(Publicado en Diario16 el 12 de junio de 2021)
Berlanga fue el mejor psicoanalista de lo español de nuestro tiempo. Ahí están sus películas, auténticos retratos sociológicos, instantáneas de momentos históricos y radiografías de idiosincrasias, complejos, neurosis y esperpentos ibéricos. A Berlanga hay que visionarlo y revisionarlo una y otra vez porque en sus historias está la gran verdad latente de este país. Desde El verdugo hasta Plácido, desde Bienvenido Mister Marshall a La vaquilla pasando por La escopeta nacional, lo que hizo el maestro valenciano fue un constante análisis galdosiano y monumental de la España nuestra de ayer, de hoy y de mañana.
Berlanga, además de director de cine, fue un gran humorista, un mago de la ironía, un cachondo. Antes de morir guardó en una caja de seguridad, la número 1.034 del Banco Central a nombre del Instituto Cervantes, un regalo para las futuras generaciones que debería ser abierto, única y exclusivamente, cuando se cumpliera el centenario de su nacimiento. Solo a él se le podía haber ocurrido una genialidad tan surrealista, un guiño tan “berlanguiano”. Por cierto, nuestro recordado cineasta fue tan grande que la RAE ha terminado por incluir en el diccionario el adjetivo derivado de su nombre en vista de que todo dios lo utiliza ya en el lenguaje diario y coloquial de la calle. Qué mejor prueba que esa de lo arraigado que está su arte en la conciencia colectiva.
El jueves se cumplieron los cien años, de modo que se abrió la misteriosa caja. ¿Y qué había allí dentro entre otras cosas? Un auténtico tesoro: el guion de ¡Viva Rusia!, la que será la cuarta parte de la “saga Nacional”, formada por los films La escopeta nacional, Patrimonio nacional y Nacional III. A falta de que conozcamos el contenido íntegro del guion, ha trascendido que la película arranca con don Luis José de Leguineche –el personaje que supuestamente debía encarnar el hoy también desaparecido Luis Escobar– aterrizando en Barajas con una peluca rubia (la comparación con el célebre episodio que protagonizó Santiago Carrillo al cruzar clandestinamente la frontera es inevitable).
Al parecer el personaje es un exiliado que regresa a España tras décadas de destierro en Miami. La gente espera a pie de pista, hay expectación, banderas republicanas, pompa y circunstancia, incluso una pancarta que reza “Los últimos exiliados de Rusia saludamos a la España del 92”. Sin embargo, cuando don Luis baja las escalerillas cae en la cuenta de que se le ha olvidado algo, se lamenta y regresa apresuradamente a la cabina del avión. La cámara se centra en el supuesto héroe guardando un montón de revistas sadomasoquistas que se le habían quedado atrás y enseguida comprendemos que la historia no solo va a ir por otros derroteros sino que la cosa promete dos horas de humor descacharrante del más grande y puro Berlanga.
Ya sabíamos que el realizador era un maestro del Séptimo Arte, ahora confirmamos algo que también intuíamos: era un visionario prodigioso capaz de prever el futuro y adelantarse al ciclo de los hechos y acontecimientos. Legar a la posteridad una película que habla de Rusia y los exiliados, de cuestiones de rabiosa actualidad política, de la memoria histórica del país (aunque sea en clave de humor), no deja de ser un valiosísimo mensaje dentro de una botella para los españoles de hoy, enfrascados de nuevo en sus luchas cainitas, viejos rencores y odios del pasado. La familia del realizador cree que además se trata “de un mensaje demoledor para la humanidad”.
Sin duda, alguien tendrá que llevar a la gran pantalla ¡Viva Rusia!, un título que nos trae el eco guerracivilista que retorna de nuevo pasado por el filtro de la comedia amarga y corrosiva de nuestro más fino terapeuta. Para sacarnos la última carcajada, Berlanga supo elegir un eslogan que hoy vuelve a estar de moda, como lo estuvo en la Segunda República, cuando los españoles de entonces levantaban pancartas en señal de admiración y hermandad con la revolucionaria tierra soviética.
Pero los tiempos han cambiado, la política se ha hecho fea y ya no nos reímos de nosotros mismos. Todo se ha radicalizado tanto, todo se ha solemnizado de una manera tan patrioteramente ridícula y cursi, que quizá ya no seamos capaces de entender el inteligente humor berlanguiano. De hecho, el día que estrenen la película, porque se estrenará, ahí estará Abascal para rasgarse las vestiduras y calificarla de cinta hecha por titiriteros bolivarianos, comunistas y progres digna de ser troceada por la censura. El Caudillo de Bilbao es un hombre recto y flemático que no tiene sentido del humor, o como buen franquista confunde el humor con el insulto grueso y la ofensa, que no es lo mismo. Ese es el gran drama del hombre de rictus severo que quiere gobernar España, autoritariamente, algún día.
Hoy Berlanga tendría material suficiente para hacer otras cien películas si se lo propusiera, todas ellas obras maestras del humor negro y esperpéntico español. Corruptos, separatistas, ultraderechistas de nuevo cuño, salvapatrias, rojillos de boquilla y salón, curas que se saltan las listas de vacunación y una galería inmensa de tipos de todo pelaje y condición que pululan por la España decadente de hoy habrían dado combustible potente a todas las historias berlanguianas que, guardadas en los cajones y cajas fuertes del tiempo, quedaron por contar. La gran Mónica Randall ha recordado que a Berlanga no le dieron el Oscar porque su cine no tuvo la repercusión que merecía precisamente por culpa del franquismo que hoy reverdece. Un crimen más contra la cultura de los muchos que se perpetraron en el largo cuarentañismo.
¡Viva Rusia! es la última burla en la cápsula del tiempo de un genio que desde el más allá nos advierte de que vamos por mal camino si no empezamos a reírnos más y a reñir menos. Seguramente, tal como ocurre con cada película suya, nos pondrá ante el espejo para proyectar nuestros más secretos vicios y costumbres de los cuales no conseguimos librarnos. Dicen que el guion se lo han ofrecido ya a Trueba. No podía estar en mejores manos.
Viñeta: Igepzio
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