(Publicado en Diario16 el 10 de noviembre de 2019)
Si la izquierda no se moviliza hoy la derecha habrá ganado las elecciones generales. Cuando el índice de participación cae por debajo del 70 por ciento el resultado suele ser una victoria del bloque conservador. Y no es algo descabellado pensar que entre PP, Ciudadanos y Vox puedan sumar el 10N los escaños suficientes para formar Gobierno. De cumplirse ese pronóstico, el destino caprichoso sacaría de la Moncloa a Pedro Sánchez, el hombre que nos llevó a las urnas por cuarta vez en cuatro años y de una forma tan irresponsable como imprudente. Pablo Casado sería presidente y quién sabe si Santiago Abascal no terminaría como ministro de Inmigración para imponer su vomitivo programa xenófobo.
Tal escenario desastroso para la democracia española podría ocurrir perfectamente si el PP supera hoy los 100 escaños, si Vox dobla sus diputados actuales hasta alcanzar los 40 y si Ciudadanos, pese a su hundimiento más que cantado, consigue retener 20 o 30 representantes en el Congreso de los Diputados. Las cuentas saldrían entonces y un “trifachito” nacional estaría servido.
Lo cierto es que los sondeos apuntan a que la abstención podría ser una de las claves de esta convocatoria electoral. Algunas predicciones estadísticas aseguran que en estos comicios se podría batir el récord negativo de abstención, situándose en torno al 35%, muy por encima del 28% registrado en abril de este año.
“El futuro político de España está en manos de la pereza”, ha dicho con acierto Carlos E. Cué. Cuatro elecciones en cuatro años es un plato demasiado indigesto para millones de españoles que ya no ven posible un acuerdo entre los dos principales partidos de la izquierda. Quedarse en casa por rabia y desencanto es una opción que baraja una buena parte del electorado, y esa posible desmovilización es la que van a tratar de aprovechar las derechas. Por si fuera poco, la campaña tampoco ha sido tan seductora y sugerente como para animar el votante deprimido. El dato de que el voto por correo se ha reducido alrededor de un 30% respecto a los comicios de abril no es un buen presagio para el bloque progresista de cara a la cita de hoy. Y no lo es porque cada vez que crece la abstención gana la derecha.
De cualquier forma, hay un factor X que conviene no olvidar, un fenómeno político nuevo que aún no comprendemos en su completa dimensión y que puede cambiarlo todo: Vox. Los líderes de la ultraderecha española han dicho tal volumen de barbaridades y burradas anticonstitucionales que solo alguien con el corazón de piedra podría permanecer en el sofá en la jornada de hoy sabiendo que nuestro país se juega perder la mayoría de los derechos conquistados por el Estado de Bienestar y retroceder cuarenta años en el tiempo, hasta el régimen anterior. Vox ha dicho cosas como que las Trece Rosas eran “peligrosas violadoras y torturadoras”, que Franco debe volver al Valle de los Caídos, que es preciso acabar con las autonomías, que liquidará la ley contra la violencia de género, que retirará la sanidad pública universal a los inmigrantes, que declarará ilegales a los partidos nacionalistas y que volverá a incluir el aborto como delito en el Código Penal, entre otras lindezas. ¿Qué persona sensata y en su sano juicio que se considere de izquierdas puede asistir sin inmutarse, sin que se le erice el vello y sin salir corriendo al colegio electoral más cercano tras escuchar esta sarta de provocaciones franquistas? ¿Qué votante socialista o de Podemos puede optar por la abstención como método de castigo contra aquellos que probablemente, y con toda la razón del mundo, le han defraudado? Sería una grave negligencia democrática y un error de consecuencias trágicas.
El 10N no va a ser una convocatoria electoral más. Nos jugamos un futuro de modernidad y avance social o un retroceso en derechos que podría llevarnos a los oscuros tiempos franquistas. De ahí que las encuestas deban cogerse con pinzas. Hasta dos millones de españoles aún no tienen decidido su voto. La suerte del país está en sus manos. Cabe la lógica posibilidad de que estos cientos de miles de indecisos que sopesan todavía a estas horas si practicar la abstención punitiva o ir a votar se decanten finalmente por acudir a las urnas con la nariz tapada. No porque vayan a cambiar demasiadas cosas. Sino solo para defender la democracia amenazada.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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