viernes, 27 de octubre de 2017

UNA TRAGEDIA CATALANA, UNA TRAGEDIA ESPAÑOLA

(Publicado en Newsweek en Español el 27 de octubre de 2017)

La bandera española ya no ondea en algunos ayuntamientos catalanes. Lo que hasta hace un año parecía imposible, el delirio de una República independiente, se ha hecho realidad. La fecha del 27 de octubre de 2017 pasará a los libros de historia.
La sesión de hoy en el Parlament de Cataluña ha consumado la ruptura con España. Tras la declaración de independencia ya no hay vuelta atrás. La propuesta ha sido aprobada finalmente por 70 votos a favor, 10 en contra y 2 en blanco e insta al Govern a iniciar un proceso legislativo para elaborar una Constitución catalana. Antes de iniciarse el escrutinio, los diputados del bloque constitucionalista (PSC, Ciudadanos y PP) han decidido abandonar el hemiciclo en señal de protesta. La imagen de medio Parlamento vacío, precisamente el día en que nace la República Catalana, resulta demoledora. Un Estado a medias, un país fracturado por la mitad.
Llegado el momento de votar, los líderes de Junts Pel Sí y los antisistema de la CUP han pedido poder hacerlo en secreto. Curiosamente, después de tantos siglos de supuesta dominación y opresión española, no querían quedar retratados para la posteridad. El miedo a las querellas y la sombra de la cárcel pudieron por un momento con el sentimiento ultrapatriótico.
La votación finalmente fue secreta y por orden alfabético, mediante el sistema de papeleta en urna, pero antes de depositar el voto, algunos diputados decidieron mostrárselo a los fotógrafos de los medios de comunicación, para que quedara claro cuál era su decisión. Ese selfie puede evitar la prisión en el futuro. Antes del escrutinio, la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, leía una declaración institucional en la que, al mismo tiempo que proponía a Cataluña como un Estado "independiente, soberano, de derecho democrático y social", instaba al Estado español a mantener una relación en pie de igualdad. Pero soplan vientos de conflicto, no de fraternidad.
Esta vez, a la tercera o cuarta (ya se ha perdido la cuenta) la independencia de Cataluña era proclamada por fin en el Parlament. Sin suspensos ni prórrogas, sin palabras ambiguas ni circunloquios ininteligibles. De esa manera, Carles Puigdemont ha optado por una fuga hacia adelante, por dar el salto al precipicio. La historia dirá si su propuesta para aprobar la independencia es un auténtico suicidio individual y colectivo, como auguran los más pesimistas.
El documento da por hecho que Cataluña saldrá de la UE, anticipando una especie de Brexit pero sin votación, e invita a los ciudadanos independentistas a que inicien los trámites para solicitar la nacionalidad catalana. Extraña forma esa de construir un país la de contar con menos de la mitad de sus ciudadanos y condenar al resto a una especie de apartheid jurídico y social.
Puigdemont perdió el jueves una oportunidad de oro para reconducir la situación. Podría haber convocado elecciones y presentar su dimisión irrevocable tras haber arrastrado a su país a la ruina económica y a un auténtico callejón sin salida. Más de mil quinientas empresas se han marchado ya de Cataluña (un promedio de veinte cada hora). También los bancos principales, aterrorizados por la crisis, han decidido poner pies en polvorosa. Lejos de dimitir, el canciller catalán decidió dejarse amedrentar por la calle, alentada por los antisistema de la CUP y por los tuits incendiarios del comediógrafo Rufián (ERC), que lo acusó de traidor al haberse "vendido por 155 monedas de plata", en alusión al polémico artículo de la Constitución que pretende aplicar el gabinete Rajoy.
El líder independentista no solo ha demostrado ser un trilero que no ha estado a la altura de las circunstancias históricas, un tahúr de las palabras que ha hecho de la política un póker macabro, sino un gobernante irresponsable que no ha tenido la gallardía de aguantar la presión de sus hooligans ni de optar por hacer lo que era mejor para el conjunto del pueblo catalán.
Por un momento meditó convocar elecciones autonómicas lo que, si bien no hubiera solucionado el problema, habría ayudado a rebajar tensiones. No lo hizo. Las redes sociales se le echaban encima, tachándolo de "traidor" a la causa por renunciar a la declaración de independencia. Según fuentes próximas al Palau de la Generalitat, en la noche del jueves Puigdemont había presentado su dimisión hasta dos veces, pasándole la patata caliente de la DUI (declaración unilateral de independencia), primero a su vicepresidente, Oriol Junqueras quien le dijo que ese cáliz lo tenía que beber él mismo, y después a la presidenta del Parlament, que le respondió que ella ya tenía el cupo de querellas cubierto. La imagen de soledad de Puigdemont en su escaño durante la primera sesión del jueves resultaba patética; la dimisión del conseller Santi Vila preocupante y premonitoria. Algunos en Junts Pel Sí trataban de hacer recapacitar al honorable pero solo encontraban tozudez, sordera política, intransigencia.
Mientras tanto, la negociación del líder catalán con el gobierno de Madrid, tratando de imponer sus famosas "garantías" a cambio de unas elecciones autonómicas, no fue más que un nuevo farol de mal jugador de naipes, un intento de chantaje en toda regla. El president exigía a Mariano Rajoy su propia impunidad para no ir a la cárcel, la libertad inmediata de los Jordis y la paralización del artículo 155. Ningún gobierno europeo hubiera accedido a esa tabla de exigencias. En un sistema democrático con separación de poderes, nadie puede interferir en las decisiones judiciales, eso ya debería saberlo el honorable.
Resulta evidente que Puigdemont, como radical de pedrigrí que es, entiende el diálogo como imposición. Si un político de la talla y buen juicio de Tarradellas levantara la cabeza, a buen seguro le daría un fuerte tirón de orejas y le diría aquello de "noi, en política se puede hacer todo menos el ridículo". Pero Tarradellas era un auténtico estadista que restauró la Generalitat tras cuarenta años de dictadura; Puigdemont solo una marioneta en manos de los cachorros de la CUP. Hasta los letrados del Parlament le han advertido que tramitar la DUI supone tramitar una bomba de relojería. Da lo mismo. Al mandatario catalán ya todo le da igual, ya todo lo encomienda a la calle.
A partir de ahora serán los Comités de Defensa de la República, las células más activas de la CUP, quienes tratarán de defender la recién nacida independencia frente a la actuación de las fuerzas de seguridad del Estado español, que en los próximos días intentarán hacer efectivo el artículo 155 para intervenir las instituciones catalanas. Madrid ya prepara el cese de todo el Govern al completo. Algunos de ellos terminarán detenidos y puestos a disposición judicial. TV3, la televisión pública de Cataluña, será controlada. La autonomía, una de las más desarrolladas del mundo, seriamente recortada. Habrá revueltas, desórdenes públicos, huelgas, insurrecciones populares que incendiarán las calles aquí y allá. Es el escenario soñado por los antisistema de la CUP, que se han estado entrenando durante años para este glorioso momento y que, ahora sí, podrán apelar con causa a la comunidad internacional ante la supuesta “represión” del Estado español.
Los líderes independentistas ya tienen preparada toda una estrategia para hacer frente a las fuerzas policiales y en su caso militares. Incluso disponen de planes con piquetes para intentar controlar los servicios públicos, la frontera con Francia, las carreteras y las estaciones de trenes y autobuses. El problema se enquistará, se prolongará durante años, quizá décadas. El sufrimiento y la frustración que aguarda a los ciudadanos catalanes será insoportable. Esa es la obra política que deja Puigdemont el ultramontano. Cataluña, hasta hoy una de las regiones más prósperas y avanzadas de Europa, pasará a ser un solar colectivizado por la comisaria política Anna Gabriel. A partir de ahora, los antisistema de la izquierda radical tomarán las riendas de la situación. Han borrado del mapa al PDeCAT de Puigdemont, el partido de la burguesía catalana tradicional. Así suelen estallar las revoluciones: la maquiavélica burguesía enciende la mecha y el proletariado sufridor se deja la piel en las barricadas.
Ha habido DUI. Habrá 155. Una trágica tenaza para Cataluña y también para España. Un fracaso para todos los españoles y el punto final del Régimen del 78, el de la concordia, ese que, pese a sus borbones y corruptelas, ha permitido cuarenta años de convivencia, paz y prosperidad y que con tanta alegría pretenden liquidar algunos. El espejismo de varias generaciones de españoles de sentirse europeos y civilizados ha durado 40 años. Fuimos gente normal durante un tiempo; y fue bonito mientras duró. Pero ahora, tras la DUI, volvemos al tribalismo, al odio fratricida y al enfrentamiento civil, a la carlistada y al pronunciamiento, al plato de patata pobre y a una vida de incertidumbres, quizá de miserias.
La tragedia ibérica se repite cíclicamente, ya sea por los fanatismos civiles o religiosos, por los nacionalismos irredentos o por los oportunistas salvapatrias que surgen cada cierto tiempo para arruinar el país. A este vodevil disparatado que ha sido la independencia de Cataluña ya solo le queda un último acto, quizá el más trágico de todos: el enfrentamiento civil en las calles. Los ideólogos Puigdemont/Junqueras no irán al exilio dorado de Perpiñán, como tienen previsto, sino más bien al purgatorio penal de Alcalá Meco. Eso sí, Kosovo y Osetia del Sur reconocerán a Cataluña. También los hackers de Putin, que se disputarán los restos de la batalla. La hora de la comedia se ha terminado. Ahora empieza la tragedia.

