(Publicado en Diario16 el 2 de septiembre de 2020)
Pedro Sánchez le ha puesto el cordón sanitario a la extrema derecha y en principio no contará con Vox para la ronda de contactos de cara al debate de Presupuestos en el Congreso de los Diputados. De esta manera, el presidente del Gobierno no hace más que homologarse con el resto de cancilleres europeos, que no van con los neofascistas ni a tomar café. Ese es el gran legado que va a dejar Angela Merkel, que estos días ve cómo unos matones ultras le quieren quemar el Reichstag, tal como ocurrió en el 33. No se pueden defender los valores esenciales de la democracia tratando de tú a tú a alguien que no es capaz de condenar las dictaduras fascistas, que desprecia a los inmigrantes como delincuentes y que se ríe de los derechos humanos con ese lenguaje guerracivilista propio del pasado.
Tal como era de prever, a Santiago Abascal le ha faltado tiempo para pedir micrófonos a los periodistas y aclarar que no le “preocupa” no ser invitado a la Moncloa. Es el clásico discurso arrogante de un partido antisistema que no tiene otra función en la vida pública que destruirlo todo para conquistar el poder. En algún momento los votantes de la formación verde se plantearán si merece la pena seguir tirando la papeleta de un partido que se autoexcluye del juego político sin aportar solución alguna a la pandemia, entre otros acuciantes asuntos de Estado. En democracia toca dar explicaciones al electorado sobre las decisiones que va tomando un partido, rendir cuentas, presentar un balance de la gestión. Y no le va a resultar fácil a Abascal justificar por qué Vox se ha metido por su cuenta y riesgo en el rincón de pensar, ahora que llega septiembre y nuestros colegiales se comportan como auténticos jabatos haciendo frente a sus miedos y a los estragos del coronavirus.
De ahí que Abascal haya tenido que recurrir ya a un discurso alternativo para explicar por qué no va a la Moncloa, un guion que pasa necesariamente por el victimismo, el manido Sánchez nos tiene manía, el Gobierno nos engaña, estábamos siendo utilizados y en ese plan. Ya le ha dicho a las agencias de noticias que Vox “limitará” sus encuentros con el Ejecutivo central “a la tribuna del Congreso”. Y añade: “Nos ha excluido el Gobierno, pero no estamos preocupados. Estamos ante una decisión irrelevante, una exclusión sistemática de Vox de la vida política”.
En realidad no hay tal exclusión. La razón de ser de un partido ultraderechista es precisamente esa, la automarginación, quedar fuera del juego democrático que no va con ellos porque son franquistas, boicotear cualquier intento de consenso o de pacto (el legado trumpista se impone) degradar las instituciones, crispar, armar ruido y follón, en definitiva el negacionismo de la política, de la convivencia pacífica, de la democracia misma. Qué mejor prueba de que al partido ultra no le interesan las reglas establecidas por la Constitución del 78 que el hecho de que Abascal haya anunciado a bombo y platillo una moción de censura contra Sánchez y al final se olvide de ponerle fecha para llevarla al Pleno del Congreso. Eso es que no está a lo que está, que todo es un teatrillo de variedades. Sobre ese pequeño detalle sin importancia de la moción fantasma, el líder de Vox se limita a decir que se encuentra en “interlocución con muchos actores de la vida social para darles voz en la tribuna”, sin aclarar nada y escurriendo el bulto. El Caudillo de Bilbao no ha podido hacer mucho más que confirmar que él será el candidato a la presidencia del Gobierno el día que defienda la moción de censura, aunque matiza que “si hay españoles” que quieran protagonizarla para recabar mayores apoyos, “estará dispuesto a ceder el testigo”. ¿Españoles defendiendo una moción de censura en el Parlamento? ¿Quiénes? ¿Cómo? ¿Pero qué broma es esta?
Resulta obvio que todo son malas excusas mientras al hipotético candidato no le sigue nadie, ni siquiera el PP duro de Pablo Casado, que ya se ha apresurado a decir que no cuenten con él para un vodevil abocado al fracaso de antemano y que solo serviría para dar oxígeno a Sánchez. Al igual que Vox, el líder popular también está en el aislacionismo, en la táctica de no arrimar el hombro de ninguna manera en la reconstrucción del país (en eso Casado y Abascal son almas gemelas). Sin embargo, el presidente popular aún guarda las formas y al menos hace el paripé de verse con Sánchez de cuando en cuando para tomar el té con pastitas de Moncloa y hablar un rato del tiempo. A Casado nadie lo baja de la burra y sigue con su discurso bizantino y metafísico sobre las esencias de la patria mientras los españoles siguen muriendo en los hospitales a causa de la maldita epidemia. “No se puede pedir al PP que apoye unos Presupuestos de un Gobierno de Podemos, que está pidiendo la abdicación del rey, que defiende la nación independiente catalana, o al menos el derecho a decidir de los independentistas, y que está intentando blanquear a Bildu como un socio político homologado, además de estar investigado por financiación ilegal”. Del coronavirus, ya si eso hablamos después.
La irresponsabilidad de los líderes de las derechas es clara y manifiesta y solo escuchar a Abascal decir eso de “queremos devolver la voz al pueblo español y convocar elecciones inmediatas” pone los pelos de punta. En este momento, con los rebrotes de la pandemia arreciando y la curva del doctor Simón al alza, unas nuevas elecciones no solo serían inútiles y altamente peligrosas para el país por la posibilidad de multiplicación de contagios, sino también para el propio Vox, que se quedaría tal como está o incluso con peores resultados, según la encuesta de La Razón. Ir a las urnas no resuelve nada, Abascal no entiende que el pueblo pide batas blancas, médicos y vacunas, no votaciones, y ahí demuestra que nunca ha entendido ni entenderá lo que es ser un verdadero patriota. Pero para qué perder más tiempo con él. A Vox no se le puede tomar en serio. Vox es un circo aterrizado de algún planeta trumpista lejano y extraño con sus legiones de negacionistas ataviados con gorrillos de papel de plata y antena, cacerolas y banderas desteñidas.
Viñeta: Becs
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