(Publicado en Diario16 el 13 de abril de 2023)
El PP hace tiempo que dejó de ser un partido político para convertirse en una agencia de contratación de lobbies o grupos de presión. Lo estamos viendo estos días en Andalucía, donde Juanma Moreno Bonilla trata de sacar adelante una suicida ley de regadíos que acabará con Doñana a corto plazo. El presidente andaluz tiene todos los informes en contra, los elaborados por la Unión Europea, que amenaza con meterle un paquete; los del ministerio, que también; los científicos del CSIC, que advierten de un desastre medioambiental de proporciones incalculables en la zona con cientos de especies extinguidas; y los de los ecologistas, que llevan años estudiando la degradación de uno de los mayores humedales de Europa. Ante tal alud de documentación, lo lógico sería que el bueno de Juanma recapacitara, escuchara a los organismos públicos autorizados, parara toda esta locura y prohibiera la sobreexplotación de los acuíferos que condenan a Doñana a la desecación y al desierto. Eso sería lo que ocurriría en un mundo regido por la lógica. Pero no lo hace. ¿Por qué? Sencillamente porque se debe a un lobby, en este caso al lobby de los agricultores.
Moreno Bonilla sabe que si toma la decisión más razonable en este asunto, o sea preservar al máximo una de las mayores joyas ecológicas del viejo continente, automáticamente perderá 30.000 votos, los mismos empleos que desaparecerán si prohíbe el regadío de la fresa y otros frutos rojos en el entorno de Doñana. ¿Sabe el presidente andaluz lo que es mejor para Andalucía? Claro que lo sabe. El problema es que no gobierna para el bien común, gobierna para una minoría poderosa que le ayuda a mantenerse en el poder (y ahora que estamos a las puertas de unas elecciones, mucho más). Evidentemente, el mandatario andaluz es consciente de que se arriesga a una fuerte sanción de Bruselas si cruza ese Rubicón y pone en peligro la marisma, pero le da igual. Ya pagará la multa Pedro Sánchez. O los mismos andaluces. Un par de hospitales y escuelas cerradas y a seguir tirando. Esa es la forma de gobernar de esta gente; ese es el PP style.
Hay más ejemplos de gobierno de lobistas. Murcia, por ejemplo. En aquellas tierras huertanas el Gobierno regional, desde los tiempos de Valcárcel hasta hoy con López Miras, mantiene abierta la sempiterna “guerra del agua”, que consiste en reclamar machaconamente un faraónico trasvase del Ebro para hacer frente a los estragos de la sequía. Todos en aquellas latitudes saben que esa obra sería altamente perjudicial para el medio ambiente (no hace falta ser un experto para entender que un tubo gigantesco sacando agua de un delta tan sensible, día y noche, no puede ser bueno, puesto que alteraría los ecosistemas ya suficientemente deteriorados), pero ellos siguen erre con erre con el mantra. Eso sí, no es lo mismo que gobiernen los socialistas en la Administración central a que lo hagan ellos. Curiosamente, cuando es el PSOE quien está en el poder, organizan manifestaciones, fletan autobuses, movilizan a todos los sectores industriales y agrícolas y paralizan la región entera con la eterna matraca de que el socialismo traiciona a los murcianos y es sinónimo de paro y miseria. Sin embargo, cuando son ellos los que están en Moncloa suelen olvidarse del asunto por un tiempo, retiran las pancartas de los ayuntamientos y como si nada hubiese pasado. ¿Por qué ocurre todo esto? Por lo mismo de antes, porque en el PP siempre manda un grupo de presión, un clan de cabildeo, un lobby, en este caso los sindicatos de regantes íntimamente conectados con el PP.
El Partido Popular (más justo sería llamarlo Partido Populista) jamás moverá un solo dedo contra sus gremios esenciales, aunque ello suponga esquilmar España entera. El interés partidista prima siempre sobre el interés del país. Lo particular sobre lo colectivo. Lo privado sobre el bien común. Por eso un gobernante salido de las canteras de Génova jamás tomará la mejor decisión para su comunidad o la nación si ello le reporta impopularidad y un mal resultado en las urnas. Lo estamos viendo en Castilla y León, donde los cazadores han vuelto a echarse al monte para acabar con el pobre lobo. Una especie animal como esa, amenazada de extinción desde hace años y sometida a delicados planes de recuperación, no puede ser trofeo de monterías para el entretenimiento de señoritos. Sin embargo, una vez más, el PP está con el lobby de turno, en esta ocasión el lobby de cazadores y ganaderos, que rentan muchos votos y al que es preciso cuidar, mayormente ahora que Vox está al acecho.
Y qué podemos decir de Isabel Díaz Ayuso, gran símbolo y emblema del gobierno de los lobistas. En plena pandemia de coronavirus, cuando los contagiados caían por miles, abrió bares y terrazas para contentar a los hosteleros, que desde entonces tienen un retrato suyo, iluminado con velitas, como una virgen, colgado sobre la barra, entre el grifo de cerveza y el tonel de vino. Ayuso tendría que haber mirado por el interés sanitario general, pero sabía que sin ese puñadito de votos que le faltaban no podría ganar los comicios. Desde entonces, los que escribimos de estas cosas llamamos “tabernario” al PP de Madrid, ya que no encontramos una forma mejor de definir esa pragmática forma de gobernar consistente en no molestar mucho al pueblo para que a una la dejen seguir en la poltrona un ratito más.
En el siglo XIX, cuando la Restauración y aquello, la derecha se sostenía por los caciques de cada pueblo y el encasillado. Hoy, en la España del régimen del 78, ese sistema decimonónico de control de masas ya no se usa y es sustituido por otro más moderno y eficaz: el poder del lobby que le dicta al PP, allá donde gobierna, qué, cómo y cuándo tienen que hacerse las cosas. Así reviente Doñana.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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