Foto: AFP

jueves, 26 de octubre de 2017

LA DUI





REGRESO AL BLANCO Y NEGRO. Parecía imposible pero está ocurriendo. Todo lo que habíamos leído en los libros de historia, todo lo que habíamos visto en las películas y lo que nos habían contado nuestros abuelos, se ha hecho realidad como la peor de las pesadillas. Vamos a contemplar con nuestros propios ojos cómo se forma un huracán histórico y cómo nos engulle sin que podamos escapar de la devastación. Si Puigdemont, el enloquecido Puigdemont, declara la independencia entre hoy y mañana, como parece inevitable, nos veremos atrapados en una violenta revolución con tintes de confrontación civil como aquellas que tuvieron lugar en siglos pasados. Nadie en su sano juicio quiere ese escenario terrible pero todos corren alegremente hacia él, como si no hubiera otra salida. Los independentistas, que han hecho de la mentira el motor del 'procés', han convencido a miles de almas inocentes de que la insurrección será pacífica y sin coste alguno. Los de la ANC y Ómnium, con sus Jordis simpáticos y amables a la cabeza, aún no les han contado a los catalanes de qué va esto en realidad, aún no les han dicho la auténtica y cruda verdad: que ninguna revolución triunfa solo con Diadas festivas, sueños infantiles, malos versos, cursis performances, castellers, sardanas y espectáculos de coros y danzas. Las revoluciones no son un juego de niños, nunca son pacíficas, siempre se hacen con soldados, odio, hambre, barro, violencia, sangre y fuego. Toda revolución tiene un precio: la destrucción, la miseria y la muerte. Pero extrañamente y pese a todo, Puigdemont y los suyos siguen empeñados en poner el reloj en el 34, con un doble de Companys saliendo al balcón, revueltas callejeras, barricadas ardientes, Comités de Defensa de la República y milicianas de la CNT rescatando viejas coplillas de la guerra civil. Han metido a los catalanes en una película bélica que pretende ser épica pero resulta paródica, cuando no esperpéntica, un disparatado viaje en el tiempo que al final lleva a ninguna parte. En un exceso de egocentrismo nacional, los patriotas catalanes se han inventado una guerra que no tiene razón de ser porque, hasta ahora, no había tal enemigo. Franco lleva cuarenta años muerto y enterrado, Rajoy es un abuelete que se parece más bien poco a Hitler y los ciudadanos podemos votar cada cuatro años. Sin embargo, desde el mismo momento en que Puigdemont abra la caja de los truenos, desde el mismo instante en que plasme su firma a la declaración de independencia, que será una declaración de guerra al Estado español, nos devolverá a todos al blanco y negro de tiempos que parecían felizmente superados. Y entonces, esta vez sí, habremos vuelto otra vez al franquismo. 

HOJA DE RUTA. El juego macabro sigue el guion previsto, su escalada premeditada de locura. Próxima jugada: la declaración unilateral de independencia; Puigdemont detenido, probablemente también Junqueras (más mártires). Siguiente jugada: el Parlament clausurado y TV3 cerrada, manifestaciones en la calle, huelga general, graves altercados, arrestados, presos (más mártires). Siguiente jugada: el país paralizado, estado policial, ciudades tomadas por la Guardia Civil, quizá el Ejército, ruina económica total, corralito. Siguiente jugada: confrontación entre vecinos, catalanes contra catalanes, el conflicto civil. Siguiente jugada…

Viñeta: El Koko Parrilla

miércoles, 25 de octubre de 2017

DE FEDERICO LUPPI, FATS DOMINO Y LA TRAGEDIA GALLEGA


LUPPI. Era argentino pero llevaba tanto tiempo entre nosotros que ya se le escapaba algún que otro "¡hombre!", un "coño" o un "cutre". Un buen día salió por piernas de Argentina, huyendo del corralito y la debacle que algunos se empeñan ahora en imponernos aquí. "No tuve otra opción que empezar de nuevo", repetía una y otra vez. "En Argentina había empezado a sentirme muy solo, con la defección de los partidos, la mentira del Senado, la Legislatura corrupta, presidentes incompetentes, amigos que se borraban, el sálvese quien pueda". Fue como salir de Málaga para meterse en Malagón, aunque España le dio esa estabilidad que necesita todo artista para seguir trabajando, aunque con menos dinero. De alguna manera fue un exiliado por voluntad, una de esas estrellas que pese a su talento desbordante se ven obligadas a vivir con una mano delante y otra detrás, siempre con dignidad. "No tengo coche, no tengo garaje, no tengo una casa grande, tengo menos ropa. Eso sí, como muy bien, porque en España se come muy bien", bromeaba. Siempre lo recordaremos por las grandes películas de Adolfo Aristarain y Guillermo del Toro, con quien trabajó en 'Cronos', 'El espinazo del diablo' y 'El laberinto del fauno'. "Se aprende a convivir con el desgarrón, con ausencias que, por razones biológicas, pueden llegar a ser definitivas. Si te va bien, puedes pagarte un par de pasajes. También está Internet. Pero la distancia no se resuelve", dijo en una ocasión. Actor elegante, de carácter áspero, patricio y varonil, señor con lumbreras y con retranca portuaria que hablaba no como un comediante, sino como un filósofo juicioso, Luppi supo llevar con gallardías las fatigas de los años. Junto a Ricardo Darín y Héctor Alterio formará parte para siempre de la Santísima Trinidad de la escena argentina. "Lo único bueno de la vejez es que estás obligado, te guste o no, a decir la verdad. Soy un derrotado, pero de ahí parto para seguir peleando". Se nos va con esa nobleza y esa sinceridad en los ojos. Nos deja otro grande. La concha de su madre... Adiós Federico.

