domingo, 27 de junio de 2021

LA IGLESIA INDEPE


(Publicado en Diario16 el 24 de junio de 2021)

No se puede elevar el sentimiento a categoría jurídica. Con esta frase lapidaria el secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Luis Argüello, ha apoyado los indultos a los líderes independentistas catalanes, siempre que se haga “dentro de la ley”. Otro lobby conservador que se baja del barco ultra de Pablo Casado, a quien la defección de la Iglesia le ha cogido de sorpresa, camino de Europa, donde pretende lanzar otra de sus habituales histriónicas campañas españolistas que tanto aburren a los eurodiputados de la UE.

Casado cree que no hay nada más importante en el mundo que los indultos a Junqueras y los suyos, ni la variante delta del coronavirus, ni el deshielo internacional tras la entrevista Putin/Biden, ni el hambre en el Tercer Mundo, ni siquiera el cambio climático, que la Tierra podrá irse al garete, pero se irá con España unida e intacta. Por eso va alimentando, una vez más, la leyenda negra española, esta vez pidiendo a los eurodiputados de Bruselas que se tomen el tema de Cataluña como si fuese el nuevo desembarco de Normandía.

En realidad, la medida de gracia a los líderes soberanistas es un problema doméstico español, un grano interno de España, y solo al Gobierno de Madrid le compete resolverlo, que es precisamente lo que está intentando hacer Pedro Sánchez. No obstante, por las noticias que nos llegan de Bruselas, no parece que sus señorías le estén haciendo demasiado caso (ya hemos dicho que el temita preocupa de Pirineos para abajo, pero en la Europa civilizada no motiva nada) y todo apunta a que el líder del PP se volverá con las manos vacías. Qué se le va a hacer, al menos el viaje le habrá servido al hombre para que se airee un poco, que buena falta le hacía, ya que en una de estas su cabeza empieza a echar humo, gripa y explota con tanto guerracivilismo anticatalanista.  

Pero hete aquí que mientras Casado completaba su estéril tour europeo –como el desocupado, flemático y solitario Phileas Fogg de La vuelta al mundo en ochenta días– va y se le declara otro incendio grave, en este caso por el frente eclesiástico, que también se ha puesto de lado de los republicanos/rojos/indepes. Si hace unos días el líder del PP se veía obligado a poner a trabajar toda su maquinaria periodística y propagandística para meter en cintura al presidente de la patronal, Antonio Garamendi (que también le había salido rana a la hora de apoyar los indultos), ahora es la curia la que lo deja en la estacada. Así no se puede luchar contra los enemigos de la patria. Lo de Garamendi fue una crisis total, ya que la patronal es el brazo económico del Partido Popular y ningún dirigente se le había subido a la parra de esa manera.

La disidencia del patrono mayor del Reino fue inmediatamente sofocada con un editorial duro de El Mundo, una rápida maniobra de violento troleo en las redes sociales (campaña de amenazas e insultos contra él y su familia) y cuatro trapillos sucios que le sacó la caverna, como esa noticia que daba cuenta de que Garamendi se había vendido por una chapa de latón o condecoración del Estado. A las pocas horas de publicarse esta información, el presidente de la patronal matizaba, corregía y reculaba al asegurar que él nunca había apoyado los indultos, o sea un digodiego o bajada de pantalones en toda regla. Ya no cabía ninguna duda: la derecha había aplicado el tercer grado al emblema del gran capital, que terminó rompiendo a llorar en un acto público, tal fue la presión brutal que había recibido de las derechas.

Sin embargo, a Casado no le va a resultar tan fácil reconducir al redil a la Iglesia católica española. Cuando a un cura se le mete una idea en la cabeza es capaz de llegar al martirio, lo cual que el jefe de la oposición tiene un problema. Al presidente del PP siempre le queda el último recurso de colgarle el sambenito de “traidor” a Argüello, estigmatizarlo como “cómplice” de los separatistas, marcarlo como mal español y hasta pedir su excomulgación por hereje al papa de Roma. No le va a servir de nada. La posición de la Iglesia es clara y diáfana en este asunto: el cristianismo es la religión del perdón y negárselo a un fiel devoto como Junqueras, que es un meapilas de los pies a la cabeza, sería tanto como traicionar al mismísimo Jesús.

Ir contra las enseñanzas de Cristo no sería algo nuevo entre los miembros de la Plana Mayor de la curia hispana. Durante la dictadura se pusieron descaradamente de lado de Franco en su cruzada nacional contra el ateísmo y no hace mucho tildaron de subsidiados mantenidos a los pobres que aceptan el ingreso mínimo vital, o sea la paguita del Gobierno. Con todo, oponerse a una medida de gracia tan piadosa y cristiana como un indulto es demasiado fuerte, incluso para la siempre derechizada y politizada Iglesia española.   

No se podrá decir que Argüello no ha sido meridianamente claro en su exposición sobre el embrollo catalán al asegurar que al igual que están por “romper con actitudes inamovibles”, aceptando la clemencia del Estado con los sediciosos, también reclaman “la aplicación de la ley y que se respete la justicia”. De esta manera, no solo se ha situado, sin ambages, de lado de los obispos catalanes proindultos, sino que ha hecho una apuesta clara “por el diálogo”.

Por una vez, la Iglesia se ha situado en el lado acertado de la historia. Lo contrario, oponerse cerrilmente, sacar a pasear la bandera española, recuperar el catecismo nacionalcatolicista y decir no al perdón –primer mandamiento de la religión cristiana–, habría sido tanto como estafar a los fieles que siguen devotamente la doctrina de la fe. No obstante, Argüello reconoce que dentro de la jerarquía católica hay “opiniones diferentes”, de modo que Casado ya ha pedido la lista negra para separar el polvo de la paja, o sea a los buenos curas de los curas rojos. No nos extrañe que Argüello termine llorando mañana por haber dicho lo que piensa. Le pueden meter una cabeza de caballo en la cama del palacio episcopal. Como a Garamendi.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

ORBÁN

(Publicado en Diario16 el 24 de junio de 2021)

El fascismo sigue avanzando en el corazón de Europa. Viktor Orbán, un pequeño hitlerito a la húngara, ha declarado la guerra a los homosexuales, devolviéndonos a aquellos oscuros años treinta en los que la Gestapo perseguía a los no heteros como enfermos peligrosos. La ley Orbán es un peligrosísimo retroceso en la historia del respeto a los derechos humanos y no solo eso: trata de imponer una ideología racista por razón de sexo. Bruselas ya ha reaccionado ante la tropelía (“una vergüenza”, en palabras de Ursula von der Leyen) y los jefes de Estado y de Gobierno de la UE presionarán hoy al primer ministro húngaro para que retire su engendro legal, que no deja de ser un bodrio fascistoide.

Orbán es un nazi confeso. Primero fue a por el feminismo y las mujeres, a las que se discrimina como seres de segunda categoría; después arremetió contra el multiculturalismo y los inmigrantes (el sujeto en cuestión se niega a acoger a los refugiados porque cree que los musulmanes son violentos invasores); y ahora abre una despiada caza de brujas contra las personas que viven libremente su sexualidad. Si prospera su aberración, no se podrá enseñar igualdad sexual en las escuelas y miles de personas serán estigmatizadas como apestados. ¿Qué será lo próximo? ¿Recluir a los síndromes de Down en centros especiales de internamiento para que no contaminen la vigorosa sangre húngara? ¿Planear una solución final para los pobres y marginados como ciudadanos potencialmente asociales? ¿Purgar a la disidencia comunista para que Hungría pueda abrazarse al partido único como en los tiempos de la esvástica y el brazo en alto?

Rufián definió a la perfección, ayer en el Congreso de los Diputados, lo que es toda esta gente. Una jauría. Una jauría para la civilización, una jauría para la convivencia, una jauría para los valores humanistas. Son las nuevas alimañas de la democracia que han llegado para imponer regímenes autoritarios donde no tienen cabida las minorías de ninguna clase. Algunos nos tacharán de apocalípticos, de exagerados sin fundamento, de crispadores de la sociedad. De rojos enemigos de la patria. Pero hace falta estar ciego para no ver la basura ideológica que nos llega del corazón mismo de la vieja Europa. Nacionalismo patriótico, fanatismo, racismo, ultracapitalismo destructor del planeta. En una palabra: fascismo puro y duro.

Orbán es la reacción visceral de la extrema derecha tras décadas de dominación soviética. Un megalómano supremacista de libro, uno de esos tipos que gobierna con arrogantes maneras antidemocráticas (ya ha prometido que Hungría abandonará la democracia liberal para imitar el modelo de Rusia, China y Turquía) y que no duda en promocionar el nepotismo, el amiguismo y la corrupción como sistema político. No hace mucho, uno de sus compañeros del Fidesz, un díscolo que ha decidido abandonar el barco escandalizado por lo que ha visto en las cloacas de Orbán, denunciaba que el treinta por ciento de los fondos de Bruselas han sido malversados y desviados a bolsillos particulares. Detrás de un patriota exaltado siempre hay un ladrón.

El delirio racista de Orbán le ha llevado aún más lejos que al propio Trump. Fue capaz de levantar una valla de alambre de espino como señuelo de una trampa mortal: una segunda verja electrificada de 900 voltios y cámaras de visión nocturna en las fronteras con Serbia y Croacia. No hay que ser muy listo para comprender lo que puede pasarle a ese pobre infeliz al que, buscando un futuro mejor en Europa, se le ocurra poner la mano en el tendido de alta tensión. Es la nueva cámara de exterminio ideada por el nazismo emergente.  

Nada más llegar al poder, Orbán acabó con el matrimonio entre personas del mismo sexo, definiendo la familia como la única “unión entre hombre y mujer”. Naturalmente, la medida fue acompañada de todo un corolario ultracatólico que considera Hungría como la quintaesencia de la cristiandad y protege el feto desde el mismo momento de la concepción. Cualquier día, en la deriva nacionalcatolicista de su partido, el Fidesz proclama la Declaración Universal de los Derechos del Espermatozoide y deroga la carta fundacional de derechos del niño. Aquí, en España, el homólogo del primer ministro húngaro, Santiago Abascal, ya ha dado pasos en ese sentido al votar en contra de la nueva ley de protección de la infancia. Tal para cual.

