miércoles, 11 de octubre de 2017

EN MANOS DE DOS TAHÚRES



NO HUBO BALCÓN. "Asumo el mandato del pueblo para que Cataluña se convierta en un Estado independiente en forma de república". Con estas palabras Carles Puigdemont ha proclamado la independencia, aunque inmediatamente la ha dejado "en suspenso" para abrir un proceso de diálogo con el Estado español. A la CUP no le ha gustado el discurso, prueba de que el presidente catalán ha tratado de "desescalar" o rebajar la tensión. Es una declaración de independencia en toda regla, aunque una declaración "en diferido". Puede haber una puerta a la esperanza, al diálogo, aunque es poco probable que un Gobierno autoritario como el del PP sepa recoger el guante y abrir un proceso de negociación. La pelota está en el tejado de Rajoy. Que Rafa Hernando y Pablo Casado se queden en casa. Es hora de rebajar la tensión y hacer política con mayúsculas. Hay que intentarlo todo antes de aplicar el 155, que nos llevaría a todos al desastre.

¿155? Rajoy, fiel a su carácter de hombre previsible, tal como él mismo se definió hace tiempo, ha hecho lo que se preveía. Al requerir a Puigdemont para que aclare si ha proclamado la independencia de Cataluña, muestra su lado más inflexible, aparcando la invitación al diálogo que hizo ayer el presidente de la Generalitat. El requerimiento es el primer paso para aplicar el artículo 155 de la Constitución, de hecho estamos ya en la fase inicial de ese artículo que puede conducir a la anulación de la autonomía catalana, un escenario que nos abocaría a consecuencias imprevisibles, ninguna buena. Si Puigdemont contesta que la independencia ha sido oficialmente declarada, no habrá nada que hacer. Se romperá todo tipo de contacto y la situación volverá a ser descontrolada, de escalada acción-reacción. Estamos asistiendo pues a una partida de ajedrez en la que cualquier despiste lleva al jugador a perder la partida. Cada movimiento está meditado, cada palabra medida. Hay demasiado en juego como para tomar la iniciativa y lanzarse a un ataque desesperado. Las cobras se observan fijamente. La guerra de trincheras ha comenzado y no sabemos cuánto durará.

EL TEMPLO DE LA DEMOCRACIA. El Parlamento, no la calle, es el lugar donde se resuelven los problemas en democracia. El Parlamento (no la Fiscalía General del Estado, no el Tribunal Constitucional, ni el Cuerpo Nacional de Policía o la Guardia Civil), es el órgano donde se debaten los conflictos políticos. Hoy se está demostrando. Nuestros políticos, por fin desde que estalló la grave crisis catalana, están haciendo el trabajo por el cual les pagamos un sueldo todos los ciudadanos. Rajoy ha estado firme pero no hostil. Margarita Robles ha reafirmado el compromiso del PSOE con la Constitución y la ley, pero reclamando un diálogo en el que deben estar todos. Pablo Iglesias y Xavier Doménech han dicho lo que tenían que decir: antes o después de la reforma constitucional habrá que preguntar a los catalanes si están de acuerdo con el encaje de Cataluña en España. Alberto Garzón ha recordado que España es un Estado plurinacional en el que todos los pueblos tienen cabida siempre que se respeten sus derechos. Rivera llevaba el discurso aprendido de casa y lo ha soltado sin pensar, como si estuviéramos en los peores momentos de la crisis. Está bien señor Albert, es respetable, pero ahora nos encontramos en otra fase, destensar, relajar, calmar, tranquilizar, sosegar, moderar, apaciguar ¿o aún no se ha dado cuenta? Joan Tardà en la misma línea guerracivilista de siempre, se le ve dolido al hombre, y eso que él no recibió palos, pero irá pasando por el aro. Hoy, por fin, tras días feroces en los que todos nos hemos comportado como una tribu de salvajes, dando un espectáculo vergonzoso al mundo, estamos hablando como un país civilizado, diciéndonos las verdades a la cara, con dureza, crudamente, pero con valentía. Digamos las cosas sin miedo, lavemos los trapos sucios en la lavandería de San Jerónimo: el PP humilló a los catalanes al recortar el Estatut; Puigdemont ha pisoteado la ley y la Constitución en un delirio inadmisible; las cargas policiales fueron deleznables; los escraches impulsados por los más violentos sobraban. Hablemos donde hay que hablar: en el templo de la democracia, no en el caos de la jungla. Mucho mejor esto que las porras y las insurrecciones callejeras; mucho más edificante y avanzado esto que el fuego de las barricadas, las persecuciones, la xenofobia y el odio; mucho mejor dialogar, hablar, debatir, discutir, que los cánticos guerreros que solo llevan al desastre. Nos ha costado diez días entenderlo, diez días de pánico y angustia. Que al menos sirvan para algo.

Viñeta: Igepzio

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