UN GORDO ETERNO. Elvis no hubiera sido Elvis sin él. Los Beatles nunca hubieran existido sin sus canciones. Hasta los Ramones se dejaron seducir por sus riffs vertiginosos. Fats Domino, el Gordo Domino, ha fallecido a los 89 años. No fue el más guapo del barrio pero fue uno de los patriarcas del rock. Sus michelines y su condición de negro no pudieron con su talento arrollador. A golpe de piano cambió la historia de la música y probablemente de los Estados Unidos de América, ya que las leyes raciales se abolieron al ritmo de su rock. Era un tipo tranquilo que rara vez salía de Nueva Orleans y que prefirió quedarse en su casa cuando el Katrina lo arrasó todo en 2005. En esos días terribles, aún tuvo fuerzas para impulsar el movimiento solidario que recaudó fondos tras el paso del huracán. Fue uno de los más grandes.

HOY NO AMANECIÓ EN GALICIA. Tampoco en algunas partes de Asturias. Una espesa capa de humo de color ocre cubria el cielo, impidiendo el paso a los rayos del sol, y dificultando la respiración. Para miles de gallegos y asturianos ha sido como despertarse en medio de un invierno nuclear. Resultaba espeluznante levantar la persiana y contemplar las calles desiertas sumidas en la más profunda de las tinieblas. Unos pocos caminaban por las aceras solitarias con la cara tapada. Una bruma infernal y un olor corrosivo a tierra quemada lo invade todo. Hace calor, un calor extraño, pegajoso y ácido, como de otro planeta. El mundo se ha teñido de un amarillo enfermizo, mustio, agonizante. Las cadenas de radio aconsejan no salir de casa hasta que la atmósfera despeje. Miles de hectáreas se han perdido para siempre. Tres personas han muerto atrapadas por los incendios. Durante unas horas Vigo es una ciudad cercada por las llamas. Enormes franjas como mandíbulas de fuego trituran los montes, allá arriba, en la madrugada de sangre. Las chispas alcanzan el centro urbano y prenden con facilidad en parques, jardines y matorrales. Hay miles de evacuados, hospitales en estado de alerta, escuelas cerradas. Muchos ciudadanos salen de sus casas provistos de cubos para formar cadenas humanas y hacer frente a las llamas que amenazan con entrar en la ciudad. Buena parte del vergel gallego de Orense y Pontevedra se ha convertido en un secarral calcinado. En el último siglo han ardido dos millones de hectáreas, un edén reducido a las brasas. El huracán Ofelia que avanza en dirección a Irlanda aviva las llamas. Caras tiznadas de ceniza miran al cielo con espanto, esperando que llueva de una vez. De momento solo caen cuatro gotas. No hay milagro, no hay suerte, es como una plaga, una maldición bíblica. Algunos testigos aseguran haber visto motoristas vestidos de negro rociando combustible en los bosques y prediéndoles fuego en medio de la noche. Gente enloquecida, terroristas forestales. Desde el viernes, ya van más de 200 fuegos provocados por los criminales. Definitivamente, este es un país de salvajes pirómanos.

Foto de Federico Luppi: Clarín

LOS DUROS DEL HARVARD MADRILEÑO


Pablo Casado advierte de que "ningún truco" va a detener el 155. Rafael Hernando da por hecho que el polémico artículo se aplicará incluso si Puigdemont convoca elecciones. Son los duros del PP, los guardianes de las esencias patrias, los dinamiteros de todo pensamiento que no sea el belicista que ellos propalan. Los dos son de esa clase de políticos que, acreditada sobradamente su incompetencia, se dedican a calentar el ambiente con su lenguaje agresivo y macho. En la historia de España, personajes de esa calaña los ha habido a patadas. Salvapatrias que tiran la pólvora y esconden la mano. Agitadores. Lenguas encendidas con estúpidos eslóganes patrioteros que arrastran al pueblo inculto hacia el desastre. No son estadistas, son chusqueros de la política. No son servidores públicos elegidos para resolver problemas, son pirotécnicos programados para montar los explosivos. A Pablo y a Rafa, a Rafa y a Pablo, que tanto monta monta tanto, no les interesa para nada una negociación política que desactive el polvorín de Cataluña. Ellos no están ahí para mariconadas, no se les paga para apaciguar nada. Qué coño es eso de dialogar. Su doctrina es bien distinta: no basta solo con ganar, hay que machacar. No es suficiente con vencer, es preciso humillar. Es la doctrina Franco del cuarentañismo funesto, solo que travestida con el título de licenciado en Derecho por la Complutense, el falso traje de demócrata constitucionalista y unas gotitas de Hugo Boss. A todos esos millones de españoles que hoy se sienten huérfanos de liderazgo en medio del ruido y la furia, a todos esos ciudadanos que no están ni con la maza aplastante de la muchachada pendenciera del PP ni con el 'delirium tremens' suicida de Puigdemont, se les está haciendo muy difícil apoyar a un Gobierno cainita nutrido con semejantes personajes. "Rafa, quédate en casa y deja que lo resolvamos nosotros", le aconsejó Iceta a Hernando muy acertadamente. Pero ellos siguen ahí, soplando la mecha del odio para que no se apague, atizando el pedernal de la ira hasta que prenda bien la hoguera. "Señor Rajoy, desconfíe del señor Rivera, es el principal operador político de Aznar", le dijo Pablo Iglesias al presidente del Gobierno. Nada de eso, qué va. De quien debería cuidarse el gallego previsible es de su propia gente, de su propia guardia pretoriana, ese ejército de niñatos retóricos e insensatos que hacen peligrosos juegos malabares con el fuego. Caballeretes del Harvard madrileño de aspecto limpio y aseado pero que llevan un antropófago dentro de sí. Señoritingos de manicura que suspiran con hacer la cruzada por Dios y por España, como antaño la hicieron sus abuelos, para saber de una vez por todas qué es lo que se siente.

viernes, 20 de octubre de 2017

TODOS ROTOS

(Publicado en Revista Gurb el 20 de octubre de 2017)

Un hombre levanta los brazos, mira al cielo con desconsuelo y grita desesperado: "¡Libertad de expresión, pero sin tener que pensar!" Un millonario bien trajeado sostiene a su bebé y le susurra al oído: "Vamos, vamos, no estás cumpliendo con los objetivos de crecimiento". Un trabajador con el casco de obrero reflexiona marxistamente: "¿Y cómo voy a saber yo que soy un proletario si vengo en coche a trabajar, hablo por el móvil y tengo un chalecito?" Ninguno de esos tipos es una persona de carne y hueso (aunque bien podrían serlo) todos ellos son personajes de ficción, sombras de tinta negra, pero son tan reales y dramáticos, tan mortales y agonísticos, que parecen recién salidos de la calle. Todo el arte cabe en el humor gráfico de Andrés Rábago, El Roto (Madrid, 1947): aforismos, reflexiones filosóficas, diálogos de la vida cotidiana, escenas del existencialismo más absurdo y pesimista, lecciones prácticas de teoría política o corrosivos actos de subversión y denuncia social. El Roto, probablemente el ilustrador que más ha influido en la prensa española de nuestro tiempo, se define como un ser "analógico" que no quiere saber nada de lo digital. También en eso es un adelantado a su tiempo. Para escapar del ruido de las redes sociales, lo mejor es "apagar el receptor, no es obligado escuchar…", asegura tirando de sentido común, mientras lamenta que los seres humanos nos hayamos "olvidado de preguntarnos quiénes somos y cuál es nuestra tarea en la Tierra". Desde las páginas de El País –un periódico que "muchos medios desearían que no existiera para ocupar su lugar, aunque lo veo difícil", según dice–, Andrés Rábago El Roto sigue bombardeando nuestras conciencias con su explosivo silencioso y sutil compuesto por una combinación perfecta de icono y texto, de humor (casi siempre negro, cuando no ácido) y descarnada tragedia, de lo más miserable de la sociedad y lo más sublime del ser humano. Renacentista en vías de extinción, maestro indiscutible del realismo –"sucio o limpio, pero siempre en el territorio del realismo social", como él mismo define sus creaciones–, los personajes de El Roto, unas veces naturalistas hasta la crudeza más deshumanizada y tenebrista, otras llenos de luz y dignidad, casi siempre pincelados en riguroso blanco y negro, nos revelan a diario todo lo malo que anida en el mundo y en nosotros mismos.

