Puede
parecer imposible, puede parecer un chiste de mal gusto, pero lamentablemente no
lo es. Cuenta la prensa que Mariano Rajoy no dará explicaciones en el
Parlamento español sobre la grave crisis catalana hasta el próximo día 10 de
octubre. Repetimos: el 10 de octubre. Nueve días después del terremoto social y
político. Para entonces los catalanes ya llevarán una semana independizados,
reconocidos por la ONU y hasta por Trump. Para entonces ya habrán ganado
mundiales de fútbol ellos solos, habrán salido y entrado de Europa varias veces
y habrán terminado por fin la Sagrada Familia. Por lo visto, nuestro audaz
presidente había solicitado una comparecencia en el Congreso de los Diputados
para debatir esa menudencia que pasó ayer en Cataluña, esa cosilla sin
importancia (como los hilillos de plastilina del Prestige), esos cachetes
aislados que se les escaparon a unos señores de uniforme que pasaban por allí,
pero como no había sesión plenaria esta semana, como no había hueco, pues
pasapalabra. Así es Rajoy. Así es el hombre de nervios de acero que nos
gobierna (tan de acero que se han quedado atrofiados). España al borde de la
ruptura, España inmersa en su mayor crisis de Estado desde la Guerra Civil, y
nuestro inefable presidente no pasará por la cámara baja hasta dentro de una
semana, si es que alguien con un mínimo de luces no le explica antes que
convendría agilizarlo un poco. El estilo Rajoy, funcionarial y burocrático, es
una mala pesadilla, una maldición zíngara. Aunque bien mirado, podría haber
sido mucho peor. El presidente podría haberse ido de vacaciones a Pontevedra,
podría haber esperado a las próximas elecciones o a la cumbre del G-20 de 2018
en Argentina para debatir esa cosa catalana tan fastidiosa. O podría haber
aguantado tres o cuatro años sin hacer nada, confiando en que a los
independentistas se les pase la fiebre. Sabiendo cómo es Rajoy, nueve días aún
nos parece un tiempo récord. Por favor, que alguien le diga a este hombre que
se deje esto de la política que no es para él, que se baje del burro o de los
mandos de la nave o de donde coño él crea que va subido, antes de que nos
estrellemos todos y nos hagamos mucho daño.
Y
mientras Cataluña lo inunda todo y nos olvidamos de los 59 muertos y más de
quinientos heridos de Las Vegas, que de repente ya no importan, se nos ha ido
en silencio un poeta urbano, uno de los grandes del rock. Tom Petty. Nos deja
un puñado de grandes canciones junto a su banda de toda la vida, 'The
Heartbreakers'. Después de cada paliza que le propinaba su padre, el pequeño
corazón maltratado Petty se refugiaba en el bálsamo de las canciones de Elvis y
Bod Dylan, a las que su guitarra pasó por el filtro del nuevo rock americano,
el punk y la nueva ola. Así aprendió a volar por el mundo, como dice en una de
sus grandes canciones. Quizá por ese dolor de la infancia que le acompañó
siempre, algunas de sus melodías son de un lirismo que sobrecoge, de un eco místico
que nos habla de lo fugaz de la vida y de disfrutar el presente. Caballero
sureño, rubio rebelde y elegante, juglar de los perdedores, sin duda lo
echaremos de menos. En tiempos en que el odio lo ensucia todo, volver a
escuchar las canciones de Petty será como entrar en un santuario íntimo de paz
y nostalgia, en un refugio solo apto para unos pocos que quieren escapar del
ruido y de los males de este mundo enloquecido.
García
Albiol asegura que el consejero de Interior catalán debe dimitir por
"embustero" tras los atentados de Barcelona y Cambrils; el alcalde de
Alcorcón, David Pérez, acusa a Ada Colau de "allanar el recorrido a los
asesinos"; y el ínclito diputado popular Eloy Suárez se despacha a gusto
con un tuit tonto y lamentable ("¿qué clase de Policía tiene Cataluña que
hace caso omiso a los avisos de atentados?"). Hasta ahí las declaraciones
de brocha gorda de dirigientes del PP que no extrañan a nadie, ya que a menudo
se destacan por su mala baba, su falta de inteligencia política y su violencia
verbal incontinente. Ahora bien, no deja de producir sonrojo y hastío que
quienes más sermones y lecciones de moralina están echando tras los crueles
atentados de Barcelona y Cambrils sean precisamente miembros de ese partido que
tras el 11M engañó a la opinión pública, chantajeó a la Policía, falseó pruebas
y en definitiva se comportó como un banda de bucaneros sin escrúpulos ávidos
por rapiñar unos cuantos votos solo para ganar las elecciones generales de
2004. Que Puigdemont puede haber mentido al negar que tenía información de los
norteamericanos que avisaban sobre el atentado de las Ramblas es algo que no se
nos escapa. Pero tener que escucharlo por poca de aquellos que mintieron más
que nadie durante los atentados de Atocha, por aquellos que mancharon el honor
de las víctimas y sus familiares haciendo electoralismo sangriento a costa de
200 muertos y más de 2.000 heridos, por aquellos que jugaron con el dolor de
todo un país, lleva al vómito y a la náusea. ¿Qué pecado hemos cometido los
ciudadanos para tener que soportar a esta pandilla de cínicos indecentes? Más
les valdría callar y pasar página.
Viñeta: Becs
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