(Publicado en Diario16 el 28 de mayo de 2021)
Qué tiempos aquellos en los que al rey Juan Carlos le regalaban yates, palacetes, joyones, ferraris, cosas. Hoy el cuento de hadas ha cambiado mucho, en Zarzuela se impone la consigna de la austeridad y cada regalo se mira con lupa, por si es un regalo envenenado. Los años de las realezas glamurosas empiezan a quedar atrás, en buena medida porque los tiempos evolucionan, las crisis generan desafección en la ciudadanía y empieza a ser de un mal gusto feudal que los de arriba vivan a cuerpo de rey mientras el pueblo llano no tiene un mendrugo de pan que echarse al coleto. Hacer ostentación no es buen negocio para la monarquía y menos en España, donde hay tanto envidioso. Eso parece haberlo aprendido Felipe VI.
Ayer se hizo público el patrimonio declarado de la Casa Real, que se ha ajustado notablemente tras los últimos escándalos del rey emérito. Quizá porque vienen tiempos de recortes para los españoles o por aquello de que hay que predicar con el ejemplo, lo cierto es que desde que el rey suprimió la asignación a su progenitor, como castigo por su conducta, los gastos en palacio se han reducido de una forma ostensible. Lo normal es que sea el padre el que desherede al hijo, pero ya se sabe que los borbones son diferentes y en este caso ha sido al contrario. De modo que tras la supresión de la paguita del patriarca las cuentas reales se han equilibrado, eso hay que reconocerlo.
Regalos, claro que ha habido regalos, pero han sido más bien protocolarios, detallitos sin importancia que los visitantes y emisarios han ido dejando en el calcetín de Zarzuela a modo de muestra de cariño y amistad. Nada que ver con aquellos sobornazos que su eminencia, el general Franco, se metía en la buchaca cada vez que recibía a un embajador extranjero en El Pardo.
Según cuentan las agencias de noticias, la mayor parte de los regalos recibidos, un total de 89, tuvieron como beneficiario al rey Felipe VI. Poniéndonos en plan inspector de Hacienda –en los tiempos que corren ya no podemos fiarnos de nada ni de nadie y tenemos que estar ojo avizor con las cuentas de nuestros gobernantes– comprobaremos que no hay nada sospechoso en el inventario: unos cuantos libros; un tricornio de la Guardia Civil con motivo de su visita al Centro de Operaciones de la Benemérita; una bandera enmarcada; una maqueta del Palacio de la Magdalena; un pin de Confemetal; un grabado en madera del embajador del Japón y un buen surtido de corbatas. Pero vayamos poco a poco.
Los libros siempre vienen bien, aunque se desconocen las materias y los autores regalados. Lo del tricornio no sirve de mucho, pero conviene quedar bien con los picoletos, que la fiebre patriótica está que arde y puede salirnos un Tejerín en cualquier momento.
Respecto a la bandera enmarcada, pocos regalos más tontos pueden hacerse. Las banderas están para que ondeen al viento, oiga, no para tenerlas encerradas como a un canario enjaulado. Y en cuanto a la maqueta del Palacio de la Magdalena merece capítulo aparte, ya que debe ser un auténtico engorro. A ver dónde diablos metemos ese trasto. Hombre, la Zarzuela es grande y siempre puede buscarse un sitio en el desván junto a las cosas que se dejó el emérito en su precipitado destierro, o sea la máquina de contar billetes y las tres cajas fuertes, pero como latazo es un latazo la dichosa maqueta que no sabes dónde ponerla. Letizia ya habrá dado órdenes para que no se acumulen cacharros en casa.
Por lo que se refiere al pin de Confemetal, no se le ve demasiada utilidad, más que cuando el rey vaya de cena con los señores de la asociación, que será de uvas a peras. En cualquier caso, un pin no ocupa lugar.
Lo que ya va teniendo más salida es lo de las corbatas. Un rey sin corbata no es un rey y vale más que sobren que no que falten. Una buena corbata a tiempo puede salvar un reino o una crisis diplomática con Marruecos y es preciso disponer de un buen arsenal para enfrentarse a Mojamé, que es un hortera en el vestir y va por ahí hecho un rapero. La corbata es de vital importancia y mejor una corbata que cien yates Fortunas que los carga el diablo. Además, ya dijo Noel Clarasó que la felicidad se parece a las corbatas; cada uno escoge el color de la suya. Así que por ahí vamos bien.
Luego hay un montón de regalos que no sabemos muy bien para qué sirven y que parecen elegidos a última hora, como ese marido olvidadizo al que se le pasa el cumpleaños de la parienta y corre a comprar cualquier cosa para salir del paso. Así, el Real Instituto Elcano le regaló un globo terráqueo, como si un rey no tuviera no ya uno, sino muchos, para controlar sus dominios.
Por su parte, la Fundación Ortega y Gasset le ha obsequiado con un libro electrónico con las obras del filósofo, otro trasto con el que el gran pensador español no estaría en nada de acuerdo por ser un símbolo de los tiempos líquidos que vivimos y del adocenamiento tecnológico de las masas. El libro hay leerlo en papel, tocarlo, saborearlo, subrayarlo y mancharlo con el aceite del bocadillo. Solo así será personalizado y nuestro. Pero bueno, nos vale pulpo como animal de compañía.
Y luego el Congreso de los Diputados le ha regalado al monarca una campanilla en plata como obsequio navideño (¿?). Ese regalo tiene que ser idea de alguien de Vox, no cabe ninguna duda, de algún elitista o noble que sigue llamando a su Fermín del cortijo con la campanilla para que le sirva el té a las cinco en punto de la tarde. Seguro que ha sido Espinosa de los Monteros, que es un dandi con una pinta de señorito que tira para atrás.
A uno le gusta que al rey le regalen cosas como el volumen personalizado sobre el Holocausto Remembering the Holocaust Fighting Antisemitism, para que no pierda de vista el grave momento histórico en el que nos encontramos ni la ofensiva racista de la extrema derecha contra los pobres espaldas mojadas que llegan huyendo de la miseria africana. El olvido es peligroso.
En cuanto a la escultura de un olivo, la maqueta de la Carabela Santa María, la figura decorativa de Buda, el reloj de pared, el set de mate, el plato de porcelana que le regaló el presidente de Francia, Emmanuel Macron, el cencerro de los ganaderos asturianos, el mando a distancia de Atresmedia y los gemelos de la OTAN se antoja poco menos que chatarra protocolaria que acabará en el contenedor de Zarzuela a poco que los reyes hagan limpieza de piso algún día. Eso sí, el regalo de las mascarillas reutilizables que no lo tiren, que la pandemia aún no ha pasado y nunca se sabe.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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