Entrevista completa en Revista Gurb

EL GENIO



(Publicado en Revista Gurb el 29 de octubre de 2017)
Maldigo al destino por no haberme presentado antes al maestro. Pese a que los dos trabajábamos como periodistas en Murcia –él en Diario 16, yo en La Opinión (apenas dos calles más abajo)–, curiosamente nuestras vidas fueron paralelas, plutarquianas, y nunca se cruzaron. Nunca hasta que hace tres años, cuando ambos estábamos ya en el dique seco, fuera del circuito diabólico de la prensa (él jubilado, yo retirado por causa mayor) un amigo común me lo recomendó como colaborador para Revista Gurb. "Tienes que fichar a Paco Cisterna; es sencillamente un genio". A menudo desconfío de quienes abusan de tan manido adjetivo, no solo porque hoy los supuestos genios brotan como setas (todo el mundo va de genio en un postureo insoportable que sin duda parte de una enfermiza confusión entre lo mediocre y lo sublime) sino porque siempre he creído que esa condición se compone de un dos por ciento de talento y de un noventa y ocho por ciento de "perseverante aplicación", tal como dejó escrito Beethoven. El caso es que, pese a que el marciano Gurb ya contaba con abundancia de colaboradores, finalmente opté por telefonear a Paco e intercambiamos algunas impresiones. Charlamos sobre el oficio de periodista, sobre la literatura y sobre la vida en general. También, cómo no, sobre las macizas divas italianas, Sophia Loren, Claudia Cardinale, Monica Bellucci… A los cinco minutos de conocernos nos estábamos partiendo de risa. Y ya para siempre.
Días después me envió su primer artículo ("con confianza, si no lo ves bueno no lo publiques", me dijo) lo examiné con interés y comprendí que estábamos ante un auténtico maestro de la palabra que nos daba veinte vueltas a todos los que nos autobautizamos, no sin cierta imprudencia y bastante vanagloria, como columnistas de opinión. Su estilo era clásico, artesanal, depurado, barroco y añejo como el mejor vino criado en barrica; su dominio del vocabulario absolutamente apabulllante; sus conocimientos sobre cualquier tema, ya fuera la política, la filosofía, el arte, el deporte o el cine, impresionaban; pero sobre todo, y por encima de cualquier otro don, poseía ese duende y esa gracia que solo manejan unos cuantos afortunados: un fino, elegante y agudísimo sentido del humor. Sus retruécanos, juegos de palabras, metáforas, ironías, circunloquios, sarcasmos y figuras paródicas eran constantes y funcionaban casi siempre como un reloj suizo. No cabía ninguna duda: Francisco Cisterna, Paco Cisterna –tal era su nombre artístico–, era un auténtico maestro a la altura de los más grandes. ¿Qué hacía ese genio desaprovechado y olvidado por los grandes periódicos vagando por el mundo como un espíritu errante? No me cabía en la cabeza.
Durante tres años Paco y yo compartimos conversaciones y bromas a través del correo privado de Facebook, que se convirtió en nuestro canal confidencial de comunicación. Quién nos lo iba a decir: dos carrozones chateando como adolescentes a través del estúpido Caralibro. "Hola ¿estás por ahí, José? Por aquí ando maestro, preparando unas lentejas". Y así nos tirábamos horas y horas chafardeando, cotilleando, charlando sobre lo divino y lo humano, Vargas Llosa o García Márquez, el Barça o el Madrid, las miserias del oficio de escritor, la crisis de la literatura, las mejores escenas de la historia del cine, la próxima portada de Revista Gurb y la receta perfecta para cocinar un buen pollo al chilindrón. Tertulias cibernéticas en las que, por supuesto, siempre afloraban sus inseguridades de genio, como no podía ser de otra manera porque el auténtico genio, el genio verdadero, siempre duda de que lo es. Su columna semanal, que enviaba puntualmente cada jueves, solía ser antológica, pero para él siempre había algo que fallaba o algo que le chirriaba o simplemente la pieza no llegaba a ser lo suficientemente buena. Como todo grande, era un insatisfecho, un perfeccionista hasta la obsesión, y también un hipocondríaco, al igual que yo, aunque él era mucho más Woody Allen en ese aspecto. Nuestros acúfenos, artritis, miopías y achaques varios de la edad, más o menos graves o injustificados, siempre tenían un huequecito en nuestros diálogos delirantes.
Hace solo unos meses me dijo que después de cuarenta años como adicto al tabaco estaba dejando el fumeque. Y yo me alegré mucho por él. Había estado dándole la gaita con que tenía que dejarse el vicio de una vez y al final me hizo caso. De una cajetilla al día pasó a diez o quince cigarros, luego cuatro o cinco, al final el pito de después del café, o eso al menos me decía. Pasó semanas muy duras por culpa del síndrome de abstinencia, aunque al final consiguió quitarse el alquitrán de encima. "Le tengo que echar cacahuetes al jodío mono, pero lo mantengo a raya Jose, lo mantengo a raya", bromeaba socarronamente. Ironías de la vida, justo cuando empezaba a salir de la nicotina le llegó el mazazo. Fue un maldito día de verano, no lo olvidaré nunca porque me lo pasé llorando. Me llamó para decirme que, muy a su pesar, ya no podía seguir escribiendo en Revista Gurb. Los médicos le habían encontrado un tumor, le fallaban las fuerzas, la enfermedad lo estaba dejando muy debilitado. El mal le había robado lo más sagrado que tenía: ese humor fino y esa retranca quevedesca que se gastaba en sus textos magistrales. A mí se me partió el corazón.
Esta semana nos han comunicado la noticia de su muerte. La revista se queda no solo sin uno de sus mejores escritores, sino también sin la mejor parte de su alma máter. Paco, el maestro Cisterna, fue un superviviente de la vieja escuela, uno de esos reporteros clásicos que como dinosaurios de otra época empiezan a estar ya en vías de extinción. Como digo, tenía un talento innato para el humor, la sátira y la buena literatura. Era lo que se dice un creador total que derrochaba talento por los cuatro costados. En un tiempo en que abundan los escritorcillos de medio pelo que se llevan premios de relumbrón sin merecerlos, nuestro Paco era un diamante en bruto injustamente tratado y lamentablemente desaprovechado, un continuador de nuestra mejor tradición literaria en la línea de Miguel Mihura, Gómez de la Serna, Bergamín o Jardiel Poncela. Nos deja un puñado de piezas sublimes que a nuestro entender formarán parte, algún día, si es que hay justicia universal, de la antología del periodismo español. Nunca olvidaré los buenos ratos que pasamos juntos, riéndonos de todo y de todos, haciendo chistes políticamente incorrectos, sin dejar títere con cabeza, por supuesto, mientras preparábamos la edición de la semana siguiente.
Desde algún lugar en el Olimpo de los genios, que es donde sin duda estará Paco por derecho propio, seguirá choteándose del mundo, construyendo sus brillantes sarcasmos, circunloquios y juegos de palabras, lanzando sus dardos envenenados de sátiro plumilla contra políticos y poderosos, los Rajoy y Puigdemont de la vida que no se merecen más que nuestro absoluto desprecio y nuestras chanzas más encarnizadas. Los mediocres existen para que los grandes hombres como Paco Cisterna saquen lo mejor de la inteligencia y lo más noble del ser humano. Toda la familia de Gurb quiere expresar a los suyos nuestras más sinceras condolencias. Descanse en paz maestro. Y gracias por tantos buenos momentos.

