(Publicado en Diario16 el 25 de mayo de 2021)
Pasado lo peor de la pandemia (si lo dicen las universidades yanquis habrá que creérselo) Cataluña vuelve a ocupar las primeras páginas de los periódicos. Ni Kafka, en su novelón El Proceso (el procés en catalán), pudo imaginar una historia tan enrevesada, tan laberíntica, tan cíclica y obsesivamente recurrente. Lo que se debate ahora es el espinoso asunto de los indultos a los líderes independentistas que nunca debieron haber ingresado en prisión. La política se combate con política, eso lo sabe cualquier demócrata, no a golpe de Código Penal. Pero España no ha sabido resolver la cuestión catalana a su debido tiempo, la ha ido aparcando a futuro, y el conflicto amenaza con volver una y otra vez como en el día de la marmota (podemos estar así hasta 2050, cuando la España de ciencia ficción de Pedro Sánchez se haga por fin realidad).
Todo el país está pendiente de lo que diga el Tribunal Supremo, que debe emitir un informe sobre el posible indulto a Junqueras y los suyos a finales de esta semana. En los círculos judiciales de Madrid ya se ha filtrado que la resolución será denegatoria a la concesión de la medida de gracia, ya que los magistrados entienden que la aplicación del perdón supondría “vaciar de contenido” la sentencia dictada en octubre de 2019. La Fiscalía también se ha opuesto debido a la “gravedad de los hechos” y al entender que “no existen razones de justicia, equidad o utilidad pública” que justifiquen la medida. Por su parte, la Abogacía del Estado rechaza pronunciarse a favor o en contra al considerar que se trata de una decisión que compete al Gobierno.
Así las cosas, el marrón, por decirlo de una manera directa, quedará en manos de Sánchez. De un tiempo a esta parte, mayormente desde que Pablo Iglesias se cortó la coleta, el Gobierno es básicamente él, un ejecutivo presidencialista, a la americana, ya que todas las grandes decisiones de Estado salen de su despacho en Moncloa. Hasta Iván Redondo, en otro tiempo mente pensante y Rasputín en la sombra del Gobierno de coalición, empieza a pintar poco el hombre en esta historia.
Ya todo lo trascendental que ocurre en este país pasa por las manos de Sánchez. Si hay que encarar una campaña electoral adversa en Madrid, el presidente se remanga y se baja a la trinchera para tomar partido en la contienda entre fascismo y libertad (el resultado ha sido más bien desastroso, todo hay que decirlo). Si estalla una crisis migratoria y una guerra diplomática con el nefando rey de Marruecos, el presidente se monta en el Air Force One español y se planta en Ceuta en un santiamén para resolver las hostilidades en plan gran descolonizador del Sáhara (tampoco es que se haya gestionado atinadamente este asunto, mucho menos el desencadenante del incidente, ese turbio episodio del líder polisario Brahim Gali ingresado por la puerta de atrás y a escondidas en un hospital riojano). Y ahora que los partidos catalanes han formado Gobierno y reclaman de nuevo la mesa de negociación y los indultos pertinentes, Sánchez no rehúye el órdago y responde al envite (cómo salga la cosa solo el destino lo sabe). Nadie puede decir que el presidente se esconda o huya de sus responsabilidades como un mal delantero centro en los minutos finales del partido.
Con la lógica en la mano, el premier socialista tiene dos opciones en el explosivo asunto de los indultos. Si niega la medida de gracia, Cataluña volverá a incendiarse de nuevo, es decir, vuelta a la guerrilla urbana de los CDR, a las barricadas en Urquinaona, a la pedrada contra policías y escaparates y al incendio de contenedores en una Barcelona gazatí reducida a un campo de batalla. Si da luz verde, aun siendo los indultos parciales o limitados (tal como avanza Diario16), los líderes indepes saldrán en libertad y en ese caso será la ciudad de Madrid la que arda por los cuatro costados con manifestaciones más que seguras convocadas por Pablo Casado y los ultras de Abascal, que ya han anunciado un 36 a cuenta del trance. Haga lo que haga Sánchez, pierde en un momento especialmente delicado para él, ya que las derechas andan disparadas en las encuestas. La trampa del bifachito casadista/abascaliano promete ser diabólica.
Para curarse en salud, el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, ya se ha apresurado a pedir que los indultos de los condenados por el procés se vean con “naturalidad”, tanto si son favorables como si no lo son y ya sean “totales o parciales”. Una petición buenista que seguramente nadie respetará, ya que las dos Españas se consumen en deseos de volver a las andadas y ninguno de los dos bandos radicalizados quiere perder la oportunidad de una nueva refriega callejera, por mucho que lo diga un ministro experto en derecho de no sé qué.
En todo caso, cabe destacar que la última palabra la tendrá Felipe VI. La concesión de los indultos, caso de producirse, corresponde al rey a propuesta del ministro de Justicia (previa deliberación del Consejo de Ministros) y debe acordarse mediante Real Decreto publicado en el Boletín Oficial del Estado. ¿Qué hará el monarca español? En principio no puede hacer otra cosa que sancionar las decisiones gubernamentales que le vayan llegando a Zarzuela, como no podía ser de otra manera en una democracia constitucional donde el papel de la monarquía es meramente formal, simbólico y protocolario.
Sin embargo, no deja de tener su gracia, su medida de gracia nunca mejor dicho, que el jefe del Estado que legitimó la brutalidad policial y los palos contra miles de catalanes ahora tenga que pasar por el aro de firmar los indultos de quienes instigaron el referéndum ilegal del 1-O. Últimamente la Casa Real parece haber perdido la baraka juancarlista, el efecto mágico con el que el rey emérito salía indemne de todos los trances históricos. Precisamente ayer se supo que hace cinco años Felipe VI apoyó la “libre determinación” del pueblo saharaui durante su intervención ante la 71 Asamblea General de Naciones Unidas. Hoy los medios indepes recogen aquel discurso como prueba de la contradicción borbónica y exigen el mismo trato para Cataluña que para los africanos oprimidos del desierto, o sea referéndum urgente y cuanto antes. Es el pasado haciendo justicia poética.
Cabe preguntarse cómo se habrán tomado Casado y Abascal (dos promarroquíes convencidos y alérgicos a los derechos del pueblo saharaui) un discurso que no lo rubricó precisamente el demonio rojo con rabos y cuernos Iglesias, firme defensor de los derechos del Sáhara Occidental, sino el mismísimo rey de España. Esta vez el karma ha actuado con una precisión y una ironía que asusta.
Viñeta: Igepzio
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