El documento que Pablo Iglesias le ha puesto encima de la mesa a Pedro
Sánchez, sobre todo en lo social, no solo es un buen programa de
gobierno, sino un programa justo y necesario para empezar a rescatar a
los millones de cadáveres vivos que ha ido dejando Rajoy a su paso. Solo
un asunto separa a ambos de firmar un pacto de izquierdas: Cataluña.
Pero Cataluña se perdió hace siglos, primero con los borbones
absolutistas y más tarde con Franco, un soldado raso que llegó a Rey
imperial. Entre unos y otros aplastaron los fueros, la lengua, la
butifarra y los castellets, y de aquellos polvos estos lodos. De modo
que nos hemos acostumbrado a eso de que el problema catalán no se
resuelve, sino que se lleva como mejor se puede, se conlleva, como decía
Ortega. Tras la Transición intentamos solucionarlo a base de
autonomías, que no han sido más que parches, un café para todos servido
por falangistas para ir tirando unos cuantos años más, pero el problema
secular sigue estando ahí, latente, enquistado, metastásico. Hace apenas
seis años los independentistas solo suponían un tercio de los
catalanes. Hoy rozan peligrosamente el cincuenta por ciento. De seguir
por este camino, de profundizar en la política del avestruz que tan
magistralmente ha interpretado nuestro "muy español y mucho español"
presidente Rajoy, dentro de cuatro años seis de cada diez catalanes
serán soberanistas porque la fiebre del enfermo, lejos de amainar,
tiende a aumentar. Iglesias apuesta por una auténtica refundación
constitucional, la única vía realista que le queda a España para su
supervivencia como Estado. Cualquier otra alternativa, ya sea un nuevo
Estatut edulcorado y precocinado en Madrid, tratar de tapar la boca al
independentismo con más dinero y transferencias, suspender la autonomía o
meter los tanques en Barcelona, como propugnan los más enloquecidos,
sólo sería poner paños calientes a la herida. De modo que ya vamos
contrarreloj. Pedro Sánchez, sin duda presionado por los barones del
PSOE, no quiere ni oír hablar de un referéndum para Cataluña, pero en su
interior sabe que más tarde o más temprano es la única salida al
callejón. Pablo Iglesias no puede renunciar a esa línea roja sin ser
arrastrado por las mareas de Ada Colau, que lo tienen bien pillado por
la coleta, aunque sí puede situar el referéndum en un segundo plano sin
renunciar a él, posponerlo para más adelante, aparcarlo y centrar la
negociación en el plan de emergencia social, la lucha contra el paro, la
desigualdad y la recuperación del Estado de Bienestar, que es lo que le
hace falta al pueblo como agua de mayo. Ambos, Pedro y Pablo,
patriarcas de la Segunda Transición, deben dejar de ser santos y
transformarse en trileros, ceder en sus orgullos y prejuicios, ahora que
vuelve a estar de moda la novela romántica en plan Jane Austen, y
afrontar el problema con audacia y valentía. No puede ser tan difícil
que se entiendan, a ambos se les supone el rojerío, algo más a Pablo que
a Pedro, bien es cierto. Uno y otro tienen que dejarse de retóricas
vacías, líneas rojas y grandilocuentes y bajar al barro del pragmatismo,
que es la primera cualidad de todo estadista. Tienen que salir del
útero virginal, abandonar filosofías bizantinas y echarse un póker
político, que es de lo que va este juego en realidad. Dar un golpe en la
mesa de sus partidos, poner firmes a más de uno, hacer trampas al
solitario si es necesario. Y firmar ya el maldito papel. Por el bien del
pueblo, por el bien de España.
Viñeta: Igepzio
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