martes, 16 de febrero de 2016

LOS SANTOS TRILEROS

El documento que Pablo Iglesias le ha puesto encima de la mesa a Pedro Sánchez, sobre todo en lo social, no solo es un buen programa de gobierno, sino un programa justo y necesario para empezar a rescatar a los millones de cadáveres vivos que ha ido dejando Rajoy a su paso. Solo un asunto separa a ambos de firmar un pacto de izquierdas: Cataluña. Pero Cataluña se perdió hace siglos, primero con los borbones absolutistas y más tarde con Franco, un soldado raso que llegó a Rey imperial. Entre unos y otros aplastaron los fueros, la lengua, la butifarra y los castellets, y de aquellos polvos estos lodos. De modo que nos hemos acostumbrado a eso de que el problema catalán no se resuelve, sino que se lleva como mejor se puede, se conlleva, como decía Ortega. Tras la Transición intentamos solucionarlo a base de autonomías, que no han sido más que parches, un café para todos servido por falangistas para ir tirando unos cuantos años más, pero el problema secular sigue estando ahí, latente, enquistado, metastásico. Hace apenas seis años los independentistas solo suponían un tercio de los catalanes. Hoy rozan peligrosamente el cincuenta por ciento. De seguir por este camino, de profundizar en la política del avestruz que tan magistralmente ha interpretado nuestro "muy español y mucho español" presidente Rajoy, dentro de cuatro años seis de cada diez catalanes serán soberanistas porque la fiebre del enfermo, lejos de amainar, tiende a aumentar. Iglesias apuesta por una auténtica refundación constitucional, la única vía realista que le queda a España para su supervivencia como Estado. Cualquier otra alternativa, ya sea un nuevo Estatut edulcorado y precocinado en Madrid, tratar de tapar la boca al independentismo con más dinero y transferencias, suspender la autonomía o meter los tanques en Barcelona, como propugnan los más enloquecidos, sólo sería poner paños calientes a la herida. De modo que ya vamos contrarreloj. Pedro Sánchez, sin duda presionado por los barones del PSOE, no quiere ni oír hablar de un referéndum para Cataluña, pero en su interior sabe que más tarde o más temprano es la única salida al callejón. Pablo Iglesias no puede renunciar a esa línea roja sin ser arrastrado por las mareas de Ada Colau, que lo tienen bien pillado por la coleta, aunque sí puede situar el referéndum en un segundo plano sin renunciar a él, posponerlo para más adelante, aparcarlo y centrar la negociación en el plan de emergencia social, la lucha contra el paro, la desigualdad y la recuperación del Estado de Bienestar, que es lo que le hace falta al pueblo como agua de mayo. Ambos, Pedro y Pablo, patriarcas de la Segunda Transición, deben dejar de ser santos y transformarse en trileros, ceder en sus orgullos y prejuicios, ahora que vuelve a estar de moda la novela romántica en plan Jane Austen, y afrontar el problema con audacia y valentía. No puede ser tan difícil que se entiendan, a ambos se les supone el rojerío, algo más a Pablo que a Pedro, bien es cierto. Uno y otro tienen que dejarse de retóricas vacías, líneas rojas y grandilocuentes y bajar al barro del pragmatismo, que es la primera cualidad de todo estadista. Tienen que salir del útero virginal, abandonar filosofías bizantinas y echarse un póker político, que es de lo que va este juego en realidad. Dar un golpe en la mesa de sus partidos, poner firmes a más de uno, hacer trampas al solitario si es necesario. Y firmar ya el maldito papel. Por el bien del pueblo, por el bien de España.

Viñeta: Igepzio

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