(Publicado en Revista Gurb el 18 de noviembre de 2016)
La muerte de Rosa, la octogenaria Rosa
que ha fallecido asfixiada al prender en un colchón la vela desesperada
con la que se alumbraba, no ha sido un accidente, sino más bien un
crimen de Estado. A Rosa no le han cortado la luz, le han cortado la
vida. A Rosa la han ejecutado en un Auschwitz del extrarradio de Reus,
una cámara de gas de cincuenta metros cuadrados lóbrega, húmeda y
destartalada donde el Zyklon B ha sido sustituido por un cóctel de
monóxido de carbono, llamaradas, inmoralidad, pobreza y abandono. Entre
el gerente de Gas Natural que ordena el apagón de castigo y el
electricista que ejecuta la orden, como un vulgar sicario calabrés que
aparece con la linterna en medio de la noche para ajustarle la cuentas a
una pobre anciana indefensa, hay toda una cadena ominosa de crímenes,
injusticias, cegueras políticas, tropelías, ideologías totalitarias y
crueldades que van más allá de lo burocrático. Los Estados son grandes
máquinas que se mueven lentamente, decía Francis Bacon. E
implacablemente, habría que añadir.
Lo que pasa en esta España gobernada por
tontos y psicópatas es que hay cinco millones de pobres energéticos, lo
cual ya es un genocidio aplazado en sí mismo. Cinco millones de almas
agonizantes a las que el Estado les ha cerrado el interruptor del
futuro, la luz de la vida. Cinco millones de muertos que están en la
lista de espera del incendio fortuito y accidental y que han vuelto
obligatoriamente a la manta y al brasero, a un tiempo de silencio lleno
de ratas (como en el novelón de Luis Martín-Santos) a otra posguerra en
blanco y negro (ya se sabe que la derecha española gusta mucho de
convertir sus victorias en amargas posguerras). A eso estamos condenados
millones de españoles: a una muerte rápida en la hoguera hereje del
pobre, como en una Inquisición de marginados, o a una muerte lenta sin
calefacción en un infierno frío, gélido, abisal. Elijan ustedes. Lo de
Rosa no ha sido el azar, ni la mala suerte, ni un tropiezo inoportuno
contra el aparador de la habitación. Lo de Rosa ha sido un proyecto de
Gobierno perfectamente ejecutado, un progromo detalladamente diseñado y
organizado, un macabro plan quinquenal para ir reduciendo estocaje
humano, porque aquí lo que sobra es gente, mayormente gente pobre que no
hace más que molestar, dar la turra en las manifestaciones y hacer un
gasto en prestaciones sociales y subsidios que luego tienen que costear
los pijos de la biuti, que son los que levantan España, faltaría plus.
Lo primero fue liquidar el Estado de
Bienestar, el siguiente paso matar de frío a los supervivientes, que ya
estábamos respirando aire por encima de nuestras posibilidades. No está
el poco oxígeno limpio que queda en Madrid para vayan gastándolo los
pobres. Por eso este Gobierno principia a matarnos como a conejos desde
las alturas silenciosas del poder. Cientos de niños se van a la cama sin
cenar cada noche; miles de desempleados terminan en el "paro cardiaco" a
causa de la depresión; millones de trabajadores se parten el espinazo
de sol a sol por dos euros de mierda a la hora, incubando cánceres,
carencias alimentarias, enfermedades profesionales, estrés, angustia y
envejecimiento prematuro. El consumo de váliums y trankimazines se ha
disparado durante la crisis porque no hay un dios que soporte tanto
abuso y tanto porculismo laboral. Tenemos un Gobierno mataconejos que ha
decidido que aquí sobramos unos cuantos, así que ya podemos ir
buscándonos una vela suicida, como Rosa, o una caja de pino malo o un
vuelo barato al exilio económico en Alemania. En España ya no hay sitio
para los pobres. Estropean las estadísticas y luego Rajoy no puede ir
con los deberes hechos a hacerle el consabido masaje del siervo a la
Merkel. Dice Iglesias que le "hierve la sangre" por lo de Rosa y con
razón. Y a quién no le hierve, señor Coleta Morada. El problema es que
Podemos anda algo flojeras últimamente con tanto debate interno y tanta
gresca en Vistalegre y no está a lo que debería estar: a la guerra sin
cuartel contra el patrón, a las barricadas, a la huelga general y a la
defensa de los parias de la famélica legión.
Fukuyama anunció el final de la historia
pero la historia no ha terminado en realidad como decía el chino, sino
que hemos entrado en la era de la posverdad, un mundo en el que la
verdad ya no es importante ni relevante. La posverdad tiene a sus
mesías: Trump en Estados Unidos, un negrero con látigo presto a jarrear
espaldas mojadas, y a Marine Le Pen en Francia, que ya desempolva las
esvásticas y estandartes de los viejos museos fascio de Vichy. Aquí, en
España, también gobiernan chuloputas y fascistas, aunque no tengan el
pelo rubio de yanqui de pedigrí y una voz tejana sacada de un anuncio de
Fritos Barbacoa. Parecen más inofensivos y mansos, pero llevan la mala
baba de serie. Son lobos con piel de cordero a los que se les llena la
boca de democracia cuando no saben lo que es la democracia ni les
interesa. A la espera del advenimiento de un Trump de Valladolid (Aznar
era una ursulina al lado del magnate americano) el bacalao en España lo
cortan cuatro diputadillos de provincias medio analfabetos que salen
alegres y triunfantes de la política para colocarse fuerte en Gas
Natural, en Iberdrola y en otros chiringuitos luminosos desde donde
pueden pegarnos el tarifazo, el sablazo térmico, el tocomocho de la luz.
Han sido ellos –los instaladores e instalados eléctricos, los
especuladores a todo gas, los peperos con enchufe trifásico en la mafia
petrolera y los socialistos con corriente continua en la puerta
giratoria–, los que han empuñado las tenazas violentas, han forzado el
cuadro de luces en medio de la noche, con absoluta premeditación,
alevosía y nocturnidad, y han cortado el último hálito de la desgraciada
Rosa, que estaba llegando al amén de su vida y no se metía con nadie. Y
es que a uno ya no le dejan ni morirse en paz.
Viñeta: El Koko Parrilla
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