(Publicado en Diario16 el 31 de mayo de 2021)
“Soy muy feminista, no entiendo a las mujeres que no lo son. Es como ser monárquico y no creer en el rey”, le dice Maribel Verdú a Calleja en su programa de famosos viajeros. Es la declaración sincera de una de nuestras mejores actrices de los últimos años en un momento especialmente sensible, cuando la extrema derecha arrecia en su ofensiva machista y niega el dolor de las mujeres acosadas, abusadas y maltratadas. Pero Maribel, la Verdú, nuestra Verdú, una de las grandes divas de rompe y rasga del cine patrio, no se arredra ante los talibanes que quieren recortar las ayudas contra la violencia de género y que sueñan con implantar el himno nacional en las escuelas algún día. Habla claro y no se esconde.
La protagonista de Amantes (la película que la consagró como gran estrella) no se anda con medias tintas o evasivas, como otras damas mucho más frívolas del Séptimo Arte, cuando se somete a una entrevista. Se moja, toma partido, es valiente y cuenta las cosas con una madurez y una entereza poco usual en el mundillo superficial en el que suele moverse. Tampoco rehúye hablar de sus experiencias traumáticas con los depredadores sexuales de la industria cinematográfica (estos nunca se extinguen como el pobre lobo ibérico y cada día abundan más).
“Tú eres un mito para muchas personas… ¿No sufriste acoso?”, le pregunta Jesús Calleja a la actriz. “Sí, y no conozco a ninguna mujer a la que no le haya pasado, que no haya tenido que soportar barbaridades. Que se te coloque un señor con el paquete detrás y saber que lo está haciendo adrede da mucho asco”, reconoce con una entereza que asusta. Estremece escuchar a una actriz veterana como Maribel Verdú hablando del mal trago por el que tuvo que pasar cuando “estaba empezando”, es decir, cuando era todavía una niña y su madre (cuántos dramas humanos han ahorrado las madres) la acompañaba en sus rodajes por medio mundo.
Ahora que hemos sabido que la Verdú tuvo la bravura y los ovarios de llevar a su agresor a los tribunales (aunque en aquellos años ni la prensa ni la opinión pública ponían el foco en estos temas) es un buen momento para reflexionar sobre lo que se cuece detrás de los escenarios, en la trastienda y entre bambalinas de nuestro cine. No todo lo que reluce en el mundo del artisteo es glamur, fama y dinero, a veces las luces de las candilejas se acaban convirtiendo en llamas de un infierno de silencios. Oír cómo una de las grandes tuvo que despedir de su camerino a hombres influyentes que entraban a por todas en la estancia para flirtear con ella y cómo los toreaba con un elegante “¿puede salir usted de aquí?” o un “¿puede repetirme esto delante de mis compañeros?”, la engrandecen para siempre. Es, sin duda, lo mejor del Me Too en España, un movimiento cívico que para Maribel fue “una liberación”, según cuenta en la entrevista.
Ese momento en el que la mujer se ve obligada a quitarse de encima al cerdo (ella confiesa que salía temblando del camerino cuando le ocurría algo así) tiene que ser horrible. Como tampoco debe ser agradable tener que cambiar de acera en la calle al pasar junto a un grupo de hombres sospechosos para evitar “escuchar gilipolleces y barbaridades”. Si esto le ocurre a una señora mediática y con posición qué no estará pasando con miles de mujeres en el anonimato de nuestras sórdidas oficinas.
Pocas logran superar el trance del abuso (se convive con ello para siempre) y menos todavía consiguen verbalizarlo y hablar de ello. De ahí el mérito de Verdú. El testimonio de una de nuestras estrellazas de relumbrón, una intérprete que sin duda podría haber hecho carrera en Hollywood a la altura de las mejores, ayudará a que muchas sigan desenmascarando a sus agresores, a sus verdugos, fulanos con posibles que se creen con derecho a dominar a la mujer como si se tratara de una pieza de ganado para su consumo particular. Lo dice el doctor Rojas Marcos: “Este ansia irracional de dominio, de control y de poder sobre la otra persona es la fuerza principal que alimenta la violencia contra la mujer”.
Todo el carrerón de Maribel Verdú (más de ochenta películas), la aventura de su vida desde que siendo una jovencita la contrataron en el primer casting, las once nominaciones a los Premios Goya y los dos cabezones en su vitrina no es nada al lado de su valentía y su ejemplo de cómo se hacen las cosas en lo que se refiere a la lucha contra la violencia machista. En esta batalla no se trata de organizar shows mediáticos ni escandalosos culebrones por entregas en horario prime time de programas rosa, sino de denunciar y de contarlo todo con la mayor naturalidad posible, si es que algo tan horrible como un abuso sexual se puede gestionar con la templanza que demuestra la Verdú.
Todo lo que dijo anoche en la entrevista nos dejó pegados al televisor con esa capacidad que tiene para que la cámara la quiera. Sus miedos (tenía pánico al buceo que ha terminado superando con las lecciones de Calleja en las aguas esmeraldas de Santo Tomé y Príncipe), su relación con su marido Pedro Larrañaga (”el amor de mi vida”), su decisión de no tener hijos, la cosificación femenina, el acoso personal y laboral y su humano miedo a envejecer que la bajan de los altares y la convierten en una mortal más son motivos más que suficientes para seguir admirándola. “No necesito nada para vivir, un techo y una buena compañía”, asegura. Verdú es una de las nuestras. Nos representa. Chapó hermana.
Viñeta: Pedro Parrilla
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