(Publicado en Diario16 el 14 de junio de 2021)
Está visto que a Isabel Díaz Ayuso no se la puede dejar sola por ahí. Cuando Casado y MÁR no la atan en corto, cuando la sueltan libremente en un acto público como fue el aquelarre ultraderechista de ayer en la Plaza de Colón, la presidenta de la Comunidad de Madrid es como una caja de bombas con patas que no filtra, dice lo primero que se le viene a su linda cabecita y la lía parda.
En un momento de la “fachifestación”, la mujer se creció, se vino arriba, se sintió en su salsa en medio de las masas (el ayusismo no es más que trumpismo, o sea conservadurismo populista reaccionario y duro) y como no llevaba encima las chuletas que le escribe MÁR la noche anterior se permitió el lujo de improvisar. El problema es que alguien que no posee la clarividencia política ni la retórica suficiente del estadista, del líder de verdad, siempre termina metiéndose en un charco, en este caso en los estanques de Zarzuela. “¿Cuál será el papel del rey? ¿Firmará los indultos? ¿Le harán cómplice?”, se preguntó alegremente Ayuso ante los periodistas que cubrían la protesta ciudadana contra el perdón a los políticos soberanistas encarcelados, a la que acudieron 25.000 personas, según datos de la Delegación del Gobierno.
En ese momento, los barones populares que decidieron no acudir a la movida ultra para no verse mezclados con Vox en una segunda foto de trifachitos debieron pensar aquello de tierra trágame y alguno probablemente llegó a levantar el teléfono para pedir por favor que los organizadores de Génova le quitaran el micrófono a esa imprudente kamikaze que primero habla y luego piensa. Pero ya era demasiado tarde. Ayuso había detonado una de sus habituales cargas de profundidad y el daño estaba hecho. A esa hora, en Casa Real, Felipe VI asistía con cara de póker al pollo que acababa de montar la presidenta madrileña, concluyendo sin duda que con políticos como ella la monarquía española no necesita enemigos periféricos porque ya los tiene dentro de casa.
Con su sentencia lapidaria, a sabiendas o sin querer, Ayuso había dado jaque al rey (ya se sabe que hasta el más ignorante del ajedrez, moviendo piezas cuadrito a cuadrito, puede ganar una partida sin querer, o sea eso que llaman la suerte del principiante). Conscientemente o por pura ingenuidad, con toda la idea o con falta de pericia política, la líder castiza había convertido a Felipe VI en cómplice de Pedro Sánchez, Oriol Junqueras y los Jordis, como si el rey formara parte activa de la gran conspiración de rojos masonazos que pretenden romper España. Ni Carles Puigdemont ha hecho tanto daño a la institución de la realeza.
Evidentemente, el estropicio ocasionado por la presidenta atropellada es grave, tremendo, irreparable. No hay más que leer los capítulos de la Constitución Española referentes a las atribuciones y funciones de la Corona para entender que el rey no puede hacer otra cosa que firmar los decretos del Gobierno que le vayan llegando a palacio. Lo contrario, que tuviera capacidad propia de decisión, potestad autónoma y poder total, convertiría el sistema político español en una dinastía absoluta dieciochesca en lugar de la monarquía parlamentaria que es donde el papel del rey queda limitado a lo formal, protocolario y simbólico.
Sin embargo, Ayuso no se ha leído la Constitución y si se la ha leído no la ha entendido, quizá porque contiene palabros jurídicos demasiado técnicos que exigen ciertos conocimientos de Derecho Político que la presidenta madrileña no domina sencillamente porque no tuvo tiempo de estudiarlos en su frenética y meteórica carrera hacia el estrellato y el poder. A Ayuso, Casado le encasquetó la gorra falangista con la borla, le dio unas palmaditas en la espalda, le dijo aquello de suerte y al toro y la echó a los ruedos políticos virgen de constituciones y leyes. No había tiempo para más, Vox venía apretando por detrás, la aluminosis de la corrupción corroía los cimientos de Génova 13 y lo prioritario era ganar las elecciones de Madrid como fuera. Ya se le daría después a la muchacha un curso acelerado sobre las cuatro reglas del ordenamiento jurídico en una monarquía parlamentaria.
Las carencias de Ayuso son evidentes y ese agrafismo constitucional que demuestra (papá Trump también era un profano o desinformado en cosas políticas) supone un peligro público para el país. A Díaz Ayuso la dejas hablar con entera libertad y en una parrafada sin control monta un 36, el sistema estalla por los aires y el rey acaba exiliado por excederse en sus competencias como hacían sus tatarabuelos. A la criatura, los spin doctors de Génova le han metido en la cabeza que es la reina del mambo y ella ya se permite interpelar a su Majestad, tratarlo de tú a tú, hablarle con chulería madrileña y hasta preguntarle con arrogancia cheli si va a tener las narices borbónicas de firmar el infame papelajo de los indultos, convirtiéndose así en un traidor más a la patria. Solo le ha faltado decirle, mascando chicle: oye, tú, tronco, chato, Uve Palito, ni se te ocurra mover la pluma, ¿queda claro?
El periodista José Antonio Zarzalejos se lo ha explicado a su señoría con solo un tuit: “Felipe VI es el rey de una monarquía parlamentaria y firmará los decretos de indulto si así lo acuerda el Consejo de Ministros. Esa firma es un acto debido, constitucional, que no solo no le humilla ni le hace cómplice de nada que no sea el cumplimiento de la ley”. Chapó.
De momento, el terremoto monumental que ha provocado la Dama de la Libertad ya ha tenido sus consiguientes réplicas. En Ciudadanos (uno de los convocantes de la “fachifestación”) han calificado de “barbaridad” y “populismo” que Ayuso se permita dirigirse en esos términos poligoneros al rey de España. Y hay constancia de que en el PP la última ocurrencia ayusista se ha recibido con malestar y desagrado. Ya se sabe que para cualquier monárquico español el rey es como Dios y dirigirse a él en ese plano coloquial propio de barra de bar es poco menos que una blasfemia. A Núñez Feijóo no le gustan las formas y maneras de la presidenta madrileña, pero tiene que callar porque el invento, el androide o muñeca Pepona, funciona de momento y gana elecciones.
Todo lo que ocurrió ayer en Colón, la exaltación patriotera, el odio anticatalanista, los insultos al presidente del Gobierno, el baño de masas que se dio Abascal (que ya se ve a sí mismo como el nuevo Franco en sus mejores tardes en la Plaza de Oriente), fue un esperpento berlanguiano difícilmente digerible y asimilable. Pero faltaba la guinda del pastel para completar la jornada vodevilesca que se acabó convirtiendo en un mal trago para el PP y en un triunfo rotundo para Vox y esa la puso Ayuso. A la chica le han llenado la azotea de pájaros, el éxito se le ha subido a la cabeza y ya se cree Emperatriz de Lavapiés. Más grande que el rey.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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