Bruselas se juega mucho en el debate de estos días sobre la ley antihomosexual. Hay que decirle al nazi magiar que no se va a salir con la suya en su sueño enfermizo de devolvernos a los peores tiempos del hitlerianismo. Si bien es verdad que en un principio el Parlamento Europeo ha reaccionado con tibieza contra su ley xenófoba, hoy se espera una dura declaración reclamando acciones legales e incluso sanciones contra el régimen de Budapest. Angela Merkel ha calificado la regulación de la infamia como un error y ha dejado claro que no es compatible con sus ideas políticas. Alemania daba ayer una lección al mundo al ordenar que sus estadios de la Eurocopa se iluminen con la bandera del arcoíris. No estamos hablando, por tanto, de un asunto trivial, ni de cuotas lácteas o directivas pesqueras: hablamos de que la libertad con mayúsculas está realmente amenazada, hablamos de que un fascista en el poder ha puesto en marcha su guerra relámpago para demoler la democracia desde dentro, su Blitzkrieg a decretazos contra los derechos humanos, primer paso hacia el establecimiento de un Estado reaccionario totalitario donde los homosexuales sean condenados al gueto. Permitir que haga realidad sus delirios sería el final de la Unión Europea.

Lógicamente, el monstruo va a reaccionar con todas las fuerzas a su alcance, mayormente la factoría goebelsiana de la propaganda y el bulo. Ya está recurriendo al victimismo y al mensaje de que los jerarcas de la UE mienten y desprecian a los húngaros. Otra vez el discurso del odio. Odio contra Europa, odio contra las democracias europeas, odio contra todo aquello que vaya contra su fiebre fascista. La UE debe hacer recaer sobre este fantoche todo el peso de la democracia antes de que sea demasiado tarde y el cáncer se propague sin remedio. Primero es la solución final contra el gay, luego vendrán otras aberraciones. Hay que acabar con Orbán, un musolinito que sueña con repetir las gestas ideológicas del nazismo de siempre. Es letal para la paz, la fraternidad entre los pueblos y las gentes y los derechos humanos.  

Viñeta: Igepzio

CHOVINISMO JUDICIAL


(Publicado en Diario16 el 24 de junio de 2021)

Por lo visto, la judicatura española está molesta con el dictamen del Consejo de Europa que cuestiona la sentencia contra los líderes catalanes del procés y que apoya los indultos. ¿Pero qué esperaban sus señorías del Consejo General del Poder Judicial, que la UE avalara la estrategia de las cargas policiales y la judicialización de un problema político que solo conduce a un callejón sin salida; que aprobara la chapuza de juicio que pretendía condenar a unos señores por rebelión cuando nunca hubo violencia; que aplaudiera que unos representantes del pueblo se coman tres años de prisión solo por poner las urnas? Sorprende que unos magistrados con años de experiencia, prestigio y competencia profesional puedan hacerse los ofendidos por un procedimiento judicial que en la Europa democrática y civilizada, se mire por donde se mire, no se entiende.  

Pero estamos en el punto que estamos y tenemos los jueces que tenemos, unos expertos togados que consideran que un cartel racista contra los “menas” es perfectamente compatible con la Constitución y que dan amparo y cobertura a las fundaciones franquistas al entender que los grupos fascistas tienen derecho a propagar sus ideas nauseabundas porque eso forma parte del derecho a la libertad de expresión. En Alemania, un país que hizo la desnazificación donde estas cuestiones son sagradas, alucinan con semejante interpretación.

La manida coletilla de que la democracia española “no es militante”, es decir, no impone ideología o doctrina alguna, al final sirve para justificar cualquier cosa, desde que un partido ultraderechista que promueve el machismo y la xenofobia pueda personarse como acusación particular en un juicio contra la disidencia política hasta que los nietos de Franco puedan poner a salvo el mobiliario de un pazo expropiado a la familia del dictador y devuelto al pueblo. Algunas de las sentencias que emanan últimamente del Supremo y que tienen que ver con el franquismo y la memoria histórica rezuman cierto aroma rancio y naftalínico, tics del Antiguo Régimen, cosillas de antes, y esa condescendencia con el fascio redentor (cuando no indulgencia) repugna mucho al otro lado de los Pirineos.

La resolución del Consejo de Europa que cuestiona las decisiones de España en relación con los presos del procés era ni más ni menos que lo esperado. El ponente letón que firma el dictamen de su puño y letra seguramente es un hombre libre de prejuicios sobre la unidad de la patria española al que le trae sin cuidado el sentimentalismo españolista exacerbado de los Casado, Ayuso y Abascal. Como no es ni buen ni mal español (ya hemos dicho que solo es un letón más) se sienta a la mesa, se pone cómodo, delibera sin presiones de partidos ultraderechistas o fiscales nostálgicos –entre tochos de Derecho Internacional, convenios y tratados, jurisprudencia de Estrasburgo y legislación europea comunitaria– y firma su informe, uno más, con imparcialidad e independencia según su buen saber y entender. Al tal Boriss Cilevics, así se llama el diputado que ha puesto contra las cuerdas a la Justicia española, se la trae al pairo si 25.000 o 100.000 enfervorecidos ultrapatriotas se concentran en la Plaza de Colón para poner a caldo a Sánchez y exigir la retirada inmediata de los indultos.

También le da bastante igual si Casado se siente perjudicado por la medida de gracia del Gobierno y se empeña en recurrirla una y otra vez. Él se ciñe a los hechos jurídicos, a las consideraciones legales, y da un tirón de orejas a España porque le parece raro que un tipo como Puigdemont pueda moverse con entera libertad por toda Europa mientras no puede poner un pie en nuestro país porque pesa sobre él una orden de busca, captura y extradición. No es serio, no cuadra, parece más bien una comedia mala de Louis de Funès. Por si fuera poco, Cilevics entiende que los delitos de sedición y rebelión estaban bien para el siglo XIX, cuando había que pararle los pies a los espadones que se alzaban en pronunciamiento una vez por semana, pero en pleno siglo XXI, y con una Europa unida y estructurada, esos artículos de un Código Penal decimonónico dan un poco de risa.

El comunicado de ayer del CGPJ es lo más parecido que se ha visto a una pataleta chovinista. Traducido al lenguaje coloquial, los vocales españoles vienen a decirle a Boriss Cilevics que un tipo del Báltico o de por allí no es quién para decirle a ellos, a la todopoderosa cúpula del Tribunal Supremo, cómo tienen que enjuiciar sus causas. Solo les ha faltado alegar que cada cual a sus asuntos, el letón a cazar ciervos en la nieve y los jueces españoles a lo suyo, que esto de la UE no es más que un decorado. Por eso “deploran” que la posición del Consejo de Europa incluya recomendaciones dirigidas a los jueces, “obviando los principios de legalidad, separación de poderes, independencia judicial e igualdad en la aplicación de la ley”. Los vocales de nuestro Poder Judicial recuerdan a Bruselas que los procesados fueron condenados después de un juicio público y con todas las garantías. Faltaría más, lo que nos quedaba por ver es que sus señorías hubiesen recuperado los juicios sumarísimos y la cadena perpetua en la Modelo para los republicanos polacos enemigos de España. De modo que ese argumento también ha debido provocar hilaridad, befa y mofa en el diputado letón que firma el controvertido dictamen.

En cuanto al argumento que esgrime el CGPJ y que recuerda que las condenas en ningún caso se impusieron por la expresión de opiniones políticas a favor de la independencia sino por la comisión de delitos tipificados, el funcionario del Consejo de Europa que ha recibido el pliego de descargo de las autoridades judiciales españolas habrá debido pensar: “¿Y a mí qué me cuentan estos tíos? Eso lo sabe todo el mundo”. Y con toda la razón. El dictamen deja claro que los soberanistas traspasaron líneas rojas de nuestro ordenamiento jurídico, ahora bien, de ahí a tenerlos a la sombra hasta que se retracten y se conviertan en apóstatas de su independentismo, su soberanismo y su separatismo hay un abismo. Y ese abismo es el que en Europa se percibe como escarmiento y venganza en lugar de justicia. Todo el país pudo ver cómo salieron ayer a la calle Junqueras y los suyos. Como héroes y con más fuerza y confianza en sus ideas que nunca. Ni la cadena perpetua podrá hacer que renuncien a lo que son.  

Viñeta: Pedro Parrilla

ANALFABETISMO CONSTITUCIONAL

(Publicado en Diario16 el 23 de junio de 2021)

Tras comprobar que los discursos de PP y Vox (máximos exponentes de las derechas españolas) se parecen ya como dos gotas de agua, cabe preguntarse: ¿dónde están los liberales y moderados? ¿Dónde está la derecha aseada, europeizada y civilizada? La vicepresidenta primera, Carmen Calvo, ha dado la clave esta mañana durante la sesión de control al Gobierno: los echamos de España, los mandamos al exilio, los limpiamos del mapa. Desde que Fernando VII llevó a cabo las famosas purgas de políticos, militares, revolucionarios, intelectuales y funcionarios (cientos de soñadores progresistas que acabaron exiliados en Londres o en París, allá por el siglo XIX), la derecha española se encerró en el absolutismo, en el atavismo de las costumbres y la tradición, en el reaccionarismo rancio y carpetovetónico y en una idea enfermiza de España que ha ido pudriéndose con el tiempo.

Mientras en Europa la derecha evolucionaba sin vuelta atrás hacia el liberalismo moderno y democrático, en nuestro país una casta de señoritos, marqueses, terratenientes, financieros, clérigos y militarotes golpistas se aferraba al inmovilismo (para defender sus privilegios) y a un discurso político que hoy, sorprendentemente, sigue vivo y coleando doscientos años después. Desde que los Cien Mil Hijos de San Luis entraron en España para restaurar la monarquía absoluta a sangre y fuego (liquidando el Trienio Liberal y dando por clausurado cualquier proyecto reformista de país), nada se ha movido en el mundo de las derechas y hoy podemos decir que aquellos “realistas” exaltados y ultramontanos del pasado siguen siendo los mismos de hoy, aunque con otra ropa. Solo han evolucionado en el vestuario porque, eso sí, la cartera les sigue dando para ir a la última, aunque por momentos tengamos la sensación de que cualquier día Espinosa de los Monteros aparecerá en el Congreso de los Diputados ataviado con sombrero de copa, negra capa, guante blanco, monóculo, bastón y pantalón a raya diplomática.  

