(Publicado en Diario16 el 31 de agosto de 2020)
Pablo Casado ya solo trabaja con una sola premisa de futuro: cualquier apoyo o mano tendida al Gobierno de Pedro Sánchez juega en su contra. De modo que la única palabra que truena en su cabeza, como un martillo pilón, es: elecciones, elecciones, elecciones… El eterno candidato a la Moncloa –ha perdido cinco batallas electorales en un año, un currículum nefasto que lo hubiese enviado a la cola del paro en cualquier país medianamente serio− ve cómo las manecillas del reloj avanzan inexorablemente y su sueño de ser presidente algún día se aleja poco a poco. La última encuesta de La Razón confirma que el Partido Popular sigue estancado −el PSOE gana medio punto en el último mes, la misma cifra que caen los populares− y Casado siente que necesita golpes de efecto inmediatos, conejos de la chistera, victorias rápidas.
De ahí que cada vez que Pedro Sánchez le ofrece un pacto de Estado él responda con evasivas, escurriendo el bulto y derivando la cuestión hacia cuestiones tangenciales que nada tienen que ver con lo prioritario y urgente: arrimar el hombro para sacar el país de la peor crisis económica, política y social desde la Guerra Civil. Así, cuando Sánchez le ofrece acuerdos para la reconstrucción nacional él responde con la supuesta caja B de Podemos, un bulo más de OK Diario; cuando Sánchez le pone encima de la mesa un pacto de Presupuestos que dé estabilidad a las cuentas públicas y confianza para acometer las ayudas y reformas necesarias, él va y pide la cabeza de Pablo Iglesias en bandeja de plata, como una airada Salomé de la política que se mueve en términos de decapitaciones y ejecuciones; y cuando Sánchez le convoca para dialogar en serio sobre unos nuevos Pactos de la Moncloa, él sale por peteneras y se rasga las vestiduras con la supuesta claudicación del Gobierno separatista y filoetarra ante los nacionalistas de Alsasua que ofenden a la Guardia Civil, un tema que por lo visto debe quitarle el sueño a los millones de españoles que se acuestan cada noche pensando qué van a comer al día siguiente y si van a salir vivos de la maldita pandemia.
Casado no vive en la realidad, sino en una encuesta electoral permanente. El programa del sucesor de Rajoy es mantener el país en un estado de campaña constante, en tensión, en crispación sin tregua ni cuartel, hasta que el Gobierno caiga finalmente. El problema es que, a estas alturas y con lo que ha llovido, Sánchez ni siquiera se tambalea un tanto. Cada día es más evidente que pese al apocalipsis vírico que vive el país, su gabinete tiene cuerda para rato. Vamos a una legislatura de cuatro años, por mucho que Casado no quiera verlo. El presidente popular se ha convertido en otro negacionista (gran plaga de nuestro tiempo) y al igual que Torra niega que el procés haya fracasado (instalándose en la nostalgia de aquellos días revolucionarios mientras Cataluña entera enferma por el coronavirus), el líder del PP se ha quedado en el “marzo negro”, cuando los ancianos caían como moscas en los gulags privatizados de su delfina Díaz Ayuso y todo el mundo en Madrid estaba convencido de que el Gobierno no duraría ni una semana. Sin embargo, el escenario se ha despejado bastante y aunque la famosa curva de contagios del doctor Simón sigue al alza, no parece que el sistema sanitario vaya a colapsar de momento, por mucho que Vox y el conspiranoico Miguel Bosé convoquen cien manifestaciones de “cayetanos”, “borjamaris” y suicidas sin mascarilla.
Así las cosas, el Partido Popular ha embarrancado en el inmovilismo, en tierra de nadie, atrapado entre dos fuegos: por un lado, su propia ineficacia como partido siempre instalado en el teatrillo político; por otro, la trampa de la moción de censura abocada al fracaso que prepara Santiago Abascal solo para retratar a la derechita cobarde. Ya ni siquiera los montajes judiciales cloaqueros contra la izquierda podemita, el macartismo a la española, le dan resultado en las encuestas. El motor del Ferrari genovés, que antes carburaba a pleno rendimiento y ganaba elecciones sin querer, parece definitivamente gripado. Sin duda, es el peor escenario, ya que transmite a la opinión pública la idea de que el PP es intrascendente en la vida política de los españoles y lo que es aún peor: va a la deriva, sin guía, sin patrón. Cuando Génova 13 debería ser una balsa de aceite y Ferraz un terremoto con constantes réplicas por los terribles estragos de la pandemia es precisamente al contrario. Los populares siguen sumidos en la resaca del despido procedente (pero a destiempo) de Cayetana Álvarez de Toledo y su sustitución por Cuca Gamarra. La decisión, una operación más de marketing, ha puesto en evidencia la política del bandazo del líder popular, que un día se levanta centrista y al siguiente ultra.
Fue precisamente Casado quien decidió apostar por los duros, rodeándose de falangistas al inicio de la legislatura, y fue él y nadie más que él quien dio todos los galones y la patente de corso a Cayetana para que marcara la hoja de ruta aznarista. Sin embargo, a las primeras de cambio la estrategia ha quedado en papel mojado porque Núñez Feijóo ha arrasado en las gallegas, demostrando que la receta del éxito pasa necesariamente por el discurso moderado. De esta manera Casado, a regañadientes, ha tenido que prescindir de la francotiradora Cayetana y tirar a la papelera su guion inicial, quedándose en cueros ideológicos. Por cierto, este mismo fin de semana, en una entrevista para El Mundo, la aparcada exportavoz argentina avisaba de que, pese a su cese, no renuncia al escaño. “Por el momento me quedo: voy a averiguar hasta dónde llega la libertad de un diputado de base (…) Creo que la libertad no es sinónimo de indisciplina”, advierte. Toda una declaración de intenciones, todo un aviso para los barones moderados, marianistas y tibios. Ya se sabe que la venganza es un plato que se sirve frío.
Viñeta: Pedro Parrilla
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