(Publicado en Diario16 el 1 de septiembre de 2020)
Si de Cayetana Álvarez de Toledo dependiera, la Constitución Española sería reformada para incluir un nuevo artículo que dijese algo así como “todos los españoles tienen derecho a insultar y calumniar al otro con entera libertad y sin que pueda interferir ningún poder público estatal”. Cayetana es tan amante y defensora de las libertades individuales que no tolera ningún control moral o legal a la ley de la jungla, donde todos pueden ultrajar, injuriar, vilipendiar y difamar cuando les venga en gana. Cayetana, como buena ultraconservadora, es una talibana de la libertad mal entendida, alguien que concibe la libertad como el derecho a hacer y decir todo lo que se desee en cualquier momento y lugar. Por eso falta al respeto a los rivales políticos; por eso atropella la dignidad del oponente; por eso los aplasta, los denigra dialécticamente y los trata como escoria. Y cuanto más alta es la alcurnia del poderoso más humillación para el humilde.
Ahora la diputada del Partido Popular ha anunciado que piensa presentar, esta misma semana, un recurso ante el Tribunal Constitucional contra la decisión de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, de retirar del Diario de Sesiones el famoso insulto que la exportavoz popular dedicó al padre de Pablo Iglesias, a quien calificó de “terrorista del FRAP”. Es decir, la polemista argentina pretende que el Constitucional reconozca su derecho al insulto flagrante e impune, lo cual sería tanto como que el Alto Tribunal diera luz verde a convertir la Cámara Baja en una taberna donde mentar a la madre o al padre saliera gratis.
Está claro que la hasta hace unos días delfina de Pablo Casado (y hoy ilustre aparcada) tiene una idea utópica, mítica de la libertad, o sea que sufre la ensoñación edénica de aquel paraíso perdido en el que cada individuo podía hacer lo que le viniera en gana porque imperaba el estado del buen salvaje con sus impulsos y leyes deterministas. El problema es que tras la Ilustración y la consagración de los derechos humanos frente a la casta aristocrática que ella representa, la libertad de cada cual termina donde empiezan los derechos de los demás. Fue Rousseau quien dijo aquello de que la libertad es la obediencia a la ley que un pueblo se ha trazado. O lo que es lo mismo: el Reglamento del Congreso está para ser cumplido, al igual que el Código Penal, por lo que, le guste o no a la libertaria Cayetana, serán los jueces quienes determinen si injurió y denigró a la familia de un rival político o solo estaba ejerciendo su derecho a la libertad, en este caso de expresión.
Cuando la diputada popular dice que “es un hecho fáctico” que el padre de Iglesias es un terrorista y que la decisión de Batet de borrar el repugnante párrafo fue “una cacicada” y una “censura intolerable” está tratando de convertir su sagrada voluntad en la dictadura de los demás. Lo que la diputada recientemente cesada por Casado no entiende es que el concepto de libertad ha evolucionado desde el feudalismo, cuando el individuo más libre solía ser el más fuerte, poderoso y rico. Hoy no se entiende la libertad sin sociedad, sin unas leyes y unas normas, como no podía ser de otra manera, ya que de lo contrario estaríamos en el Far West (ahora se está viendo lo que ocurre, por ejemplo, con los pistoleros supremacistas de Wisconsin que imponen su santa libertad, a tiro limpio, sobre los derechos de los negros oprimidos).
Cayetana entiende la libertad como la del hombre prehistórico en estado natural, es decir, como animal asilvestrado, soberano, a sus anchas. Sin embargo, a la intemperie, en taparrabos, recogiendo semillas del suelo y expuesto a otros seres más libres y fuertes, la vida suele ser bastante corta. Por muchos estudios retóricos y escolásticos en Oxford que haya cursado la señora marquesa, no termina de comprender que una vez que el sujeto se integra en la civilización sacrifica una parte de su libertad a fin de que la sociedad le garantice todo lo demás: sustento, seguridad y un futuro digno. El humano solo lo es en sociedad, solo rompe con el yugo de la naturaleza −la supuesta libertad que en realidad es determinismo biológico−, gracias a la socialización, al trabajo colectivo, a la comunidad con sus semejantes.
Cayetana es un ser libre precisamente porque hay otros seres que también lo son, sus hermanos, sus paisanos, sus iguales. Eso es lo que nunca alcanzará a comprobar la grande de España. Nadie es verdaderamente libre más que cuando todos los humanos que le rodean, hombres y mujeres, gozan de esa condición. Si Cayetana se jacta de ser un individuo libre, más bien una individua libre (por ir entrando en el lenguaje inclusivo) es precisamente porque hay otras personas a su lado que comparten el don, entre ellas el padre de Iglesias que tiene sus derechos, mayormente a que no pisoteen su buen nombre ni lo ultrajen o lo traten como un criminal terrorista. Luchar contra el fascismo franquista (ya fuera en el FRAP, con el maquis o en solitario) sí que era pelear en serio por la causa de la libertad y jugarse el pellejo y la vida. Lo que hace Cayetana, asistir dos veces por semana al Congreso de los Diputados y levantarse 4.000 euros de vellón por insultar a otros, tiene poco que ver con la defensa de la libertad y mucho con la mala educación y el postureo. Aunque ella se crea una valiente heroína elegida por la divina providencia para salvar a España de las garras del comunismo.
Viñeta: Igepzio
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