(Publicado en Diario16 el 1 de junio de 2021)
El expulsado Leguina, ese tertuliano de la cadena de radio de los obispos, ha desenterrado el hacha de guerra contra sus antiguos compañeros del PSOE. Ni camaradería con la actual militancia, ni fidelidad al partido que le dio de comer, ni coherencia con las propias ideas ni leches. A tomar viento, cainismo sociata puro y duro, navajeo y oportunismo personal a calzón quitado. O como dice el viejo dicho castellano aquel: para cuatro días que me quedan en el convento…
Desde que Ferraz le abrió un expediente disciplinario por comportarse como uno más del PP (por momentos como un falangista de Vox) Leguina no ha parado de malmeter. El ex presidente de la Comunidad de Madrid ha presentado alegaciones a su expediente de expulsión, ha solicitado testigos que lo avalen como Felipe González, Alfonso Guerra, José Luis Rodríguez Zapatero, Joaquín Almunia, Josep Borrell (no ha llamado al rey emérito de milagro), ha agudizado la guerra entre sanchistas y felipistas y para terminar de arreglarlo ha arreciado en sus críticas feroces contra los indultos a los presos del procés.
Está claro que al hombre se le ve enojado, resentido y quemado con los “niveles de tolerancia de crítica y discrepancia” en el PSOE, de modo que ha decidido dinamitar el partido desde dentro. Crítica siempre la ha habido en el partido, de hecho ahí está la corriente de opinión Izquierda Socialista, impulsada por José Antonio Pérez Tapias, que pudo seguir con su cantinela roja tocanarices durante años sin que nadie le dijese nada.
Desde hace décadas, el bueno de Tapias ha estado dando la barrila sobre el necesario giro a la izquierda, la lucha contra los poderes fácticos y el socialismo real hasta que, cansado de que nadie le hiciera caso, decidió hacer las maletas, darse de baja y registrar su propia plataforma política Socialismo y República. No hubo purgas, no hubo caza de brujas como en otras partes y se dejó que las bases optaran por la corriente oficial o la corriente alterna, según sus ideales. El PSOE demostró que es el partido con el funcionamiento interno más democrático de todo el espectro político español.
Pero lo de Leguina es diferente a lo de Tapias, que siempre se mostró como un hombre honesto, fiel y leal con el partido. Lo de Leguina no es “crítica respetuosa y constructiva en el seno de un partido que históricamente ha venido asumiendo y aceptando elevadas dosis de discrepancia política”, como él mismo viene cacareando en las tertulias televisivas. Durante años se ha dedicado a echarse unas risotadas con Carlos Herrera a costa del partido, a darse a la francachela con la extrema derecha y a hacerle todo el daño que podía al PSOE en estos tiempos convulsos donde el partido del puño y la rosa se juega nada más y nada menos que su futuro. Sus boutades faltosas y antisanchistas y su lenguaje cipotudo contra Sánchez han sido dinamita de la buena para los enemigos del socialismo.
Todo eso solo tiene un nombre: traición. Su supuesta cátedra y voz de la conciencia como referente de la izquierda española no ha tenido nada de crítica constructiva sino más bien de alianza con los cómplices de la derechona. Últimamente, los conceptos y el significado de las palabras se han trastocado por influencia de la posverdad y del nuevo trumpismo duro con el que Leguina ha flirteado durante demasiado tiempo abusando de la paciencia de Ferraz. Quizá por eso confunde crítica con puñalada trapera, opinión enriquecedora con felonía y discrepancia con deslealtad cuando no conspiración.
Aquí no estamos hablando solo de líneas ideológicas diferentes con la Ejecutiva Federal, ni de posicionamientos diversos sobre esto o aquello. Hablamos de una renuncia a unos ideales; hablamos de que Leguina ha puesto su pluma, su voz y su brazo mercenario al servicio de la caverna mediática; hablamos del compadreo, el chaqueteo y el coqueteo con Isabel Díaz Ayuso, el Anticristo del socialismo español. Sugerir en medio de una campaña electoral que “no dan ganas de votar a Gabilondo” no solo es una infidelidad grave y una incitación a darle la victoria al PP, también es una cabronada que no puede quedar impune bajo ningún concepto.
Se lo hemos dicho muchas veces al señor Leguina en esta misma tribuna: para estar así, eternamente insatisfecho consigo mismo y con un carné sanchista que le repugna, que le quema en la cartera y que le abrasa el trasero como un hierro ardiendo, mejor que lo deje ya, que se replantee la vida, que aclare sus ideas y que sopese si no será mejor estar en otro partido que se adapte mejor a sus convicciones y a su evolución ideológica (así se llama ahora, en estos tiempos líquidos, a cambiar de chaqueta). Pero no. Hay que llevar la venganza, el resentimiento y el odio hasta el final.
Sin embargo, más allá del daño que Leguina le está haciendo al partido que dice querer y respetar, habría que preguntarse: ¿qué demonios le pasa a este hombre renegado de la gran familia socialista? ¿A qué viene tanta inquina? ¿Cuántas facturas personales tiene que pasar aún, cuántos navajazos barriobajeros y sin ninguna elegancia tiene que dar para satisfacer una sed de venganza que parece insaciable? Solo él entiende lo que lleva dentro, solo él es consciente del futuro que le espera, quizá en el PP, donde Pablo Casado lo espera con los brazos abiertos.
No es tonto el líder popular. Sabe que con un díscolo peligroso cambiando de bando, como un Toni Cantó de la vida, la credibilidad del PSOE quedará seriamente dañada en el peor momento. Sabe que Leguina puede darle al botón de la detonación controlada en el PSOE y arrojar la última palada de tierra sobre el moribundo Sánchez. Un Leguina lenguaraz y largón llevando pleitos e información reservada de acá para allá vendrá a añadirse a la situación de incendio general de España, a los indultos a los presos políticos catalanes, a la guerra contra Marruecos, a la crisis económica galopante y al final de la socialdemocracia y del Estado de bienestar, arrinconado por la ultraderecha y el fascio redentor que vuelve con fuerza. La tormenta perfecta para el sanchismo.
De nada le servirá, para limpiar tanta ingratitud, que apele a tecnicismos legales y a la jurisprudiencia del Tribunal Supremo, que según él distingue la discrepancia de la desobediencia. Ha intimado no ya con la derecha, sino con la extrema derecha; ha hecho la guerra sucia desde la BBC del bando nacional; ha brindado y comido, en la misma mesa, con quienes desean ver muerto al PSOE. Se ha convertido en un oprobio para el socialismo.
Viñeta: Igepzio
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