(Publicado en Revista Gurb el 29 de octubre de 2017)
Maldigo al destino por no haberme
presentado antes al maestro. Pese a que los dos trabajábamos como
periodistas en Murcia –él en Diario 16, yo en La Opinión
(apenas dos calles más abajo)–, curiosamente nuestras vidas fueron
paralelas, plutarquianas, y nunca se cruzaron. Nunca hasta que hace tres
años, cuando ambos estábamos ya en el dique seco, fuera del circuito
diabólico de la prensa (él jubilado, yo retirado por causa mayor) un
amigo común me lo recomendó como colaborador para Revista Gurb. "Tienes que fichar a Paco Cisterna; es sencillamente un genio". A
menudo desconfío de quienes abusan de tan manido adjetivo, no solo
porque hoy los supuestos genios brotan como setas (todo el mundo va de
genio en un postureo insoportable que sin duda parte de una enfermiza
confusión entre lo mediocre y lo sublime) sino porque siempre he creído
que esa condición se compone de un dos por ciento de talento y de un
noventa y ocho por ciento de "perseverante aplicación", tal como dejó
escrito Beethoven. El caso es que, pese a que el marciano Gurb ya
contaba con abundancia de colaboradores, finalmente opté por telefonear a
Paco e intercambiamos algunas impresiones. Charlamos sobre el oficio de
periodista, sobre la literatura y sobre la vida en general. También,
cómo no, sobre las macizas divas italianas, Sophia Loren, Claudia
Cardinale, Monica Bellucci… A los cinco minutos de conocernos nos
estábamos partiendo de risa. Y ya para siempre.
Días después me envió su primer artículo
("con confianza, si no lo ves bueno no lo publiques", me dijo) lo
examiné con interés y comprendí que estábamos ante un auténtico maestro
de la palabra que nos daba veinte vueltas a todos los que nos
autobautizamos, no sin cierta imprudencia y bastante vanagloria, como
columnistas de opinión. Su estilo era clásico, artesanal, depurado,
barroco y añejo como el mejor vino criado en barrica; su dominio del
vocabulario absolutamente apabulllante; sus conocimientos sobre
cualquier tema, ya fuera la política, la filosofía, el arte, el deporte o
el cine, impresionaban; pero sobre todo, y por encima de cualquier otro
don, poseía ese duende y esa gracia que solo manejan unos cuantos
afortunados: un fino, elegante y agudísimo sentido del humor. Sus
retruécanos, juegos de palabras, metáforas, ironías, circunloquios,
sarcasmos y figuras paródicas eran constantes y funcionaban casi siempre
como un reloj suizo. No cabía ninguna duda: Francisco Cisterna, Paco
Cisterna –tal era su nombre artístico–, era un auténtico maestro a la
altura de los más grandes. ¿Qué hacía ese genio desaprovechado y
olvidado por los grandes periódicos vagando por el mundo como un
espíritu errante? No me cabía en la cabeza.
Durante tres años Paco y yo compartimos
conversaciones y bromas a través del correo privado de Facebook, que se
convirtió en nuestro canal confidencial de comunicación. Quién nos lo
iba a decir: dos carrozones chateando como adolescentes a través del
estúpido Caralibro. "Hola ¿estás por ahí, José? Por aquí ando maestro,
preparando unas lentejas". Y así nos tirábamos horas y horas
chafardeando, cotilleando, charlando sobre lo divino y lo humano, Vargas
Llosa o García Márquez, el Barça o el Madrid, las miserias del oficio
de escritor, la crisis de la literatura, las mejores escenas de la
historia del cine, la próxima portada de Revista Gurb y la receta
perfecta para cocinar un buen pollo al chilindrón. Tertulias
cibernéticas en las que, por supuesto, siempre afloraban sus
inseguridades de genio, como no podía ser de otra manera porque el
auténtico genio, el genio verdadero, siempre duda de que lo es. Su
columna semanal, que enviaba puntualmente cada jueves, solía ser
antológica, pero para él siempre había algo que fallaba o algo que le
chirriaba o simplemente la pieza no llegaba a ser lo suficientemente
buena. Como todo grande, era un insatisfecho, un perfeccionista hasta la
obsesión, y también un hipocondríaco, al igual que yo, aunque él era
mucho más Woody Allen en ese aspecto. Nuestros acúfenos, artritis,
miopías y achaques varios de la edad, más o menos graves o
injustificados, siempre tenían un huequecito en nuestros diálogos
delirantes.
