(Publicado en Diario16 el 5 de abril de 2023)
Finlandia ya es miembro de pleno derecho de la OTAN. Estos finlandeses, hasta hoy unos seres pacíficos y tranquilos que vivían de la pesca del salmón y de leer a Ibsen a la luz de la chimenea, en la eterna, fría y nevada noche del Ártico, se han vuelto belicosos de repente. Mucha neutralidad y no intervencionismo, mucho aislamiento y no alineación, pero cuando suenan los cañones a las puertas de casa todos corren a desempolvar el mosquetón con el que el abuelo se defendió de los nazis. Es lo que tiene la guerra, que convierte al hombre en un animal asustado capaz de cualquier cosa.
En Finlandia se recuerda con escalofríos lo que ocurrió en 1939, cuando los soviéticos lanzaron su Guerra de Invierno, que no terminó hasta que los invadidos cedieron una parte de su territorio. Hoy, cuando el terror al enemigo ruso retorna con fuerza, levantan un muro propio de las fronteras de 1914. La posibilidad real de que Putin les meta los tanques en el jardín ha acelerado los trámites de ingreso en el selecto club de los aliados. Todo se ha hecho en tiempo récord. Los finlandeses no eran otanistas, es más, les asqueaba la guerra y tenían el símbolo de la paz sobre el cabecero de la cama, pero ahora que ven acercarse a los del Grupo Wagner tocando sus violines de pólvora y sangre buscan las faldas del Tío Sam como auténticos desesperados. Sin duda, han visto las barbas del vecino ucraniano pelar y han puesto las suyas a remojar.
El nuevo orden mundial se está construyendo de forma urgente, acelerada, neurótica. No sabemos hacia dónde vamos ni cuánto durará este escenario de nueva Guerra Fría con episodios de cruenta guerra caliente. Solo sabemos que los señores de la industria de armamentos van a forrarse de una forma que ni ellos mismos llegaron a imaginar. Ayer, sin ir más lejos, Macron anunció que aumentará un 30 por ciento el gasto en Defensa. Y lo de Alemania está siendo asombroso hasta para el aficionado de la historia ficción más delirante. Los alemanes han pasado del “síndrome del verdugo culpable” que han padecido tantas generaciones por el Holocausto judío, a armarse hasta los dientes como no ocurría desde los tiempos del Tercer Reich. Hasta Suiza, que nunca se metió con nadie y vivía una plácida existencia entre bancos corruptos y aburridas estaciones de esquí, ha tomado parte ya en el conflicto al congelar el dinero de Putin, de Lavrov y otros secuaces del Kremlin. A este paso la convención de Ginebra, que nunca sirvió para nada, será un recuerdo del pasado sustituido por el Tratado del Atlántico Norte.
Finlandia ha cruzado el Rubicón y ya se discute el despliegue de tropas y escudos antimisiles. Rusia responde que todo esto “agravará mucho la situación”. La jornada de ayer, que ha entrado en los libros de historia, obligará a Moscú a rediseñar su política de Defensa. De entrada, algunas de las ojivas nucleares de Kaliningrado ya apuntan hacia Helsinki. Otra ciudad más que añadir a la lista negra de objetivos a arrasar por Putin. Una nueva fase de la preguerra mundial ha comenzado. Nada más firmarse la adhesión, los hackers putinescos hacían de las suyas y bloqueaban la página web del Parlamento finlandés. El ciberataque ha sido la primera batalla de un largo conflicto que no ha hecho más que comenzar.
Cada día que pasa está más claro que el sátrapa del KGB ha conseguido justo lo contrario de lo que pretendía cuando dio la orden de invadir Ucrania. La OTAN no solo no ha cedido terreno, sino que sigue aumentándolo (de la noche a la mañana, y de una tacada, la Alianza aumenta en 1.340 kilómetros su frontera con Rusia). Países como Suecia, las repúblicas bálticas y la propia Finlandia se convierten en zonas fuertemente militarizadas. Y en la opinión pública de estos países crece la hostil rusofobia (la mayoría de los finlandeses están a favor del ingreso en la NATO). Desde el punto de vista político, económico, militar y social, el zarpazo de Putin a Ucrania ha sido un mal negocio. Con el líder moscovita reclamado por la Corte Penal Internacional por genocidio, con la economía del país arruinada por las sanciones internacionales, con el gasto en Defensa del Kremlin disparado y muchos generales descontentos por el fiasco en los diferentes frentes, con las madres de los soldados pidiendo el final de la contienda y la disidencia despertando por fin y organizando movimientos de resistencia en el interior del país, el nuevo zar de todas las Rusias, como todo dictador, empieza a sentir en sus propias carnes que no hay lugar seguro para él. Ayer se revolvió como un perro rabioso con otro baño de sangre en Bajmut mientras sus drones atacaban el puerto de Odesa. Todo ello al tiempo que Donald Trump, su amigo autócrata yanqui, era fichado como un delincuente en los juzgados de Nueva York. Mal presagio para los neofascistas del siglo XXI que como Putin se pasan la ley, la democracia y los derechos humanos por el forro. “A lo largo de la historia siempre ha habido tiranos y asesinos, y por un tiempo, han parecido invencibles. Pero siempre han acabado cayendo. Siempre”. Ya lo dijo Gandhi.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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