Ilustración: Cruz

jueves, 12 de octubre de 2017

LA LEYENDA NEGRA SIEMPRE VUELVE


Durante siglos, los españoles cometimos las peores tropelías contra la población nativa durante la conquista de América, genocidios sobre los que deberíamos pedir perdón. Ahí están los relatos de Fray Bartolomé de las Casas para quienes estén interesados en ahondar en el asunto. Hernán Cortés y los suyos no fueron hermanitas de la caridad. Por esa razón el 12 de octubre, día de la Hispanidad, debería reorientarse hacia un enfoque reparador que dejara atrás el tufillo colonial que aún lo envuelve y que permitiera estrechar los lazos fraternales, en pie de igualdad, con los demás países hermanos de Latinoamérica. Sin embargo, con ser cierta la leyenda negra de España, no hicimos nada que no hicieran las demás potencias mundiales en el pasado. Son conocidas las aberraciones de los británicos en sus colonias de ultramar, donde practicaron la esclavitud como forma de negocio. En Australia, por ejemplo, se les fue la mano. De los más de 900.000 aborígenes que vivían allí cuando llegaron los soldados de su graciosa Majestad, solo 30.000 lograron escapar del holocausto. Eso por no hablar de la India. A su vez, Leopoldo II de Bélgica expolió las tierras del Congo, de norte a sur, condenando a miles de personas a trabajos forzados y exterminando a 10 millones de nativos. Entre 1904 y 1907 los pueblos de Namibia sufrieron una brutal persecución genocida a manos de los alemanes. En total, 65.000 hereros (casi el 70% de la población), y 10.000 namaquas (50% de sus tribus) perecieron, la mayoría de ellos perseguidos por las tropas del general Lothar von Trotha, que los acorraló como animales en el desierto de Omaheke hasta matarlos de sed. En el periodo que va de 1830 a 1875 los franceses liquidaron a 825.000 indígenas argelinos, algo que se suele pasar por alto, quizá por aquello de que la bella Francia siempre fue el paraíso de la liberté, la egalité y la fraternité y por el hecho de que los pobres argelinos nunca importaron demasiado. Durante la represión en el norte del Cáucaso los rusos pasaron a cuchillo a más de un millón de personas en lo que fue uno de los mayores genocidios de la historia. Y según datos de la Oficina del Censo de los Estados Unidos, entre 1789 y 1846 las guerras indias bajo el gobierno de los Estados Unidos supusieron el exterminio de más de 370.000 indígenas de decenas de naciones nativas que fueron literalmente borradas del mapa. Sin embargo, pese a que la sangre salpica a todas las potencias coloniales, aquí, en España, muchos siguen agitando la leyenda negra de que los españoles fueron los más crueles genocidas de la historia, cuando no es cierto. Tenemos nuestros pecados y nuestros crímenes a las espaldas, como el resto de las potencias que fueron imperialistas. Una vez más, la demagogia y el papanatismo, la historia como arma política, sigue impregnándolo todo, y así nos va. Mientras aquí nos rasgasmos las vestiduras por lo que hicimos al otro lado del charco, en los demás países occidentales, sin duda mucho más inteligentes que el nuestro, ni siquiera se lo plantean. Tratar de juzgar los hechos de 1520 con los parámetros de 2017 resulta ridículo y absurdo. La historia fue lo que fue, un cúmulo de guerras, conquistas, ambiciones, desgracias, desaciertos y conflictos humanos. Nadie puede cambiarla. No debería servir ni para sentirse orgulloso de ella, en un extraño ejercicio de patriotismo nostálgico, ni para seguir avivando la llama del odio.

Foto: Indígenas del Congo esclavizados por la Bélgica de Leopoldo II.

miércoles, 11 de octubre de 2017

EN MANOS DE DOS TAHÚRES



NO HUBO BALCÓN. "Asumo el mandato del pueblo para que Cataluña se convierta en un Estado independiente en forma de república". Con estas palabras Carles Puigdemont ha proclamado la independencia, aunque inmediatamente la ha dejado "en suspenso" para abrir un proceso de diálogo con el Estado español. A la CUP no le ha gustado el discurso, prueba de que el presidente catalán ha tratado de "desescalar" o rebajar la tensión. Es una declaración de independencia en toda regla, aunque una declaración "en diferido". Puede haber una puerta a la esperanza, al diálogo, aunque es poco probable que un Gobierno autoritario como el del PP sepa recoger el guante y abrir un proceso de negociación. La pelota está en el tejado de Rajoy. Que Rafa Hernando y Pablo Casado se queden en casa. Es hora de rebajar la tensión y hacer política con mayúsculas. Hay que intentarlo todo antes de aplicar el 155, que nos llevaría a todos al desastre.

¿155? Rajoy, fiel a su carácter de hombre previsible, tal como él mismo se definió hace tiempo, ha hecho lo que se preveía. Al requerir a Puigdemont para que aclare si ha proclamado la independencia de Cataluña, muestra su lado más inflexible, aparcando la invitación al diálogo que hizo ayer el presidente de la Generalitat. El requerimiento es el primer paso para aplicar el artículo 155 de la Constitución, de hecho estamos ya en la fase inicial de ese artículo que puede conducir a la anulación de la autonomía catalana, un escenario que nos abocaría a consecuencias imprevisibles, ninguna buena. Si Puigdemont contesta que la independencia ha sido oficialmente declarada, no habrá nada que hacer. Se romperá todo tipo de contacto y la situación volverá a ser descontrolada, de escalada acción-reacción. Estamos asistiendo pues a una partida de ajedrez en la que cualquier despiste lleva al jugador a perder la partida. Cada movimiento está meditado, cada palabra medida. Hay demasiado en juego como para tomar la iniciativa y lanzarse a un ataque desesperado. Las cobras se observan fijamente. La guerra de trincheras ha comenzado y no sabemos cuánto durará.

EL TEMPLO DE LA DEMOCRACIA. El Parlamento, no la calle, es el lugar donde se resuelven los problemas en democracia. El Parlamento (no la Fiscalía General del Estado, no el Tribunal Constitucional, ni el Cuerpo Nacional de Policía o la Guardia Civil), es el órgano donde se debaten los conflictos políticos. Hoy se está demostrando. Nuestros políticos, por fin desde que estalló la grave crisis catalana, están haciendo el trabajo por el cual les pagamos un sueldo todos los ciudadanos. Rajoy ha estado firme pero no hostil. Margarita Robles ha reafirmado el compromiso del PSOE con la Constitución y la ley, pero reclamando un diálogo en el que deben estar todos. Pablo Iglesias y Xavier Doménech han dicho lo que tenían que decir: antes o después de la reforma constitucional habrá que preguntar a los catalanes si están de acuerdo con el encaje de Cataluña en España. Alberto Garzón ha recordado que España es un Estado plurinacional en el que todos los pueblos tienen cabida siempre que se respeten sus derechos. Rivera llevaba el discurso aprendido de casa y lo ha soltado sin pensar, como si estuviéramos en los peores momentos de la crisis. Está bien señor Albert, es respetable, pero ahora nos encontramos en otra fase, destensar, relajar, calmar, tranquilizar, sosegar, moderar, apaciguar ¿o aún no se ha dado cuenta? Joan Tardà en la misma línea guerracivilista de siempre, se le ve dolido al hombre, y eso que él no recibió palos, pero irá pasando por el aro. Hoy, por fin, tras días feroces en los que todos nos hemos comportado como una tribu de salvajes, dando un espectáculo vergonzoso al mundo, estamos hablando como un país civilizado, diciéndonos las verdades a la cara, con dureza, crudamente, pero con valentía. Digamos las cosas sin miedo, lavemos los trapos sucios en la lavandería de San Jerónimo: el PP humilló a los catalanes al recortar el Estatut; Puigdemont ha pisoteado la ley y la Constitución en un delirio inadmisible; las cargas policiales fueron deleznables; los escraches impulsados por los más violentos sobraban. Hablemos donde hay que hablar: en el templo de la democracia, no en el caos de la jungla. Mucho mejor esto que las porras y las insurrecciones callejeras; mucho más edificante y avanzado esto que el fuego de las barricadas, las persecuciones, la xenofobia y el odio; mucho mejor dialogar, hablar, debatir, discutir, que los cánticos guerreros que solo llevan al desastre. Nos ha costado diez días entenderlo, diez días de pánico y angustia. Que al menos sirvan para algo.

