lunes, 18 de noviembre de 2019

EL LOBO

 (Publicado en Diario16 el 31 de octubre de 2019)

Los presidentes de Cantabria, Asturias y Castilla y León han declarado la guerra al lobo. El eufemismo que han utilizado esta vez es que van a llevar a cabo un “control poblacional” para hacer compatible la conservación de esta especie con los usos ganaderos y la vida de las personas en los núcleos rurales donde se asientan. Es decir, un nuevo holocausto de este bello animal símbolo de nuestras montañas se avecina. La previsión es que solo en Castilla y León se liquiden más de 400 ejemplares en el próximo año para evitar daños al ganado.
Detrás del más que probable exterminio están Miguel Ángel Revilla, Adrián Barbón y Alfonso Fernández Mañueco, respectivamente. Ninguno de ellos debe saber que según los últimos estudios científicos el lobo es un animal superior, inteligentísimo y con sentimientos. Por ética y por estética, no se puede decretar un exterminio sangriento de cientos de lobos así como así, a la ligera, frívolamente. Hay un debate moral, unos derechos de los animales que deben ser respetados, unas consecuencias nefastas para el medio ambiente. La medida nos sitúa a la altura criminal de los japoneses y sus nauseabundas cazas de ballenas, de los mercenarios que promueven safaris para el cruel exterminio de leones y elefantes en África o de los enloquecidos canadienses que la tienen tomada con las focas (de una tacada pueden llegar a liquidar a 280.000 ejemplares). Matar animales superiores de una forma tan frívola, y más cuando son especies protegidas que tienen mucho que ver con el sostenimiento y equilibrio de nuestros ecosistemas naturales, no solo es una grave irresponsabilidad como gobernante, sino que debería ser considerado un crimen contra la humanidad, ya que pone en peligro el futuro del planeta Tierra.
Pero ahí está el alegre trío de los Picos de Europa, tan peligroso para el lobo como el de las Azores para los iraquíes, gobernantes que cuando se trata de ecología toman decisiones a la ligera siguiendo el único criterio que conocen: el interés crematístico y mercantil a corto plazo.
Revilla asegura que el lobo es “una especie a conservar, pero hay que controlarla”, y hacerlo “en condiciones adecuadas, no con barra libre”. “Hay que mantener una fauna que sea compatible con que sigamos teniendo cabras, ovejas y vacas para comer quesos y para que la gente no se nos vaya, porque las dos cosas en su extremo no son aceptables”, añade. Lamentablemente, esta vez Revilla se equivoca por ignorancia o quizá por picardía electoral. Es evidente que enfoca el problema del lobo con parámetros anticuados, economicistas y antropocéntricos que no tienen en cuenta el que debe ser el primer bien a proteger: la supervivencia de una especie única. Cuando Revilla dice que hay que “conservar a las personas” incurre en una grave exageración. Un lobo no ataca al ser humano, es más, huye de él y solo embiste si se siente acorralado, eso debería saberlo por los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente. “Si decimos que tiene que haber gente en los pueblos y dejamos a los lobos a su libre albedrío, no se queda nadie porque te matan un rebaño de ovejas y te han hundido el año a ti y a la familia”, insiste haciendo gala de su habitual populismo, unas veces acertado, otras, como en esta ocasión, desatinado, ya que está elevando a la categoría de generalidad lo que son excepciones. Un Gobierno regional debe estar para eso: para ayudar con subvenciones la pérdida de ganado por ataques de lobos cuando estos se hayan probado ciertos.
Pero si chirriante es la posición de Revilla, todavía lo es más la del socialista asturiano Adrián Barbón, alguien que viniendo de la izquierda debería estar mucho más concienciado con el grave problema ecológico que tenemos. Este ha dicho, tímidamente, que en Asturias tienen “clarísimo” que la preservación de la especie tiene que ser compatible con la actividad humana. Un acto de cobardía política para alguien que se dice de izquierdas no salir en defensa del lobo. Con progres así no hace falta para nada la gente carpetovetónica de Vox.
Y del popular Alfonso Fernández Mañuco qué podemos decir. De un representante de la derecha más rancia y atávica solo cabe esperar una invitación a los cazadores para que empuñen la escopeta, se echen al monte y resuelvan el problema a tiros, cebándose con el pobre animal.
Los ecologistas ya han dicho cómo se debe actuar contra los lobos descontrolados y hambrientos que bajan a los pueblos porque no encuentran comida en el monte. Encerrando al ganado en establos por la noche, vallando las propiedades y subvencionando la tenencia de perros protectores como mastines y pastores alemanes capaces de avisar ante la presencia de lobos e incluso defender al rebaño. Todo menos abrir la veda al holocausto, una solución que podría servir en el siglo XIX pero que en pleno siglo XXI, cuando sabemos que debemos preservar las pocas joyas ecológicas que nos quedan ya, se antoja una animalada política y humana, nunca mejor dicho.
A nuestros políticos les sigue faltando la sensibilidad, el valor y la inteligencia del lobo. Sensibilidad para entender que matar especies protegidas es un acto tercermundista en el que solo incurren ricos horteras, aristócratas y reyes aburridos. Valor para no dejarse amedrentar y chantajear por los grupos de presión ganaderos, agrícolas y cazadores (detrás de la muerte del lobo siempre hay un lobby). E inteligencia para saber captar y entender por dónde va la política en nuestro tiempo, donde el cambio climático va a ser el gran asunto en todo el planeta. El lobo ibérico es uno de nuestros diamantes biológicos más preciados. Que lo dejen tranquilo de una vez.

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