martes, 10 de octubre de 2017

EL BALCÓN



(Publicado en Revista Gurb en octubre de 2017)

El día que se proclamó la Segunda República, Azaña se asomó con los suyos al balcón; Franco, cuando quería darse un baño de masas, salía a airearse al balcón; Aznar y Rajoy dieron saltos victoriosos de alegría en su genovés balcón; y Puigdemont, como mesías de la patria que se siente, también anhela su glorioso momento balcón. Aquí, en esto que todavía llamamos España, los que mandan siempre han engañado al pueblo desde algún soberbio, altísimo y mesiánico balcón, ya sea de estilo gótico, renacentista o churrigueresco. El atril del Parlamento es aburrido y monótono, pero el balcón es puro colocón, tiene ese subidón extático, entre épico y etílico, que todo mediocre sueña con sentir algún día. Nos habían hecho creer que el 'balconing' era cosa de turistas británicos mamados de calimocho en cálidas playas mallorquinas, pero qué va. El 'balconing' es algo muy nuestro y aquí el que más y el que menos ansía meterse un chute de vanidad para salirse después al balcón. El discurso del balcón ante una muchedumbre enfervorecida y entregada, unas veces aburrido y torrante, otras grandilocuente, fuera de tono y sobreactuado, es lo más a lo que puede aspirar un gobernante español, ya sea jefe del Estado o de la Generalitat, rey o dictador, alcalde de pueblo o presidente de su comunidad de vecinos. Aquí siempre hemos sido muy de salirnos al balcón y gritar viva lo que sea a los cuatro vientos, a pleno pulmón, espada en ristre, banda azul cruzada en el pecho y sonrisa forzada de tenor malo de opereta. Por ese motivo Puigdemont, el visionario e iluminado Puigdemont, cuando salga por fin a la balconada para proclamar su sueño glorioso del Estat Catalá, cuando se asome al balcón entre sonoras fanfarrias y húsares vestidos de época, no hará otra cosa que continuar con esa larga tradición tan ibérica, tan españolaza, tan decimonónicamente hispana.
La costumbre del balcón es muy nuestra, ya digo, aunque también se practique en otros lugares. Desde su balcón del Vaticano nos larga el Papa sus sermones metafísicos sobre el misterio de la Santísima Trinidad (por cierto que Junqueras tiene algo de Papa de la independencia con esa forma de hablar tan de catequista hipócrita y recatado que parece no haber roto un plato en su vida pero que lleva por dentro los pecados más inconfesables). En el balcón se conjuran los fanfarrones dictadores caribeños sobre los que tanto ha escrito Vargas, Nobel reconvertido en portavoz de los unionistas que suelta discursos como los de Azaña para que los escuchen 'Puchmón' y la 'Forradell' (don Mario, hay que prepararse mejor los folios incendiarios, que luego pasa lo que pasa). Y al balcón sale la doncella para que los tunos coñazo le den la serenata, aunque en el caso de Puigdemont sea más bien al contrario, es él, el galán medieval, quien desde lo alto de la almena gótica de Sant Jaume da la turra a la damisela catalana, a la que ha hechizado con su pelambrera principesca, sus leotardos de Cortefiel y sus falsas promesas sobre una Arcadia feliz. "Bella niña sal al balcón/que te estoy esperando aquí/para darte una serenata/solo, solo para ti". Al balcón salen los egos narcisistas de todo pelaje y condición, los gladiadores ágrafos del fútbol y los ciclistas cejijuntos coronados como héroes de Ítaca, los poetas traidores que ponen sus versos al servicio del poder y las cupletistas pechugonas obsequiadas con ramos de flores y vinillo de Jerez. “Vecinos de Villar del Río, como alcalde vuestro que soy os debo una explicación, y esa explicación que os debo os la voy a pagar", decía desde un paupérrimo balcón franquista aquel personaje impagable de Bienvenido Mr. Marshall. En España, todo aquel que quiere llegar a algo tiene que pasar por el balcón. El gran hombre es un donnadie, un mierda, sin un majestuoso balcón. Dame un balcón y moveré el mundo, piensa el salvapatrias de ahora y de siempre. Los toldos y tapices cuelgan ya en las ventanas del Palau. Los criados sacan brillo a relojes y vajillas. España se apuntilla a las cinco en punto de la tarde, según la hora taurina prevista. Todo está preparado para el orgasmo final en el lujurioso balcón. Puigdemont, sal al balcón y tira un jamón. Si nuestro gran Berlanga levantara la cabeza… Ay, maestro, usted sí que habría hecho una obra universal con ese balcón.

Viñeta: Igepzio

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