Esa forma antigua y rancia de entender España, esa manera de patrimonializar la patria y la bandera, esa obsesión por imponer las formas autoritarias, religiosas y tradicionales, cortando de raíz cualquier brote de progresismo (hoy socialismo), nos llevó a varias guerras carlistas, a un rosario de pronunciamientos militares y a una cruenta Guerra Civil que nos costó un millón de muertos. Mientras en el resto de Europa las sociedades avanzaban ideológicamente, prosperaban y fabricaban telares mecánicos y locomotoras, aquí seguíamos sacando los santos a pasear bajo la atenta mirada del cura, el general y el cacique. Ese delirio nacionalcatolicista de crucifijo e incensario, ese subdesarrollismo analfabeto de cortijo decadente y destartalado que las clases pudientes alimentaron de costa a costa durante siglos, nos llevó a perder la Revolución Industrial, la revolución de las ideas y la educación y la revolución política.

En la actualidad, en ningún país europeo se ha conservado tan fidedignamente esa concepción feudal y decimonónica de la derecha española propia del Antiguo Régimen. Hasta los ultras británicos de Boris Johnson parecen más avanzados en sus postulados y más dispuestos al diálogo que los negacionistas del no a todo (Pablo Casado y Santiago Abascal), lo cual ya es decir. A las élites conservadoras de este país les sigue sobrando y bastando (como cuando los tiempos de la Restauración canovista), con el discurso patriotero e inflamado de supuesto amor a la patria, con la idolatría a la rojigualda y con la defensa a ultranza de las costumbres, la tradición y la Iglesia. Más allá de esa retórica vacía, poco más, consumándose así la gran tragedia nacional, que no es otra que sigue vigente aquel grito de antaño, ¡Viva el rey absoluto! ¡Viva la religión y la Inquisición!, con el que los reaccionarios se echaban al monte. Estos días hemos visto cómo algunos pretenden que Felipe VI se salte la Constitución y se convierta por arte de birlibirloque en un nuevo Fernando VII resucitado capaz de firmar y no firmar lo que le venga en gana. En cuanto a la curia, es evidente que sigue ostentando mucho poder. Por ahí, nada nuevo bajo el sol.

El mismo proyecto político de las derechas de hace dos siglos sigue estando plenamente vigente hoy y no solo el programa plasmado sobre el amarillento papel, también las maneras de hacer política. No hay más que comparar el Diario de Sesiones del Parlamento de aquellos tiempos decimonónicos con lo que se ha dicho hoy mismo en el debate de control al Gobierno para comprobar que el tono arcaico, medieval, faltón, arrogante y guerracivilista que emplean los señoritos de hoy, los Casado, García Egea, Abascal, Olona y Espinosa de los Monteros, es calcado, punto por punto y coma a coma, a las cosas que se decían ya en el siglo XIX.

Obviamente, con esta derecha que entiende la política como una corrida de toros donde se trata de sacar al adversario político descabellado, a rastras y tirado por las mulillas, un país no puede esperar ningún futuro prometedor sino más bien que la cosa vaya a peor. Estos días, prestigiosos diarios europeos como Le Monde alertan del “clima político nauseabundo” que se respira últimamente en España por la acción de un grupo de políticos nostálgicos del franquismo. Y tan nauseabundo, como que la derecha ha tomado por costumbre plantar a diario, en el hemiciclo de la Cortes, una buena porción de estiércol, bilis, vísceras y charcutería pestilente. Han terminado de convertir el Parlamento en un establo hediondo donde cualquier proyecto de modernización de país es debidamente despiezado y troceado.

Para alcanzar sus siniestros propósitos de mantener los fueros de clase, ni siquiera necesitan saberse la Constitución y las leyes que tanto dicen defender. Les basta con el populismo barato. De hecho, Casado y los suyos ya ni disimulan su preocupante analfabetismo constitucional, como cuando repiten ese mantra de que los indultos a los independentistas catalanes son ilegales. Si hay algo que se ajusta plenamente a derecho es el decreto de medida de gracia que acaba de promulgar el Consejo de Ministros. Pero ellos, los señoritos, los patriotas de opereta, los de siempre, se ponen en evidencia una y otra vez, parodiándose a sí mismos, demostrando una alarmante incultura democrática y aferrándose al clavo ardiendo de los viejos principios de aquella derechona absolutista y trabucaire fundada en tiempos del infame Fernando VII y que desgraciadamente, hoy por hoy, sigue perpetuándose para infortunio de los españoles.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

AZAÑA Y SÁNCHEZ


(Publicado en Diario16 el 23 de junio de 2021)

Azaña pasó de ser el mayor impulsor de la autonomía de Cataluña a caer en una visión pesimista y desencantada del problema catalán. Está por ver cuál será la evolución que sigue Pedro Sánchez cuando esté metido en harinas en este conflicto secular. El presidente del Gobierno se acaba de adentrar en un laberinto intrincado y desconocido. Cómo y cuándo saldrá es algo que nadie puede saber a día de hoy.

Muchos son los historiadores que estos días trazan un paralelismo entre Manuel Azaña y el actual jefe del Ejecutivo de coalición. En marzo de 1930, un año antes de proclamarse la Segunda República, el estadista de Alcalá de Henares visitó Barcelona para participar en una comida entre políticos catalanes y del resto de España. Allí expuso sus ideas sobre lo que consideraba debía ser Cataluña. Declaró que su admiración por aquellas tierras le venía de lejos, ya que le cautivaban el “civismo fervoroso” y “la cohesión nacional” de su sociedad, y elogió la voluntad firme de los catalanes de alcanzar “la plenitud de la vida colectiva”. Incluso llegó a admitir que poco a poco iba tomando conciencia de lo que significaba el sentimiento nacionalista, al que incluso sentía “como propio” después de haber interiorizado su “emoción”. Lógicamente, en aquel momento era bisoño y virgen en asuntos independentistas, por decirlo de alguna manera directa, y no podía imaginar lo que se le venía encima.

Muchas de las frases y sentencias de aquel Azaña optimista con la posibilidad de lograr el ansiado encaje de Cataluña en el Estado español sobrevolaron el Teatro del Liceu en el histórico discurso que pronunció Sánchez el pasado lunes. Ideas como respeto a los lazos culturales, espirituales, históricos y económicos; “unión libre entre iguales”; respeto a la lengua catalana; diálogo y entendimiento; y hermosas palabras de amor y amistad se encuentran, de forma casi calcadas, en las intervenciones de uno y otro personaje, aunque hayan transcurrido más de noventa años. Solo hay una gran diferencia entre ambos iconos. Azaña dejó abierta la posibilidad de que los catalanes pudieran salir de España algún día, mientras que Pedro Sánchez jamás se ha atrevido a cruzar ese Rubicón.

“Si en algún momento dominara en Cataluña otra voluntad y resolviera remar sola en su navío, sería justo permitirlo y nuestro deber consistiría en dejaros en paz, y si esto sucediera os desearíamos buena suerte hasta que cicatrizara la herida”, prometió Azaña ante su entregado auditorio catalanista. Nada que ver con el Azaña posterior que tomó conciencia, con desesperación, de cómo el problema al que se enfrentaba era prácticamente irresoluble y solo le quedaba “conllevarlo”, como decía Ortega y Gasset. Casi al final de su mandato, el presidente de la República llegó a echar en cara a los nacionalistas sus excesos y alegrías a la hora de saltarse el ordenamiento jurídico republicano en vigor. “Asaltaron la frontera, las aduanas, el Banco de España, Montjuic, los cuarteles, el parque, la Telefónica, la Campsa, el puerto, las minas de potasa, crearon la consejería de Defensa, se pusieron a dirigir su guerra que fue un modo de impedirla, quisieron conquistar Aragón, decretaron la insensata expedición a Baleares para construir la gran Cataluña de Prat de la Riba…”

En un arrebato de impotencia, Azaña incluso llegó a acusar a Companys de haber caído “en franca rebelión e insubordinación, y si no ha tomado las armas para hacer la guerra al Estado será o porque no las tiene o por falta de decisión o por ambas cosas, pero no por falta de ganas”. Sustitúyanse las instituciones pisoteadas de entonces por la hoja de ruta del procés, la transgresión del reglamento del Parlament, de la Constitución y del Estatut y el desvío de caudales públicos para la causa de la República Catalana de Puigdemont y constataremos que, pese a que creíamos que nuestra actual democracia había zanjado la cuestión gracias al Estado de las Autonomías, poco o nada hemos avanzado desde aquellos convulsos años 30 del pasado siglo.

Pedro Sánchez está empezando a caminar ahora por la misma senda tortuosa que ya transitó Azaña en su día. Los indultos a Junqueras y los suyos no son más que la puerta de entrada a una nueva fase del conflicto (una nueva pantalla, como dicen ahora los modernos). Todo son buenas palabras, promesas de esperanza, mano tendida. Hasta el Financial Times ha avalado el plan Sánchez, un contraprocés, como “un intento encomiable de abrir un camino a la reconciliación y a la coexistencia dentro de Cataluña y entre esa región del noreste y el resto de España”. El influyente medio califica los indultos de “movimiento audaz” por parte del jefe del Ejecutivo español, pero recuerda que la medida de gracia cuenta con el rechazo de la oposición de derechas, de la judicatura y hasta de algunos barones del partido socialista. Del Ejército no dicen nada los editorialistas del Financial, pero por razones obvias se sobreentiende que también está en contra.

Las mismas fuerzas oscuras a las que se enfrentó don Manuel en tiempos de la Segunda República están aquí otra vez para garantizar que la historia vuelve a repetirse, es decir, para asegurarse de que todo seguirá estando atado y bien atado en Cataluña por los siglos de los siglos. El discurso en el Liceu de Sánchez es un nuevo intento por reconciliar a dos cónyuges que hace tiempo viven separados de hecho. La desconexión de los catalanes con el resto de España no solo es institucional (a fecha de hoy coexisten dos administraciones paralelas y enfrentadas en un absurdo disparate que impide cualquier tipo de avance social) sino también emocional y sentimental, quizá la peor de todas las fracturas.

Hoy, cuatro años después del 1-O, la brecha continúa agrandándose, ya que con sus mesas petitorias contra los indultos y su discurso del enfrentamiento Pablo Casado se ha convertido en una máquina de fabricar independentistas todavía más eficaz de lo que lo fue en su día Mariano Rajoy. Sin duda, el Gobierno ha tomado la mejor decisión al ser magnánimo con los encarcelados por sedición. Si queda alguna posibilidad de salvar ese fracasado matrimonio entre España y Cataluña, aunque sea remota, pasa necesariamente por recuperar el espíritu de concordia y convivencia mediante el perdón.

