(Publicado en Diario16 el 16 de mayo de 2023)
Vox controla las fuerzas de seguridad y ahora empieza a controlar también el campo. Los bulos se propagan por la España vaciada a la velocidad del rayo. Si no llueve es porque el Gobierno fumiga desde el aire con sus siniestras avionetas. Si hay sequía es porque Sánchez odia el rural y paraliza los trasvases o porque se abren las compuertas de los pantanos, despilfarrándose el agua. Y si los cultivos se están arruinando es porque se los comen los conejos o los ciervos por culpa de los discursos ecologistas de la izquierda woke.
Ningún escenario mejor para que cunda la mentira que los abandonados pueblos castellanos, las aisladas aldeas del norte y las empobrecidas villas manchegas. En esos ambientes la ciencia nunca tuvo nada que hacer. Durante siglos, el agricultor ha salido de su casa, ha mirado al cielo y ha concluido si iba a hacer bueno o iba a llover. Y si no caía agua o se morían las vacas se organizaba una rogativa, con procesión de santos, y a rezar. Así ha sido de generación en generación. Su padre le enseñó los secretos del campo tal como hizo el padre de su padre. Todo ese mundo silencioso, dormido, encerrado en sí mismo, jamás votará a la izquierda en masa. Allí, algunos no acaban de entender que una mujer puede conducir un tractor mejor que un hombre. Ni que es absolutamente necesario proteger al lobo de la extinción porque si el lobo desaparece toda la cadena trófica se viene abajo, generando un inmenso desastre ecológico. Al lobo se le odia desde tiempos ancestrales. Al lobo hay que darle matarile. No solo porque se come el ganado y ataca al hombre, sino porque es símbolo de una serie de leyendas primitivas que las viejas han contado al calor de la lumbre. También porque la cabeza de un lobo colgada de la pared, junto a la de un águila real o la de un corzo, da para presumir mucho ante los cuatro amigos del bar de la plaza.
Estos días asistimos a una serie de nutridas movilizaciones contra el Gobierno en defensa del campo amenazado. Bajo distintos eslóganes y consignas como que “el mundo rural se muere” o “vivimos en la España vaciada y nos están echando”, algunos agricultores y ganaderos levantan la voz “frente a un Gobierno y un olvido histórico”, como los arenga Vox. Y allí, entre volquetes que desparraman sandías y tipos disfrazados de espantapájaros enarbolando pancartas con insultos contra todos los ministros, se escuchan las cosas más peregrinas. Ya cualquier labrador se erige como representante de tal o cual sindicato agrario, coge el micrófono de la periodista de turno y suelta un alegato anticientífico de padre y muy señor mío. O bien se pone en plan Carl Sagan y revela las causas, los antecedentes, los efectos y las teorías más esotéricas sobre por qué se produce la sequía. Se oyen tópicos de todo tipo, como que la caza del hombre regula los ecosistemas (falso, pegar tiros indiscriminados contra especies amenazadas, avícolas y terrestres, es un desastre para el medio ambiente) y se hace apología descarada del furtivismo. Entre gritos de “Sánchez etarra, Sánchez traidor”, se habla de la crisis de la pesca, de los pesticidas ilegales que envenenan los acuíferos y de lo cara que está la patata. Allí se mezcla todo en una cosecha de desinformación formidable.
El campo español necesita un debate serio y sosegado sobre su futuro cada vez más negro. Las organizaciones agrarias tendrán que hacer mucha pedagogía porque nos encontramos ante un desafío inédito en la historia de la humanidad. En los próximos años el calentamiento global va a dejar nuestros campos más yermos y áridos de lo que lo están hoy. Es un proceso irreversible, continuado, imparable. Todos, agricultores, sindicatos, instituciones públicas y privadas, científicos, ecologistas, Gobierno y oposición tendrían que estar ya sentados en una gran mesa por un pacto nacional por el campo. Les duela o no a algunos, habrá que reconvertir regadíos en secanos, racionalizar el agua al máximo y parajes como Doñana, hoy al borde de la desaparición, tendrán que ser declarados santuarios intocables. El caso del Mar Menor, en Murcia, antes un paraíso natural y hoy un vertedero contaminado rebosante de peces muertos donde ya no van los turistas, es el ejemplo paradigmático del momento crítico en el que nos encontramos.
Pero lejos de que estemos abordando el problema con la razón, la lógica y la sensatez en la mano, algunos partidos como Vox, y también el PP, están haciendo de la ruina del campo un ariete contra Sánchez. La sequía seguirá estando ahí cuando gobierne otro. Las cosechas de cereales y de tantos variados cultivos se seguirán perdiendo con Feijóo en Moncloa y Abascal de ministro de Agricultura. De esta salimos todos juntos o no sale nadie. Con la ciencia en la mano y no con pasajes de la Biblia pidiendo que llueva. Con políticas bien articuladas a corto, medio y largo plazo. Está todo por hacer, pero por desgracia el único gañido que se sigue escuchando en esas tumultuosas manifas de agricultores es el de “fuera Sánchez traidor” (despreciando los 700 millones en ayudas estatales). Eso y muchas consignas contra Bildu y sus candidatos a las municipales. Como si resucitar el fantasma de ETA sirviera para que mañana caiga el ansiado chaparrón sobre nuestras maltrechas cosechas.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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