(Publicado en Diario16 el 3 de septiembre de 2020)
El sistema sanitario norteamericano pretende empezar a vacunar a la población este mismo mes de noviembre. La noticia está generando sorpresa e inquietud en la comunidad científica internacional no solo porque el tratamiento se ha conseguido en un tiempo récord sino porque la noticia viene de la Administración Trump, que es algo así como el camarote de los Hermanos Marx. Hablamos de un presidente que ha dado muestras de ser un venado, alguien que ha llegado a aconsejar a sus ciudadanos que se metan un pico de lejía o detergente o grandes dosis de cloroquina −una sustancia totalmente desaconsejada por los médicos− para curar el coronavirus. A estas alturas de la película distópica en que se ha convertido el planeta Tierra el mundo entero sabe que Donald Trump es un tipo peligroso, un maníaco al que hay que tratar con todas las prevenciones y del que es preciso desconfiar cuando habla de medicina, más si se trata de una vacuna fabricada deprisa y corriendo que podría generar efectos secundarios y dar lugar a una futura generación de americanitos trumpistas con antenas en la frente y tres pares de ojos, como los peces del Springfield radiactivo de los Simpson.
El magnate neoyorquino cree saber de todo sin haber leído un solo libro en su vida y es como aquel profesor chiflado de la película de Jerry Lewis que armaba un lío tras otro. Para quien no haya visto el film, se trata de una parodia de la novela El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, de Robert Louis Stevenson, y cuenta la historia de un maestro de química con problemas de sobrepeso que decide transformarse en un joven apuesto y musculoso llamado Buddy Love que se lleva a las chicas de calle. El personaje encaja como un guante en el perfil psicológico de Trump, no solo por su egolatría y afición a probar pócimas y fórmulas de laboratorio, sino porque sus problemas de obesidad y con las mujeres son públicos y notorios.
Paralelismos con la historia del cine aparte, la noticia difundida en las últimas horas por las agencias de información da cuenta de que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos “están haciendo rápidos preparativos para aplicar una distribución a gran escala de las vacunas en el otoño de 2020” y han pedido a los diferentes estados de la unión que se preparen para que millones de dosis con los antídotos estén disponibles el 1 de noviembre. Llegados a este punto cabe plantearse si la vacuna yanqui será segura o por el contrario la imprudencia de un presidente dispuesto a probarlo todo para contener la pandemia puede llegar a poner en riesgo la salud de millones de estadounidenses. Acosado por las protestas del movimiento antirracista Black Lives Matter tras los últimos asesinatos de negros a manos de la policía, hundido en las encuestas de popularidad y ante la incertidumbre de unas elecciones que puede llegar a ganar perfectamente el tándem demócrata Joe Biden/Kamala Harris, Trump necesita un golpe de efecto rápido que lo rescate del fango en el que se encuentra. Visto así, la vacuna podría ser el remedio definitivo para la alarmante anemia que sufre su mandato.
Hay varios indicios que llevan a pensar que el plan de vacunación está cogido por los pelos y sin demasiadas garantías. Por un lado, las recientes declaraciones de Michael Fraser, líder ejecutivo de la Asociación de Autoridades de Salud Estatales y Territoriales, quien ya ha advertido de que, por lo que pueda pasar, probablemente se necesite una autorización especial de uso de emergencia de la Administración de Medicamentos y Alimento (FDA) para distribuir la vacuna “exprés”. Y en segundo lugar, y mucho más importante, el ansiado remedio contra el covid estaría listo, supuestamente, solo dos días antes de las elecciones del 3 de noviembre, en las que el presidente Trump espera lograr su segundo mandato. A nadie le gusta pensar mal, pero el inquilino de la Casa Blanca ha asegurado en varias ocasiones que está convencido de que el tratamiento estará en el mercado el día de las elecciones o “un poco antes”, con lo cual crece la sospecha de que pueda ser utilizado como arma de propaganda electoral. Si se tiene en cuenta que el polémico presidente gobierna su país como quien gestiona una empresa multinacional, no extrañaría que su campaña a la reelección tuviese este año tintes de gran spot publicitario: “Vota a Trump y te pondremos la vacuna”, con el cartel del Tío Sam sosteniendo una chorreante jeringuilla. No en vano, el millonario neoyorquino ha acusado al personal de la FDA de ralentizar el trabajo de investigación en los laboratorios para perjudicarlo políticamente, así que el magnate parece dispuesto a todo.
Preparémonos por tanto para ver unos colegios electorales bien dotados no solo con las consabidas urnas, montones de papeletas y los respectivos interventores y funcionarios encargados de velar por la limpieza de los comicios −como corresponde a la primera democracia del mundo−, sino con un médico o enfermera en cada mesa cargando hipodérmicas sin parar y administrando dosis en serie a los fieles votantes trumpistas. De esta manera, USA habría pasado del America first, el famoso eslogan con el que Trump ganó su primer duelo electoral, al Republincans first, consumándose así un racismo sanitario que dotará de vacuna al rubio ario yanqui del Ku Klux Klan y dejará fuera a demócratas, negros, comunistas, feminazis, apaches y otras minorías. Conviene no olvidar que su propia sobrina, Mary Trump, que lo conoce bien y además es psicóloga, ha definido al Tío Gilito “como el hombre más peligroso del mundo”. A fin de cuentas, de un presidente que recomendaba baños solares para curar el coronavirus se puede esperar casi cualquier cosa.
Viñeta: Becs
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