Me asomo a la ventana de la televisión y veo que florecen como setas los
periodistas de investigación. Ya hay más periodistas de investigación
que personas. En la Sexta sobre todo, pero también en Cuatro, en Antena 3
y hasta en la tele local del último pueblo perdido de España (en
Televisión Española no, en Televisión Española es más difícil encontrar
un periodista de investigación que una neurona potable en Gran Hermano).
Es innegable que el periodismo de investigación está de moda, en lo
político, en lo social, en lo deportivo con Pedrerol y los chanchullos
de Neymar y hasta en la prensa rosa, donde se investigan cosas cómo de
qué color llevará hoy los gayumbos Amador Mohedano. Todos juegan a ser
periodistas de investigación astutos y avezados para salir todo el rato
en la tele y escribir el librito de turno donde explican cómo trincaron a
ese fulano del Ayuntamiento de Cuenca o de Soria que se llevó cuatro
perras a Suiza. La verdad es que trabajo no les falta en esta España
invadida por yonquis del dinero en plan walking dead. No hace falta
rascar mucho para sacar un escándalo superior. Cuando el PP está en
plena descomposición de tanto caso mayúsculo, cuando no queda un solo
hombre honrado ni en autonomías ni en ayuntamientos ni en diputaciones
provinciales, cuando ya se lo han llevado todo, es fácil hacer
periodismo de investigación bajo el amparo protector del maestro
Ferreras y su magnífico Al Rojo Vivo. Pero sucede que hace solo unos
años, cuando el poder del PP era omnímodo y total, cuando las
subvenciones del ladrillo entraban como manantiales sucios en los
periódicos, radios y televisiones, tapando la boca a los directores y
gerentes de los rotativos, no había un solo periodista de investigación
para alzar la voz. Era entonces cuando los necesitábamos de verdad, era
en ese momento cuando el país y la prensa libre los necesitaba para
airear lo que se estaba cociendo. ¿Dónde estaban entonces los periódicos
locales libres e independientes cuando Carlos Fabra abría aeropuertos
como churros para llevárselo muerto? Todos callaban como putas y
guardaban los dosieres putrefactos en el cajón, salvo excepciones, y al
reportero que osaba predicar en el desierto y levantar un tema en contra
del cacique se le tomaba por loco o se le metía una querella por
injurias y calumnias de padre y muy señor mío o se le ahogaba en el
silencio y la marginación, un silencio cómplice en el que participaban
los políticos y sus redactores jefes palmeros. ¿Y dónde estaban los
aguerridos periodistas de investigación cuando la pasta circulaba como
un ferrari sin control por todo el PP valenciano, por los ayuntamientos
paletos de Madrid, por los plenos municipales que terminaban con buena
coca, champán y puticlub con el empresario de turno? ¿Dónde estaba esa
prensa valiente que tanto necesitaba el país cuando los corruptos
comparecían en ruedas de prensa impunes donde sacaban pecho de sus
hazañas políticas y ningún periodista le preguntaba por esa adjudicación
ilegal, por esa contrata sospechosa, por ese pitufeo oscuro? ¿Dónde
estaban los periodistas de investigación para denunciar que todo el
árbol de la democracia se estaba pudriendo desde las raíces hasta las
hojas? Yo se lo diré, ocupado lector. Callados como tumbas. Unas veces
por miedo, otras por dinero y siempre por desidia profesional. Hoy me
asomo a la tele y veo mucho periodista de investigación por ahí suelto y
eso está muy bien porque es síntoma de higiene democrática. Pero no
olvidemos que los políticos no son los únicos culpables de tanto
latrocinio. Nosotros, los periodistas, también tenemos mucho que callar.
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