Viñeta: Igepzio

martes, 10 de octubre de 2017

EL BALCÓN



(Publicado en Revista Gurb en octubre de 2017)

El día que se proclamó la Segunda República, Azaña se asomó con los suyos al balcón; Franco, cuando quería darse un baño de masas, salía a airearse al balcón; Aznar y Rajoy dieron saltos victoriosos de alegría en su genovés balcón; y Puigdemont, como mesías de la patria que se siente, también anhela su glorioso momento balcón. Aquí, en esto que todavía llamamos España, los que mandan siempre han engañado al pueblo desde algún soberbio, altísimo y mesiánico balcón, ya sea de estilo gótico, renacentista o churrigueresco. El atril del Parlamento es aburrido y monótono, pero el balcón es puro colocón, tiene ese subidón extático, entre épico y etílico, que todo mediocre sueña con sentir algún día. Nos habían hecho creer que el 'balconing' era cosa de turistas británicos mamados de calimocho en cálidas playas mallorquinas, pero qué va. El 'balconing' es algo muy nuestro y aquí el que más y el que menos ansía meterse un chute de vanidad para salirse después al balcón. El discurso del balcón ante una muchedumbre enfervorecida y entregada, unas veces aburrido y torrante, otras grandilocuente, fuera de tono y sobreactuado, es lo más a lo que puede aspirar un gobernante español, ya sea jefe del Estado o de la Generalitat, rey o dictador, alcalde de pueblo o presidente de su comunidad de vecinos. Aquí siempre hemos sido muy de salirnos al balcón y gritar viva lo que sea a los cuatro vientos, a pleno pulmón, espada en ristre, banda azul cruzada en el pecho y sonrisa forzada de tenor malo de opereta. Por ese motivo Puigdemont, el visionario e iluminado Puigdemont, cuando salga por fin a la balconada para proclamar su sueño glorioso del Estat Catalá, cuando se asome al balcón entre sonoras fanfarrias y húsares vestidos de época, no hará otra cosa que continuar con esa larga tradición tan ibérica, tan españolaza, tan decimonónicamente hispana.
La costumbre del balcón es muy nuestra, ya digo, aunque también se practique en otros lugares. Desde su balcón del Vaticano nos larga el Papa sus sermones metafísicos sobre el misterio de la Santísima Trinidad (por cierto que Junqueras tiene algo de Papa de la independencia con esa forma de hablar tan de catequista hipócrita y recatado que parece no haber roto un plato en su vida pero que lleva por dentro los pecados más inconfesables). En el balcón se conjuran los fanfarrones dictadores caribeños sobre los que tanto ha escrito Vargas, Nobel reconvertido en portavoz de los unionistas que suelta discursos como los de Azaña para que los escuchen 'Puchmón' y la 'Forradell' (don Mario, hay que prepararse mejor los folios incendiarios, que luego pasa lo que pasa). Y al balcón sale la doncella para que los tunos coñazo le den la serenata, aunque en el caso de Puigdemont sea más bien al contrario, es él, el galán medieval, quien desde lo alto de la almena gótica de Sant Jaume da la turra a la damisela catalana, a la que ha hechizado con su pelambrera principesca, sus leotardos de Cortefiel y sus falsas promesas sobre una Arcadia feliz. "Bella niña sal al balcón/que te estoy esperando aquí/para darte una serenata/solo, solo para ti". Al balcón salen los egos narcisistas de todo pelaje y condición, los gladiadores ágrafos del fútbol y los ciclistas cejijuntos coronados como héroes de Ítaca, los poetas traidores que ponen sus versos al servicio del poder y las cupletistas pechugonas obsequiadas con ramos de flores y vinillo de Jerez. “Vecinos de Villar del Río, como alcalde vuestro que soy os debo una explicación, y esa explicación que os debo os la voy a pagar", decía desde un paupérrimo balcón franquista aquel personaje impagable de Bienvenido Mr. Marshall. En España, todo aquel que quiere llegar a algo tiene que pasar por el balcón. El gran hombre es un donnadie, un mierda, sin un majestuoso balcón. Dame un balcón y moveré el mundo, piensa el salvapatrias de ahora y de siempre. Los toldos y tapices cuelgan ya en las ventanas del Palau. Los criados sacan brillo a relojes y vajillas. España se apuntilla a las cinco en punto de la tarde, según la hora taurina prevista. Todo está preparado para el orgasmo final en el lujurioso balcón. Puigdemont, sal al balcón y tira un jamón. Si nuestro gran Berlanga levantara la cabeza… Ay, maestro, usted sí que habría hecho una obra universal con ese balcón.

Viñeta: Igepzio

viernes, 6 de octubre de 2017

LAS MENTIRAS DEL PROCÉS




Hay algo que un gobernante no debería hacer nunca: esconderse los ases en la manga. Puigdemont, en un ejercicio de trilerismo político que será juzgado por la historia, embarcó al pueblo catalán en una aventura que tenía principio pero no tenía final. Él, que tanto habló de la hoja de ruta, ahora resulta que no la tiene. Ha perdido la hoja, ha perdido los papeles. El honorable improvisa sobre la marcha, duda, va tapando grietas como puede, aquí y allá. La cosa se le ha ido de las manos. Nunca explicó qué pasaría con las empresas y bancos que, aterrorizados por el clima de revolución, emigrarían como las cigüeñas a climas menos fríos y revueltos del Estado. Nunca explicó cómo, sin una Hacienda propia y autónoma, pensaba pagar las pensiones de los abuelos, las nóminas de los funcionarios, los sueldos de los maestros de escuela, médicos y policías. Nunca les explicó que Cataluña quedaría fuera de la Unión Europea; que se impondrá un corralito de tres pares de narices para que los ciudadanos llevados por el pánico no puedan retirar sus fondos de los bancos; que los servicios públicos serán nacionalizados, a la venezolana, y que se impondrá una pintoresca divisa, el 'catcoin', que tendrá el mismo valor que la moneda ugandesa. Nunca se habló de la miseria que espera a la vuelta de la esquina este próximo invierno, de las colas en los supermercados desabastecidos, de la inflación, del elevado coste que tendrá la alegre y veraniega fiesta independentista. Los Mas, Puigdemont, Junqueras, Gabriel y compañía siempre prometieron que no pasaría nada, que todo seguiría siendo como siempre después del terremoto, que los catalanes continuarían viviendo en su Arcadia feliz, como si tal cosa. Solo que tras la resaca de la borrachera, tras el sueño delirante, siempre se acaba imponiendo la cruda realidad. Les ofrecieron a los catalanes la tierra prometida y acabarán dándoles un yermo y desértico erial; les prometieron que iban a ser como los suizos y los van a reducir a la categoría de sirios. Eso sí, hay que llegar hasta el final porque lo importante es salir al balcón. Salir al balcón hay que salir como sea.

