Hay
algo que un gobernante no debería hacer nunca: esconderse los ases en la manga.
Puigdemont, en un ejercicio de trilerismo político que será juzgado por la
historia, embarcó al pueblo catalán en una aventura que tenía principio pero no
tenía final. Él, que tanto habló de la hoja de ruta, ahora resulta que no la
tiene. Ha perdido la hoja, ha perdido los papeles. El honorable improvisa sobre
la marcha, duda, va tapando grietas como puede, aquí y allá. La cosa se le ha
ido de las manos. Nunca explicó qué pasaría con las empresas y bancos que,
aterrorizados por el clima de revolución, emigrarían como las cigüeñas a climas
menos fríos y revueltos del Estado. Nunca explicó cómo, sin una Hacienda propia
y autónoma, pensaba pagar las pensiones de los abuelos, las nóminas de los
funcionarios, los sueldos de los maestros de escuela, médicos y policías. Nunca
les explicó que Cataluña quedaría fuera de la Unión Europea; que se impondrá un
corralito de tres pares de narices para que los ciudadanos llevados por el
pánico no puedan retirar sus fondos de los bancos; que los servicios públicos
serán nacionalizados, a la venezolana, y que se impondrá una pintoresca divisa,
el 'catcoin', que tendrá el mismo valor que la moneda ugandesa. Nunca se habló
de la miseria que espera a la vuelta de la esquina este próximo invierno, de las
colas en los supermercados desabastecidos, de la inflación, del elevado coste
que tendrá la alegre y veraniega fiesta independentista. Los Mas, Puigdemont,
Junqueras, Gabriel y compañía siempre prometieron que no pasaría nada, que todo
seguiría siendo como siempre después del terremoto, que los catalanes
continuarían viviendo en su Arcadia feliz, como si tal cosa. Solo que tras la
resaca de la borrachera, tras el sueño delirante, siempre se acaba imponiendo
la cruda realidad. Les ofrecieron a los catalanes la tierra prometida y
acabarán dándoles un yermo y desértico erial; les prometieron que iban a ser
como los suizos y los van a reducir a la categoría de sirios. Eso sí, hay que
llegar hasta el final porque lo importante es salir al balcón. Salir al balcón
hay que salir como sea.
Y
cuando los dos bandos están listos para atacar, va y sale Artur Mas, padre del
engendro, o sea el procés, y admite en el Financial Times que Cataluña no está
preparada "para la independencia real". Es cierto que lluego matizó
sus declaraciones al periódico británico diciendo aquello de donde dije digo,
digo Diego, pero el histórico recule del culé y la bajada de pantalones está
ahí, no se la quita nadie. Tras liarla parda con la entrevista, el honorable
desmintió al rotativo británico colgando en las redes sociales el audio de la
supuesta entrevista, en la que concretamente venía a decir: "Para ser
independiente hacen falta unas cuantas cosas que todavía no tenemos: control de
infraestructuras, de aduanas y fronteras, que la gente pague a la Hacienda
Catalana y una administración de justicia que haga cumplir las leyes del
Parlamento catalán. Hasta que esto no sea operativo, la independencia no es
real”. Con matización o sin ella, o esto es una broma de mal gusto o demuestra
lo que hemos dicho no pocas veces: la espiral de locura en la que algunos nos
han metido tiene una razón oculta que va más allá del patriotismo nacionalista,
de la estelada y Els Segadors, y no es otra cosa que la huida hacia adelante de
algunos para salvar su pellejo por los casos de corrupción que se estaban
investigando. El señor Mas, al abrir la caja de los truenos, pensó que en una
Cataluña independiente él se acogería a una amnistía general, se libraría de la
investigación por el 3% en Convèrgencia i Unió y podría seguir siendo
'honorable' president por mucho tiempo. Así que las caretas de los
manipuladores van cayendo. En eso ha quedado el turbulento procés que ha puesto
al país al borde del infarto y de un conflicto civil. En eso ha quedado todo
este inmenso montaje: un referéndum farsa prohibido por el Constitucional,
gente que ha votado tres y cuatro veces, municipios donde el censo es inferior
al número de votantes, sacas llenas de papeletas que ruedan por el suelo, un
recuento final que no cuadra con los electores, unas cuantas fotografías de las
cargas policiales sacadas de internet y gente que se rocía salsa de tomate en
la cara para hacerse pasar por mártir. ¿Quién planea todas estas mentiras? ¿Son
los chicos de la litrona de la CUP, es la burguesía transmutada de la noche a
la mañana en independentista o son todos ellos a la vez? Cuando ha llegado el
momento de la verdad, cuando Mas ha visto que la sociedad catalana está cada
vez más dividida y fracturada, cuando solo cuatro partidos nazis reconocen al
futuro Estado catalán republicano, cuando los bancos y las grandes empresas
huyen despavoridas de Cataluña por pánico a la declaración unilateral de
independencia, el honorable ha tenido que admitir que este desaguisado no va a
ninguna parte, más que al suicidio colectivo de Cataluña y con ella del resto
de España. Es cierto que hay un problema político en Cataluña que debe ser abordado
y resuelto mediante el diálogo en una mesa de negociación entre todas las
fuerzas políticas con representación parlamentaria. Pero no es menos cierto que
el fuego violento de los últimos días ha sido avivado convenientemente por
ciertos personajes siniestros como Mas.
Viñeta: El Petardo
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