(Publicado en Revista Gurb el 6 de octubre de 2017)
Equidistantes. A los que claman por la paz y la cordura los llaman
ahora, despectivamente, “los equidistantes”. A los que apelan al sentido
común, a los que imploran diálogo y concordia, los tachan de
equidistantes. Al que rechaza la guerra, al que no amenaza al vecino ni
le cuelga el cartel xenófobo ni lo extorsiona para que se convierta en
soplón del futuro Estado, se le califica humillantemente de
equidistante. A los que anteponen el estado de la razón a la razón de
Estado, frente al fanatismo desbocado de ambos bandos, los acusan de
equidistantes. A los que se horrorizan con la imagen de los gloriosos
ejércitos nacionales saliendo de los cuarteles, como en otros tiempos
pasados que creíamos felizmente superados, los denigran como
equidistantes. A los que no insultan, no acorralan, no denigran y no
marginan a los charnegos por vagos e inferiores los tratan de
equidistantes. A los que no están ni con los locos de un lado ni con los
locos del otro, ni con esa derecha española obtusa y rancia que nos ha
puesto al borde del abismo, ni con la turba de iluminados salvapatrias
de la gloriosa nació catalana, les dicen equidistantes. A los que
rechazan todo tipo de trinchera, la ideológica y la otra todavía peor, a
los que repudian las porras, los escraches, la violencia verbal, el
frentismo y el odio, los señalan con desprecio y con sorna como tibios y
melindrosos equidistantes. A los que no quieren alistarse porque saben
de buena tinta lo que sucederá, porque saben que enrolarse ciegamente en
un ejército significa prepararse necesariamente para lo peor, los
difaman con la etiqueta de equidistantes. A los educados, pacíficos,
sensatos, nobles y mansos, los extremistas y exaltados, los rabiosos y
resentidos que piden la vuelta a la sangre del 36 los llaman
equidistantes, cuando no traidores a la patria. A la mayoría que quiere
convivir en paz con los demás pueblos hermanos de España, a los
silenciosos que se apartan asqueados cuando los ejércitos de asnos rugen
bestialmente por las calles y los cabestros se embisten mutuamente,
equidistantes los llaman. A los cuerdos que anteponen las cosas pequeñas
de la vida (las únicas que realmente merecen la pena en este mundo) a
las incendiarias soflamas patrioteras, a los más bajos instintos, a la
ira irracional, a los pedazos de tela elevados a los altares como nuevos
dioses, a los cánticos malos y desentonados que solo conducen a la
destrucción, los atacan por equidistantes. Pues sin duda serán ellos,
los educados, los inteligentes, los civilizados, los racionales y mal
llamados equidistantes, los que el día después de la absurda batalla
–cuando el fragor de los cuchillos y los gañidos animalescos hayan
cesado y los perturbados extenuados tras la orgía de ira y barbarie
deambulen por la ciudad arrasada con ojos alucinados y las ropas
manchadas de sangre–, saldrán de sus casas, en silencio, como siempre
han hecho, caminarán sobre las ruinas de lo que antes era la
civilización y empezarán a levantar, piedra a piedra, hombro con hombro,
los cimientos de un mundo nuevo y mejor.
Viñeta: El Koko Parrilla
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