(Publicado en Diario16 el 29 de mayo de 2021)
Nadie habla de otra cosa que no sea el indulto del Gobierno a los líderes soberanistas de Cataluña. Las dos Españas necesitan pocas razones o argumentos para volver a la eterna y cíclica gresca y el asunto del perdón a los políticos catalanes reúne todos los ingredientes –emocionales y viscerales–, para hacer guerracivilismo del bueno. El indulto es el típico tema fuerte que le encanta a Pablo Casado, también a Santiago Abascal. No hay nada que enerve más la sangre taurina del español conservador que abrir la veda contra el traidor Sánchez amigo de los separatistas que quieren romper España. Poner en marcha la maquinaria del odio fratricida es tan fácil como darle cuerda a un juguete. Exige poco talento político y muy pocos escrúpulos, de modo que rara vez suele fallar.
La derecha española lleva viviendo del cuento de los traidores a la patria desde que Franco era cabo e incluso antes, probablemente desde el siglo XIX, cuando Fernando VII solicitó los servicios de los Cien Mil Hijos de San Luis para que acabaran con las alegrías liberales y restauraran otra vez el absolutismo realista en España. Esa tradición de golpismo blando que arranca en 1823 se ha perpetuado en los genes de la derechona española generación tras generación.
El fetiche ETA-nacionalismo-Cataluña, con el manido recurso a la amenazada unidad de la patria, suele aparecer más pronto que tarde cada vez que gobiernan las izquierdas. Le ocurrió a Felipe González, a Zapatero y ahora a Pedro Sánchez. Da igual si el Gobierno tiene mayoría absoluta o está en minoría o en coalición. Poco importa si el presidente de turno pertenece al ala centrista o más radical del PSOE. La guerra contra el independentista terminará surgiendo en mitad de la Legislatura, indefectiblemente, como un terremoto, un vendaval o una bomba de relojería perfecta capaz de lograr la demolición de todo un Consejo de Ministros salido legítimamente de las urnas.
Esta semana hemos visto cómo Casado se subía a la tribuna de oradores de las Cortes para decirle al presidente del Gobierno: “Hasta aquí hemos llegado”. ¿Qué pretende sugerir el eterno aspirante a la Moncloa cuando, dirigiéndose al jefe del Ejecutivo, mirándolo directamente a los ojos y señalándole con el dedo índice acusador le lanza ese ultimátum que suena casi a advertencia de la mafia siciliana? ¿Qué insinúa el jefe de la oposición con ese manido “hasta aquí hemos llegado” que también emplearon Fraga, Aznar y Rajoy antes que él? Pues sencillamente que la derecha ya está cansada de esperar, que cuatro años entre elecciones y elecciones se le hacen demasiado largos, que ya se le ha dado demasiado cuartelillo a los rojos okupas, ilegítimos ocupantes del poder, y va siendo hora de echarlos y mandarlos a sus casas. Es en ese punto de ebullición, y así ocurre siempre, cuando aparece el espantajo independentista que nunca falla, el mito secular del traidor a la nación, el recurrente eslogan “España se rompe” machaconamente empleado por la derecha hispana desde que Franco se alzó contra la Segunda República.
Hay pocas cosas que generen más miedo, más crispación y más odio entre las gentes de derechas que la falsa idea de que socialistas y comunistas han vendido España a sus enemigos. Cuando el cacique, el rico, el militar y el noble entienden que el Gobierno del pueblo está maduro, basta con agitar el árbol con alguna algarada populachera y patriótica para que caigan las manzanas rojas. Casado cree que ha llegado ese momento.
PP, Vox y Ciudadanos son los herederos de esa nefasta tradición ibérica tan desleal como antidemocrática que consiste en agitar las calles con bulos e infundios, dividir a la sociedad y lanzar a una parte del pueblo contra otra. Lo hemos visto estos días en Ceuta, una ciudad pacífica y crisol multicultural donde, con la excusa de la invasión del moro, la ultraderecha de Vox ha intentado desencadenar un conflicto civil entre religiones, entre vecinos, entre hermanos. Esa es la idea aberrante y enferma de patriotismo que maneja Santiago Abascal: la guerra cultural, la guerra civil, la guerra por la guerra.
Los tres partidos conservadores españoles se suman alegremente a esa farsa patriotera de capa y espada que funciona desde hace siglos, con la precisión de un reloj suizo, en este bendito país. La manifestación que han convocado para el próximo 13 de junio, la segunda parte de la patética foto de Colón (no tuvieron suficiente ridículo con la escena de opereta de hace dos años que han creído necesario repetir) no tiene otro objetivo que calentar los ánimos del pueblo, crispar, remover la bilis y promover el odio entre españoles. Porque se podrá estar en contra de los indultos, ya que hay razones jurídicas y políticas tanto para defenderlos como para rechazarlos, pero sacar a los ejércitos ciudadanos a la calle para montar un aquelarre de odio, agitar la caza de brujas contra el rojo-comunista-masón-indepe es desproporcionado e irresponsable, además de jugar peligrosamente con fuego.
Todo eso a Casado qué más le da, hace tiempo que el PP no pinta nada en Cataluña, da por perdida aquellas tierras y ya solo vive de hacer proselitismo y boicot anticatalán en el resto de España. Triste, muy triste.
A nadie se le escapa que el Yom Kipur de Sánchez con los políticos catalanes puede salirle muy caro al Gobierno de coalición. Pero es la única bala que le queda en la recámara al Estado español para tratar de reconducir la cuestión catalana dentro de los límites de la Constitución y la racionalidad. Con el prestigio de la Justicia española por los suelos, con Puigdemont promoviendo desde su refugio en Waterloo la leyenda negra de que España es un país autoritario y con el PSOE a punto de reventar por los cuatro costados por las tensiones internas entre sanchistas proindultos y felipistas anti, la última carta que nos queda a los españoles para no terminar otra vez en un duelo goyesco a garrotazos es la mesa de negociación a la desesperada. Hay que cruzar los dedos y esperar que salga bien.
No se trata de claudicar ante una pandilla de iluminados del procés que creyó que podía echarle un pulso al Estado por las bravas sin que pasara nada, pero sí de buscar la reconciliación y un nuevo marco político con generosidad por ambas partes. Nada de eso lo quiere Casado, tampoco Ciudadanos, que pinta más bien poco en esta historia y ya da igual si Arrimadas posa en la nueva foto de Colón, siguiendo el ejemplo suicida de Rivera, o hace mutis por el foro para que el Financial Times, la biblia liberal europea, no la retrate como cómplice del nuevo fascismo emergente. En cuanto a Abascal, qué se puede decir más que se pone cachondo solo de pensar que la cabra de la Legión pueda desfilar algún día por la Diagonal. De locos.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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