Pero no debemos engañarnos. El independentismo va a seguir trabajando por la independencia y no parará hasta conseguirla. La mesa de negociación se antoja un sudoku imposible (Sánchez no puede aceptar un referéndum de autodeterminación porque estaría prevaricando mientras que los soberanistas no tragarán con más estado autonómico agotado) de modo que queda poco margen para la esperanza. No obstante, Sánchez ha hecho lo que tenía que hacer. Y pasará a la historia como un auténtico estadista que se arriesga a perderlo todo por una buena causa y porque, qué demonios, merece la pena intentarlo. A Sánchez se le empieza a poner cara de Azaña. Confiemos en que no termine como él, solo y exiliado en el Hotel du Midi.

Viñeta: Igepzio

EL PERJUDICADO


(Publicado en Diario16 el 22 de junio de 2021)

Sin condición de perjudicado no se puede recurrir un indulto decretado por el Gobierno de España. De ahí que en las actuales circunstancias, ni PP ni Vox puedan llevar el asunto a los tribunales (recuérdese que el partido de Abascal tomó parte en el juicio contra los líderes independentistas condenados por el procés en calidad de acusación particular, no como víctima o parte perjudicada). Es materialmente imposible que nadie pueda recurrir la orden que emana del Consejo de Ministros sencillamente porque nuestro ordenamiento jurídico lo impide. Ni siquiera el fiscal suele oponerse a una decisión de este tipo porque sabe que está condenado a perder. Se trata por tanto de una orden gubernativa soberana, legítima y legal que adopta un Gobierno con plenos poderes. Y punto.

Sin embargo, la cabecita de Pablo Casado nunca descansa y el líder popular ya ha dado instrucciones a su equipo jurídico para que le busque las vueltas a la posibilidad de recurrir los indultos a Junqueras y los suyos. Ya se sabe que, hecha la ley, hecha la trampa, y con esa máxima trabaja siempre el Partido Popular. ¿Y cuál es el subterfugio legal, qué triquiñuela se le ha ocurrido esta vez al sempiterno jefe de la oposición para tumbar el decreto de medida de gracia cuya aplicación es inminente? Nada más y nada menos que hacerse pasar por perjudicado en la causa, crear la ficción de que fue víctima del terrorismo catalán que no existe porque solo está en su mente, tratar de convencer al país y al mundo entero de que el procés se puso en marcha no por el ansia de autodeterminación y libertad de más de dos millones de catalanes y por la existencia de un conflicto territorial no resuelto que dura ya siglos, sino única y exclusivamente para fastidiarle a él. El delirio de grandeza del mandamás genovés alcanza ya tintes esperpénticos.

Años de desgarro social, una revolución frustrada, una declaración unilateral de independencia, la kale borroka incendiando las calles de Barcelona, las barricadas humeantes, los cócteles molotov, los palos de los piolines, las cargas, los heridos y un sindiós político e institucional que ha estado a punto de llevar a este país a una confrontación civil y resulta que aquí el único perjudicado en todo este embrollo va a ser un señor de Palencia que estaba tranquilamente en su casa de Madrid, a cientos de kilómetros de distancia, leyendo el periódico o estudiando un máster en relaciones de no sé qué. Lo de Casado no es serio, es más, lo de Casado empieza a ser delirante.

Pero allá que va él, con la carpeta llena de dosieres de Pérez de los Cobos debajo del brazo y rodeado de un ejército de leguleyos, dispuesto a llevar el asunto hasta sus últimas instancias y consecuencias (si alguien no lo para a tiempo es capaz de llegar a Estrasburgo con riesgo de bochorno grave, ya que cada día que pasa parece más claro que Europa reprueba la gestión que hizo el Gobierno Rajoy con sus medidas represoras y la correspondiente judicialización fracasada del conflicto).

Hace apenas unas horas, el Consejo de Europa ha dado un doloroso tirón de orejas a nuestro país al emitir un informe en el que denuncia que se ha coartado la libertad de expresión de los líderes soberanistas encarcelados. Bajo el título ¿Deberían enjuiciarse los políticos por declaraciones hechas en el ejercicio de su mandato?, el documento reconoce que España es una “democracia viva, con una cultura de debate público libre y abierto”, pero considera los delitos de rebelión y sedición como “obsoletos y excesivamente amplios para abordar lo que en verdad es un problema político que debe resolverse por medios políticos”.

Aunque es cierto que el documento rubricado por el relator del informe, el eurodiputado letón Boriss Cilevics, reconoce que la actuación de los líderes independentistas fue inconstitucional e ilegal y desafió los mandatos expresos del Tribunal Constitucional, también pone en negro sobre blanco que “España es una democracia vibrante donde impera una cultura de debate público abierto y libre, y donde la mera expresión de puntos de vista pro-independentistas no proporciona base alguna para abrir una causa penal”.

Además, el escrito invita al Gobierno a “indultar o liberar de prisión a los políticos catalanes condenados por su papel en la organización del referéndum inconstitucional de octubre de 2017” y a “considerar la posibilidad de abandonar los procedimientos de extradición contra políticos que viven en el extranjero y que son buscados por los mismos motivos”, como el expresident Carles Puigdemont. Todo es inútil. Ningún papelamen de Bruselas o correctivo europeo podrá sacar al presidente del PP de su nube patriotera, un elixir más potente que una noche loca de peyote en el desierto tejano. Nada de lo que diga un diputado europeo letón de por allí va a poder con la cerrazón de Casado El Empecinado, que ya ha iniciado los trámites para personarse como “parte perjudicada” en el proceso al considerarse objetivo directo de los Comités de Defensa de la República, los tristemente célebres CDR.

Es lo que le faltaba a nuestro jefe de la oposición: de salvapatrias del montón a perseguido por los cachorros de Terra Lliure. De servidor público y representante de una parte de los españoles a protagonista único y exclusivo de la historia contemporánea de España. Ahora sí que no va a haber quien lo aguante. Preparémonos para asistir al nacimiento de un nuevo Casado que, apoyándose en los relatos de anticipación de la factoría Pérez de los Cobos, va a darnos la brasa con la terrible persecución a la que ha sido sometido todos estos meses. Preparémonos pues para escuchar sus batallitas de charnego oprimido por el bárbaro terror indepe, esa estelada inquietante que le enviaron en un mensaje de wasap, esa fotografía suya que colgaron boca abajo en un colegio electoral el 1-O, tantas y tantas persecuciones totalitarias a las que ha tenido que hacer frente como mártir y sufrido patriota español. El atentado de Aznar al lado del terrible calvario que ha sufrido él va a ser una simple anécdota en los libros de historia. Su sufrimiento infinito por las amenazas de los radicales solo será comparable a la extorsión inhumana que sufrieron tantos inocentes durante los años del plomo de ETA. Casado ya se ve a sí mismo como una víctima, la primera de todas en orden de importancia, la víctima determinante y crucial de toda esta tragedia nacional que ha sido el procés. Qué historia, qué filón para explotar en las mañanas de Cope y en las aburridas sesiones de control al Gobierno, qué relato digno de que Fernando Aramburu haga con él uno de sus novelones sobre el terrorismo, a la manera de Patria. Que le pongan escolta ya.

Viñeta: Igepzio

GARAMENDI


(Publicado en Diario16 el 22 de junio de 2021)

En apenas un par de días, el presidente de la patronal, Antonio Garamendi, ha pasado de defender los indultos a los presos soberanistas catalanes a renegar de ellos. Si la pasada semana el sumo pontífice de los empresarios españoles declaraba que la medida de gracia a los condenados por el 1-O será “bienvenida” si ayuda a que las cosas se “normalicen”, ayer mismo se desdijo descaradamente tomando a 47 millones de españoles por sordos.

Es cierto que en las últimas horas Garamendi había ido matizando sus palabras al explicar que por “normalización” se debe entender que la gente cumpla la Constitución, que se trabaje en el marco del Estado de derecho, que se respete la ley y el Estatuto de Autonomía y, por supuesto, “que se hable de lo que haya que hablar”. Pero apostar por los indultos, vaya si apostó. Todo el mundo lo escuchó, aunque muchos se frotaran los ojos y se limpiaran la cera de los oídos porque no daban crédito a que el gran pope del dinero se pusiera de lado de Pedro Sánchez en este tema, sin ambages, enmendando la plana a Pablo Casado.

En un momento, y de un plumazo, Garamendi se había cargado toda la estrategia del trifachito PP/Vox/Ciudadanos, las mesas petitorias, la marea patriota de la manifestación de Colón y el polémico dictamen del Tribunal Supremo contrario a la medida de gracia. Ya no cabía ninguna duda: Garamendi era un traidor, un rojo y un felón. Lógicamente, la cosa no podía quedar ahí. De inmediato, las fuerzas vivas del casadismo, del ayusismo reaccionario y cañí, de la extrema derecha abascaliana y la caverna mediática pusieron motores a toda máquina para embestir contra el jefe de los empresarios, que a esa hora ya pensaba aquello de por qué me habré metido yo en este embrollo, tierra trágame.

La Famiglia ultra no perdona y cuando alguien saca los pies del tiesto, cuando se sale de los códigos sicilianos trazados o simplemente muestra una opinión personal diferente sobre esto o aquello, se organiza un cónclave de clanes, se le pone la diana al disidente y a por él, como suele hacerse en tierras italianas. La rabia de Casado quedó patente cuando salió a la palestra para advertir a los españoles de bien cuál era la doctrina a seguir en el espinoso asunto de Junqueras y los suyos y de paso para considerar “cómplice” de Sánchez a todo aquel que se mostrara a favor de los indultos. Era tanto como decir: el que no esté conmigo está contra mí y además es un traidor a la patria. Para echar más leña al asunto, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, lanzó otro duro mensaje a los navegantes empresarios, al advertirles de las peligrosas consecuencias de “blanquear y coquetear” con la delincuencia y con quienes han “fragmentado socialmente Cataluña”.

