya que el portugués Passos Coelho, el griego Samaras y el
italiano Mario Monti han caído por los efectos de la crisis). Pero
España sigue siendo diferente y el mandatario gallego, lejos de
abandonar, ha hecho valer su mayor virtud como político profesional: una
capacidad de aguante ilimitada ante las adversidades. Y así,
aferrándose al poder, negándose a claudicar, dejando que el tiempo
transcurriera y las cosas se enfriaran es como Rajoy, al igual que un
boxeador noqueado a un paso de desplomarse sobre la lona, ha esperado el
milagro hasta el último minuto, un milagro que finalmente le ha llegado
en forma de inesperada abstención del PSOE y que le ha otorgado la
victoria a los puntos, contra todo pronóstico y sobre la bocina.
Si Rajoy es hoy presidente del Gobierno
es porque así lo ha querido el PSOE. Punto y final. O habría que decir
más bien porque así lo ha querido una parte del PSOE, el sector más
conservador de los socialistas. Ningún otro factor, más que la decisión
de Ferraz, más que el inesperado giro de última hora del Comité Federal
desde el “no” rotundo y sin paliativos hasta la abstención en la sesión
de investidura, ha resultado tan decisivo a la hora de alzar al
registrador de la propiedad a la jefatura del Ejecutivo. El extraño y
apresurado golpe de mano perpetrado por los barones contra Pedro Sánchez
(máximo adalid del “no es no” a Rajoy) la usurpación del partido por
una gestora urgente que prefirió cortar por la sano antes que debatir la
sucesión en un Congreso Extraordinario, todo el atropellado,
enloquecido y vertiginoso proceso de descomposición que ha vivido el
PSOE en las últimas semanas, no ha sido fruto de la casualidad, ni de la
fortuna o el azar. Más bien todo parece calculado, orquestado,
perfectamente medido. Ya hay quien quiere ver una operación planeada a
tres bandas –la famosa ‘Triple Alianza’ que denuncia Pablo Iglesias–,
entre el Partido Popular, Ciudadanos y el ala neoliberal de los
socialistas encabezada por Felipe González, Susana Díaz y otros barones,
a la que se sumarían los grandes poderes económicos y financieros
interesados en una “gran coalición” para frenar el ascenso meteórico de
Podemos, el partido de los indignados y de las clases sociales
castigadas por la crisis que amenaza con destruir el sistema
bipartidista instaurado en 1978.
El bochornoso espectáculo que ha dado el
PSOE en las últimas semanas ha concluido con la investidura de Rajoy y
con las lágrimas de un Pedro Sánchez que poco antes de la histórica
sesión, y forzado ante una más que probable expulsión del partido si
insistía en votar “no” a Rajoy, se vio obligado a entregar su acta de
diputado, anunciando que a partir de ahora se consagrará a preparar las
primarias para recuperar la Secretaría General del PSOE y devolver el
partido a la militancia de base. La vergüenza que para el PSOE ha
supuesto entregar el poder a la derecha es una mancha indeleble que
perdurará por muchos años en ese partido de tradición ejemplar en la
lucha por los valores democráticos y los derechos de los trabajadores.
Quizá sea por esa misma vergüenza, todavía no asumida, por lo que
algunos diputados del partido del puño y la rosa reaccionaron ayer tan
airadamente contra el discurso del diputado de Esquerra Republicana de
Catalunya, Gabriel Rufián, quien lanzó una dura diatriba contra la
bancada roja, acuñando el término “PSOE Iscariote” y calificando de "traidores a la izquierda" a cuantos socialistas tenían previsto
abstenerse para que Rajoy pudiera formar Gobierno. "Los fundadores del
PSOE se revuelven en sus tumbas, nunca más vuelvan a decirse
socialistas, nunca más vuelvan a decirse obreros; traidores es el único
nombre que merecen", espetó Rufián desde la tribuna en uno de los
episodios parlamentarios más polémicos que se recuerdan y que provocó
una airada protesta entre los socialistas. El único problema es que, más
allá de que Rufián empleara palabras acertadas o inapropiadas, más allá
de que todo cuanto salga de su boca sea repudiado por el odio que
despierta su militancia independentista, en el fondo no estaba diciendo
nada que no fuera cierto. ¿O acaso no es verdad que el PSOE ha
dilapidado 137 años de historia de socialismo en una sola tarde al optar
por abstenerse para que gobierne la derecha que mutila sin piedad los
derechos de los trabajadores? ¿Acaso no es cierto que en el PSOE hace
tiempo ya que se ha instalado una elite de políticos profesionales que
medran en los consejos de administración de las grandes multinacionales
que cotizan en Bolsa? Y en última instancia, ¿acaso no es una certeza
más que objetiva y contrastada que muchos dirigentes del PSOE han hecho
fortunas millonarias con la política, olvidándose de que el partido que
mal dirigen nació para defender, no sus propios intereses económicos,
sino los intereses de la clase obrera, esa misma clase trabajadora que,
viéndose abandonada por su partido de toda la vida, ha tenido que
recurrir a fuerzas emergentes como Podemos? No se rasguen tanto las
vestiduras, señores del PSOE. Ustedes han hecho presidente al hombre que
aprobó la infame reforma laboral que están pagando con sangre, sudor y
lágrimas, y a veces con sus propias vidas, las personas de las clases
humildes condenadas al paro, a la pobreza energética, a los salarios
miserables y la desigualdad. Y eso no lo olvida un votante de
izquierdas. De izquierdas de verdad.
Viñeta: Becs
Viñeta: Becs
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