(Publicado en Revista Gurb el 29 de octubre de 2016)
Transcurre el previsible debate de
investidura de Mariano Rajoy entre bromas, chanzas, chascarrillos,
chuflas y pitorreos varios de sus señorías, mayormente entre el
presidente en funciones y Pablo Iglesias, que ya ejerce de líder de la
oposición, también en funciones. Parece que hay feeling, se caen bien y
hasta se hacen ojitos desde la tribuna. Tanto espectáculo de vodevil
viene a demostrar que hemos pasado, sin duda, de la era de la democracia
a la era de la demogracia. El poder para el más gracioso. El gobierno
de los cómicos. Es una nueva fase en nuestra evolución histórica, por
ponernos en términos hegelianos. Ni mejor ni peor, solo una nueva fase.
Aquí el triunfo parlamentario se lo lleva el que dice el chiste más
ocurrente, la guasa más oportuna, la gracia más graciosa, de ahí el
término. La demogracia consiste en trasladar el lenguaje ingenioso y
divertido de los 140 caracteres de Twitter, gran taberna del mundo, al
hemiciclo, que es donde todos compiten por ser el más chisposo. Aquí de
lo que se trata no es de ir al Congreso a hablar de las pensiones, que
se agotan, ni de las prestaciones por desempleo, que ya no quedan, ni
del problema catalán, que se ha evaporado como la honradez de los Pujol.
Aquí se trata de decir la gansada más jocosa que "lo pete en las redes
sociales", por utilizar una jerga community manager, que es lo que se
lleva hoy. Y en ese terreno, el del humor, Rajoy tiene todas las de
ganar. Domina el género, tiene retranca, se siente a gusto. Es una prima
donna. Por eso salió airoso del momento crucial del debate: cuando
Iglesias le dijo aquello de que con Twitter no se aclara usted pero con
los SMS (en alusión al famoso "Luis sé fuerte" que le envió a Bárcenas
aquel día de infausto recuerdo) se maneja “de maravilla”. El presidente,
lejos de sonrojarse y venirse abajo (para sentir vergüenza torera hay
que tenerla y el presidente hace tiempo que se la fue dejando por el
camino sembrado de escándalos) reaccionó con cintura y contraatacó con
otra ocurrencia: "En Twitter voy mejorando y con los SMS me manejé peor,
pero ahora también voy mejorando". Es decir, Rajoy en estado puro.
También quiso pillarlo, en vano, el portavoz del PNV, Aitor Esteban,
cuando le soltó aquel soneto quevedesco: "Si bien me quieres Mariano, da
menos leña y más grano". A lo que el gallego reaccionó con otro ripio
que pasará a los anales del parlamentarismo cómico patrio: "Si quieres
grano, Aitor, te dejo mi tractor".
Son ejemplos claros y rotundos de que en
el terreno del humor (un humor clásico, decimonónico y hasta algo
rancio y demodé si se quiere, pero humor a fin de cuentas) Rajoy es el
mejor showman del momento. Ha hecho de sí mismo una caricatura que
funciona, un personaje, un actor berlanguiano forjado en la escuela del
chiste fácil, cuando no en el cinismo. Y ahí no tiene rival. El humor es
una cosa muy seria, ya lo decía Churchill, y meterse a humorista sin la
destreza suficiente puede llevarle a uno al desastre. Pero Rajoy domina
el medio, no como otros emergentes todavía novatos, y por eso salió
vivo de la primera sesión del debate de investidura, por eso se fue
pasando por la piedra, uno tras otro, a todos aquellos adversarios que
fueron subiendo al estrado a competir con él en cuchufletas y
chirigotas. Estuvo tan fresco y cómodo en la tribuna de oradores, estuvo
tan a gustito entre payasadas y chacotas, que nos olvidamos de lo más
serio y grave: que ese mismo día desfilaban por la Audiencia Nacional
los Correas, Crespos, bigotes y barbas del PP, esos fulanos del landismo
financiero y económico que han llevado a la ruina al país. De Rajoy se
han hecho muchas loas estos días, como que es un superviviente nato, un
maestro del "quien resiste gana", un tío suertudo con una flor en el
trasero que lo saca de las situaciones más comprometidas. Vaya usted a
saber, que diría el propio Rajoy. Sin embargo, uno no ve tanto mérito en
el presidente, uno ve más bien a un hombre terco que se tenía que haber
ido a su casa hace mucho tiempo y que le está echando morramen para
seguir cuatro años más en el poder. Rajoy se agarra a lo único que sabe
hacer, un humor castizo de Restauración borbónica, una cosa de Casino
burgués entre Mihura y Tip que aún parece funcionarle. Rajoy no hace
política, Rajoy hace humor, que no deja de ser un mecanismo de
adaptación a un medio hostil, como diría Freud, una herramienta con la
que trata de evadirse y de evadirnos a los demás de los problemas
reales, como que la UCO registra la sede de su partido día sí, día
también.
Hallazgos humorísticos aparte, la
primera sesión de investidura confirmó lo que todos ya sabíamos: la
extrema crueldad de los susanistas que arrojaron a la hoguera a
Hernando, escudero sanchista converso al abstencionismo, para que
terminara quemándose mientras él, a gritos entre las llamas, se afanaba
por tratar de convencernos de que quería decir "sí" cuando dijo "no".
Por cierto, demoledora la simbólica imagen de los de la gestora del PSOE
relegados a la última tribuna de invitados. Y es que la izquierda, tan
dividida y fragmentada, ya va de invitada al Parlamento, solo por darle
ambiente, por darle un toque pintoresco de color. El debate ha servido
para poner focos y tablas a la debacle socialista y para poco más: como
mucho para confirmar, por si no lo sabíamos ya, que España sigue siendo
el cortijo de la derecha (y lo seguirá siendo en los próximos lustros);
que Pablo Iglesias es un gran especialista en mítines y platós
televisivos pero se pierde en retóricas literarias, citas históricas y
una violencia gratuita, como en el peor espagueti western, cuando sube a
la tribuna; que Rivera se diluye como un azucarillo conforme va pasando
el tiempo (ahora ya hasta pierde las formas de chico educado y escupe
tacos desde su escaño como un vulgar lumpen); y que sigue siendo todo un
misterio que tipos mediocres como Rafa Hernando, tan exultantes como
insultantes, puedan medrar y prosperar en este país surrealista que aún
se llama España. Y así, entre chiste y chiste que maldita la gracia, es
como esta misma tarde –cautivo y desarmado el Ejército rojo, o sea, lo
que queda de ese PSOE en quiebra que se abraza a la abstención como a un
clavo ardiendo más ese Podemos que quiere pero no puede–, el presidente
de la España más pobre y corrupta que recuerda nuestra historia
reciente volverá a ser investido. Una gran ironía del destino. Una broma
macabra. Aunque bien mirado, como dijo Chaplin, todo es un chiste.
Viñeta: Igepzio
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