Obviamente, la amenaza velada de dos pesos pesados del PP no solo iba dirigida contra Garamendi, sino también contra las clases adineradas del Foment del Treball, el Cercle d’Economia, los obispos catalanes y los sindicatos, organizaciones todas ellas que en los últimos días se habían postulado a favor de algún tipo de medida de gracia para avanzar en el diálogo entre el Estado español y la Generalitat. Muchos de los millonarios activistas por la paz (más bien magnates temerosos de perder sus negocios por la situación de inestabilidad que se vive en Cataluña) se echaron a temblar esa misma noche al comprobar que el jefe había tocado fibra sensible en las altas esferas, de modo que la respuesta del bando nacional en forma de vendetta no se haría esperar. Y así fue.

Los medios de la caverna iniciaron una de sus habituales cacerías al hombre y las rotativas empezaron a echar humo. La consigna era atornillar a Garamendi, darle un escarmiento, desacreditarlo, hundirle la vida si era necesario. ¿Cómo podía tolerarse que el jefe de la cúpula empresarial española fuese un señor simpatizante con el sanchismo y sus vomitivos indultos? Había que echarlo, defenestrarlo, borrar sus empresas del mapa y enviarlo directamente al exilio en Waterloo, con Carles Puigdemont. Allí podría montar una tienda de ultramarinos y vender bombones de Brujas, si lo creía oportuno, pero que se fuera olvidando de España. Así, El Mundo lanzó su primera andanada: “Los indultos desatan un estallido empresarial en contra que desborda a Garamendi. Es una cuestión de dignidad. El presidente de Cepyme y otros dirigentes de CEOE se declaran hartos y rechazan abordar ahora la medida de gracia. El responsable del Círculo de Empresarios critica la falta de moral en la medida”. La sentencia había sido dictada en el Boletín Oficial del PP. Garamendi podía darse por muerto.

Pero la Brunete mediática, que no descansa jamás, seguía agitando el ventilador. A buen seguro Garamendi empezaba a arrepentirse de su exceso de sinceridad. España no es país para gente valiente que dice lo que piensa, sino para dóciles y obedientes que dicen y hacen lo que ordenan los de arriba. El siguiente titular aparecido en las mismas fechas en otro libelo digital retrógrado decía así: “El Gobierno condecoró a Garamendi 24 horas antes de apoyar los indultos a los golpistas”, y añadía que el Ejecutivo no informó en rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros. Al panfleto ultra solo le faltó titular que el presidente de la CEOE se había vendido vilmente por una chapa de latón.

Esa información hizo daño al máximo responsable de la patronal, que se vio obligado a dar un nuevo paso atrás: “Que digan que nos han comprado porque nos han dado una cruz tiene gracia. No viene a cuento”. A Garamendi, cada vez más amedrentado, le pareció “sorprendente” que alguien fuese capaz de lanzar semejante fake news y se declaró orgulloso de la condecoración. Sin embargo, para entonces las piernas ya empezaban a flaquearle al poderoso hombre de negocios, que se preguntaba sin duda cuál sería la próxima maniobra de las cloacas periodísticas para arruinar su reputación. Fue cuando comprendió, por haberlo sufrido en sus propias carnes, lo que otros sometidos a la caza de brujas de la caverna habían pasado antes que él, véase Pablo Iglesias, un suponer. Garamendi empezó a sentirse como el gran comunista indepe de la patronal (tal era el cartel que Casado había ordenado que se le colgara) y sin duda, trémulo, enmudecido y asustado como un conejo decidió rectificar, dar marcha atrás y congraciarse con los de su casta, más por miedo al capo furioso que porque hubiera cambiado de criterio en el tormentoso asunto de los perdones.

Ayer mismo firmó su propia petición de indulto y claudicó ante las presiones políticas al asegurar que sus palabras fueron sacadas de contexto, ya que él nunca ha rogado la clemencia para nadie, y mucho menos para los que quieren romper España. Fue lo que se dice una bajada de pantalones en toda regla. Finalmente, trató de dejar claro que su organización empresarial no va a pronunciarse al respecto: “O no me expliqué bien o se me entendió mal, pero en ningún caso yo dije para nada que estaba apoyando los indultos”. Ahora las cosas ya estaban otra vez en su sitio, el mayordomo seguía siendo la voz de su amo y Garamendi notaba cómo las manos dejaban de sudarle. De momento no le han puesto una cabeza de caballo en la cama, que es lo importante, y podrá continuar con sus negocios. Sus amigos le dicen: “Has hecho muy bien, Antoñito. No te metas en líos, tú a lo tuyo, déjate la política que no es para ti”. Y él ya respira más tranquilo.

Viñeta: Pedro Parrilla

LA TABARRA DE LOS INDULTOS

(Publicado en Diario16 el 21 de junio de 2021)

El líder del PP, Pablo Casado, ha acusado al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de intentar un “cambio de régimen” en España. A su entender, los indultos trampa son un desacato a la legalidad y un desfalco a la soberanía, de manera que el Ejecutivo estaría buscando blindar una segunda parte del procés para lograr, esta vez sí, la desconexión de Cataluña del Estado español. Pocas ideas más delirantes se le han oído decir a un político en activo, ya sea conservador o progresista.

Casado sigue dale que te pego con el discurso de que Sánchez forma parte de una conspiración judeomasónica/bilduetarra/separatista para romper España, pero si nos paramos a pensar solo un minuto, llegaremos a la pregunta del millón: ¿qué beneficio saca este señor metiéndose en todo este berenjenal secesionista? Tiene los presupuestos aprobados (no necesita para nada de los independentistas), Ursula von der Leyen le ha dado una palmadita en la espalda y hasta la patronal de Garamendi y los curas catalanes avalan su estrategia política. Si realmente lo que busca Sánchez es mantenerse en la poltrona, como sugiere Casado una y otra vez, lo lógico sería apartarse del fuego catalán, que quema como un cañón recién disparado. Se mire por donde se mire, el relato del supuesto referente conservador no tiene ningún sentido.

Tratar de convencer a los españoles de que el presidente es un felón que conspira todo el rato contra España es una idea enrevesada, embrollada, difícil de entender para alguien con un mínimo sentido común. Pero como España es país de fanáticos que no reflexionan nunca y compran la primera gallofa que les da de comer el salvapatrias de turno, él sigue tirando carrete, a ver si el PP despega en las encuestas de una vez.

Aquí la clave es si el intrincado culebrón que Casado ha montado a costa de los indultos puede darle para convencer a una mayoría de españoles y llegar a la Moncloa algún día, lo cual parece difícil. Hace una semana ya vimos cómo la carpa del circo se le desinflaba estrepitosamente en la plaza de Colón, a la que acudieron no más de 25.000 personas según la Delegación del Gobierno (luego el PP dijo que asistieron tropecientos mil, pero no se lo creyó nadie). ¿Y qué podemos decir de la recogida de firmas contra los indultos, otra maniobra a la desesperada para descabalgar a su odiado enemigo? Casado ha llenado España de mesas petitorias y lo único que ha conseguido es acelerar la catalanofobia en España y el antiespañolismo en Cataluña. Es decir, el hombre va sembrando el odio por donde quiera que va, un odio espeso y cainita que se enquista y arraiga.

Si Casado tuviera un poco de cabeza se detendría a pensar, al menos por un instante, si el guerracivilismo que anda promocionando a destajo solo para que no le cuelguen el sambenito de blando, para que Díaz Ayuso no le quite el puesto y para que Abascal no le coma la tostada populista es lo que necesita el país en este momento. España requiere tranquilidad, mucha tranquilidad, sosiego e ir cerrando heridas, no abriéndolas. Jugar con la víscera, la bilis, los sentimientos exacerbados, el patriotismo y otros peligrosos detonantes dialécticos no lleva a nada bueno, solo a empeorar la situación.

Sin embargo, lejos de contribuir a calmar las aguas para crear un clima de entendimiento y diálogo, que es lo que está pidiendo la inmensa mayoría de la sociedad española, Casado sale una una y otra vez a la calle con el garrote al hombro, como ese rudo Pedro Picapiedra que ya solo vive para cazar el brontosaurus, o sea Sánchez. El jefe de la oposición sigue con la matraca de que el Gobierno de coalición se ha aliado con los presos soberanistas por alguna extraña razón inconfesable cuando de lo que se trata aquí es de evitar una gran tragedia nacional, como sería el desmembramiento definitivo del Estado español.

La mejor prueba de que Sánchez no está en contubernio con los separatistas es que hoy, mientras presentaba su proyecto de reconciliación con Cataluña en el Liceu (un lugar perfecto por otra parte, ya que todo este tinglado del procés hace ya tiempo que no es más que teatro, puro teatro) un grupo de unos 300 ultras indepes le ha increpado a las puertas del teatro, le ha insultado gravemente y le ha recordado que no es bien recibido en Barcelona, como cualquier españolazo. La reacción es lo normal teniendo en cuenta que el presidente del Gobierno es un político que apuesta por la unidad de España, por la defensa de la Constitución y por el futuro de la monarquía.

Pero no ha quedado ahí la cosa. Una vez dentro, el aspecto del Liceu medio vacío resultaba revelador, señal inequívoca de que el premier socialista no es santo de la devoción de más dos millones de catalanes republicanos. Y además otro grupo radical reventaba el acto, cortando en varias ocasiones el discurso del presidente bajo el título de Reencuentro: un proyecto de futuro para toda España. No parece, por tanto, que Sánchez levante demasiadas simpatías en Cataluña, vamos que no da el perfil de incendiario CDR y enemigo de España que pretende atribuirle Casado.

Pese a todo, el jefe de los genoveses insiste en que el Gobierno de coalición se ha entregado descaradamente a los secesionistas. Estamos ante un hombre de discursos floridos, casi siempre ingeniosos en la forma, en el chistecito fácil y en el tropo literario, pero por lo general totalmente vacíos de contenido. ¿Quién es el negro cipotudo que le escribe los sermones a Casado en el estilo retórico inflamado y sobreactuado de Pemán? No lo sabemos. Lo que sí parece claro es que el autor, sea quien sea, pretende conseguir el efecto literario, ácido, corrosivo contra Sánchez. Luego que diga algo interesante sobre cómo sacar a España del laberinto catalán eso ya es harina de otro costal.

Definitivamente, Casado nunca aporta soluciones al problema territorial (si tiene alguna los españoles la desconocen a fecha de hoy) y se limita a hacer humor a costa del sanchismo (unas veces con más fortuna que otras). Podría decirse que al presidente del PP le gustaría ser el Gila de la política, un humorista más que un político, renunciando al papel de estadista capaz de resolver los graves problemas del país, como es la decadencia del modelo autonómico. O dicho de otra manera: de proyecto para España ná de ná, todo es humo, fanfarria, trompetería y fuegos artificiales.

