(Publicado en Diario16 el 3 de mayo de 2023)
Ayuso no tiene asesores, tiene porteros de discoteca, perros de presa capaces de lanzarse al tobillo del intruso con calcetines blancos para no dejarle entrar en el local. El placaje que le hicieron ayer al ministro Bolaños, durante los actos de celebración del Dos de Mayo, superó todo lo imaginable. Lo echaron de la tribuna de autoridades poco menos que a patadas, como a ese plebeyo que no merece codearse con la jet. Fuera, a la puta calle, no te queremos aquí. Macarrismo institucional. Fue una humillación en toda regla al Gobierno de España, el primer acto de campaña electoral de Ayuso, que ya confronta cara a cara con Sánchez. Así se las gasta la diva de Chamberí, que cree que la Comunidad de Madrid es su cortijo y le pertenece por derecho divino. En su casa manda ella, como la patrona que es.
A un ministro hay que ponerle una silla en el palco de autoridades venga a la hora que venga y aunque no cuente con la oportuna invitación. Para eso es el ministro. Hay que hacerle un hueco como sea, acercarle una copa de vino y darle el palique oportuno. Punto pelota. Lo contrario supone un desaire a un alto cargo contrario a las más elementales normas del protocolo y un acto de insumisión institucional que no conduce a nada bueno. A un ministro no se le puede echar de un acto público como si fuese un paria porque está muy feo, porque demuestra la nula elegancia del gobernante anfitrión y porque desata una guerra institucional, que es donde quiere ir a parar la siempre ácrata, insubordinada y rebelde Ayuso. Si la encerrona que la lideresa le preparó a Bolaños no estaba guionizada y perfectamente estudiada para desatar un conflicto entre administraciones, que baje Dios y lo vea. Comportarse de manera faltona con el rival político es de primero de manual del buen trumpista. ¿Qué pasaría si la Generalitat catalana, por ejemplo, sacara a escobazos a la presidenta de Madrid del escenario de un evento público? Estallaría un 36. Sin diplomacia volvemos a la ley de la jungla.
Pero más allá de todo eso, conviene reflexionar sobre un personaje que asistió al polémico Dos de Mayo en calidad de convidado de piedra: Alberto Núñez Feijóo. ¿Qué pintaba allí ese señor si todavía no es nadie, más que un candidato que ni siquiera puede participar en las sesiones del Congreso porque no tiene acta de diputado? Pues allí estaba el hombre, en primera fila, más tieso que un palo, formal, solemne, como si fuese el mismísimo jefe del Estado. “Ya que no va Felipe VI, ni Sánchez, yo ocuparé ese lugar”, debió pensar el gallego. Y allí que plantaron el maniquí los responsables de la organización del PP madrileño. El protocolo determina el orden de precedencia en una fiesta local o nacional: el ministro ocupa el puesto once, reservándose al jefe de la oposición el lugar decimoquinto. Nada de eso se cumplió, se saltaron a la torera la ley (por algo Ayuso iba vestida con aires de matadora goyesca) y el espectáculo fue denigrante para la democracia española, que por ahí fuera, en Europa, ya se ve como una cosa de bárbaros que no saben convivir entre ellos.
La excusa peregrina que aduce Ayuso (que con un ministro en el palco, en este caso Margarita Robles, era suficiente para garantizar la representación del Gobierno y que Bolaños no estaba invitado), tampoco cuela. En 2018 no hubo ningún problema para que María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santa María coincidieran en la misma tarima. Es decir, si hay educación política, civismo y buena voluntad, puede hacerse. Pero Ayuso no tiene nada de eso. De educación democrática anda justita (no hay más que oírla hablar con esas frases guerracivilistas que se gasta con el adversario, que parece que va a dar un golpe de Estado en cualquier momento); de civismo va escasita, se salta todas la normas y ordenanzas haciendo de su capa un sayo (ya lo demostró en pandemia); y su buena voluntad es nula (está en el rifirrafe permanente contra el Gobierno de España y su deslealtad es declarada, pública y notoria).
Por tanto, Bolaños tenía más derecho que Feijóo a estar en el homenaje a los héroes del Dos de Mayo. Si Daoiz, Velarde, Manuela Malasaña y Clara del Rey y otros atrincherados en el cuartel de Monteleón durante la insurrección popular contra el francés levantaran la cabeza se morían de vergüenza por lo que se vivió ayer en Sol. Un acto solemne en honor a los que dieron su sangre contra la tiranía napoleónica acabó convertido en una ridícula astracanada propia de gentes sin civilizar. Si lo que pretendía Ayuso era organizar el acto más digno y emotivo, más teñido de grandeza que nunca, logró justamente lo contrario: convertirlo en una opereta de capa y espada entre rufianes y mediocres despechados. El pueblo de Madrid no se merecía semejante espectáculo.
Mientras el escándalo arreciaba y una parte del público (sin duda estómagos agradecidos del ayusismo) insultaba a Bolaños (y de paso a Sánchez) con gritos irreproducibles como “okupa” y “traidor”, Feijóo miraba las musarañas preguntándose a sí mismo qué pintaba él allí más que hacer acto de presencia para que Ayuso no le robara todo el protagonismo político. Lo de ese dúo Pimpinela no tiene remedio. Saldrán a sartenazos más pronto que tarde. Al tiempo.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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