(Publicado en Revista Gurb el 2 de noviembre de 2016)
Anda la derechona (con el apoyo del
Grupo Prisa y algunos socialistas rabiosos que parecen salidos de la
Falange Auténtica) buscándole las cosquillas y los escándalos a Podemos
para terminar de darle la puntilla a lo poco que queda ya de la
maltrecha izquierda española. Hasta Anson ha insinuado que circula por
ahí un dosier secreto del CNI sobre Pablo Iglesias que, de ver la luz,
terminaría de raíz con la carrera política del señor de la coleta. Pues
si lo tiene que lo saque, coño, a qué santo viene tanto avisar con que
viene el lobo. Y es que, desde que Pedro Sánchez concedió su histórica e
histérica entrevista póstuma a Jordi Évole, en la que denunció
presiones de El País y de las empresas del Ibex 35 para evitar
un Gobierno de coalición entre partidos de izquierda, se ha abierto una
nueva caza de brujas, una nueva temporada cinegética contra el rojo
bolivariano y todo sociata que tenga la tentación de coquetear con el
malvado Podemos.
La entrevista de Évole, ese periodista
capaz de arrancarle el corazón al entrevistado con una simple pregunta y
una sonrisa de niño travieso, ha hecho caer muchas caretas, entre ellas
la del todopoderoso Juan Luis Cebrián, que tras echar espumarajos por
la boca ha puesto a trabajar a sus plumillas y les ha dado orden expresa
de rebuscar en los parvularios donde recibieron clase los podemitas, en
los despachos desangelados de las universidades y en los botellones de
Vallecas, con el fin de sacar cualquier cosa que pueda servir de noticia
y reciclarlo como escándalo periodístico. Lo último es ese mayúsculo
affaire atribuido a Ramón Espinar, el portavoz de Podemos en el Senado y
candidato a liderar la formación en la Comunidad de Madrid, quien por
lo visto se sacó unas pesetillas con la venta de una vivienda de
protección oficial para jóvenes en Alcobendas cuando era un estudiante
de 21 años y ni siquiera se dedicaba a la política. Al parecer el chico
quería comprarse un pisito, como todo joven de su edad, y su sueldazo
imperial de 400 euros al mes, ese pastón que fijan entre la patronal y
el señor Guindos para que los universitarios puedan empezar a labrarse
un futuro, no le llegaba para la hipoteca, de manera que le pidió un
préstamo a la familia, como hace todo hijo de vecino. Luego, como no
podía hacer frente a la letra mensual, Espinar decidió vender el
apartamento, que no era precisamente el ático de Marbella de Ignacio
González, ni la mansión de Paco Granados, ni siquiera el yatecito de
nada en el que Felipe se solaza entre los piratas del mar Caribe, sino
más bien un cuchitril de 60 metros cuadrados que da para picadero
estudiantil de fin de semana y poco más. Y hasta ahí el escandalazo
mundial, hasta ahí lo que ha dado de sí el último caso Watergate ibérico
destapado por el magnate de la cutreprensa hispánica, o sea Cebrián.
¡Qué trama organizada e internacional más compleja, qué vergüenza para
un país, qué estafa multimillonaria que ha hecho tambalear los cimientos
mismos de la economía patria! Desde los latrocinios de Al Capone no se
había visto nada igual, ni siquiera el caso Gurtel, las tarjetas black o
la trama Púnica, todo ello sin duda mucho menos grave que el asunto de
la casa de los horrores de Espinar.
Así que el muchacho, que tras esto ya
sabe lo que es probar la hiel de la política española en su sabor más
amargo, ha tenido que salir a dar explicaciones ante los periodistas de
por qué compró el pisito o lo dejó de comprar, quién le concedió el
préstamo, si la hipoteca era a cinco o a veinte años y si las cortinas
eran estampadas o a juego con el sinfonier. Ya nos hubiera gustado que
los gerifaltes del PP (y los del PSOE) hubieran sido así de rápidos en
convocar ruedas de prensa para explicar tanto paraíso de Panamá, tanta
comisión del tres por ciento, tanto hotel de masajes, tanta coca y
putiferios varios en los que se han gastado nuestro dinero durante todos
estos años. Pero pasaron las décadas y estuvieron callados como tumbas,
o mintiendo como bellacos, hasta que llegaron los jueces de la
Audiencia Nacional con las rebajas y al final todos ellos han terminado
saliendo de las cloacas del Estado y desfilando para vergüenza y oprobio
de los dos grandes partidos. Ayer, en la kafkiana rueda de prensa que
se vio obligado a convocar Espinar, se dieron cita todos los medios,
mayormente los más interesados en el casillo, los de Prisa y La Razón,
la Brunete mediática (solo faltaban Inda y Marhuenda, estarían cobrando
las minutas de la Sexta Noche) y como hienas de colmillo retorcido e
hillilo de baba colgandera, esperaban, codo con codo, todos a una, como
una nueva brigada Político Social, a que apareciera la joven víctima de
su auto de fe para hincarle el diente y despellejarla viva. Desde el
principio se vio que querían hacer pasar a Espinar por el nuevo Rodrigo
Rato de Podemos, el Francisco Granados de la formación morada, o ‘El
Bigotes’ de los bolivarianos, solo que enseguida se vio que la cosa no
daba para mucho más. Eso sí, la comparecencia sirvió para que el
muchacho, con cara de póker y gesto resignado, terminara dándose cuenta
de dónde se ha metido y en qué consiste en realidad este juego sucio de
la política española, este thriller de venganzas, traiciones,
emboscadas, ventas de almas al mejor postor, convolutos, conspiraciones,
chantajes y operaciones secretas para arruinar la vida de todo aquel
que ose plantarle cara al Ibex 35. Espinar, ya te han desvirgado, hijo.
Ahora ya sabes de qué va este rollo.
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