Y cuando los dos bandos están listos para atacar, va y sale Artur Mas, padre del engendro, o sea el procés, y admite en el Financial Times que Cataluña no está preparada "para la independencia real". Es cierto que lluego matizó sus declaraciones al periódico británico diciendo aquello de donde dije digo, digo Diego, pero el histórico recule del culé y la bajada de pantalones está ahí, no se la quita nadie. Tras liarla parda con la entrevista, el honorable desmintió al rotativo británico colgando en las redes sociales el audio de la supuesta entrevista, en la que concretamente venía a decir: "Para ser independiente hacen falta unas cuantas cosas que todavía no tenemos: control de infraestructuras, de aduanas y fronteras, que la gente pague a la Hacienda Catalana y una administración de justicia que haga cumplir las leyes del Parlamento catalán. Hasta que esto no sea operativo, la independencia no es real”. Con matización o sin ella, o esto es una broma de mal gusto o demuestra lo que hemos dicho no pocas veces: la espiral de locura en la que algunos nos han metido tiene una razón oculta que va más allá del patriotismo nacionalista, de la estelada y Els Segadors, y no es otra cosa que la huida hacia adelante de algunos para salvar su pellejo por los casos de corrupción que se estaban investigando. El señor Mas, al abrir la caja de los truenos, pensó que en una Cataluña independiente él se acogería a una amnistía general, se libraría de la investigación por el 3% en Convèrgencia i Unió y podría seguir siendo 'honorable' president por mucho tiempo. Así que las caretas de los manipuladores van cayendo. En eso ha quedado el turbulento procés que ha puesto al país al borde del infarto y de un conflicto civil. En eso ha quedado todo este inmenso montaje: un referéndum farsa prohibido por el Constitucional, gente que ha votado tres y cuatro veces, municipios donde el censo es inferior al número de votantes, sacas llenas de papeletas que ruedan por el suelo, un recuento final que no cuadra con los electores, unas cuantas fotografías de las cargas policiales sacadas de internet y gente que se rocía salsa de tomate en la cara para hacerse pasar por mártir. ¿Quién planea todas estas mentiras? ¿Son los chicos de la litrona de la CUP, es la burguesía transmutada de la noche a la mañana en independentista o son todos ellos a la vez? Cuando ha llegado el momento de la verdad, cuando Mas ha visto que la sociedad catalana está cada vez más dividida y fracturada, cuando solo cuatro partidos nazis reconocen al futuro Estado catalán republicano, cuando los bancos y las grandes empresas huyen despavoridas de Cataluña por pánico a la declaración unilateral de independencia, el honorable ha tenido que admitir que este desaguisado no va a ninguna parte, más que al suicidio colectivo de Cataluña y con ella del resto de España. Es cierto que hay un problema político en Cataluña que debe ser abordado y resuelto mediante el diálogo en una mesa de negociación entre todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria. Pero no es menos cierto que el fuego violento de los últimos días ha sido avivado convenientemente por ciertos personajes siniestros como Mas.

Viñeta: El Petardo

LOS EQUIDISTANTES


(Publicado en Revista Gurb el 6 de octubre de 2017)

Equidistantes. A los que claman por la paz y la cordura los llaman ahora, despectivamente, “los equidistantes”. A los que apelan al sentido común, a los que imploran diálogo y concordia, los tachan de equidistantes. Al que rechaza la guerra, al que no amenaza al vecino ni le cuelga el cartel xenófobo ni lo extorsiona para que se convierta en soplón del futuro Estado, se le califica humillantemente de equidistante. A los que anteponen el estado de la razón a la razón de Estado, frente al fanatismo desbocado de ambos bandos, los acusan de equidistantes. A los que se horrorizan con la imagen de los gloriosos ejércitos nacionales saliendo de los cuarteles, como en otros tiempos pasados que creíamos felizmente superados, los denigran como equidistantes. A los que no insultan, no acorralan, no denigran y no marginan a los charnegos por vagos e inferiores los tratan de equidistantes. A los que no están ni con los locos de un lado ni con los locos del otro, ni con esa derecha española obtusa y rancia que nos ha puesto al borde del abismo, ni con la turba de iluminados salvapatrias de la gloriosa nació catalana, les dicen equidistantes. A los que rechazan todo tipo de trinchera, la ideológica y la otra todavía peor, a los que repudian las porras, los escraches, la violencia verbal, el frentismo y el odio, los señalan con desprecio y con sorna como tibios y melindrosos equidistantes. A los que no quieren alistarse porque saben de buena tinta lo que sucederá, porque saben que enrolarse ciegamente en un ejército significa prepararse necesariamente para lo peor, los difaman con la etiqueta de equidistantes. A los educados, pacíficos, sensatos, nobles y mansos, los extremistas y exaltados, los rabiosos y resentidos que piden la vuelta a la sangre del 36 los llaman equidistantes, cuando no traidores a la patria. A la mayoría que quiere convivir en paz con los demás pueblos hermanos de España, a los silenciosos que se apartan asqueados cuando los ejércitos de asnos rugen bestialmente por las calles y los cabestros se embisten mutuamente, equidistantes los llaman. A los cuerdos que anteponen las cosas pequeñas de la vida (las únicas que realmente merecen la pena en este mundo) a las incendiarias soflamas patrioteras, a los más bajos instintos, a la ira irracional, a los pedazos de tela elevados a los altares como nuevos dioses, a los cánticos malos y desentonados que solo conducen a la destrucción, los atacan por equidistantes. Pues sin duda serán ellos, los educados, los inteligentes, los civilizados, los racionales y mal llamados equidistantes, los que el día después de la absurda batalla –cuando el fragor de los cuchillos y los gañidos animalescos hayan cesado y los perturbados extenuados tras la orgía de ira y barbarie deambulen por la ciudad arrasada con ojos alucinados y las ropas manchadas de sangre–, saldrán de sus casas, en silencio, como siempre han hecho, caminarán sobre las ruinas de lo que antes era la civilización y empezarán a levantar, piedra a piedra, hombro con hombro, los cimientos de un mundo nuevo y mejor.

Viñeta: El Koko Parrilla

LA HORA DE LOS PERTURBADOS



(Publicado en Revista Gurb el 6 de octubre de 2017)

