martes, 23 de febrero de 2016

ZUCKERBERG EL PROFETA Y LAS TABLETAS DE LA LEY


Mark Zuckerberg, el mesías del mundo de la mentira en que vivimos, bajó del Olimpo de Wall Street y se presentó por sorpresa en el salón MWC de Barcelona. Fue como un advenimiento, una aparición milagrosa, una caída del cielo que no se esperaba. Sin embargo, nadie vio cómo pasaba el espíritu hecho carne del gran gurú. Nadie notó que el halo divino del padre Mark se había materializado y levitaba y se paseaba entre ellos, como Cristo caminó sobre las aguas del Mar de Galilea. Todos estaban metidos en sus cacharros automáticos, imbuidos en sus falsas realidades, babeando en su mundo artificial de muñecos diabólicos. En la Biblia, cuando llegaba un profeta, todos se detenían a su paso, se arrodillaban y le rendían pleitesía, mientras que en el siglo XXI, en este reino extraño de máquinas, robots y marcianitos, todos están ausentes, comatosos, ciegos, interactuando consigo mismos y con sus teclados llenos de lucecitas, gozando el narcisismo que proporciona la chatarra inteligente, de manera que no se percatan cuando llega el dios judío que baja del Sinaí de Harvard para entregarles las tabletas de la ley y la nueva religión Facebook. Mark, con su camiseta de un millón de dólares y sus playeros, indumentaria básica de los seguidores de esta nueva confesión, con su sonrisa pelirroja e inocente de niño Jesús archimillonario al que todos adoran, pasó por Barcelona en un momento histórico que recogerá el nuevo testamento a la mayor brevedad posible, o sea Twitter. "Hay que llevar internet a todo el mundo", sentenció providencialmente su divinidad en un nuevo mandamiento obligado e imprescindible. Mark, el rabino supremo del maquinismo, bajó de los cielos y pasó por este mundo siquiera unos minutos, pero como le sucede a los buenos mesías nadie supo verlo. Así que Dios, una vez dado el mensaje inútil que nadie cumplirá, como ocurre siempre en toda religión, subió al jet privado y regresó de nuevo a su reino manhataniano de los cielos.
 

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