(Publicado en Diario16 el 15 de junio de 2021)
Casado es menos Casado tras la manifestación de Colón. Y el PP menos PP, no solo cuantitativamente (25.000 asistentes es una ridiculez que no aporta nada) sino cualitativamente (su imagen de partido fuerte, serio y de Estado sale seriamente tocada). El tiro contra Sánchez les ha salido por la culata.
Por el contrario, Vox se ha fortalecido. La “fachifestación” estaba hecha a la medida de unos militantes, los voxistas, que sienten que la calle es suya, como decía Fraga. El ejercicio de cainismo intolerante y guerracivilista contra el Gobierno y contra Cataluña del pasado domingo solo podía beneficiar a la formación ultra. El partido de Abascal es claramente antisistema y crece en el odio callejero. Ayer mismo volvió a comprobarse cuando Ortega Smith se desmarcó de la pancarta institucional contra la violencia machista, recordando aquellos tiempos oscuros en que Batasuna no condenaba la violencia y guardaba un ominoso silencio.
Parece evidente que Pablo Casado no está sabiendo leer el momento histórico crucial por el que atraviesa su partido. Él piensa que haciendo seguidismo de Abascal, secundándole en todas y cada una de sus ocurrencias y aventuras patrióticas contra Sánchez, podrá salvar los muebles del PP. Se equivoca de todas todas. Tiene que tomar muy buena nota de esos manifestantes que lo recibieron en Colón entre abucheos y acusaciones de traidor. Los escuadristas de Vox ya le han tomado la matrícula, lo han marcado, lo han etiquetado como el líder prescindible de la “derechita cobarde” que no es suficientemente duro contra el sanchismo. Un blando, un marianista temblón, un cagado.
Pero él insiste en mezclarse con esa gente que debería tener poco o nada que ver con el proyecto del Partido Popular. Que abandone Casado toda esperanza de que los falangistas vuelvan a la casa común de Génova 13, donde recibieron amparo y cobijo durante años hasta que Vox nació para recuperar el orgullo de lo facha de pedigrí. Toda esa gente resabiada del PP ya no quiere saber nada de la gaviota. Buscan otra cosa: menos democracia, menos autogobierno para las autonomías, más centralismo, más mano dura. En fin, un dictador fuerte, macho y sin complejos. Casado no da el perfil ni de lejos. De entrada, no hace pesas como Abascal ni tiene esos pectorales gloriosos de españolazo del Caudillo de Bilbao que parece van a romper la camisa al menor movimiento brusco. Hubo un momento en que Casado quiso endurecer su rostro juvenil dejándose barba recia, pero tampoco esa maniobra de estética ha colado. Cada cosa que intenta para recuperar los votos perdidos termina en rotundo fracaso. Son los signos de los tiempos, es la historia que impone sus leyes hegelianas.
La parroquia que vota ultraderecha ya no cree en Pablo Casado, un líder que un día se sube a la tribuna de oradores de las Cortes para echarle un sermón progre a Abascal y al siguiente se disfraza de José Antonio para hablar de los enemigos de España, usurpándole el discurso, coma por coma, a Millán-Astray. Tal ambigüedad ideológica, tales graves contradicciones, las percibe el electorado como ese depredador que huele el rastro herido de la presa. Y poco a poco, lejos de crecer como figura política de calado histórico, el personaje se va consumiendo, va menguando, se va quedando en nada.
El domingo mismamente, después de soltar una arenga patriótica contra los indultos a los soberanistas catalanes, Casado enmendó la plana a Isabel Díaz Ayuso, que poco antes había lanzado un órdago tratando de presionar al rey para que no firme el decreto de medida de gracia a beneficio de Oriol Junqueras y los suyos. La incendiaria batería de preguntas retóricas de Ayuso tendentes a sugerir que Felipe VI no debería tramitar el decreto del Gobierno (“¿Cuál será el papel del rey? ¿Firmará los indultos? ¿Le harán cómplice?”), hicieron temblar a Casado, que en la mañana de ayer lunes, y ante la inminencia de un conflicto institucional con Zarzuela, se vio obligado a matizar las palabras de su delfina: “Nada permite conectar los indultos con el interés general. Su responsabilidad corresponde en exclusiva a Pedro Sánchez y su Gobierno. No hay más cómplices que ellos”. Una envainada en toda regla, una rectificación antológica que ha dejado desconcertadas a las bases. Derechita cobarde en estado puro, debió pensar Abascal.
Destacadas figuras del PP han desautorizado a Ayuso, unos explícitamente, otros con la boca pequeña. El presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, cree que “es evidente que el rey tiene que sancionar” los indultos de los condenados por el procés, mientras que Pablo Montesinos reconoce que la presidenta de Madrid se ha pasado de frenada: “Todos sabemos que el rey tiene su papel tasado en la Constitución. Aquí el problema es que Pedro Sánchez ha decidido llevar al límite las instituciones por mantenerse dos años más en la Moncloa”.
Obviamente, la batalla de Colón a cuenta de los indultos ha pasado factura a las huestes populares. El partido ha perdido más de lo que haya podido ganar y además le ha dado un precioso balón de oxígeno a Vox. Hoy hay más división de opiniones que ayer, más desconcierto ideológico entre las filas conservadoras, más evidencia clara de falta de liderazgo. Lo único bueno para Casado es que el Gobierno firmará pronto los indultos, la tempestad habrá pasado en unos días y el berenjenal en el que nunca debió haberse metido, al menos tan a fondo, quedará amortizado más pronto que tarde.
El líder popular ya reza para que la polvareda de los indultos que solo beneficia a Vox amaine cuanto antes. Entonces las aguas volverán a su cauce, retornarán las cosas rutinarias de siempre, las aburridas y previsibles sesiones de control y el hedor de la corrupción. Porque esa es otra: mientras Casado trata de lanzar desesperadas cortinas de humo para ocultar a los españoles los escándalos de Génova 13, los papeles de Kitchen sobre María Dolores de Cospedal siguen saliendo. A Sánchez la suerte le sigue sonriendo. La pandemia casi se ha superado, la mesa de negociación sobre Cataluña promete, Biden le concede medio minuto de su tiempo y Susana Díaz ha sido descabalgada por fin. Casado, sin embargo, monta un circo y le crecen los enanos.
Viñeta: Igepzio
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