Hace solo unos meses me dijo que después
de cuarenta años como adicto al tabaco estaba dejando el fumeque. Y yo
me alegré mucho por él. Había estado dándole la gaita con que tenía que
dejarse el vicio de una vez y al final me hizo caso. De una cajetilla al
día pasó a diez o quince cigarros, luego cuatro o cinco, al final el
pito de después del café, o eso al menos me decía. Pasó semanas muy
duras por culpa del síndrome de abstinencia, aunque al final consiguió
quitarse el alquitrán de encima. "Le tengo que echar cacahuetes al jodío
mono, pero lo mantengo a raya Jose, lo mantengo a raya", bromeaba
socarronamente. Ironías de la vida, justo cuando empezaba a salir de la
nicotina le llegó el mazazo. Fue un maldito día de verano, no lo
olvidaré nunca porque me lo pasé llorando. Me llamó para decirme que,
muy a su pesar, ya no podía seguir escribiendo en Revista Gurb. Los
médicos le habían encontrado un tumor, le fallaban las fuerzas, la
enfermedad lo estaba dejando muy debilitado. El mal le había robado lo
más sagrado que tenía: ese humor fino y esa retranca quevedesca que se
gastaba en sus textos magistrales. A mí se me partió el corazón.
Esta semana nos han comunicado la
noticia de su muerte. La revista se queda no solo sin uno de sus mejores
escritores, sino también sin la mejor parte de su alma máter. Paco, el
maestro Cisterna, fue un superviviente de la vieja escuela, uno de esos
reporteros clásicos que como dinosaurios de otra época empiezan a estar
ya en vías de extinción. Como digo, tenía un talento innato para el
humor, la sátira y la buena literatura. Era lo que se dice un creador
total que derrochaba talento por los cuatro costados. En un tiempo en
que abundan los escritorcillos de medio pelo que se llevan premios de
relumbrón sin merecerlos, nuestro Paco era un diamante en bruto
injustamente tratado y lamentablemente desaprovechado, un continuador de
nuestra mejor tradición literaria en la línea de Miguel Mihura, Gómez
de la Serna, Bergamín o Jardiel Poncela. Nos deja un puñado de piezas
sublimes que a nuestro entender formarán parte, algún día, si es que hay
justicia universal, de la antología del periodismo español. Nunca
olvidaré los buenos ratos que pasamos juntos, riéndonos de todo y de
todos, haciendo chistes políticamente incorrectos, sin dejar títere con
cabeza, por supuesto, mientras preparábamos la edición de la semana
siguiente.
Desde algún lugar en el Olimpo de los
genios, que es donde sin duda estará Paco por derecho propio, seguirá
choteándose del mundo, construyendo sus brillantes sarcasmos,
circunloquios y juegos de palabras, lanzando sus dardos envenenados de
sátiro plumilla contra políticos y poderosos, los Rajoy y Puigdemont de
la vida que no se merecen más que nuestro absoluto desprecio y nuestras
chanzas más encarnizadas. Los mediocres existen para que los grandes
hombres como Paco Cisterna saquen lo mejor de la inteligencia y lo más
noble del ser humano. Toda la familia de Gurb quiere expresar a los
suyos nuestras más sinceras condolencias. Descanse en paz maestro. Y
gracias por tantos buenos momentos.
Ilustración: Cruz
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