La última idea fuerza que Casado ha querido transmitirnos hoy es que Sánchez prepara un cambio de régimen, algo así como un golpe de timón sin contar con la voluntad de los españoles. La tesis es como para descojonciarse vivo. El presidente del Gobierno no puede estar pensando en hacer algo así sencillamente porque acabaría entre rejas como Junqueras y los suyos y Sánchez puede ser cualquier cosa menos tonto. Sin embargo, Casado no renuncia a su nuevo macguffin, un paso más en su delirante estrategia política que consiste en convertir al líder socialista en una especie de diablo con rabo y cuernos. El eterno candidato a la Moncloa se ha encerrado con su juguete roto, que diría Marsé. El juguete es el mantra de los indultos, que al ciudadano, harto de todo, ya empieza a darle un poco igual (el tema está sobado y más que amortizado). A Casado hay que dejarlo solo porque es como un niño llorica y en pataleta con sus cosas. Sánchez malo y traidor. Buaa buaa. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LOS FRANCESES

(Publicado en Diario16 el 21 de junio de 2021)

Siempre hay que tener un ojo puesto en Francia porque todo, las revoluciones, los drásticos cambios sociales y culturales, las guerras, el futuro del mundo, en fin, se cuece antes en aquellas tierras galas. Ya dijo Metternich que cuando París estornuda, Europa se resfría. Y así sigue siendo. Este fin de semana se ha celebrado la primera vuelta de las elecciones regionales, un mero trámite que los franceses suelen vivir con pasotismo e indiferencia. Partimos de la base de que Francia es un Estado eminentemente centralizado, unitarista y ultrapatriótico donde los gobiernos periféricos tienen escaso peso específico. Allí para mover cualquier papel o multa de tráfico hay que viajar a la capital, patearse los Campos Elíseos, visitar las procuradurías funcionariales y el Palacio Borbón y luego, ya si eso, otra vez para el pueblo.

Pero de esta cita rutinaria con las urnas se extraen algunas consecuencias interesantes que conviene no perder de vista siguiendo el viejo dicho castizo que nos aconseja aquello de que cuando veamos las barbas de nuestro vecino pelar pongamos las nuestras a remojar. De entrada, la abstención ha sido monstruosa. Un 66 por ciento de votantes que se han quedado en sus casas es como para hacérselo mirar, por mucho que estemos hablando del país de la liberté, la égalité y la fraternité. ¿Qué está pasando en la cuna de la Ilustración y de las ideas democráticas para que la desafección esté causando estragos entre el personal? ¿Porqué los franceses, antes que cumplir con su obligación y derecho al voto, prefieren quedarse en la hamaca del jardín de su casa, tomándose un Burdeos y siguiendo por televisión las noticias del Tour o las filigranas de Benzema en la Eurocopa? Sin duda, es un fenómeno que deben hacer saltar todas las alarmas.

En primer lugar, hay hastío, cansancio y hartazgo hacia una casta de políticos corruptos e incompetentes. En los últimos años hemos asistido al nacimiento de movimientos ciudadanos que como los Chalecos Amarillos suponen un síntoma evidente de que el sistema democrático ha tocado fondo. Desde 2018, los franceses salen a la calle a protestar contra todo y contra todos, contra el alza en el precio de los combustibles, contra el paro, contra la injusticia fiscal, contra la deslocalización de empresas, contra la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores y hasta contra el abono del Metro o el precio de la entrada a la Torre Eiffel. También contra Europa, a la que muchos franceses culpan de los males del pueblo. La prueba evidente de que esta convulsión de las clases medias y bajas nace de la indignación popular es que se presenta a sí misma como espontánea, transversal y sin portavoz oficial. Es decir, rabia, pura rabia contra el sistema.

Por tanto, lo primero que debemos aprender de la lección francesa es que el ciudadano se va quemando poco a poco, se desengaña de la democracia y, o bien descarga su “cólera” contra las instituciones, como titulan hoy los grandes periódicos parisinos, o busca soluciones en la extrema derecha. No obstante, el suflé neonazi parece perder fuelle. Los datos de las regionales de este fin de semana revelan que Marine Le Pen, la líder xenófoba y ultrapatriótica, ve frenadas sus expectativas de crecimiento mientras que la derecha convencional logra salvar los muebles (aunque conviene no olvidar que estos comicios son un serio toque de atención para Macron, que no consigue consolidar su proyecto territorial de crear un gran partido liberal que aglutine el espacio de centro).

En ese orden de cosas, cabría preguntarse en qué lugar queda la izquierda francesa, faro y guía de la socialdemocracia europea. De momento, ni está ni se le espera. Es cierto que han repuntado algunos brotes verdes, nunca mejor dicho, ya que los partidos ecologistas cobran un nuevo impulso empujados por el auge que están adquiriendo en Alemania. Pero nada que ver con aquel poderoso partido socialista francés de Mitterrand que arrasaba en las urnas. Hace solo unos meses el Partido Socialista francés (PS) celebraba el 40 aniversario de la llegada al poder del que fuera gran líder del socialismo galo. Y, tal como era de esperar, la efeméride se celebró con un partido dividido y sumido en una profunda crisis ideológica y estructural.

Con los socialistas fracturados y hundidos en la nostalgia de que cualquier tiempo pasado fue mejor, la única alternativa que se vislumbra en el horizonte es la batalla entre Macron y Le Pen. Y esa es una mala noticia para Francia y para el resto de Europa. Una democracia polarizada y dividida donde la extrema derecha toma el liderazgo de la oposición es un riesgo demasiado elevado, ya que en cualquier momento puede darse el “sorpasso” nazi. Esta vez no ha ocurrido, pero nadie puede garantizar que en la segunda vuelta los ultraderechistas franceses no vuelvan a resucitar. Si algo nos enseña la historia, es que el fascismo siempre vuelve.

Por todo ello haría bien Pedro Sánchez en tomar buena nota de las elecciones de este domingo al otro lado de los Pirineos. Desde Andalucía nos llegan rumores de navajeo y refriega. Susana Díaz, durante décadas gran referente del socialismo andaluz, parece negarse a abandonar el bastón de mando del PSOE en aquella comunidad pese a haber perdido las primarias a manos del alcalde de Sevilla, Juan Espadas. Todo apunta a que la baronesa Díaz baraja la posibilidad de encastillarse, parapetarse y hacerse fuerte en su feudo frente al sanchismo, no en vano sigue ostentando la condición de secretaria general de los socialistas andaluces en un claro intento por mantener la poltrona y seguir tirando en el poder.

Lo último es que la señora ha pedido un escaño en el Senado, que es donde terminan sus días los grandes elefantes extintos de la política española. Todos estos ecos de trifulca y ajustes de cuentas entre clanes y familias causan un grave daño a la credibilidad del socialismo español. El ejemplo de Francia debería ser suficiente aviso a navegantes. Por cosas como las que están pasando en Andalucía, por enfangarse el partido en luchas intestinas olvidándose de los graves problemas del proletariado y la famélica legión, se terminó hundiendo el PS francés. A día de hoy, todavía no han levantado cabeza. Los socialistas españoles (también los del resto de Europa) tienen una espada de Damocles sobre sus cabezas que se llama Abascal, alguien que ha conseguido robarle votos a la izquierda en su cinturón rojo de Madrid. Así que mucho ojito con las tonterías.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL INDULTO DE FELIPE


(Publicado en Diario16 el 19 de junio de 2021)

El rey Felipe celebra su séptimo aniversario en el trono de España. La efeméride coincide con una encuesta de Metroscopia sobre cómo valoran los ciudadanos la gestión del monarca. Y los datos no dejan de ser significativos: casi tres de cada cuatro españoles (un 74 por ciento) consideran que el sucesor de Juan Carlos I “ha sabido desempeñar adecuadamente sus funciones”, frente a un 22 por ciento que estima que ha fracasado en lo que lleva de reinado.

Ciertamente, se trata de una nota alta, más si tenemos en cuenta que Felipe se ha visto obligado a hacer frente a algunos de los peores acontecimientos históricos desde que se reinstauró la democracia. Episodios como los escándalos financieros de su padre, el rey emérito, y de su cuñado, Iñaki Urdangarin; la declaración unilateral de independencia de Cataluña; la pandemia que ha arrasado el país; y el bloqueo institucional que ha devenido en la peor crisis política y social de los últimos 40 años (por momentos parecía que España jamás volvería a tener un Gobierno, formando parte de la lista de Estados fallidos) no son asuntos menores, sino hitos que quedarán marcados en rojo en la historia de este país.  

Cuando todo el mundo pensaba que la monarquía estaba herida de muerte, cuando los republicanos empezaban a ver de cerca el horizonte del cambio de régimen, ocurre que Metroscopia nos sale con este sorprendente sondeo que deja no solo bien parada a la Casa Real sino que la aprueba con un notable alto. Preguntados por la figura de Felipe VI, nueve de cada diez españoles (un 89 por ciento) creen que “está bien preparado y capacitado para el cargo que desempeña”, mientras que un 79 por ciento opina que “se esfuerza por consolidar y defender la actual democracia parlamentaria española dentro de lo que le permiten sus funciones constitucionales”. Pocos políticos obtienen una nota tan alta en su gestión de cara a la opinión pública.

Contrariamente a lo que podría parecer, estos datos demuestran que la mayoría de los españoles están bien informados sobre el papel simbólico que desempeña la Corona en su función de arbitrar y moderar las instituciones, proponer el candidato a la investidura y representar al Estado en las relaciones internacionales, entre otras atribuciones recogidas en la Constitución del 78. Los encuestados (un 78 por ciento) incluso llegan a valorar el trabajo como “embajador” que ejerce el rey y su eficacia a la hora de “representar” al país y “defender” nuestros intereses en el extranjero.

Por tanto, la primera conclusión es que la mayoría del pueblo español es consciente de lo que se puede esperar y lo que no de Felipe VI, pese a los recientes intentos de intoxicación de algunos políticos de las derechas que han tratado de confundir a la ciudadanía, dejando caer que el monarca puede negarse a firmar los indultos a los políticos independentistas condenados por el procés. Poner contra las cuerdas al rey, presionarle para que tome partido por los asuntos de Estado, tratar de patrimonializar su figura para que sea solo el monarca de los buenos españoles, de los españoles de derechas, tal como hacen Pablo Casado y Santiago Abascal, no ha pasado factura a Zarzuela, que pese a lo que pudiera parecer sigue conservando un elevado índice de credibilidad y aceptación.

