(Publicado en Revista Gurb el 4 de noviembre de 2016)
"A partir del lunes cojo mi coche para recorrer de nuevo todos los rincones de España, y escuchar a quienes no han sido escuchados". Así se lo dijo Pedro Sánchez a Jordi Évole durante su entrevista en el programa Salvados, donde comunicó su intención de "reconquistar" el PSOE en unas futuras primarias para entregárselo a las bases y "alejarlo del PP". Sin embargo, aunque la intención de Sánchez pueda parecer legítima y honesta, todo apunta a que no lo tendrá nada fácil. Su empresa se antoja descabellada y aunque contará con un amplio número de seguidores, sobre todo militantes de base y simpatizantes, la aventura parece condenada al fracaso. Coger un coche y empezar a recorrer cada rincón de España resulta una labor quijotesca que de cara a la galería puede resultar heroica y simpática por su idealismo poco frecuente en los tiempos que corren, pero escasamente práctica en realidad. Sánchez se tendrá que enfrentar a muchos molinos de viento en su particular cruzada contra el ala conservadora del partido, no solo con la férrea oposición de los barones y de Susana Díaz, que ahora mismo ostentan todo el poder del aparato, sino contra el grupo Prisa, contra las empresas del Ibex 35 (a las que ha puesto en la picota) y contra una gestora que está en su contra. ¿De dónde piensa sacar Sánchez los fondos y recursos para llevar a cabo su empresa? ¿Con cuántos apoyos y avales cuenta en realidad en el seno de su partido?
Es evidente que el exsecretario dimitido
tiene ilusión y ganas de emprender una nueva etapa en el PSOE pero
quizá alguien debería decirle que su hora ya pasó, que tuvo la
oportunidad de ganar unas cuantas elecciones y que llevó al partido, de
descalabro en descalabro, hasta la derrota final. Y que, sobre todo y
por encima de todo, no supo aprovechar su momento, aquel en que la
historia le situó ante la posibilidad de asumir el encargo del Rey de
formar un Gobierno alternativo de izquierdas. Tuvo la oportunidad de
pactar con Podemos y otros grupos nacionalistas y viró inexplicablemente
hacia la derecha para caer en brazos de Ciudadanos. Esos errores ya los
ha reconocido como propios, algo que le honra, pero el reconocer los
errores no garantiza que alguien pueda tener derecho a una nueva
oportunidad.
Para desgracia suya, Sánchez será
recordado como el secretario general del PSOE que llevó al partido a sus
peores resultados electorales en 137 años de historia y a una
encarnizada y fratricida guerra interna que ha terminado con la ruptura
radical en dos bandos. Quizá sea el momento de que –antes de coger el
coche y ponerle gasolina (o diésel, que es más barato), antes de trazar
la ruta por los pueblos a recorrer en el mapa de la Guía Michelin y
antes de preparar sus discursos ante las agrupaciones locales y bases–,
reflexione, se mire al espejo y se pregunte con sinceridad, sin rencores
ni ansias de venganza: ¿es esto lo que más le conviene a mi partido?
¿Debo seguir adelante con mi batalla personal aún a pesar de que eso
puede significar seguir ahondando en la herida de la división y en las
luchas intestinas? Sánchez debe responderse a todas estas cuestiones
antes de subir al vehículo y ponerse a hacer kilómetros por toda España
en una misión proselitista tan homérica como aparentemente estéril. Él
es un hombre con amplia experiencia en el partido que debe saber que
cuando las elites controlan los resortes de una organización poco o nada
se puede hacer para desbancarlas. Quizá sea una batalla perdida o quizá
merezca la pena intentarlo. Eso solo lo puede decidir Pedro Sánchez.
Ilustración: L'Avi
Ilustración: L'Avi
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