(Publicado en Diario16 el 31 de octubre de 2019)
Los presidentes de Cantabria, Asturias y Castilla y León han declarado la guerra al lobo. El eufemismo que han utilizado esta vez es que van a llevar a cabo un “control poblacional” para hacer compatible la conservación de esta especie con los usos ganaderos y la vida de las personas en los núcleos rurales donde se asientan. Es decir, un nuevo holocausto de este bello animal símbolo de nuestras montañas se avecina. La previsión es que solo en Castilla y León se liquiden más de 400 ejemplares en el próximo año para evitar daños al ganado.
Detrás del más que probable exterminio están Miguel Ángel Revilla, Adrián Barbón y Alfonso Fernández Mañueco, respectivamente. Ninguno de ellos debe saber que según los últimos estudios científicos el lobo es un animal superior, inteligentísimo y con sentimientos. Por ética y por estética, no se puede decretar un exterminio sangriento de cientos de lobos así como así, a la ligera, frívolamente. Hay un debate moral, unos derechos de los animales que deben ser respetados, unas consecuencias nefastas para el medio ambiente. La medida nos sitúa a la altura criminal de los japoneses y sus nauseabundas cazas de ballenas, de los mercenarios que promueven safaris para el cruel exterminio de leones y elefantes en África o de los enloquecidos canadienses que la tienen tomada con las focas (de una tacada pueden llegar a liquidar a 280.000 ejemplares). Matar animales superiores de una forma tan frívola, y más cuando son especies protegidas que tienen mucho que ver con el sostenimiento y equilibrio de nuestros ecosistemas naturales, no solo es una grave irresponsabilidad como gobernante, sino que debería ser considerado un crimen contra la humanidad, ya que pone en peligro el futuro del planeta Tierra.
Pero ahí está el alegre trío de los Picos de Europa, tan peligroso para el lobo como el de las Azores para los iraquíes, gobernantes que cuando se trata de ecología toman decisiones a la ligera siguiendo el único criterio que conocen: el interés crematístico y mercantil a corto plazo.
Pero si chirriante es la posición de Revilla, todavía lo es más la del socialista asturiano Adrián Barbón, alguien que viniendo de la izquierda debería estar mucho más concienciado con el grave problema ecológico que tenemos. Este ha dicho, tímidamente, que en Asturias tienen “clarísimo” que la preservación de la especie tiene que ser compatible con la actividad humana. Un acto de cobardía política para alguien que se dice de izquierdas no salir en defensa del lobo. Con progres así no hace falta para nada la gente carpetovetónica de Vox.
Y del popular Alfonso Fernández Mañuco qué podemos decir. De un representante de la derecha más rancia y atávica solo cabe esperar una invitación a los cazadores para que empuñen la escopeta, se echen al monte y resuelvan el problema a tiros, cebándose con el pobre animal.
Los ecologistas ya han dicho cómo se debe actuar contra los lobos descontrolados y hambrientos que bajan a los pueblos porque no encuentran comida en el monte. Encerrando al ganado en establos por la noche, vallando las propiedades y subvencionando la tenencia de perros protectores como mastines y pastores alemanes capaces de avisar ante la presencia de lobos e incluso defender al rebaño. Todo menos abrir la veda al holocausto, una solución que podría servir en el siglo XIX pero que en pleno siglo XXI, cuando sabemos que debemos preservar las pocas joyas ecológicas que nos quedan ya, se antoja una animalada política y humana, nunca mejor dicho.
A nuestros políticos les sigue faltando la sensibilidad, el valor y la inteligencia del lobo. Sensibilidad para entender que matar especies protegidas es un acto tercermundista en el que solo incurren ricos horteras, aristócratas y reyes aburridos. Valor para no dejarse amedrentar y chantajear por los grupos de presión ganaderos, agrícolas y cazadores (detrás de la muerte del lobo siempre hay un lobby). E inteligencia para saber captar y entender por dónde va la política en nuestro tiempo, donde el cambio climático va a ser el gran asunto en todo el planeta. El lobo ibérico es uno de nuestros diamantes biológicos más preciados. Que lo dejen tranquilo de una vez.
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