El incendio avanza sin control mientras los responsables políticos de ambos bandos siguen echando gasolina al fuego. Queda claro que a ninguna de las dos partes le interesa frenar el disparate absoluto al que ha llegado Cataluña. Para Mariano Rajoy, "el matón intransigente", como ya lo llama The New York Times, cuanto peor mejor en su beneficio político, por usar sus propias palabras disléxicas. Es decir, la guerra como programa electoral. Para Puigdemont lo más importante es seguir muy atento a TV3, por si los reporteros de la CNN se visten con la estelada en el último momento. De vez en cuando pone un tuit inútil llamando a la calma o reclama la mediación internacional del Vaticano o de Bruselas. De nada sirve, las democracias occidentales ni están ni se les espera, se lavan las manos vilmente como ya hicieron con la II República. Cuando empiece la fiesta mandarán reporteros para vender periódicos, escritores que pasarán a la historia con novelas lacrimógenas sobre el drama español y unos cuantos jóvenes brigadistas para cubrir el expediente. Estamos absolutamente solos con nuestra ignominia como pueblo en la hora más fatídica y crucial. La guerra es como una peste de la que los ricos listos se apartan para que los tontos pobres se maten entre ellos.
La mecha del odio ha prendido y las llamas avanzan descontroladas por toda Cataluña. El fuego no razona, el fuego solo se detiene cuando lo ha arrasado todo. Un Felipe VI cariacontecido comparece ante los españoles para hacer frente a su 23F, solo que esta vez no saldremos tan bien parados como entonces. Ni una palabra a las víctimas de las cargas policiales. Ni una mano tendida a la negociación. Es Rey de todos los españoles pero por lo visto lo entienden mejor en la derecha. Entretanto, la fiebre violenta sigue subiendo. En Madrid se vive un clima prebélico. Rojigualdas colgando de los balcones, encendidas soflamas patrioteras, cadenas de radio nacionalistas que instan a aplicar el 155 sin más demora. Babeando de rabia, exigen liquidar el Gobierno de la Generalitat, colocando a un general del Ejército en la poltrona de Puigdemont. "Toda esta gente tiene que acabar en la cárcel", arenga un tertuliano facha enfurecido. El pobre diablo no ha entendido que no hay prisiones suficientes para encarcelar a dos millones de independentistas, a menos que se habiliten los campos de fútbol, como hizo Pinochet. Al tiempo que los posfranquistas destilan su bilis, miles de catalanes soberanistas practican el apartheid del vecino, la xenofobia más abyecta, la limpieza étnica de la tribu mesetaria. Es la moda que se ha impuesto allí en una extraña atracción fatal por lo libertario, por la épica de las viejas revoluciones que precedieron a nuestra sangrienta guerra civil. Español fascista, independentista de mierda. Ese es el único diálogo que se escucha hoy en Cataluña. Más madera, esto es la guerra. Los gañidos entierran las palabras. Nos han balcanizado sin que nos diéramos cuenta. Nos quieren convertir en los yugoslavos ibéricos, chetniks enloquecidos programados para la batalla. Policías que aporrean ancianas, personas que hasta hoy eran pacíficos y honrados ciudadanos agrupándose en hordas de linchadores fanatizados y saliendo a la calle a trinchar maderos y picoletos. Todos ensayan la caza del hombre, le han cogido el gusto a la violencia desatada.
Vivimos una maldita pesadilla de la que no podemos despertar y que va cada día a peor. El enfermo ha entrado en una fase terminal, casi de descomposición. Una especie de nostalgia patológica por el viejo anarquismo barcelonés que tanto dolor provocó se ha apoderado de ciudades y pueblos, de barrios y calles, de plazas y avenidas, antes lugares civilizados y apacibles llenos de tranquilos viandantes, familias con niños y turistas. Se alecciona a los colegiales en el ideario revolucionario, se les mete en la cabeza que van a luchar por la libertad. Donde antes había un patio de colegio hoy hay una barricada; donde antes se montaba una alegre fiesta de barrio hoy hay mesas de alistamiento de la Asamblea Nacional Catalana; donde antes se extendía un parque recoleto hoy se prepara un siniestro campo de batalla. Se pinchan las ruedas de los coches, se queman contenedores, se escrachea al españolista que pasa por la calle guardando un temeroso silencio. La sinrazón como ideología, el miedo instalado en todas partes, en la oficina, en las escuelas y ayuntamientos, en el corazón mismo de las familias. "Aquí no servimos a lacayos del Estado", avisa un cartel a la entrada de un bar.
Mientras TV3 y TVE emiten sus Nodos propagandísticos, el reloj de la historia avanza inexorable hacia la hora dramática del balcón. Se da por hecho que el lunes Puigdemont declarará la República catalana independiente a la manera de Companys en el 34. Ya sabemos cómo acabó aquello. Un millón de muertos y cuarenta años de dictadura y represión. Eso es lo que buscan no solo los nuevos ideólogos de la intransigencia salidos de los criaderos del campus de Bellaterra, sino los ultras castellanos de la Villa y Corte que con la vena del cuello hinchada exigen el 155 y la intervención militar inmediata. Empezamos a echar de menos a los estadistas de antes, a Suárez, a Carrillo, a Felipe, a Pujol, al autoritario Fraga, por qué no decirlo. Los patriarcas de la concordia. Algunos fueron corruptos, es cierto, se lo llevaron crudo y a manos llenas, pero supieron estar a la altura, supieron comerse su odio visceral contra el enemigo y mirar hacia el futuro. Hoy ya no se mira al futuro para nada, seduce más el vicio contumaz del fanatismo, la retórica del odio y el fragor de los rancios ejércitos del pasado.
Sabemos que todo esto que aquí decimos, en este modesto artículo editorial, ya no está de moda. Sabemos que unos nos acusarán de fachas y otros de traidores comunistas que quieren romper España. Somos conscientes de ello. El sentido común y el pacifismo es la primera víctima de la guerra. Hoy se impone el frentismo más sectario en ambos lados, reinventar la historia –reventar la historia, habría que decir–, el revisionismo, el rencor como ideología, la inquina y el adoctrinamiento en la posverdad, que es la mentira de toda la vida escondida tras un término hueco que engatusa a las nuevas generaciones escasas de buenos libros. El veneno ha calado hondo en las gentes, ya no hay marcha atrás. Unos sacan a pasear a la momia de Lluís Llach para que balbucee La Estaca con voz trémula y moribunda. Otros gritan "a por ellos", "a por ellos", como si esto fuera un partido de fútbol. A un lado las barricadas, Visca Catalunya Lliure, Els Segadors y las masas inflamadas con el peor de los espíritus guerracivilistas. Al otro los que aplauden a los gloriosos tercios de Flandes y a los ejércitos africanistas que salen de los cuarteles para emprender la segunda cruzada española. Rafa Hernando dice que Puigdemont quiere muertos. Pablo Iglesias un día juega a patriota español y al cuarto de hora a amigo de los independentistas. Iceta, una de las pocas cabezas sensatas que aún quedan en esta película de terror, sigue intentando arreglar el desaguisado, pero no le dejan al hombre. Rafa Nadal predica en el desierto de la tierra batida. A Piqué lo quieren calentar los ultras. Los nazis europeos y los hackers rusos se ponen de lado de la independencia. Los bancos catalanes toman el dinero y corren. Un disparate tras otro. Dislate tras dislate hasta el suicidio colectivo. Así empiezan las guerras, entre mentiras bien tramadas y contadas, conspiraciones de agitadores borrachos y carcajadas histriónicas.
La sensatez se ha evaporado, la intolerancia ha ganado la partida, ya lo rodó Griffith. Las dos Españas emergen del fango de las cunetas dispuestas a ajustar viejas cuentas pendientes con el pasado. Fantasmas contra fantasmas. Muertos contra muertos. Los sacos terreros y las barricadas están ya preparados, los mártires listos para la inmolación. Los tanques avanzan a 155 por hora, según el horario constitucional previsto. Los cínicos curas catalanes, antes franquistas, hoy cantan salmos separatistas anticipando la hora fatal. Están encantados con la vuelta al terror del 36, nunca antes habían visto las iglesias tan llenas de gente. Solo falta que les quemen las capillas y les violen a las monjas para que salte la chispa que dé inicio al horror. Rezos estúpidos antes de la batalla, letanías y responsos de difuntos, incienso embriagador, caras de paletos asustados, beatas, cruces, luto, velas, lágrimas. La misma misa fúnebre que se oficia cada cuarenta años, el mismo ritual cíclico y secular al que nos arrastran los perturbados y paranoicos de siempre. Pues que Dios nos coja confesados.

Ilustración: Artsenal