¿Quiere decir esta encuesta que España es monárquica y no republicana? No hay manera de saberlo y mientras no se celebre un referéndum seguiremos viviendo en la ignorancia. Lo que sin duda viene a confirmar el sondeo es que el pueblo aprueba la labor de la Familia Real en los momentos más duros para el país, de tal manera que la monarquía sigue revelándose como el tabernáculo de un régimen, el del 78, que aunque se ha podido tambalear en ciertos momentos críticos, parece reponerse como ese enfermo de coronavirus que sale de la UCI tras haber pasado por un trance a vida o muerte.

Ni siquiera el terrible vendaval que ha supuesto la trama de corrupción descubierta alrededor de Juan Carlos I ha podido salpicar la imagen pública de Felipe. Ni el emporio de riquezas que ha atesorado el emérito en los últimos años, ni sus chanchullos con los jeques de Arabia Saudí, ni sus sospechosas declaraciones de renta han pasado factura al sucesor al trono. Tampoco los amoríos furtivos del patriarca borbón con Corinna Larsen ni la ruptura de su convivencia matrimonial con la reina Sofía ha afectado lo más mínimo a la reputación del actual monarca. Al fin y al cabo, lo que viene a decir el estudio demoscópico es que los españoles han sabido distinguir las trapacerías del padre del esfuerzo del hijo por mantener una conducta irreprochable. Su última operación de imagen, ese saludo fugaz con el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, ha sido todo un éxito.  

En ese sentido, parece que han funcionado las medidas en forma de cortafuegos que se han adoptado en palacio, como la renuncia de Felipe VI a la herencia maldita de su progenitor, la supresión de la asignación o paga anual del emérito y el exilio voluntario del artífice de la Transición en Abu Dabi. La ciudadanía considera que esos gestos han sido suficientes para aislar el cáncer que amenazaba con devorar la monarquía hace apenas un año.

Los republicanos, en una maniobra no exenta de cierta lógica, han tratado de identificar los pecados financieros del rey abdicado con los del sucesor. También han acusado a Felipe de ponerse de lado del Gobierno Rajoy aquel día infame de las cargas policiales contra los votantes catalanes que participaron en el 1-O y de haber reaccionado tarde y mal en los peores días de la pandemia. Sin embargo, los españoles han dictado sentencia y han valorado la tarea de regeneración que se ha llevado a cabo en palacio para limpiar la imagen de la institución, que no hace tanto estaba por los suelos. Felipe ha sabido estar en su papel (incluso ha mostrado cierto malestar cuando las derechas han intentado patrimonializar su figura). Él va a firmar los indultos de Junqueras y los suyos y el pueblo va a indultarlo a él por los errores cometidos. Y aquí paz y después gloria.

Viñeta: Pedro Parrilla

LOS POLICÍAS BUENOS


(Publicado en Diario16 el 18 de junio de 2021)

En Sed de mal, la mítica película de Orson Welles, hay un momento en que los policías implicados en un caso turbio hablan entre sí:

–¿Falsificando pruebas?

–Ayudando a la justicia, compañero.

El diálogo no desentonaría, hoy por hoy, entre dos señores trajeados de Génova 13, sede del Partido Popular. Todas las resoluciones judiciales de los últimos años han sentenciado en la misma línea: el PP ha destruido evidencias criminales para obstaculizar la acción de la justicia, se ha comportado como una organización delictiva, ha emulado procedimientos mafiosos.

Por mucho que le duela a Pablo Casado, ese partido ha caído en una especie de clan italiano que trabaja con métodos poco ortodoxos al margen de la ley. El último ejemplo es la Operación Kitchen, una sospechosa trama de mercenarios, espías, detectives y falsos curas cuyo primer objetivo era destruir todas aquellas pruebas que pudieran incriminar al partido en el caso de la caja B del tesorero Luis Bárcenas. Hasta donde se sabe, existen suficientes elementos de juicio para concluir que la cúpula del Ministerio del Interior de la época de Mariano Rajoy había construido una organización de policías a sueldo al servicio de los intereses de la formación de la gaviota. O sea, las cloacas del Estado trabajando a pleno rendimiento para el PP.

Afortunadamente, no todos los mandos del Cuerpo Nacional de Policía de aquellos años decidieron mancharse en la Kitchen y otras operaciones de espionaje más o menos sucias como la Policía Patriótica (un aparato ilegal dedicado a espiar con fines espurios a los partidos políticos de la oposición). También hubo agentes íntegros, honestos, funcionarios que no se dejaron amedrentar o contaminar y que trabajaron limpiamente hasta el final. Uno de ellos es el inspector Manuel Morocho, que ha relatado en la Audiencia Nacional cómo el Partido Popular le presionó para que no incluyera el nombre de Mariano Rajoy en sus explosivos informes sobre la trama Gürtel. Y no solo eso, según publica hoy la prensa, también intentaron comprar su silencio ofreciéndole suculentos puestos directivos en consulados y embajadas. Conviene recordar que esto ocurrió mientras el puritano y devoto ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, se encontraba al frente del Ministerio del Interior.

Curiosamente, hoy Fernández Díaz sigue manteniendo una columna de opinión en un periódico de la derecha, desde donde se permite el lujo de dar clases de ética al Gobierno de Pedro Sánchez, al que fustiga desde su tribuna con diatribas de una superioridad moral que asusta. Eso sí, de las alcantarillas del ministerio que dirigió en otro tiempo no dice ni mu.

Pero hoy no toca hablar de Fernández Díaz ni tampoco de la exministra de Defensa María Dolores de Cospedal, la gran dama de hierro del marianismo que también se enfrenta a un oscuro panorama judicial en el que tendrá que aclarar muchas cosas sobre Kitchen. Hoy es preciso que nos detengamos en todos esos agentes y mandos policiales, hombres y mujeres que se resistieron a entrar en el juego macabro que se les proponía y que se mantuvieron firmes en la defensa de la ley. Funcionarios anónimos que trabajan de sol a sol por un mísero salario. Policías que se dejan la piel a la hora de investigar los resortes clandestinos del poder. Sabuesos de la democracia que cuando los siniestros comisarios del alto mando les sugieren que dejen de remover esto o aquello, porque pueden quemarse las manos, se rebelan, le echan coraje al asunto y cumplen con su trabajo arriesgándolo todo, su carrera, el futuro de sus familias y hasta la propia vida. Y no exageramos ni un ápice ya que, aunque todavía no se ha dado el caso de que aparezca una cabeza de caballo en la cama de alguno de estos abnegados y honrados policías (como en la película El Padrino), al paso que vamos quizá no estemos tan lejos.

Manuel Morocho es un caso digno de admiración, un ejemplo de esa saga de buenos agentes condecorados indistintamente por PSOE y PP que no se dejan comprar ni vender, pese a que reciben constantes presiones, amenazas y chantajes para que abandonen su búsqueda de la verdad. Su caso recuerda mucho al de Jaime Barrado, otro comisario de Chamartín al que apretaron las clavijas para que dejara de meter las narices en las cloacas del Estado. Morocho se negaba a firmar los informes llenos de tachones, enmiendas y mentiras que le proponían sus superiores. Lo acusaron de filtrar noticias a la prensa, lo atornillaron, tuvo que vivir el calvario que siempre persigue a los decentes. Quizá por eso acabó encerrándose en sí mismo (quienes le conocen dicen que posee una inteligencia superior a la media y que es metódico hasta la extenuación). Fue él quien dio toda la credibilidad del mundo a la denuncia de José Luis Peñas, el hombre que destapó la trama Gürtel desencadenando el terremoto político que acabó con la moción de censura contra Mariano Rajoy. Sin duda, Peñas pasará como el hombre que levantó las alfombras podridas de Génova, pero su testimonio habría terminado en el cubo de la basura si al otro lado de la ventanilla no hubiese estado un policía como Morocho. “Me escuchó, leyó la denuncia y me hizo unas pocas preguntas (…) Siempre fue amable, aunque nunca se quitó su coraza de policía”, recuerda el exconcejal que reventó toda la porquería del PP.

Hay muchos Morochos en las comisarías de todo el país, buenos policías, empleados públicos que trabajan tras el anonimato que da el número de placa. Son más, muchos más, que las cuatro manzanas podridas del cesto. Hoy el nombre del inspector que ocupa las primeras páginas de los periódicos se ha hecho público, lo que seguramente a alguien como él no le hará ninguna gracia, ya que todo buen policía vive de la discreción y huye de la fama. Como también ha saltado a los diarios y noticieros el nombre del juez de la Audiencia Nacional que está tirando de la madeja de Kitchen: Manuel García-Castellón. Peñas, Morocho, Barrado, García Castellón y tantos otros son lo mejor que tenemos, lo poco bueno que va quedando ya de esta España que se viene abajo estrepitosamente a causa de la galopante degradación moral, social y política. El futuro de este país depende de que los Morochos que sobreviven a la epidemia de corrupción terminen ganándole la batalla silenciosa a los malos. Si ellos salen derrotados, todos estamos perdidos.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA NATALIDAD

(Publicado en Diario16 el 18 de junio de 2021)

Dice el Instituto Nacional de Estadística que los españoles cada vez engendramos menos. La natalidad ha descendido un 30 por ciento en los últimos diez años y los 339.206 nacimientos de 2020 nos colocan en un récord histórico desde 1941. Lógicamente han saltado todas las alarmas porque si no nos reproducimos al ritmo vegetativo normal este será pronto un país para viejos, no habrá quien sostenga las pensiones y la distopía de El cuento de la criada estará más cerca de hacerse realidad.

Recuerde el lector de esta columna que en la novela de Margaret Atwood una clase dominante fascista da un golpe de Estado, impone una dictadura con la Biblia en lugar de la Constitución, proscribe el feminismo y la píldora anticonceptiva y se suprimen los derechos de las mujeres, que terminan siendo utilizadas como simples parturientas con la única misión en la vida de salvar a la especie humana.

