(Publicado en Diario16 el 8 de mayo de 2023)
Si Podemos salva los muebles, Pedro Sánchez resiste; si los morados se hunden, el presidente socialista será historia. La clave de las próximas citas electorales, locales y nacionales, reside en el destino que pueda correr el partido fundado por Pablo Iglesias. Dos territorios simbolizan esa diabólica coyuntura para la izquierda española: Madrid y Valencia.
En la comunidad madrileña parece claro el triunfo de Isabel Díaz Ayuso. Ni siquiera las movilizaciones de sanitarios y ciudadanos contra el desmantelamiento de la Sanidad pública le pasan factura en las urnas. De hecho, a casi la mitad de los votantes ayusistas le importa más bien poco lo que pase en los centros de salud y hospitales estatales, según se desprende de las últimas encuestas. Son usuarios de la privada y están más preocupados por mantener sus privilegios y supuestas libertades (la vida ácrata de Madrid, con sus terrazas, tapas y cañas) que de sostener el Estado de bienestar. El problema es que la lideresa castiza no tiene asegurada la mayoría absoluta. Y sin ese preciado trofeo, sin las dos orejas y el rabo, su proyecto político expansivo para España (o mejor dicho, el proyecto que Miguel Ángel Rodríguez ha diseñado para ella) pierde fuerza como una botella de champán mal descorchada. Ayuso necesita una victoria arrolladora, el cielo o la nada para, por un lado, demostrar su potencia dentro del partido frente a un Feijóo algo marchito y cuestionado, y por otro, para firmar el certificado de defunción del sanchismo. Ese doble objetivo, ese sueño obsesivo, aún no lo tiene en la mano. Salvo que Podemos se hunda y la beneficie con una inesperada pedrea electoral.
Todas las encuestas apuntan hacia una misma idea: Ayuso acaricia la mayoría absoluta mientras que el partido morado podría no alcanzar el 5 por ciento de los votos, la dramática frontera que permite a una fuerza política su entrada en las instituciones (en este caso la Asamblea regional) o la deja fuera de juego. Si Podemos logra superar ese techo electoral cosecharía un puñado de diputados, arrebatándole la absolutísima a la presidenta madrileña. Si no lo consigue, a la presidenta le lloverán, sin quererlo ni beberlo, unos cuantos escaños más. Curiosamente, el partido del 15M fue decisivo en la política española en sus momentos más álgidos y lo sigue siendo ahora, en sus horas más bajas.
Algo parecido ocurre en Valencia. El Partido Popular tiene prácticamente ganada la batalla de Madrid, pero sin la Comunitat su asalto a la Moncloa, en las generales, podría verse frustrado. El eje Madrid-Valencia fue fundamental en las grandes victorias populares, primero con Aznar y más tarde con Rajoy. Los sondeos de cara al 28M son meridianamente claros en ese sentido. De celebrarse hoy las autonómicas, la izquierda revalidaría el Gobierno valenciano, llamado “pacto del Botànic”, aunque por un estrecho margen. Apenas unas décimas separan a Ximo Puig del Palau de la Generalitat, y esos valiosos decimales son los que pueden sumar o restar los diputados de Podemos. Una vez más, la maldita barrera del 5 por ciento decantará la balanza a uno u otro lado. Si los morados superan ese muro, Puig revalidará el Govern del tripartito PSPV/PSOE–Compromís-Podemos. Si se quedan a las puertas, el PP podría gobernar en coalición con Vox. Nunca cinco candidatos, los que se están jugando los podemitas, fueron tan decisivos. Puig es perfectamente consciente de que si gana lo hará por los pelos, un milagro de la Geperudeta, y a esta hora contiene la respiración.
Entre tanto, los dos bloques, izquierdas y derechas, siguen ultimando sus estrategias de campaña. Pedro Sánchez se ha volcado en vender mucho optimismo, buena gestión económica (las cifras del paro le acompañan) e interesantes ofertillas de última hora, como esa deducción del 20 por ciento de las hipotecas, a través de créditos ICO, en la compra de vivienda para jóvenes y familias vulnerables. Lástima que cada vez que se saca un conejo de la chistera, como un improvisado mago o prestidigitador, ahí está Belarra para afearle el truco y explicárselo, punto por punto, a los españoles. Ayer mismo acusó al presidente del Gobierno de querer fomentar la espiral hipotecaria para endeudar a las familias. La líder de Podemos es casi tan dura como Feijóo cuando reparte estopa al PSOE (en las últimas horas lo ha tachado de “partido timorato” entregado al capital) y por momentos se le olvida que sigue siendo ministra, que está en el mismo barco de Sánchez, y que el enemigo es otro, mayormente la derecha. Es evidente que aún no se ha dado cuenta de que ese discurso cainita contra los socialistas desmoviliza y divide a la izquierda, y ahí reside una de las razones principales de que Podemos esté peleando por agarrarse al clavo ardiendo del fatídico 5 por ciento para no quedarse fuera de las instituciones en Madrid y Valencia.
Mientras tanto, Feijóo sigue construyendo su relato a base de un solo y único eslogan: acabar con el sanchismo. De programas y propuestas concretas para el país no suele hablar. El PP se ha trumpizado tanto que sus prebostes ya se explican como los republicanos yanquis, con coletillas y topicazos facilones que lleguen de forma directa a las mentes confusas de los españoles. En el PP se ha abierto una competición entre feijoístas y ayusistas por ver quién es más simplón y demagógico. Son los signos de los tiempos líquidos que nos ha tocado vivir, la nueva política infantilizada y naíf que tanto daño está causando a la democracia.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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