(Publicado en Diario16 el 31 de octubre de 2019)
La mala propaganda política es tan antigua como el ser humano. Ya en el siglo V antes de Cristo una élite poderosa puso en marcha una cruenta campaña de difamación para destruir a Sócrates o desterrarlo de Atenas. Al final lo acusaron de impiedad, de corromper a los jóvenes y de ir contra las leyes. La maniobra dio resultado y Sócrates acabó bebiendo la cicuta.
Los bulos y el libelos como ejercicio de desinformación e intoxicación se desarrollaron en las gacetas del siglo XVIII y constituyeron fabulosas herramientas de poder de reyes y validos. Y ya en el siglo XX los totalitarismos hicieron de la propaganda una potente arma de manipulación de las masas y de la guerra. A Goebbels se le deben muchas de las técnicas de intoxicación que todavía hoy se practican en no pocos lugares del mundo, incluso en España.
Las campañas de desprestigio y publicidad negativa ya no se propagan en él Ágora o en los periódicos, sino en las redes sociales, potentísimos canales de comunicación capaces de intoxicar y manipular a miles de personas en apenas un segundo y con 140 caracteres. En nuestro país, a las puertas de unas elecciones, el Partido Popular ha sido cazado mientras difundía en Facebook anuncios difamatorios contra los demás partidos políticos, con especial intensidad contra el PSOE. En el fondo se trata de desmovilizar a la izquierda española ante unos comicios cruciales para la historia de nuestro país. Las encuestas aseguran que el bloque de las derechas (PP, Cs y Vox) no sumaría para desbancar a Pedro Sánchez del poder y el ventilador del fango ya se ha puesto en marcha a pleno rendimiento. El resultado del 10N no se va decidir en la calle con la pegada de carteles y los mítines en las plazas de toros, sino mediante agresivas campañas de desprestigio y desinformación en las redes sociales.
Facebook tiene mucho que ver en la propagación de ingentes cantidades de “basura informativa” de carácter político, en buena medida porque su fundador y principal gerente, Mark Zuckerberg, se niega a controlar este tipo de “juegos virtuales” invocando la libertad de expresión. En el fondo, lo que mueve al gran gurú norteamericano de los mass media no es la defensa de la democracia y de los valores humanistas, sino los cientos de miles de millones de dólares que se mueven en su red social gracia a este tipo de campañas propagandísticas. No hay que olvidar que Facebook es una de las plataformas sociales más grandes del mundo, con cerca de 2.200 millones de usuarios. Y un canal perfecto para la propaganda de intoxicación por su asequibilidad, gratuidad, fácil manejo y la posibilidad que ofrece a la hora de crear grupos y páginas con perfiles falsos.
Las democracias occidentales tienen un grave problema con este asunto que según los expertos es cada vez más difícil de atajar. Detrás de redes sociales como Facebook se propagan ideas populistas, xenófobas, fascistas, nacionalistas, extremismos religiosos y movimientos cuya única finalidad es destruir el sistema, la democracia liberal desde dentro.
Los “cyber troops”, auténticos ejércitos de cibernautas, hackers, haters y trols al servicio de los partidos políticos, muchas veces pagados con fondos públicos, se dedican a desprestigiar, calumniar, difamar y promover todo tipo de mensajes destructivos contra el rival político de turno, contra el derecho de la gente a una información de calidad y en definitiva contra la propia democracia. Las técnicas son numerosas y complejas, desde la propaganda computacional, el empleo de algoritmos, herramientas de automatización y “big data”, todas ellas con el fin de moldear la opinión pública y manipularla con fines políticos, según el texto del estudio elaborado por Oxford.
Se trata sin duda de “una amenaza crítica emergente en la vida pública”, aseguran los investigadores. De hecho, desde 2017 estas prácticas se han incrementado en un 150 por ciento. Y muchos líderes políticos de regímenes autoritarios están recurriendo a ellas de forma sistemática “para reprimir los derechos humanos fundamentales, desacreditar a los oponentes políticos y ahogar opiniones contrarias”, añade el citado informe.
En China, Estados Unidos, India, Irán, Pakistán, Rusia, Arabia Saudí y Venezuela están causando auténticos estragos. China se ha convertido ya en el gran campeón de la desinformación. Plataformas sociales y de mensajería nacionales como Weibo, WeChat y QQ lanzan mensajes manipulados todo el tiempo. Y desde que se iniciaron las protestas en Hong Kong, el gigante asiático ha empezado a utilizar Facebook, Twitter y YouTube de forma intensa y agresiva. Es el Gran Hermano orweliano a pleno rendimiento.
El vacío legal existente en la mayoría de los países afectados por esta plaga de basura informativa agrava el problema, que irá a más “cuanta más gente use estas tecnologías de redes sociales para la comunicación política”. Queda claro que si Sócrates viviera hoy, no sería destruido con el veneno de la cicuta, sino con una campaña de acoso y derribo en WhatsApp.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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