(Publicado en Revista Gurb el 5 de junio de 2018)
Pese a que la moción de censura lo ha
dejado para el arrastre, Mariano Rajoy parece querer levantarse de nuevo
y ya le está dando vueltas a la forma de seguir en política,
manteniendo el tipo y el aforamiento, por supuesto, no vaya a ser que a
un juez le dé por citarlo a declarar por algún asuntejo. Según fuentes
del PP, su plan a medio plazo es el siguiente: Primero conservar la
dirección del partido (nadie parece atreverse a levantar la voz contra
el jefe); luego afianzarse como líder de
la oposición, machacando a Rivera; y finalmente presentarse a las
elecciones como candidato. Objetivo: regresar a la Moncloa en un par de
añitos. ¡Chúpate esa Pedrito! Lo de Mariano no tiene nombre, es lo nunca
visto: una pesadilla interminable, una mala costumbre, una plaga
egipcia, eso es el gallego. Dicen que estamos ante un superviviente
nato, ante un virus resistente, ante una fuerza de la naturaleza, aunque
en realidad quizá solo estemos ante un plasta, un cargante, un señor
cansino al que no podemos quitarnos de encima ni con lejía. Una mala
hierba que siempre retoña, una maldición zíngara que nos ha caído a los
españoles y contra la que no podemos hacer nada. Solo pensar que quizá
lo veamos de nuevo en el poder, más pronto que tarde, pone los pelos de
punta. Mariano es como ese monstruo de las películas de terror que nunca
muere por mucho que se le golpee, se le prenda fuego, se le dispare o
se le clave una estaca en el corazón. Mariano es como Alien el Octavo
Pasajero que siempre se aferra al último cable ardiendo, como Freddy
Krueger que nunca la palma, como el tiburón de Spielberg que resurge de
las profundidades abisales o como Pennywise, el payaso asesino de
Stephen King al que no hay forma de liquidarlo. Con Mariano Rajoy no
termina nada ni nadie porque lo que no acaba con él lo hace más fuerte.
Hay que temerle a este gallego incombustible y corrosivo, a este "ni
vivo ni muerto" vampírico que quizá sea una reencarnación de aquel otro
gallego bajito, acaudillado y con voz de vieja que asustó al país
durante cuarenta años. A Mariano Rajoy algunos ya lo están dando por
finiquitado y enterrado, pero otros, los más cautos y precavidos,
empezamos a verlo otra vez metido en el plasma de la Moncloa, soltando
incongruencias y lanzando sonrisas sardónicas. Qué miedo da este hombre.
O lo que sea el bicho.
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Dice
Margallo que Soraya no es su tipo. Algunas voces del PP reclaman un
proceso de renovación en el partido, otras se muestran fieles al
derrocado Mariano, que se resiste a arrojar la toalla. La tozudez de un
hombre que no acepta su derrota, que no se resigna a aceptar que su
tiempo ha pasado, está generando fuertes tensiones y luchas internas en
Génova 13. "La estupidez insiste siempre", decía Albert Camus, y lo
estamos comprobando de primera mano con este personaje obstinado que se
aferra al poder con uñas y dientes. Ni cien mociones de censura
servirían para que Mariano diera un paso a un lado. Le da lo mismo que
su partido sea el más corrupto de toda Europa, le da lo igual que el
Parlamento al unísono se haya conjurado contra un presidente por primera
vez en la historia de la democracia. El registrador sigue a lo suyo,
como si no pasara nada, en un sorprendente caso de autismo político.
Permanece quieto y mudo en medio de la plaza Don Tancredo, haciendo la
estatua, esperando que el toro pase por su lado sin embestirlo. Solo que
el toro ya se lo ha llevado por delante con varias cornadas. Y él sin
enterarse.
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¿Qué sucedió en esas horas cruciales,
entre lonchas de jamón de bellota, croquetas cremosas de boletus,
alcachofas a la brasa, tiradito de pez mantequilla, tomate rosa con sal
de Maldon y atún rojo picante? ¿Cómo se decidió el futuro de España
entre solomillos de vaca gallega, asado en brasa con puré de patata,
cremoso de queso y guayaba? ¿Qué dijo a sus colaboradores y allegados,
qué medidas urgentes dispuso, qué decisiones tomó el registrador gallego
mientras los efluvios de los caldos de
la tierra hacían su efecto? Más allá de sornas y chanzas con el menú,
mucho nos tememos que aquella pantagruélica comida en el Arahy del señor
presidente (hoy ya ex, para alivio de muchos), no ha sido
suficientemente explicada y quedará para juicio de los historiadores.
Ilustración: Artsenal