Obviamente, estamos lejos todavía de que esa pesadilla de un mundo sin niños que se narra en la novela de Atwood se haga realidad, pero conviene no olvidar que el mito de la mujer como “criada” reproductiva de otra, como mero receptáculo biológico, como máquina con ovarios para la concepción ajena, figura en el programa político de algunos partidos que emergen con fuerza en las sociedades occidentales de hoy. Como tampoco hay que perder de vista que esa idea retrógrada de la mujer como objeto que renuncia a su sexualidad y al propio placer para centrarse en el marido y en la crianza y educación de la prole, en plan buena ama de casa, retorna con fuerza por influjo del franquismo posmoderno y el nacionalcatolicismo de nuevo cuño.   

Pero más allá de la ciencia ficción que quizá no sea tan futurista, habría que preguntarse por qué los españoles traemos menos retoños al mundo hoy que hace una década. Y aquí entrarían numerosos factores que ya están siendo analizados por los sociólogos del momento. Para empezar, la Iglesia ha dejado de imponer sus mandamientos de pareja y el miedo al cura feroz que desde el púlpito amenaza con el infierno si la grey no practica el “creced y multiplicaos” ya no rige con la misma fuerza de antes. La mujer se ha liberado, se ha emancipado de los roles y tareas que le había impuesto el patriarcado y toma sus propias decisiones sobre cuándo, cómo y dónde desarrollarse como madre, en el caso de que quiera serlo.

Cada vez son más las mujeres que renuncian a la maternidad esclavizante y que se centran en su legítimo derecho al desarrollo personal y profesional, mientras que el aborto ha dejado de ser considerado un crimen. Además, aparecen nuevas formas conyugales alternativas que no implican necesariamente descendencia, desde el poliamor hasta el clan unipersonal pasando por la familia numerosa posmoderna, o sea varias parejas al mogollón practicando la orgía con respeto (véase grupo Arcoíris y otras sectas).

Pero el descenso en el índice de natalidad no solo tiene que ver con factores sociales y con el proceso de liberación de la mujer. La maternidad se está convirtiendo en cosa de ricos, un producto de lujo, como un bolso de Gucci. La situación económica que sufren millones de españoles no ayuda precisamente a proyectar un futuro feliz lleno de churumbeles que juegan y retozan en el jardín, entre otras cosas porque la mayoría de las familias no tiene jardín y vive en minipisos lumpen como cajas de cerillas. La vida de hoy es durísima y solo unos pocos privilegiados como Sergio Ramos pueden permitirse el lujo de echarle un pulso al patrón y perderlo.

El paro, los salarios raquíticos, la precariedad laboral, los contratos basura que arrojan incertidumbre ante el futuro, la imposibilidad material de comprar una vivienda digna y otras pesadas losas que arrastra la mayoría de los mortales en su día a día llevan a muchas parejas a plantearse que traer niños al mundo para convertirlos en pobres desgraciados no merece la pena. Es lo que se conoce como paternidad responsable, que debería practicarse con mayor frecuencia sin llegar, claro está, a los límites de China, país donde te meten la perpetua por concebir más de una niña.

Sea como fuere, el Gobierno de coalición ve con sorpresa las inquietantes cifras sobre natalidad en España, un problema de difícil solución cuya salida pasa necesariamente por importar más inmigrantes a nuestro país. A la vista de que para los españoles la crianza se ha convertido en una carga y en misión imposible (mucho más en tiempo de pandemia, cuando uno puede palmarla en cualquier momento dejando una retahíla de huérfanos), tendrán que ser los extranjeros quienes nos presten su simiente fuerte y valerosa para que España no termine convirtiéndose en un decadente balneario o gran Imserso de Benidorm.

Con total probabilidad, lejos de resolverse, el problema va a agudizarse en los próximos años y cuando lleguen al poder las derechonas (bifachitos o trifachitos, según) volverán a implantarse aquellas viejas medidas sociales de fomento de la natalidad que parecían felizmente superadas, como los premios que daba Franco a las familias numerosas en las que la fiel y abnegada esposa paría, cual coneja, al menos un mocoso al año.

Todo eso lo vamos a ver, y si no al tiempo. Conociendo el pelaje de los políticos nostálgicos que vienen pisando fuerte y con ansias de recuperar las esencias del Antiguo Régimen demos por seguro que volverán aquellas fotografías en blanco y negro con familias y proles interminables, dos o tres filas de hijos, veinte o treinta vástagos en escala progresiva subidos a unas escaleras, la madre en primera fila sosteniendo al rorro vestido de blanco angelical y el esposo con rictus severo de españolazo, el cabello engominado y el bigote falangista perfectamente perfilado.

Justificadamente y con razón, los españoles se han dejado ir en sus obligaciones reproductivas y ese pasotismo genital para la procreación, esa instauración del imperio del condón, puede convertirse en una grave lacra para el país en los próximos años. Si quieren que vengan más niños al mundo que la patronal dé trabajo y suba los salarios para que podamos salir de la esclavitud laboral. El problema de la natalidad no es ideológico sino económico. Como todo en esta vida.

Viñeta: Pedro Parrilla

EL DESHIELO


(Publicado en Diario16 el 17 de junio de 2021)

Todo son buenas noticias para el Gobierno de coalición. La campaña de vacunación contra el coronavirus avanza como un tiro, el histriónico montaje de Casado y Abascal contra los indultos va camino de quedar en nada y la UE acoge con satisfacción el plan Sánchez de recuperación económica, que ayer recibió un sobresaliente de la Comisión Europea (máxima puntuación en 10 de los 11 criterios que debía evaluar, lo cual no está nada mal).

Es evidente que el depresivo clima político que se ha vivido en los últimos años en España va quedando atrás, el optimismo empieza a cundir en la clase empresarial (ya se empieza a hablar de nuevos proyectos de inversión) y las familias, que han ahorrado todos estos meses y sienten deseos de consumir de nuevo, sueñan con unas vacaciones normales después de la pesadilla pandémica. Todo está preparado para que exploten los locos años veinte, para que corra el champán y para que la lujuria económica (y la otra) se apoderen de la sociedad tal como ocurrió en aquellos tiempos de entreguerras del siglo XX.

Hasta las relaciones entre España y Cataluña, que parecían en fase terminal, empiezan a recuperar el pulso, aunque débilmente. Un simple saludo de dos minutos como el de ayer entre el rey Felipe VI y el presidente Pere Aragonès, en el que estuvo presente la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, supone un paso de gigante. El tímido acercamiento tuvo lugar en el Hotel Vela con motivo de la Reunión del Círculo de Economía. La visita del presidente de Corea, Moon Jae-in, fue el pretexto perfecto. Y eso que Aragonès hizo todo lo posible para escabullirse entre la multitud y evitar la foto de familia. A primera hora, a las puertas del hotel, consiguió darle esquinazo al monarca. Después declinó la invitación para cenar con la comitiva de Zarzuela y solo le faltó encerrarse con pestillo en el cuarto de baño, alegando una indisposición, o ponerse el disfraz de palmera de Mortadelo para pasar desapercibido.

Toda maniobra escapista resultó inútil, el president de la Generalitat estaba pillado en la encerrona. Al final, llegado el momento de las presentaciones oficiales, no pudo esquivar al jefe del Estado por más tiempo y tuvo que dar la cara. Ese saludo de dos minutos puede significar el inicio de la reconciliación, el principio del diálogo entre España y Cataluña, el nacimiento de algo nuevo. Obviamente, a la CUP le faltó tiempo para colgarle el cartel de botifler en las redes sociales. Esta gente siempre triste y enconada va repartiendo carnés de buenos y malos patriotas de la misma manera que lo hace la extrema derecha española. A este paso, en aquella tierra todos van a terminar como traidores y solo un puñado de puristas y teóricos de la utópica Republiqueta podrán llamarse a sí mismos catalanes de pedigrí.

Por si fuera poco para Pablo Casado, el establishment financiero está por la labor de superar los años negros del procés. Javier Faus, presidente del Cercle de Economía, ha avalado los indultos a los líderes soberanistas como forma de buscar la solución del conflicto, la pacificación y el “encaje de Cataluña” en España. En esa misma línea, la medida de gracia a Oriol Junqueras y los suyos también ha sido bendecida por la banca (o sea La Caixa), todo un espaldarazo a la estrategia política del Gobierno. Hasta Garamendi, presidente de la patronal española, ha saludo los indultos y los ha calificado como “bienvenidos” si sirven para la normalizar la situación.

Por tanto, pese al empeño de los de siempre, los resentidos y ultras de uno y otro bando, nada parece poder frenar el impulso dinámico y energético que se extiende por todo el mundo. El escenario internacional añade un plus más de optimismo. Biden y Putin han sellado la paz fría, el deshielo entre ambos bloques, abriendo una nueva etapa de esperanza en la reconstrucción del planeta, agonizante por culpa del cambio climático. Más allá de cuestiones domésticas y localistas, ese es el mayor desafío al que se enfrenta la humanidad. Sin regeneración ecológica, sin cambio de modelo productivo, en definitiva, sin transición verde, no hay nada, ni siquiera la futura independencia de Cataluña. Soñar con una república de tierra quemada, desértica, contaminada e infectada de virus no tiene demasiado sentido.

Mal que le pese al presidente del PP, los vientos soplan favorables para el Gobierno sencillamente porque Sánchez está apostando por la racionalidad y el entendimiento mientras PP y Vox siguen enrocados en el boicot a los indultos, la crispación, el resentimiento y las maniobras filibusteras letales para el país. Se les llena la boca de España y no hacen más que destruirla. Se jactan de ser los más patriotas de todos y cada cosa que hacen y dicen no es más que estéril retórica, demagogia patriotera y una palada más de tierra sobre el anhelo de paz y reconciliación de la inmensa mayoría del pueblo español.

El respaldo contundente que ayer ofreció la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, al plan de recuperación económica español es una derrota sin paliativos de Casado, que en el último año de pandemias había hecho lo posible y lo imposible para que Bruselas no concediera los 140.000 millones en ayudas a nuestro país. Ver cómo a la señora Ursula, institutriz del club europeo y supervisora de la UE, se le cae la baba con los deberes bien hechos de los economistas de Moncloa es la peor derrota del PP. “España saldrá de la pandemia más fuerte que nunca gracias al Plan de Recuperación”, sentenció doña Ursula mientras aplaudía a rabiar y ensalzaba la labor y el esfuerzo de España. Chúpate esa Casado.

Viñeta: Pedro Parrilla