(Publicado en Diario16 el 24 de junio de 2021)
Por lo visto, la judicatura española está molesta con el dictamen del Consejo de Europa que cuestiona la sentencia contra los líderes catalanes del procés y que apoya los indultos. ¿Pero qué esperaban sus señorías del Consejo General del Poder Judicial, que la UE avalara la estrategia de las cargas policiales y la judicialización de un problema político que solo conduce a un callejón sin salida; que aprobara la chapuza de juicio que pretendía condenar a unos señores por rebelión cuando nunca hubo violencia; que aplaudiera que unos representantes del pueblo se coman tres años de prisión solo por poner las urnas? Sorprende que unos magistrados con años de experiencia, prestigio y competencia profesional puedan hacerse los ofendidos por un procedimiento judicial que en la Europa democrática y civilizada, se mire por donde se mire, no se entiende.
Pero estamos en el punto que estamos y tenemos los jueces que tenemos, unos expertos togados que consideran que un cartel racista contra los “menas” es perfectamente compatible con la Constitución y que dan amparo y cobertura a las fundaciones franquistas al entender que los grupos fascistas tienen derecho a propagar sus ideas nauseabundas porque eso forma parte del derecho a la libertad de expresión. En Alemania, un país que hizo la desnazificación donde estas cuestiones son sagradas, alucinan con semejante interpretación.
La manida coletilla de que la democracia española “no es militante”, es decir, no impone ideología o doctrina alguna, al final sirve para justificar cualquier cosa, desde que un partido ultraderechista que promueve el machismo y la xenofobia pueda personarse como acusación particular en un juicio contra la disidencia política hasta que los nietos de Franco puedan poner a salvo el mobiliario de un pazo expropiado a la familia del dictador y devuelto al pueblo. Algunas de las sentencias que emanan últimamente del Supremo y que tienen que ver con el franquismo y la memoria histórica rezuman cierto aroma rancio y naftalínico, tics del Antiguo Régimen, cosillas de antes, y esa condescendencia con el fascio redentor (cuando no indulgencia) repugna mucho al otro lado de los Pirineos.
La resolución del Consejo de Europa que cuestiona las decisiones de España en relación con los presos del procés era ni más ni menos que lo esperado. El ponente letón que firma el dictamen de su puño y letra seguramente es un hombre libre de prejuicios sobre la unidad de la patria española al que le trae sin cuidado el sentimentalismo españolista exacerbado de los Casado, Ayuso y Abascal. Como no es ni buen ni mal español (ya hemos dicho que solo es un letón más) se sienta a la mesa, se pone cómodo, delibera sin presiones de partidos ultraderechistas o fiscales nostálgicos –entre tochos de Derecho Internacional, convenios y tratados, jurisprudencia de Estrasburgo y legislación europea comunitaria– y firma su informe, uno más, con imparcialidad e independencia según su buen saber y entender. Al tal Boriss Cilevics, así se llama el diputado que ha puesto contra las cuerdas a la Justicia española, se la trae al pairo si 25.000 o 100.000 enfervorecidos ultrapatriotas se concentran en la Plaza de Colón para poner a caldo a Sánchez y exigir la retirada inmediata de los indultos.
También le da bastante igual si Casado se siente perjudicado por la medida de gracia del Gobierno y se empeña en recurrirla una y otra vez. Él se ciñe a los hechos jurídicos, a las consideraciones legales, y da un tirón de orejas a España porque le parece raro que un tipo como Puigdemont pueda moverse con entera libertad por toda Europa mientras no puede poner un pie en nuestro país porque pesa sobre él una orden de busca, captura y extradición. No es serio, no cuadra, parece más bien una comedia mala de Louis de Funès. Por si fuera poco, Cilevics entiende que los delitos de sedición y rebelión estaban bien para el siglo XIX, cuando había que pararle los pies a los espadones que se alzaban en pronunciamiento una vez por semana, pero en pleno siglo XXI, y con una Europa unida y estructurada, esos artículos de un Código Penal decimonónico dan un poco de risa.
El comunicado de ayer del CGPJ es lo más parecido que se ha visto a una pataleta chovinista. Traducido al lenguaje coloquial, los vocales españoles vienen a decirle a Boriss Cilevics que un tipo del Báltico o de por allí no es quién para decirle a ellos, a la todopoderosa cúpula del Tribunal Supremo, cómo tienen que enjuiciar sus causas. Solo les ha faltado alegar que cada cual a sus asuntos, el letón a cazar ciervos en la nieve y los jueces españoles a lo suyo, que esto de la UE no es más que un decorado. Por eso “deploran” que la posición del Consejo de Europa incluya recomendaciones dirigidas a los jueces, “obviando los principios de legalidad, separación de poderes, independencia judicial e igualdad en la aplicación de la ley”. Los vocales de nuestro Poder Judicial recuerdan a Bruselas que los procesados fueron condenados después de un juicio público y con todas las garantías. Faltaría más, lo que nos quedaba por ver es que sus señorías hubiesen recuperado los juicios sumarísimos y la cadena perpetua en la Modelo para los republicanos polacos enemigos de España. De modo que ese argumento también ha debido provocar hilaridad, befa y mofa en el diputado letón que firma el controvertido dictamen.
En cuanto al argumento que esgrime el CGPJ y que recuerda que las condenas en ningún caso se impusieron por la expresión de opiniones políticas a favor de la independencia sino por la comisión de delitos tipificados, el funcionario del Consejo de Europa que ha recibido el pliego de descargo de las autoridades judiciales españolas habrá debido pensar: “¿Y a mí qué me cuentan estos tíos? Eso lo sabe todo el mundo”. Y con toda la razón. El dictamen deja claro que los soberanistas traspasaron líneas rojas de nuestro ordenamiento jurídico, ahora bien, de ahí a tenerlos a la sombra hasta que se retracten y se conviertan en apóstatas de su independentismo, su soberanismo y su separatismo hay un abismo. Y ese abismo es el que en Europa se percibe como escarmiento y venganza en lugar de justicia. Todo el país pudo ver cómo salieron ayer a la calle Junqueras y los suyos. Como héroes y con más fuerza y confianza en sus ideas que nunca. Ni la cadena perpetua podrá hacer que renuncien a lo que son.
Viñeta: Pedro Parrilla
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