(Publicado en Diario16 el 12 de noviembre de 2019)
¿Y después de la dimisión de Albert Rivera, un líder con maneras presidencialistas, qué queda realmente de Ciudadanos? El partido naranja nació con la aspiración de influir en los gobiernos, de ser la gran “bisagra” del bipartidismo, pero después del terremoto del 10N, descabezado de liderazgo y con 10 misérrimos escaños (por debajo incluso de Esquerra), ni siquiera servirá para esa función. En las elecciones del pasado domingo, Cs no solo ha perdido 2,5 millones de votos, sino lo que es aún peor: toda utilidad como proyecto político. Y ya se sabe que cuando un partido acaba siendo inservible solo le queda poner el cartel de “Se Traspasa” en la puerta.
Con todo, parece que los supervivientes del naufragio electoral aún creen posible reflotar el barco. Manuel Valls, un hombre experimentado y con formación política que en un principio quiso ayudar al proyecto de Rivera (hoy ya está desligado por desavenencias con la dirección) cree que será difícil remontar el vuelo, “aunque vivimos tiempos convulsos donde todo es posible”.
El primer gran problema que se le plantea a Ciudadanos (y tiene un buen surtido de contratiempos) es el de la sucesión. Después de que Rivera haya arrojado la toalla la siguiente estación será la convocatoria de la Asamblea General, que debe elegir a un nuevo presidente y marcar la hoja de ruta en los próximos meses. La primera cuestión parece resuelta, ya que tiene nombre propio: Inés Arrimadas. Posee el carisma necesario, es una luchadora que no se arredra ante las dificultades y podría ser el revulsivo que necesita el proyecto en estos momentos. Además cuenta con el apoyo de la cúpula –“o Inés o desaparecemos”, han llegado a decir desde las altas esferas del partido− de manera que parece reunir los avales necesarios para optar al puesto.
En cuanto al programa a seguir, parece obvio que Cs debería retornar a sus orígenes: alternativa constructiva al bipartidismo; apuesta decidida por la regeneración y la lucha contra la corrupción; y recuperar la economía en su discurso ofreciendo soluciones reales a los problemas de la ciudadanía. Más política práctica y real y menos patriotismo del barato. El problema es que para hacer todo eso primero debería romper lazos de amistad con el PP y sobre todo con Vox, algo que no parece que Arrimadas esté en disposición de hacer.
Ya pasó la hora de seguir con el luto por el dimitido Rivera, al que se ha despedido como un héroe cuando ha sido el causante directo del descalabro. Ciudadanos no tiene tiempo para las lágrimas ya que pese al batacazo en las urnas aún posee una amplia presencia en las instituciones, con siete diputados en el Parlamento Europeo y tareas de gobierno en cuatro comunidades autónomas y 400 ayuntamientos. Dimitir también de sus obligaciones sería una irresponsabilidad y ocasionaría un grave daño a un país que ya tiene bastantes problemas de parálisis institucional. Por eso, si quiere seguir vivo, Ciudadanos tiene que elegir: o cambiar de rumbo hacia la moderación, hacia un proyecto auténticamente reformista y liberal, o firmar su definitiva liquidación.
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